lunes. 29.04.2024
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La octava novela del extraordinario escritor estadounidense Colson Whitehead se titula originalmente Harlem Shuffle, apareció en 2021 y yo la he leído en la espléndida traducción a mi idioma de Luis Murillo Fort (El ritmo de Harlem), publicada dos años después.

El ritmo de Harlem es una nueva obra maestra de Whitehead, vaya por delante.

Nueva York, más concretamente el popular y singularísimo barrio de Harlem, finales de la década de 1950, comienzos de la siguiente…

“Cualquier cosa para demorar el momento de volver a sus cuartos recalentados, fregaderos repletos, tiras de papel atrapamoscas que ya no daban abasto, recordatorios del lugar que uno ocupaba en el escalafón social. Invisibles en las azoteas, los moradores de playas de asfalto señalaban hacia las luces de los puentes y los aviones nocturnos”.

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La negritud de los afroamericanos estadounidenses es la especialidad catedralicia de Whitehead, y en esta novela la lección literaria nos lleva a la capital del mundo, al vecindario negro por excelencia de la ciudad de Nueva York: Harlem.

No es extraña la presencia descomunal de tipos como Miami Joe, violentas reproducciones exactas de mucho de la realidad harlemita, de la violencia intrínseca que protagoniza esta excelente novela, cuyo ritmo narrativo hace honor a su contundente y certero título:

“Oír a Miami Joe explayarse sobre algún tema —ya fuera la comida o el carácter traicionero de las mujeres o la mera elocuencia de la violencia— era contemplar el mundo despojado de las trampas de la civilización. Lo único que adornaba de manera agradable era su propia persona, todo lo demás quedaba tan desnudo y tan simple como Dios lo había creado”.

Su protagonista, Carney (quien, “como la mayoría de los harlemitas, había crecido entre cristales rotos en el parque infantil, el espectáculo de la crueldad callejera cada vez que salía de casa, el chasquido de los disparos”) es “un muro entre el mundo criminal y el mundo decente, un muro de carga, necesario”.

“Tal como él lo veía, vivir te enseñaba que no había que vivir como te habían enseñado a hacerlo. Cada cual venía de un lugar, pero lo importante era hacia dónde quería ir”.

Ejemplo paradigmático de las enseñanzas que, sabiamente administradas de una brillante forma literaria, Colson Whitehead imparte en sus novelas (que yo sepa con certeza, al menos en las dos suyas anteriores: las monumentales El ferrocarril subterráneo y Los chicos de la Nickel) es lo que sigue:

Los negros siempre encontraban la manera de sobrevivir fueran cuales fuesen las circunstancias. De no ser así, el hombre blanco nos habría exterminado hace ya mucho tiempo”.

Uno lee rotundas frases en novelas como esta y pareciera saber perfectamente cómo pueden ser los ámbitos humanos donde el dolor, la lucha y la angustia vital son lo dominante:

“Solo un Dios perezoso era capaz de producir tanta maldad y exponerla tan al desnudo”.

En El rimo de Harlem, con personajes a los que “le caían buen muchas personas, pero no la gente”, con la música de Dave Baby Cortez, Charles Mingus, la de Sinatra y Count Basie, la de Lena Horne, por ejemplo, Carney aprende rápido, sin ir más lejos, que “el sentido común y el sentido práctico eran toda una bendición a la hora de llevar a cabo empresas criminales”.

            “Bien mirado, en un momento dado, el mundo es como un aula”.

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La historia estadounidense, como siempre, mostrada desnuda en las novelas de Whitehead:

“Un policía blanco había matado a un chico negro desarmado tras dispararle tres veces. Típicas habilidades estadounidenses. Pasen y vean: somos especialistas en hacer maravillas y en cometer injusticias, y siempre tenemos las manos ocupadas”.

Gente rica que era tan corrupta como los gángsteres pero no necesitaba esconderse. Actuaban sin tapujos, daban fe de sus fechorías o las hacían grabar en placas de bronce que ponían en fachadas de edificios”.

La historia de Harlem (“la ciudad negra y la ciudad blanca: superpuestas la una a la otra, ignorándose mutuamente, separadas y conectadas por vías”):

“La mitad de los negros de Harlem contaba la anécdota de su abuelo allá en el Sur que se pasaba la noche entera sentado en el porche escopeta en ristre, esperando a que el Ku Klux Klan viniera a joder por algún incidente ocurrido en el pueblo. Negros legendarios. […] En la mayoría de dichas anécdotas, a la mañana siguiente la familia hace las maletas y pone rumbo al Norte dando por terminada su época en tierras sureñas. Era el inicio de un nuevo capítulo en la crónica ancestral”.

“Acuérdate de mí o nadie más lo hará”, mientras el mundo sigue adelante, la Tierra continúa girando “de manera que las estaciones se sucedieran, marchitándose y renovándose”.

Al final, el protagonista de la novela de Whitehead comprende que “solamente quedaban las repercusiones y los tímidos intentos de uno por encontrarle sentido” a lo vivido, a lo sufrido, a lo amado. A lo olvidado.

Harlem y el ritmo literario de Colson Whitehead