sábado. 27.04.2024

Carlos Valades | @carlosvalades

Hace más de 2.400 años un señor con barba y probablemente vestido con una túnica y sandalias, escribió un texto que aún se sigue representando, estudiando, exprimiendo y descifrando. Un clásico, uno de los pilares de la cultura occidental que junto a Shakespeare y el Siglo de Oro componen la santísima trinidad del teatro. Una tragedia que el psicólogo Jung utilizó para definir un complejo que afecta al común de las niñas en algún momento de su infancia.

Sófocles, ese señor con barba, compone así la situación: Agamenón y Clitemnestra están casados. Ambos tienen varios hijos e hijas. Una de ellas, Ifigenia, es sacrificada por Agamenón para calmar la ira de los dioses en tiempos de la guerra de Troya. Clitemnestra, como buena madre, no se lo perdona y decide tomarse la justicia por su mano y mata a su marido Agamenón a golpe de hacha.

Con estas mimbres comienza Electra. Focos de luz sorprenden a los personajes, que están sentados entre el público.

Un montaje que se sostiene en la calidad de los actores y actrices, con una escenografía mínima. Teatro puro

El pedagogo, interpretado de forma magistral por Javier Ballesteros, recibe las instrucciones de Orestes, el hijo de Agamenón. Debe entrar en palacio y contarle a su madre que Orestes ha muerto en una carrera de carros y que, para demostrarlo, trae sus cenizas en una urna. Juan Paños, el encargado de dar vida a Orestes, realiza un trabajo muy meritorio como el encargado de ser el responsable de vengar la muerte de su padre. Electra le induce a que mate a su madre, que sea el brazo ejecutor del parricidio.

Electra y Crisótemis, las dos hijas del matrimonio afrontan el duelo de manera diferente. Mientras Crisótemis se dedica al dolce far niente y a disfrutar de las comodidades de la vida palaciega, Electra se hunde en el dolor más profundo por la muerte de su padre, y por el supuesto fallecimiento de Orestes.

Carmen Angulo se desdobla en los personajes de Crisótemis y Clitemnestra, tan diferentes uno del otro. Y lo borda. Capaz de provocar carcajadas y de hacer que nos compadezcamos de ella. Una interpretación con una amplia variedad de registros y una sutileza que emociona.

Leticia Etala sostiene a Electra, la hace suya. El sufrimiento y el dolor transfiguran su rostro y su voz.

Unos personajes que emanan confianza, que dialogan y son cómplices en una puesta en escena tan sencilla como fascinante

Fernanda Orazi trasquila al mito de Sófocles, le despoja de la trascendencia y la grandiosidad del clásico acercándolo al público del siglo XXI y nos lo baja al barrio. Un montaje que se sostiene en la calidad de los actores y actrices, con una escenografía mínima consistente en dos sillas y un puñado de hojas de laurel. Y no hace falta nada más. Teatro puro. Los actores rompen la cuarta pared buscando la complicidad del público. Nos hacen reír y emocionarnos. Hacen comprensible lo confuso del texto. Es apreciable la complicidad y la experimentación que han compartido los cuatro en los talleres de Fernanda Orazi. Esos juegos actorales se han cristalizado en uno de los montajes del año y que por suerte hemos disfrutado los que en su día no pudimos verla en primera instancia. 

 En definitiva, un montaje de vuelta a las bases teatrales. Un andamiaje que se alza sobre una gran interpretación y dirección. Unos personajes que emanan confianza, que dialogan y son cómplices en una puesta en escena tan sencilla como fascinante.

Electra. Cuando Sófocles te renta