lunes. 29.04.2024

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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

El juicio es un Mcguffin que tironea de la historia hasta sacar a luz el deterioro de la pareja; implosión que se genera a partir de un accidente familiar; la cuasi ceguera del hijo permanece en la base de reclamos culpabilizantes; la aspiración a una purga por construcción de narrativas ambienta la disputa.

Sandra es una escritora que, poco después de ser entrevistada por una estudiante, acude al llamado de su hijo. Encuentra a su esposo muerto, desparramado sobre la nieve. La autopsia revela una profunda herida en el lóbulo temporal; las condiciones del cadáver propician diagnósticos alternativos: homicidio, suicidio o accidente. La posibilidad de un golpe en la cabeza con objeto contundente abre la chance a un fiscal que se empecinará en demostrar la culpabilidad de Sandra.

Thriller judicial que nos impone alguna conexión con el cine de Bergman. Más específicamente, la escena donde se interpreta en imágenes el registro de una discusión matrimonial grabado en una memoria usb; costumbre que arrastraba el difunto en la necesidad de obtener ideas compensatorias a su dificultad creativa como escritor. Quizá, el momento más intenso e interesante. Emergen conflictos que delatan características propias de la relación. Sucesos, en lo inmediato antecedentes a los hechos.

Una de las mejores realizaciones del año 2023, película multipremiada en varios festivales de cine. Merecida Palma de Oro en Cannes

El testimonio de un psiquiatra articula la razón binaria teñida de subjetividades puestas en cuestión. Sandra Voyler pone sobre el tapete la tendenciosidad de la labor psicoterapéutica, en tanto expresión de un accionar partidario desde la intención de una ayuda psicológica engarzada en testimonios contaminados para la órbita judicial. Necesario respaldo que, no por ello es cuestionado, considerándoselo parte de una labor adecuada, aunque no calificada, en términos de validez judicial. De todos modos, el registro en memoria artificial delata de manera objetiva el artilugio de Sandra, sin por ello negarle razón acerca de la opinión profesional. 

El beneficio de la duda interpela con tenaz resistencia los intentos por socavar la integridad de la acusada. Sin embargo, los avatares de un guion constante ofrecen regularidades expresas que se empecinan en asignar un relativismo inexpugnable. Las escenas transcurren dentro de una lógica de elementos “probatorios” de naturaleza diversa. 

La respuesta se ciñe en la presión de un fiscal expuesto a cuestiones morales exentas de toda prueba material arraigada en incriminaciones derivadas de resquicios encontrados en el radio de acción circundante a la escena del crimen. La mentira es solo eso, faltar a la verdad bajo posibilidad justificada en el temor a la condena. Sandra no refiere la discusión con su marido hasta que surge la grabación como evidencia vinculada a moretones inicialmente ligados a irrelevantes episodios domésticos. Nada está probado, salvo la capacidad de la acusada para distorsionar los hechos. Es aquí, donde el dilema revierte hacia condicionales extra fácticos de dudosa comprobación. Único asidero empírico que posibilita la vuelta de tuerca final. Daniel podrá asociar la posibilidad del suicidio en apoyo a la propia experiencia con su padre, intento de demostrar que, en cuanto a lo relevante de la cuestión, su madre sería incapaz de mentir.

Un meticuloso ejercicio, de fuerte confrontación lógica, lleva a Triet a elaborar un guion cargado de detalles visuales y discursivos. Induce la atención hacia pormenores de la argumentación, en lugar de fomentar la incorporación visual que penetre intuitivamente en el espectador por asociación a la discusión de la evidencia probatoria. 

Una visión de la justicia que nos enfrenta a la realidad, fangoso territorio rumbo a veredictos exentos de verdades absolutas

La belleza del retrato, signado por la muerte, acapara el espacio estético; el recorte se impone en contraste con un hábitat tan inhóspito como cargado de implicancias familiares. Samuel había sido el artífice de la llegada a un chalet en medio de la nieve; lugar destinado a aquietar las aguas y fomentar la creatividad; nulos resultados, el plan de acción solo pudo lanzar hacia adelante expectativas vitales de éxito personal y mejora vincular. 

La vida es una ficción en acción, se detiene en el plano de ambigüedades desconcertantes justificadas por explicaciones que, a manera de descarga, intentan regular presiones de un desequilibrio en ascenso. La caída puede configurar la válvula de escape que descomprima los conflictos. De todos modos, la tesis jamás será evidencia más allá de los denodados intentos de un fiscal comprometido en la causa.

El filme reduce las acciones a un cúmulo de intenciones divididas en opuestos, energía desplazada en relaciones de fuerza argumental que, aun en la sentencia, adolecen de un resultado definitivo. Una visión de la justicia que nos enfrenta a la realidad, fangoso territorio rumbo a veredictos exentos de verdades absolutas. Cualidad que desmitifica la función jurídica en términos de algo que podría definirse como: el acceso a lo más razonable dentro de una razón razonable, valga la redundancia.

Película de primeros planos y escasos travellings. Precisamente, encontramos uno muy significativo ante la segunda declaración de Daniel. Esta vez, ya en tribunales, Triet apela al dramatismo mediante un corto y semicircular movimiento de cámara que se debate entre posiciones para ejercer presión sobre el testigo. Por momentos, se impone una sensación de intensidad que podría llegar a confundir; nos obliga a empatizar con Daniel. En el breve, pero reiterado movimiento del lente sobre la escena, alcanzamos a experimentar una suerte de mareo transitorio sujeto a insistencias. Los inquisidores intentan acarrear la mayor cantidad de agua para su molino. El travelling se desacata sobre un primer plano y en perfecta coordinación con la intervención de cada jurista. Daniel sufre un hostigamiento intenso, el interrogatorio pone al niño bajo presión.

Recomendación a quienes gustan de un tipo de cine que abona la posibilidad de una honda reflexión acerca de las relaciones de pareja y su tránsito en el tiempo

De recorrida por el interior del chalet, la cámara ya no implanta travellings coactivos, sino breves planos a cámara fija que observan los interiores de la vivienda para delatar la ausencia de pruebas materiales contundentes. La neutralidad de los objetos define la aparente inocuidad de la escena, su cercana presencia al contexto del “delito” no logra incriminarlos. La casa es incapaz de delación alguna, permanece muda, carece de respuestas. 

Justine Triet se distancia de los personajes, los abandona, apuesta a su creatividad para la resolución del enigma. El contexto refleja la neutralidad a partir de la diversidad de perspectivas en perfecta coexistencia. La contradicción ofrece igual participación a las hipótesis en disputa. Oposición que convalida a partes iguales, exclusión mutua que no excede la posibilidad de ocurrencia. 

Magnífico ejercicio de dirección, un guion original rico en detalles, complejo en la articulación de situaciones disímiles, pero simple en cuanto al planteo del problema, para desembocar directamente en el suceso desencadenante de la trama y sus connotaciones: una grave herida en la cabeza pasible de explicaciones varias. La reducción abrevia el punto de partida, da tiempo a un desarrollo donde la cinta se concentra en lo realmente importante, el proceso judicial penetra la intimidad familiar.

Sin lugar a dudas, una de las mejores realizaciones del año 2023, película multipremiada en varios festivales de cine. Merecida Palma de Oro en Cannes y firme candidata a varios Oscar, entre los que se cuentan: mejor película, guion original, actriz y dirección. Va nuestra recomendación, sobre todo a quienes gustan de un tipo de cine que abona la posibilidad de una honda reflexión acerca de las relaciones de pareja y su tránsito en el tiempo. 

Anatomía de una caída: disección de un matrimonio en decadencia