viernes. 10.05.2024

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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda

Viaje a través de la pureza forzada. Una “heroína”de tendencias “libertinas” se asociará al fragor de condiciones solo inhóspitas en teoría. Yorgos Lanthimos rescata el valor del aprendizaje por la experiencia. Bella es candidata a la trascendencia, experimento que opaca las necesidades del momento, paradoja del crecimiento condicionada en el renacer de un cerebro virgen de imputaciones y circunstancias.

Bella Baxter (Emma Stone) expone su frescura en detalles que lidian con una ingenuidad repatriada desde zonas ignotas. Ensayo y error confunden la proeza de la reivindicación femenina agotada en un planteo que otorga derechos sin consulta. Simplemente, un experimento dentro de otro; los sentimientos requieren entrenamiento, la voluntad sirve de trampolín a complejos procesos de adquisición. Hechos discriminados en series sin clara valoración por comparación, aunque sí, con fuertes componentes de constatación empírica al estilo de una ciencia heredada en descripciones; única fórmula de partida a la educación en valores clandestinos que confunden una época. 

La película de Lanthimos despliega la liberación de la mujer, mediante el renacimiento, en medio de principios disciplinarios que separan la emoción

“God” abrirá el grifo, la pauta será la excepción, mecanismos que se vuelven pasionales en honor a la permanente fornicación enceguecida por la participación de un Marc Ruffalo portador de manipulaciones, tan explícitas, como agoreras. Lugares comunes tomados a préstamo de culebrones en el horario de la tarde, que no por esto desentonan. El enamorado desparrama su ego en la ausencia de control sobre el otro, reveses forzados desde avatares tan contemporáneos como novelescos, facetas reiteradas de una historia universal entretejida en drama con visos de comedia. Es lo ridículo en plena exageración de lo improbable, el sentido común choca con lo absurdo y genera ironía; todo es muy explícito. La manipulación se desdibuja en el cuidado de la forma que remarca intenciones, impone al espectador la firme lógica de crudos formatos relacionales que identifican más la humanidad que las épocas.

La película de Lanthimos despliega la liberación de la mujer, mediante el renacimiento, en medio de principios disciplinarios que separan la emoción, en aras de un control que posibilite la presencia de la razón. La garantía de verdad será construida mediante los valores de la ciencia. Willem Dafoe es el dios que gobierna la vida, opera sobre cadáveres para devolverlos a la acción mediante el desafío de un resurgimiento que avanza por la experiencia. Requisito ineludible en la transformación, el renacimiento invoca un permanente comenzar que compara y extrae conclusiones. 

Una mujer es “rescatada” del suicidio para ser objeto de un implante; el cerebro de su hijo nonato protagonizará el acceso a tecnologías de avanzada para una aventura inconcebible en otro estado. A partir de allí, la vida es experimentada desde un cuerpo adulto regido por un cerebro en desarrollo. El resultado: una suerte de vivencias que irán poniendo en claro la importancia del vivir en permanente exploración y con la impronta básica del dato empírico.

Bella es hija de la ciencia, personifica la colonización de emociones que escapan al control. Reconocimiento que desborda por propia naturaleza humana para hermanarse al necesario espíritu científico identificado en experiencias vitales; explosiva asociación que representa la única forma de encontrarse a sí misma. La propia expresión se transforma en camino de salida, redención en apuesta a la conquista de panoramas adversos sostenidos en el inevitable juego del ensayo y error. Segunda oportunidad desde la virginidad de la mente, creación portadora de un permiso que desmitifica el placer y la promiscuidad en aras de la identidad. Un descubrimiento que aporta desde lo necesario de la vivencia para destruir la opresión.

 Godwin Baxter (Willem Dafoe) es una suerte de Dr. Frankenstein paternal. Protector que culmina aceptando lo inevitable: Bella necesita conocer el mundo. 

El bien y el mal conjugado en sexualidades y poderes ejecutados en el devenir de procesos vitales improvisados y espontáneos

Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo) es depositario de la maldad encarnada en la ingenuidad propia de una confianza que soslaya por completo la posibilidad de un traspié. Su influencia flaquea ante los poderes del contacto directo con el mundo. Experimentará pérdida de ascendencia ante los extraños avatares que definirán la atipicidad de su conquista. Traicionará sus objetivos al enamorarse de una Bella en proceso de conformación por método comparativo, no exento de ineludibles contenidos emocionales desbordados en la pena por la necesidad ajena. Los pobres serán objeto de compasión, un accionar que irá a constituirse por fuera de los márgenes de realidad establecidos por la precaución. Firme demostración de imposibilidad de una neutralidad objetivante, naufragio ante el poder del sentimiento humano en estado puro. Emoción y dato comienzan a darse la mano, se encaminan hacia un progresivo estado de madurez aún distante en el tiempo diegético.

El blanco y negro nos distancia de la vida como concepto de experiencia permanente fuera de las condiciones controladas del conocimiento de laboratorio. El color aparecerá allí donde se esgrime la dinámica del riesgo fuera de toda incidencia del prejuicio atemorizante y estandarizante; es Bella trasplantada y de viaje.

Una virgen mental prostituye su cuerpo; la crudeza se diluye en la naturalidad de lo que es necesario suceda fuera de todo condicionamiento social. El imprinting solo funciona en la alusión inicial de seguimiento al creador, lo señala el ganso que se sitúa detrás de una Bella recién llegada a la vida; en poco tiempo cobrará rumbos propios fuera de todo condicionamiento moral. El secreto radica en una mente que pone a prueba todo, a partir de la ingenuidad en la repetición propia de un niño. La inadecuación de sus comentarios sociales genera problemas; el tiempo irá proponiendo las necesarias modificaciones.

Esta producción formula un realismo mágico en tono de comedia negra y sacude formulaciones sociales por fuera de obviedades militantes

El lente ojo de pez nos sitúa ante una distorsión que no invalida la identidad de lo percibido. El efecto distancia al espectador de lo observado; incomoda y alienta el sentimiento de lo furtivo; somos espías desde una posición que no nos permite captar la realidad en su simetría habitual; conservamos lo literal de los sucesos, pero no existe garantía de comprensión de los trasfondos. Lanthimos apela a esta herramienta para indicarnos lo irreal dentro de lo real, paradoja de acceso a significados perfectamente coexistentes en la oposición. Panorámicas que abren el ángulo de percepción desde una ajenidad familiar; el prejuicio se propone distorsionar, éxito parcial que no permite alterar la identidad, aún en construcción, del personaje central.

La puesta en escena rebela callejones con distorsiones edilicias vagamente alusivas a películas del estilo de El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920). El filme es invadido por un cierto aire expresionista.

Estos pasajes ensanchan la imagen, permiso que oficia de indicación a una mirada que deberá flexibilizar la perspectiva mental para aceptar lo que está ocurriendo. De hecho, toda la película transcurre en la licencia de un personaje para experimentar el mundo desde un órgano virgen portado por un cuerpo curtido en marcas indescifrables por fuera de un proceso vital arriesgado. Mensaje de género que traslada la toxicidad al prejuicio masculino sustentado en la cultura. El bien y el mal conjugado en sexualidades y poderes ejecutados en el devenir de procesos vitales improvisados y espontáneos; automatismos, sin demasiado margen de elección racional, serán óptimos para promover el ejercicio de un entendimiento tan ausente como determinante en la elección. Después de todo, no cualquiera puede acceder a una segunda oportunidad post mortem.

Firme candidato a premiaciones Oscar, ya obtuvo el León de Oro en Venecia 2023. Vale la pena asomarse a esta producción que formula un realismo mágico en tono de comedia negra y sacude formulaciones sociales por fuera de obviedades militantes.

'Pobres criaturas': una segunda oportunidad para vivir