domingo. 28.04.2024
Miguel Barrero
Miguel Barrero

Entrevista | LORENZO RODRÍGUEZ GARRIDO @lorenrgarrido

Sigo a Miguel Barrero (Oviedo, 1980) desde el principio. A lo largo de sus libros y artículos, este escritor asturiano, que también ha desempeñado cargos en la cosa pública, ha ido modulando una voz literaria llena de sabiduría y hospitalidad. Su cultura enciclopédica, su mirada atenta y sensible, la imaginación avivada por los claroscuros de la historia, se conjugan con una prosa elegante y sinuosa en narraciones sobre la memoria, la identidad, los distintos tipos de herencia y el enorme peso de los libros que, como las abadías en la Edad Media, iluminan y configuran la vida de unos personajes letraheridos y aparentemente ensimismados. Barrero vuelve ahora con La otra orilla, su desembarco en Galaxia Gutenberg, una aventura peripatética y «dantesca» ambientada en esa ciudad que, parafraseando a Borges, es pasado, porvenir y presente.

La otra orilla es tu décimo libro y tu sexta novela...

En realidad, no sé si es la sexta o la octava, porque algunos de mis libros no admiten una clasificación fácil desde el punto de vista genérico y ni creo ser la persona indicada para definirlos como tal o cual cosa ni es un asunto que me interese mucho. En general, salvo Las tierras del fin del mundo, que evidentemente es un libro de viajes, y Siempre de paso, que es una recopilación de artículos, creo que todos los demás podrían ser calificados como novelas, si entendemos que, de El Quijote en adelante, el término novela ha venido englobando a todo tipo de artefactos con carácter más o menos narrativo, independientemente del sustrato que los alimente o de los merodeos en que incurran. 

No recuerdo que ninguno de mis libros me dejara absolutamente satisfecho una vez concluido

… Sin embargo, creo que con ella te has sentido más inseguro que nunca.

No recuerdo que ninguno de mis libros me dejara absolutamente satisfecho una vez concluido, ya sabes eso que se dice siempre: ningún libro, una vez escrito, se parece del todo a la idea que teníamos antes de escribirlo; en cierto modo, creo que ésa es una de las razones de que sigamos escribiendo. Con todo, tienes razón en que en este caso esa inseguridad fue algo más acentuada. La otra orilla es el libro que más veces he reescrito y puede que también el que más haya corregido, y seguramente tenga que ver con el hecho de que, de La existencia de Dios en adelante, mis novelas se habían vuelto muy poco narrativas, en el sentido de que en ellas la trama, o al menos lo que tradicionalmente se entiende por trama, adquiría un peso mínimo. En ésta el argumento sí tiene un papel importante y además quería que fuera un argumento deliberadamente endiablado. Había que vigilar muy bien que no saltaran las costuras, y también había que encontrar un equilibrio para que ese argumento laberíntico no se llevara por delante las cuestiones esenciales. 

Yo creo que es tu novela más ambiciosa y redonda. Ya desde su inicio, con la aparición de esta frase: «La ficción miente, pero no engaña», y el artículo que el protagonista-narrador Miguel Barrero lee a sus alumnos, ésta se plantea como una lúcida reflexión sobre la realidad y la ficción.

De alguna manera, esta respuesta tiene que ver con la anterior. La novela comenzó a nacer en Latinoamérica, en el transcurso de un viaje en el que anduve por tres países dando conferencias e impartiendo talleres de escritura. Yo, que ni siquiera estoy seguro de saber escribir novelas, que cuando pongo el punto final a una nunca puedo asegurar que vaya a haber otra después, me vi de pronto obligado a aleccionar a otros sobre el modo en que debían afrontar el trance de la escritura. Eran pocas sesiones y eran, además, muy breves, así que se me ocurrió que, mucho más útil que recurrir a los consabidos ejercicios prácticos, para mis alumnos y para mí resultaría mucho más interesante plantear un gran debate acerca de los porqués de la escritura, de la necesidad de la ficción, que no deja de ser una mentira que nos contamos para tratar de comprender la realidad. Recordé entonces un artículo que había publicado en 2011 y que es ése al que te refieres, y al releerlo reparé en que en él estaba no sólo las razones que en mi opinión avalan la pertinencia y la importancia de la literatura, sino también una suerte de poética que de un modo muy difuso viene a resumir mi propia posición como escritor. 

El Barolo, el palacio bonaerense dedicado a la Divina Comedia, tiene una presencia decisiva en la novela. Es curioso porque, como la ficción, «existe y no existe al mismo tiempo».

Claro, el Barolo entraba irremediablemente en ese juego. Me lo mostró un amigo el mismo día de mi llegada a Buenos Aires y lo hizo de un modo casual, no fue nada fortuito: íbamos paseando, estábamos cerca y se le ocurrió que quizá me interesara conocerlo. Es un rascacielos portentoso que dos emigrantes italianos, un empresario y un arquitecto, pusieron en pie a principios del siglo pasado en homenaje a Dante y su Commedia. Lo curioso es que, por un lado, no dejaron constancia escrita de esa inspiración dantesca y que, por otro, ni siquiera registraron el edificio en el Cabildo, lo que lo convierte en inexistente a efectos administrativos. De ahí ese «existe y no existe» al que haces referencia. El Barolo se inauguró en 1923, el pasado 7 de julio celebró su centenario, y durante un tiempo fue el rascacielos más alto de toda América Latina. Es un edificio portentoso cuyo vestíbulo tiene trazas casi catedralicias. Fue un símbolo con el que la comunidad italiana asentada en Buenos Aires quiso honrar a la tierra que habían dejado atrás, y entendieron que la mejor forma de homenajearla era no erigir un monumento inspirado en alguna de sus gestas históricas, sino levantar un edificio que tradujera al lenguaje arquitectónico una obra de ficción.

Quería que fuera un argumento deliberadamente endiablado

¿Qué puede aportar a un lector de hoy la lectura de la obra cumbre de Dante?

Puedo recurrir al tópico, absolutamente cierto, de que los clásicos adquieren tal condición porque su pertinencia trasciende la época que los engendró. Lo que me importaba, no obstante, era que justamente Dante y la Commedia, a través del Barolo, irrumpieran de pronto en una ciudad a la que yo había ido para disertar acerca de la realidad de las ficciones y donde esperaba encontrarme con Borges, Cortázar, Bioy Casares o Mafalda en vez de con un poeta italiano del siglo XIV. Hay que tener en cuenta que Dante escribe la Commedia en un momento de su vida en el que ha fracasado: las circunstancias políticas lo expulsan de Florencia y emprende un exilio durante el cual emprende ese viaje ficticio por el Infierno, y el Purgatorio y el Paraíso en lo que es una vocación de fijar su interpretación del mundo, explicar el momento que le ha tocado vivir, ponderar sus propias virtudes y ajustar cuentas con sus adversarios. Casi todo lo que sabemos de Dante lo sabemos a partir de lo que él cuenta de sí mismo en sus textos, es decir, no sabemos tanto quién era como quién quiso que creyéramos que era, lo que a fin de cuentas también es una muestra de cómo la ficción extiende sus redes sobre la realidad hasta el punto de transformarla, si no de configurarla por completo. 

A través de distintos círculos, identidades, máscaras, fantasmas, etc., la Buenos Aires del libro se nos antoja como un trasunto del propio universo que Dante trasladó a sus páginas.

Buenos Aires es una ciudad muy caótica, muy deslavazada, muy excéntrica, donde por momentos uno tiene la impresión de que puede ocurrir cualquier cosa sin que tenga el menor sentido, pero a la vez ese desenfreno y esa arbitrariedad le conceden una coherencia extraña, como si hasta el suceso más inverosímil encontrase en ella una coartada racional para justificarse. Eso, en un sentido general. En el plano particular, también yo era allí una suerte de fantasma: iba a hablar de mis libros y de mi escritura con personas que apenas sabían nada de mí, que en la mayoría de los casos ni siquiera habían leído mis libros, y que sin embargo estaban dispuestas a prestar atención, y aun a creer, todo cuanto les dijera. Y la realidad, por momentos, adquiría tintes realmente laberínticos: tengo allí una amiga muy querida a la que no conseguí ver por mucho que lo intentamos, y en cambio me encontré por pura casualidad con un antiguo compañero de la facultad al que llevaba sin ver más de veinte años y que, al igual que yo, resultó encontrarse allí de paso. 

Todas mis novelas tienen un anclaje bastante firme en la realidad o en la historia

Como pasa en todos tus libros, La otra orilla tiene un componente periodístico importante, de crónica, más bien. Una de las cosas que más me interesa de tu obra es esa mezcla de periodismo, historia y ficción, que en cierto modo ya estaba presente en Espejo, tu primera novela, y que para mí es un rasgo principal de tu mirada literaria.

No soy consciente de ese componente periodístico, lo digo en serio, aunque tampoco creo que tenga autoridad para desmentirte y seguramente estés en lo cierto. Cuando escribo una novela lo hago desde una perspectiva completamente distinta a la que adopto cuando tengo entre manos un reportaje o una crónica, y puede que de ahí venga mi incapacidad para encontrar entre ambos mundos un puente que, como tú señalas, puede que exista. Sí es cierto que todas mis novelas tienen un anclaje bastante firme en la realidad o en la historia, aunque no siempre se molesten mucho en buscar esa verosimilitud que es más una convención académica que un mandato literario, y quizás al indagar en ella, o al instalar en ella los cimientos sobre los que ir levantando la ficción, sea cuando irrumpe esa vertiente periodística o documental. Eso suponiendo que la historia, o lo que nos cuenten de la historia, sucediera en realidad tal y como nos dicen, y dando por bueno que la realidad que percibimos esté de por sí desprovista de ficción, cosa que dudo. 

Esta es, quizá, tu novela más narrativa; donde además hay un misterio que atraviesa todas las páginas. Es casi un «thriller metafísico», una mezcla del Tabucchi de Réquiem o Nocturno hindú con el Umberto Eco más juguetón. 

Es lo que te decía antes: no sé si es la más narrativa, pero sí es la novela en la que más importancia adquiere el argumento. Tanto Tabucchi como Eco son dos autores a los que he leído con entusiasmo y gozo. No soy capaz de encontrar sus influencias en la novela, pero si tú las has visto será que, además, los he leído con provecho. Umberto Eco dijo que había comenzado a escribir El nombre de la rosa porque de pronto le entraron ganas de envenenar a un fraile. Puede que yo haya escrito La otra orilla porque en un momento dado me dio por ponerme a jugar con espejos.  

Hay un pequeño homenaje a Marías; y también a Benet, a quien ya casi nadie parece leer. ¿Qué te han enseñado estos dos escritores?

Javier Marías fue, qué raro se hace hablar de él en pasado, uno de los grandes escritores de nuestra época, y desde que lo descubrí he venido leyendo todo lo que fue dejando escrito con puntualidad y con gusto. Hay tres o cuatro de sus novelas que sin duda figuran entre lo mejor que se ha escrito en España en el último medio siglo. A Benet lo devoré con pasión en mi etapa universitaria. Leí La inspiración y el estilo en Salamanca, en uno de los inviernos más fríos que recuerdo, y seguramente la aportación de sus ensayos y sus novelas a la literatura española aún esté lejos de reconocerse en la medida que debiera. Uno y otro me enseñaron a perderle el miedo al lenguaje, a dejar que la sintaxis fluya en la misma medida que fluye el pensamiento, y a que lo importante no es la anécdota, sino todo lo que se agazapa en su reverso. Con todo, espero que esos homenajes a los que te refieres no tengan mucho que ver con la imitatio. Creo que fue Eduardo Mendoza quien dijo una vez que a Benet era imposible emularlo sin incurrir en la parodia, y la experiencia de lo escrito y lo leído sólo me lleva a darle la razón. 

Con Miguel Barrero: una voz llena de sabiduría y hospitalidad