miércoles. 01.05.2024
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Diarios | JUAN ÁNGEL JURISTO

Cuando se publicó, el pasado año, el primer tomo de estos Diarios, de Rafael Chirbes bajo el título A ratos perdidos 1 y 2, asistí una vez más a esa inquietante unanimidad que, con rara condición, acontece de vez en cuando en nuestro ámbito cultural y que parece, por fin, dar una tregua a ese eterna lucha de envidias, resentimientos, zancadillas y competencia sin cuartel en que se presenta éste y que no es más que la lucha por ese trozo de pastel reducido, en otros tiempos sencillamente miserable, que es nuestra vida literaria, obligada a la subvención de una u otra manera porque carece del público lector suficiente para transformar esas ansias de mandarinato funcionarial que acontece a nuestros escritores en meros ciudadanos que realizan su trabajo lo mejor posible y con obligada honestidad a la obra propia, requisito indispensable del arte y, por tanto, carece de esa virtud que es la de la libertad que otorga el no estar sujeto a una supuesta opinión pública que en la mayoría de los casos no es más que la de los propios colegas otorgándose un galardón de vocación democrática que en el fondo prescinde justo de aquellos que pueden justificarla y que no es más que la silenciosa masa de lectores anónimos.

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Portada del segundo volumen de Diarios

Acontece, entonces, la paradoja de que escritores cuya obra o persona han sido hasta entonces preteridos, ignorados o sencillamente machacados, en cuanto desaparecen de la escena literaria, lo que equivale a decir que mueren, se les rinde un homenaje donde lo unánime ante el valor de la obra y la persona del fallecido es la norma, lo que nos obliga a pensar que tal unanimidad se produce porque el desaparecido ya no molesta, algo comprensible si no fuera porque esa unanimidad presenta ante la disidencia la intolerancia propia de un país que se ha formado en la falta de libertad, y con ella no me refiero a la política, la jurídica,si no a aquella que se produce como expresión de nuestras convicciones y que carece del miedo a las consecuencias que ese ejercicio pudiera producir.

Así, después del unánime criterio respecto a la calidad de la obra de Javier Marías, del que de pronto, de la noche a la mañana, todo el mundo lo conocía y lo apreciaba y sobre todo su obra,del que algunos destacaban su a veces hermético estilo pero redimido por su honestidad como escritor hasta el punto de pedir para él el Nobel cuando sabían de antemano que el Nobel no se le otorga a un muerto, y, por supuesto, la ríada de críticas que se le propinaba a quién se le ocurriera disentir de la calidad y trascendencia de esa obra o sencillamente se atrevía a decir que no le gustaba... lo peor, la sospecha de oscuras intenciones del sujeto al expresar su disentimiento... después de ese unánime criterio, repito, se publica el segundo tomo de los Diarios, de Chirbes, convertido desde la popularidad de la versión televisiva de Crematorio, en autor esclarecido y dotado de una rara lucidez y transformado desde que el pasado año se publicó el primer tomo de sus Diarios en paradigma de honestidad intelectual por el coraje con el que se enfrentó con el milieu literario, ayudado por sus propios fantasmas y, sobre todo, por el modo en que afrontó, en total soledad y con todas las dificultades que esa actitud conllevaba, la construcción de su obra.

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Vaya lo dicho como imprescindible recurso para encuadrar la aparición de esta segunda parte de los Diarios en un momento muy concreto de nuestras fantasmagorías culturales. Así, noto que la aparición de estos Diarios han causado menos expectación mediática que los primeros, como si los motivos causados por esa expectación, es decir, dar a conocer qué opinaba de fulanito y menganito, además del hecho de llevar una vida no exenta de cierto destino trágico, irreductible a cualquier tentación del milieu, lo que por otra parte es exagerado porque Chirbes asistía a eventos culturales si se le invitaba, como hizo en numerosas ocasiones, sobre todo invitado por el Instituto Cervantes, como demuestran las magníficas páginas que dedica a Nueva York y Berlín en este segundo tomo, es lo que había movido a tamaña expectación y que la aparición de esta parte no añade nada nuevo a las páginas anteriores, como si esa irreductible honestidad redujese ya su valor al haber hablado de ella, al igual que la opiníón que le merecieran ciertas obras y personajes, ya fueran clásicos o coetáneos, políticos y artistas, una vez desvelado lo poco que le gustaba Goytisolo, Juan, haber leído las quejas y las traiciones que le propinaron los que se decían sus amigos, como Constantino Bértolo, y saber lo irreductible que se mostró ante la propaganda triunfante de la socialdemocracia tal como la entendía la generación de Felipe González, con su cohorte de intelectuales orgánicos, por no hablar del modo dramático, con ribetes de tragedia, con que asumió su sexualidad, marcada por su educación religiosa, lo que le hacía, junto a la defensa de los valores de la cultura popular ante la invasión del capitalismo planificado norteamericano que si bien elevó hasta cotas insospechadas el nivel de vida de los europeos, arrasó con un estilo de vida formado durante siglos de un plumazo, parecerse en esta actitud a la de Pier Paolo Pasolini, con el que siempre pensé había un correlato profundo que trascendía la época que les tocó vivir.

Hay en estas páginas momentos de una intensidad literaria pocas veces conseguidas en el género en España

Sin embargo las páginas de esta segunda entrega no sólo no desmerecen de la primera si no que nos encontramos, quizá, con la mejor parte de estos Diarios, con opiniones más ponderadas pero no menos contundentes y un asumir ya su propio destino que hace que algunas de ellas alcancen cotas de profunda emoción y verdad. Así, frente a lo que opinaba de Goytisolo, Juan, del que hace un retrato brillante, al igual que de Santos Juliá, de Ignacio Sotelo, o de lo que le merecía la obra de un Juan Villoro, las Memorias de Bryce Echenique, a las que califica de “flojísimas” o de Vila Matas, gente atada a la sombra de Borges, autor del que desconfiaba, nos topamos con una defensa, en este sentido muy parecida a las del poema Las cenizas de Gramsci, de Pasolini, de la cultura de los testigos mudos de la historia y de los pintores como Ribera o Goya que les otorgaron imagen como protagonismo les dio Walter Benjamin en Tesis sobre filosofía de la Historia: sirva como ejemplo esta cita, “Sin cultura eres un imbécil, con cultura estás a punto de convertirte en un hijo de puta”, versión Chirbes de esa frase de Benjamin de que a cada documento de cultura en la Historia le corresponde un documento de barbarie.

Hay en estas páginas momentos de una intensidad literaria pocas veces conseguidas en el género en España, muy lastrada por esa falta de libertad ancestral que ha hecho de muchos de nuestros memorialistas, autores por lo demás de probada calidad, escritores de alma demediada, lastrada por ese concepto del honor y de falta de naturalidad, reflejo de una autocensura a veces no sólo no asumida sino ni tan siquiera atisbada. En este sentido creo que estos Diarios son un acontecimiento, o deberían serlo, en nuestra escuálida tradición de Diarios, Memorias y Cuadernos de Notas. Un ejemplo, sin ir más lejos...

Echamos de menos, por los responsables de la edición, de un índice de temas y onomástico, elemento imprescindible en este género cuando las páginas entre los dos tomos rebasan ampliamente las mil doscientas.


Rafael ChirbesDiarios. A ratos perdidos 3 y 4. Anagrama. Barcelona. 698 pp. COMPRA ONLINE

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JUAN ÁNGEL JURISTO, escritor y crítico literario


Crónica del otro lado | "Diarios 3 y 4", de Rafael Chirbes