viernes. 17.05.2024

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“El que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”. Miguel de Cervantes


Aunque se celebra desde mucho tiempo atrás, la UNESCO, desde 1995, escogió el día 23 de abril como el Día del Libro por ser la fecha exacta en la que murieron en 1616 dos grandes autores de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. En Catalunya, además, con la celebración de San Jordi, se regala, con el libro, una rosa. Es difícil saber el origen de esta curiosa costumbre que se remonta a la Edad Media; hay leyendas, mitos y datos históricos que la hacen verosímil; pero al margen de discutibles hipótesis yo añado, en mi opinión, si no la más real, sí la más poética: regalar una rosa es una declaración de amor a los libros.

Desde su experiencia, nuestra prolífica autora de literatura infantil y juvenil, Gloria Fuertes, cuyo interés por las letras comenzó a la temprana edad de cinco años, escribió, con reflexión de profetisa y amante de la lectura, que “un niño con un libro de poesía en las manos nunca tendrá de mayor un arma entre ellas”. Y el escritor argentino Jorge Luis Borges decía que “hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”. Los libros son un refugio, un paraíso en medio del caos y de la incertidumbre que nos envuelve; la incoherencia, la sorpresa están siendo las condiciones habituales de nuestra vida y más en estos 5 días de interrogantes futuros de un político que da pie a plurales lecturas; la incertidumbre se ha convertido, incluso en necesidades reales para muchas personas cuyas mentes solo se alimentan de cambios súbitos, de redes sin contenidos, de fakenews y de estímulos permanentemente cambiantes; ya no toleramos nada que dure. La “fluidez” o la “liquidez” son la metáfora adecuada con la que en su libro “Modernidad líquida” Zygmunt Bauman intentó explicar la nueva historia de esta temporalidad tardía; según él, la modernidad líquida es el estado débil, delicado e inestable que tienen las relaciones humanas en la actualidad. ¿Cómo neutralizar esta desnortada realidad?, se pregunta gran parte de la ciudadanía. Pero tenemos la respuesta: la lectura de un libro es un incesante y enriquecedor diálogo en el que el libro habla y nuestra mente reflexiona, se enriquece y contesta desde la libertad del que conoce. Con acierto lo expresó esa mística y escritora abulense, Teresa de Jesús“Lee y conducirás, no leas y serás conducido”. 

Los libros son un refugio, un paraíso en medio del caos y de la incertidumbre que nos envuelve

Los libros son los testigos de nuestro caminar por el mundo; dan estabilidad a la realidad de la historia; nos dicen lo que hemos sido, cómo hemos pensado y hemos construido lo que hoy somos. Ellos nos ayudan a pensar el mundo desde el punto de vista humano, impidiendo que se pierda la memoria. Sostenía Paul Valéry, el escritor preocupado, considerado como uno de los más importantes poetas franceses del siglo XX, personaje escéptico y tolerante, que despreciaba las ideas irracionales, pero creyente en la superioridad moral y práctica del trabajo, la conciencia y la razón, que después de una crisis existencial intentó quitarse la vida pero que, según su relato, encontró un consuelo en un libro, motivo por el cual desistió, cambiando su perspectiva sobre la vida, que “ya no sabemos cómo hacer para logar que el aburrimiento dé fruto. Todo se reduce a esta pregunta: ¿la mente humana puede dominar lo que la mente humana ha creado?” A su duda podemos responder: ¡Sí, los libros son el instrumento que vence al olvido! Los libros dejan las huellas de un tiempo ciertamente pasajero; pero ellos son la rebelión contra el olvido.

La lectura siempre es una experiencia que seduce y alimenta al espíritu, o, para ser más exactos y más orteguianos, una vivencia que coincide con esa sensación de paz y equilibrio que nos invade al contemplar un mar en calma o una noche estrellada o un cuadro que ha optado por una belleza elemental y desnuda. La lectura produce esa alegría interior al descubrir una obra erigida como una ciudad o un paisaje que uno no ha visitado, pero que se ha integrado en el álbum invisible de la mente como si estuviera allí desde siempre, pues para viajar lejos no hay mejor nave que un libro. La lectura consiste en caminar por los senderos del tiempo. A nosotros han llegado esos hermosos inventos que son los libros; son el mejor hallazgo contra el olvido y la desmemoria; son las bellas y enriquecedoras ideas que viajan a través de los tiempos; conservan en el presente y para el futuro la riqueza del pasado pues tenemos constancia del pasado gracias a ellos. La lectura es la llave que permite el acceso a la sociedad de la información y la herramienta que permite transformar esta información en verdadero conocimiento que proporciona una base segura a las actividades humanas. La lectura modifica y enriquece nuestra capacidad de pensar y nuestra inteligencia. Frente a la fugacidad y la modernidad líquida de Bauman, el libro da permanencia y estabilidad a la historia; ayuda a comprenderla; y en los momentos de incertidumbre y duda, en la que el ánimo desciende como una noria se puede encontrar refugio en la lectura. Nos ofrecen concentración, calma, sosiego frente al ruido de las pantallas y las redes sociales. Son la huella de la historia. No se puede pensar en un futuro que olvide la riqueza que nos han proporcionado los libros.

Los libros son el mejor hallazgo contra el olvido y la desmemoria; son las bellas y enriquecedoras ideas que viajan a través de los tiempos

El escritor norteamericano Ray Bradbury, en una de las novelas distópicas más famosas del siglo XX, “Fahrenheit 451”, cuyo título proviene de la temperatura a la que se quema el papel, llevada al cine por el director francés François Truffaut, presenta un mundo en el que los libros están prohibidos; con la finalidad de que se propague la “infección del pensamiento crítico”, se encarga a los bomberos a quemarlos. La historia se centra en Montag, un bombero que cumple con su trabajo y lleva una vida sencilla; pero su relación con una joven vecina, Clarisse, le hace cuestionarse su existencia y su trabajo; mas la necesidad de saber qué es lo que está destruyendo, lo llevará a leer un libro. Después de su lectura, ya no volverá a ser el mismo y se unirá a la lucha para defender la libertad de leer.

Hace pocas fechas, el 17 de abril pasado, se ha inaugurado la Feria Internacional del Libro de Bogotá, una de las ferias más grandes en el mundo hispano, que este año tiene como gran tema transversal “la naturaleza”. A la conferencia inaugural de esta fiesta del libro fue invitada la autora española Irene Vallejo, autora entre otras varias obras del bestseller “El Infinito en un Junco”; un ensayo que se lee como un auténtico thriller; entre sus ideas nos brinda esta hermosa reflexión: “Parece imposible que del papiro, saca­do de un humilde junco del Nilo, crecie­ra el germen del objeto más importante creado por el hombre: el libro. En ellos podemos encontrar las declaraciones de amor, nuestras leyes, narraciones, aventuras y desgracias, la filosofía más profunda, cómo curar a un enfermo o deshacer un embrujo, los poemas más tristes o un sencillo recetario de cocina... Tras este invento, ya nunca fuimos los mismos. La lectura modificó nuestra capacidad para pensar. Y la naturaleza, sus distintas formas o materiales, nos permitió nombrar la realidad”.

Estas fueron algunas de las bellas y literarias ideas inaugurales que expuso en FILBo“Las letras nacieron como dibujos. En los textos por los que paseas la mirada desfilan ante ti camellos, monos, ovillos de hilo, manos, látigos, olas marinas, peces, ojos que no pestañean. Esta V alberga un anzuelo, la M el ondular del mar, aquella N una serpiente, la P una boca. Aprender a atrapar las sombras fugaces de las palabras ha sido una tenaz aventura del ser humano. No hemos nacido lectores, hemos llegado a serlo.

Pero quizá lo más sorprendente es que culturas diversas, sin contacto entre sí, fueran capaces de crear sistemas de escritura en lugares y continentes alejados, en distintas épocas. Y en cada una de esas primeras veces, los creadores de alfabetos –supervivientes o perdidos– tuvieron que enseñarse a leer a sí mismos y a sus cerebros, fueron al mismo tiempo maestros y discípulos… La lectura modificó nuestra capacidad para pensar, que a su vez transformó para siempre la evolución intelectual de nuestra especie y cimentó un extraordinario y vertiginoso progreso histórico. Escribir se convirtió en una suerte de asidero, de certeza: nuestro dique frente a la destrucción, la calumnia o la amnesia”. La síntesis de sus aplaudidas palabras fue esta rotunda frase: “La supervivencia de la naturaleza está unida a la supervivencia de los libros”.

Es refugio interior, faro de ilusiones y proyectos, cascada de emociones y mar misterioso

Creo, he creído siempre, en la capacidad transformadora de la lectura. Estoy convencido de que un libro ayuda a vivir más intensamente la vida, a conocer mejor el entorno en el que nos movemos y a indagar en la reflexión del conocimiento propio. El libro ha sido y seguirá siendo nuestro compañero más íntimo, el viaje al fondo de nuestras emociones, el camino directo a las ideas que anidan en los desvanes de nuestra memoria. Parafraseando a Antonio Machado, “en el gris de la tarde polvorienta, el libro ha sido el amigo más fiel e íntimo de muchos de nosotros, el que nos ha permitido aprender de una vida más intuida que vivida. Es refugio interior, faro de ilusiones y proyectos, cascada de emociones y mar misterioso; el libro vive a nuestro lado esperando que una mano amiga se decida a tomarlo, abrirlo y pasar con interés sus páginas”. 

Vivimos momentos de profundos cambios en la definición de la materialidad misma del objeto libro. Algunos nos anuncian “una nueva democracia vía lnternet, redes sociales o “inteligencias artificiales”, mientras que otros se anticipan a organizar prematuros funerales al objeto “libro”, ese tesoro que tiene textura y olor, con el que aprendimos a convivir durante siglos. Vivimos inmersos en la sociedad de la información, pero la información es materia inerte si los seres humanos no logran convertirla en conocimiento. La información en el universo digital se encuentra mayoritariamente en forma de texto y el único mecanismo de extracción de sentido de un texto, es la lectura. La lectura es, por lo tanto, la llave del conocimiento en la sociedad de la información.

Como profesor que he sido, considero que los centros escolares -“la escuela” a la que con cariño les llamamos- tienen la función social de hacer que los niños y los jóvenes que asisten a ella se apropien de una parte socialmente seleccionada de la cultura que la humanidad ha construido durante siglos. Hay que hacer de la escuela una comunidad de lectores que acuden a los textos buscando respuestas para los problemas que necesitan resolver, tratando de encontrar información para comprender mejor algún aspecto del mundo que es objeto de sus preocupaciones, detectando argumentos para defender una posición con la que están comprometidos o para rebatir otra que consideran peligrosa o injusta, deseando conocer otros modos de vida, identificarse con otros autores y personajes o diferenciarse de ellos, correr otras aventuras, enterarse de otras historias, descubrir otras formas de utilizar el lenguaje para crear nuevos sentidos... En síntesis, constituir la escuela en una comunidad de lectores supone para la institución escolar abrir espacios que permitan a los niños y jóvenes adentrarse en el universo literario, prepararse para la vida académica y fundamentalmente ejercer su derecho a actuar como ciudadanos críticos. La enseñanza y el aprendizaje de la lectura son tareas básicas del proceso educativo. Sólo por la lectura se llega al conocimiento, sólo mediante la palabra se hace posible el pensamiento y la comunicación. No basta con las nuevas tecnologías, no será suficiente la llamada “sociedad de la información”. Sólo la lectura puede abrirnos el camino hacia los nuevos saberes, hacia los nuevos recursos, hacia las cada vez mayores y mejores posibilidades de la humanidad.

Si para ver bien, hay que saber mirar y para saber y opinar hay que preguntar, para llegar a conocer la verdad hay que tener información, pues la opinión sin información, que tanto se prodiga, es como un anzuelo sin cebo. Y nuestros políticos leen poco; lo demuestra la ignorancia de la que, creyéndose Demóstenes o Cicerón, hacen gala en sus intervenciones.

Constituir la escuela en una comunidad de lectores supone para la institución escolar abrir espacios que permitan a los niños y jóvenes adentrarse en el universo literario

Al igual que en la escuela hay que conseguir un alumnado lector, abriéndoles espacios que les permitan adentrarse en el universo científico, cultural o literario, preparándolos para la vida académica y a ejercer su derecho, desde la inteligente palabra a actuar como ciudadanos críticos, en la política hay que alcanzar una comunidad de políticos lectores que acudan a los textos, no a la improvisación, buscando respuestas para los problemas que necesitan resolver, tratando de encontrar información para comprender mejor algún aspecto del mundo que es objeto de sus preocupaciones, detectando argumentos para defender una posición con la que están comprometidos o para rebatir otra que consideran peligrosa o injusta. Pocos parlamentarios seducen hoy con la palabra, a pesar de que España, en otros tiempos, ha contado con una larga tradición de oradores. Quienes gobiernan o aspiran a gobernar un país deben poner particular empeño en ser técnicamente competentes. Si además de ser técnicamente buenos, transmiten ideas relevantes, se convierten en políticos insustituibles.

Vivimos inmersos en la sociedad de la información, pero la información es materia inerte si los seres humanos no logran convertirla en conocimiento veraz. La información en el universo digital se encuentra mayoritariamente en forma de texto y el único mecanismo de extracción de sentido de un texto, es la lectura. La lectura es, y ha sido siempre, el elemento fundamental de la educación y la cultura. No se concibe la educación sin la lectura y, en lo que a la cultura se refiere, debemos recordar que la lectura ha sido y es el medio principal de transmisión del conocimiento. A lo largo de los tiempos y de las generaciones el saber acumulado se ha ido transmitiendo principalmente a través de los textos escritos, de los libros.

Con un espíritu lúdico que atrapa a todo aficionado al libro y a la lectura, Alberto Manguel en su “Historia de la lectura” traza en esta deliciosa mezcla de psicología, historia, anécdotas, memoria, fantasía, estudios clásicos, etc., un estimulante recorrido por el caprichoso y apasionante laberinto de 6.000 años de palabra escrita. Y ante tiempos de incertidumbre que conducen al desánimo y a la confusión nos regala esta frase: “Cuando el mundo se vuelve incomprensible, buscamos un lugar en el que la comprensión se exprese en palabras... Este es el motivo por el cual en momentos de oscuridad recurrimos a los libros: para encontrar palabras para lo que ya sabemos”.

El amor al libro y la pasión por la lectura no sólo se aprende, sino que se contagia de la misma manera que la ilusión por la vida o la emoción del arte. Un libro es un objeto en busca de un lector, no puede realizarse como objeto cultural hasta que no encuentra un lector intérprete y se convierte en patrimonio cultural cuando encuentra una comunidad de lectores intérpretes. Esa es su belleza y su riqueza. Y en el recuerdo del día del “libro y la flor”, nada mejor para exhortar a la riqueza de leer que esta frase de Miguel de Cervantes: “En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a nuestra existencia”. 

Un libro y una flor o la riqueza de leer