lunes. 29.04.2024

Es curiosa y nada inocente la afición de los gobiernos derechistas por la arqueología. Del mismo modo que suelen despreciar la historia de nuestro tiempo, la que acaeció desde la Revolución Francesa hasta hace unos años, muestran una indisimulada pasión por buscar restos del pasado que potencien unas pretendidas señas de identidad o concluyan en resultados asombrosos por la calidad de los artilugios encontrados. Se piensa, piensan, que la arqueología es una ciencia apolítica, apartada de la polémica, neutra que ayuda a cimentar el ideario reaccionario con sus descubrimientos en torno al el mito de un pasado esplendoroso en el que fuimos grandes y felices. Sin embargo, hace décadas que el prehistoriador australiano Vere Gordon Childe nos demostró científicamente que la arqueología también nos habla de lucha de clases, de abusos inclasificables, de dominio, explotación y salvajismo, que las piedras hablan y sirven también para describirnos como era una sociedad en un momento dado, cuales las relaciones de poder o como las clases dominantes utilizaban la religión como instrumento de dominio y enriquecimiento. En tiempos de regresión democrática, de analfabetismo historiográfico, de desprecio hacia quienes lucharon por una sociedad más justa, más democrática, más libre, el recurso a la arqueología tradicional que busca pecios, artefactos y estatuas maravillosas no es más que una cortina de humo para tapar el pasado más determinante de nuestra forma de ser y estar.

La arqueología también nos habla de lucha de clases, de dominio, explotación y salvajismo, que las piedras hablan y sirven también para describirnos como era una sociedad

La arqueología, al igual que el estudio de la Biblia, que la exégesis o la simple lectura de los textos sagrados no dejan lugar a dudas: Venimos de un tiempo terrible en el que el hombre apenas se diferenciaba de la más despiadada de las bestias. Quienes por suerte, destreza o habilidad conquistaban una parcela de poder utilizaban la crueldad más inverosímil para conservarlo o ampliarlo. La sangre y el dolor ajeno, la explotación de quienes no tenían más ambición que la de vivir en paz, el sometimiento de los pueblos mediante la represión, el terror y el temor a un Dios ilimitadamente vengativo estaban en la raíz de la organización de las primeras comunidades y ha llegado hasta nuestros días en buena parte del planeta con poca variación. Fue a raíz de la Revolución Francesa cuando el hombre comenzó a liberarse, con muchos retrocesos, con muchos vaivenes, con muchos fracasos, con muchas desilusiones y esperanzas.

El terror y el temor a un Dios ilimitadamente vengativo estaban en la raíz de la organización de las primeras comunidades y ha llegado hasta nuestros días

La derecha anhela el resurgimiento de un nacionalismo en cierto modo romántico con el que volver a ilusionar a los pueblos con un futuro esplendoroso gracias a un pasado envidiable, una ilusión efímera que serviría para permitir una regresión democrática feroz y el enquistamiento en el poder de fuerzas políticas antidemocráticas. Fuimos una gran nación, un país fundamental en la conformación del mundo modernos, nuestras conquistas llegaron a los lugares más recónditos, nuestra cultura marcó el devenir de muchos países y nuestros héroes lo fueron más que los de otros competidores, afirman en redes sociales incansables, inasequibles al desaliento. Y es cierto que en el caso de España la Leyenda Negra urdida por Reino Unido, Holanda, Estados Unidos y Francia contribuyó de modo fehaciente a oscurecer, tergiversar y ocultar nuestro pasado, construyendo una falsa historia paralela que aún a día de hoy sigue estudiándose en esos países. No es menos verdad que nuestros jóvenes apenas saben nada de nuestro pasado, que los planes de estudio potencian de manera excluyente a las disciplinas más utilitaristas, dejando materias como la Historia en un territorio académico marginal, casi invisible, lo que indudablemente es un caldo de cultivo propicio para la proliferación de relatos historiográficos mentirosos, míticos y políticamente envenenados.

El conocimiento de nuestro pasado tendría que ser una de las bases del sistema educativo, no de un pasado escrito al dictado de quien preside una comunidad autónoma cualquiera, sino basado en los estudios científicos más aceptados por los especialistas, apartando de él cualquier contaminación perniciosa o mistificada. Sería ésta una cuestión fácil de corregir en un país democrático, sin embargo en el nuestro choca una y otra vez con la pervivencia de una derecha ultramontana que no ha roto lazos con la dictadura y pretende vender que la actual democracia no fue conquista de las luchas de los ciudadanos sino una continuación de la dictadura, que nuestro pasado arranca por lo menos de Viriato y sigue una línea ininterrumpida hasta llegar a Abascal y Feijóo como actuales mantenedores de las esencia de uno de los países más originales del mundo.

Ni la arquelogía ni la historiografía en general son inocentes, pero ambas tienen la obligación de alumbrarnos el pasado con la luz más diáfana y limpia

La reivindicación del pasado de un país no puede limitarse a los artículos de las revistas de las fiestas patronales, a los hallazgos arqueológicos de un periodo determinado o a la utilización espuria que de esa reivindicación hace la derecha. Si bien el conocimiento de todo el pasado de un país lo hace más fuerte, más sabio, tolerante y diverso, es indudable que en un estado democrático resulta esencial que todos tengamos unos conocimientos básicos sobre los hechos y las personas que hicieron posible que hoy, todavía, seamos uno de los países democráticos más avanzados pese a lo mucho que nos queda por andar y lo mucho por corregir. Es necesario que sepamos quien fue Hernán Cortés, con sus virtudes y sus defectos, quiénes los hermanos Valdés o Francisco Suárez, pero es fundamental que todos estemos enterados al acabar los estudios básicos de que en España hubo una dictadura criminal que subsistió a base asesinar, torturar y robar a cientos de miles de españoles, que esa dictadura significó un regreso de España a su pasado más negro alejándola durante décadas de lo que estaba sucediendo en los países más avanzados de Europa, que esa dictadura no fue desmantelada por completo como debería haber sucedido y que muchos de sus herederos siguen incrustados en los centros de poder político, económico, religioso y cultural, siendo conscientes de lo que supone entregar el destino de un país y sus habitantes a quienes apenas se distinguen de quienes habitaban en Guareña hace tres mil años.

Ni la arqueología ni la historiografía en general son inocentes, pero ambas tienen la obligación de alumbrarnos el pasado con la luz más diáfana y limpia. El tiempo pasado, el tiempo antiguo casi nunca fue mejor aunque nosotros, por la cortedad de la vida, muchas veces consideremos que la niñez o la juventud fue el segmento más feliz de nuestra existencia.

En tiempos antiguos