lunes. 29.04.2024
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Cuando tus maestros democráticos son Manuel Fraga, Romay Becaría o José Luis Baltar, cuando tu conocimientos sobre teoría política ignora las grandes aportaciones filosóficas nacidas desde la Ilustración, cuando tus referencias contemporáneas no van más allá de la defensa de las teorías neoliberales que tanto daño han causado a tantos, cuando es Isabel Díaz Ayuso quien representa el modelo a seguir sin saltarse un ápice las indicaciones de Miguel Ángel Rodríguez, es más que evidente que el mundo en el que te mueves es tan pequeño como la más pequeña de las bellas aldeas gallegas o alcarreñas. En mitad del caos y de las injusticias que ha ocasionado la globalización, un hombre que no es capaz de mirar más allá de sus entrañas y de las de quienes tienen a España como una colonia particular, de clase, como un botín de guerra conquistado a golpe de cañonazo, se dispone a gobernar España para volver a echarle el candado, para cerrarla bajo la protección del apóstol Santiago y su caballo blanco.

Ser ignorante no es algo que se pueda echar en cara a quienes no han tenido la oportunidad ni la facilidad ni el tiempo para evitarlo, pero cuando se ha tenido todo el tiempo del mundo, cuando se ha podido optar entre el conocimiento y la ignorancia, entre la generosidad y la mezquindad, entre la mentalidad abierta o la cerrazón, entonces es cuando surge el atrevimiento, la osadía y la mala educación propias de aquel que pudo ser otra cosa y se conformó con la nada, con ser un buen peón al servicio de quienes todo lo tienen y conciben más patria que la de sus propiedades y acciones. Entregar el gobierno de un país a personas de tal configuración humana no es que sea peligroso, es que significa renunciar voluntariamente a tener una nación justa, dialogante, cohesionada y benéfica, que es tanto como decir que se renuncia a la Patria.

Está más claro que nunca -lo vimos en el único debate a dos y en la entrevista de Silvia Intxaurrondo- que mentir de manera contumaz no se traduce en una pérdida masiva de votos como debiera ocurrir en una sociedad plenamente democrática y racional vacunada contra los excesos salidos de las vísceras, antes al contrario, mentir, crear barullo, emporcar el diálogo, inventar una tensión política que no existía, una enemistad social artificial, tiene una réditos políticos nada desdeñables, hasta tal extremo que hoy por hoy la mentira, la descalificación y el insulto pueden ser elementos suficientes por sí solos para llevar a un personaje mediocre a las más altas instancias de un país que se cree moderno y demostraría de ese modo que no lo es, que prefiere vivir con la cabeza metida en un agujero o escondido tras las cortinas de su propia casa.

Quienes conocen a Feijóo saben que se mueve bien en el barro, en el cieno, en las aguas pantanosas, en aquellos lugares donde la educación no es necesaria

Quienes conocen a Núñez Feijóo de su larga estancia en las instituciones gallegas saben que se mueve bien en el barro, en el cieno, en las aguas pantanosas, en aquellos lugares donde la educación no es necesaria porque no se considera al contrario como persona sino como intruso al que hay que sacar del territorio propio como si fuese la peor de las alimañas. Y, alimañas son todos aquellos que no piensan igual, que se salen de los pequeños márgenes intelectuales de quien se considera por derecho propio legítimo representante de la España eterna. Las apelaciones a Felipe Gónzález, a Corcuera, a Leguina, a aquellos antiguos dirigentes del PSOE que no quisieron darse cuenta de que su tiempo ya pasó, de esos políticos que sin disimulo alguno han traicionado a su partido para apoyar a opciones en extremo conservadoras, nos da una pista de lo que Feijóo considera como el ideal político español, un régimen que debiera incluir dos partidos que alternasen periódicamente en el poder como en la Restauracion de Cánovas del Castillo, uno el suyo, o sea PP-Vox, el otro compuesto liderado por Felipe González o cualquiera de sus aduladores.

Pedro Sánchez se crio en el Partido Socialista de Felipe González y Rodríguez Zapatero. Por razones de todos conocidas terminó conformando un gobierno de coalición con un partido a la izquierda del suyo, un gobierno que aún contando con la enemiga de buena parte de los poderes fácticos ha sabido afrontar crisis desconocidas, poner en marcha el aparato productivo paralizado, ampliar derechos e iniciar una moderada redistribución de la riqueza. Pedro Sánchez habría sido un líder apropiado para entrar dentro del juego bipartidista que desde Manuel Fraga siempre encantó al Partido Popular. Sin embargo, la estrategia del partido de Feijóo le obligó a probar otro camino, aprendiendo tal vez que, pese a las discusiones excesivas y los reproches a la luz del día, es mucho más fácil gobernar con quienes defienden algo parecido a lo que desde siempre fue el ideal del PSOE que hacerlo con quienes apenas se comparte nada.

Feijóo es hombre de eslóganes facilones, de confusión y ruido

Si algo ha caracterizado al Gobierno Sánchez en estos últimos cinco años ha sido su capacidad para enfrentarse a todos los retos con valentía y con educación. No he visto ni una sola vez al Sr. Sánchez insultar o gritar a nadie de la oposición pese a la gravedad de los momentos por los que hemos pasado y la obstrucción irresponsable. Había que inventar la palabra, el concepto, el saco al que echar todos los insultos y descalificaciones. Si en un primer momento ese saco llevaba el nombre de Pablo Iglesias, pronto se dieron cuenta de que había que disparar más alto. Surgió el Sanchismo para definir a un movimiento dentro del PSOE que no existe, pero que se toma corporeidad a base de repetirlo una y diez mil veces en todos los medios de comunicación. Feijóo es hombre de eslóganes facilones, de confusión y ruido. Los males de un país que marcha mejor que el resto de países de la Unión Europea, tenían un culpable: El sanchismo. Ya estaba todo resuelto. Del mismo modo que los judíos eran perseguidos por que los sacerdotes les achacaban el mal estado de las aguas o la peste, el sanchismo es el causante de que España haya empezado de nuevo a intentar ser un país europeo, moderno y puntero en la protección de derechos y libertades, algo que de ningún modo van a consentir quienes como Feijóo y sus jefes creen que España es suya o de nadie, antes muerta que con otro.

Feijóo, al igual que Ayuso en Madrid, quiere lograr que España vuelva a ser un verso perdido en la historia de Europa, una isla en la que se puedan destruir versos de Miguel Hernández de un memorial, prohibir obras de Virginia Wolf o aplaudir a quienes roban al Erario, es decir a todos, mientras sus dirigentes comparecen ante una prensa doméstica y sobornada que les ríe las gracias o alaba su gestión aunque haya sido calamitosa para el interés general. Esa España, la España de Feijóo en la del pasado, aquella de la que hablaba Joaquín Costa que había que encerrar en un cofre con siete candados. No es la España que merecemos y necesitamos.

La democracia según Feijóo