viernes. 26.04.2024
PP_campaña

Como cuenta el profesor Emilio La Parra en su magnífica biografía de Fernando VII, el rey felón regresó a España aclamado por un pueblo que creía que con él -después de la humillación que había supuesto la invasión francesa- llegaría un periodo de paz y prosperidad. Los franceses traían códigos modernos y algunas reformas, pero también mucho empeño en destruir y robar joyas del patrimonio artístico español y en matar. Sin duda, no fue la mejor manera de expandir los logros de la revolución, sino un proyecto personal de un hombre que terminó invistiéndose emperador a sí mismo. Preparada su vuelta como la del mesías por los medios de comunicación del tiempo, pasquines, soflamas patrióticas, periódicos de corta tirada, rumores, fueron muchos los voluntarios que al llegar la carroza real a su pueblo, desengancharon los caballos para tirar ellos mismos del carruaje de tan egregia familia.

Algo parecido contaba Indalecio Prieto cuando el pueblo de Madrid se echó a las calles para recibir a Alfonso XII. Entre la multitud enfervorizada había un individuo que se desgañitaba dando vivas al rey. Preguntado por un paisano a qué se debía tanto entusiasmo, el fervoroso, le contestó: “Esto no es nada para la que armamos cuando echamos a la puta de su madre”.

Todavía sorprende cómo el pueblo más culto de Europa, que era el alemán, pudo seguir masivamente las consignas y razones de un ser tan mediocre y ridículo como Adolfo Hitler

Si hay una cosa que tengo absolutamente clara es que a los pueblos se les puede manipular para que hagan esto y lo contrario. Todavía sorprende, por mucho que se estudie la cuestión, cómo el pueblo más culto de Europa, que era el alemán, pudo seguir masivamente las consignas y razones de un ser tan mediocre y ridículo como Adolfo Hitler. Lo mismo se podría decir de Franco, un individuo tan grotesco y antiestético como el otro carnicero, de capacidad intelectual menguada, acomplejado y gris hasta decir basta. Sí, influyó determinantemente la propaganda, la miseria, pero sobre todo dos factores: el miedo y la ignorancia histórica.

De nuevo, como es natural, estamos ante un periodo electoral que la derecha intenta mostrar como un plebiscito y en el que gracias a la hipérbole, la desmesura, el insulto y la falta de patriotismo de los ultras, apenas se ha hablado de los problemas que más acucian a los ciudadanos en ayuntamientos y comunidades, y sí mucho de ETA, organización criminal que no existe desde hace más de diez años, hecho por el que todos deberíamos sentirnos enormemente satisfechos. Si se une la inexistente amenaza etarra, a la ocupación masiva de casas, que tampoco existe, por granujas y perroflautas “patrocinados” por Securitas Direct, que está haciendo su agosto azuzando la inseguridad, a la incertidumbre de muchos y a la ignorancia fomentada desde las redes sociales que proporcionan a cada cual un guía espiritual y político según demanda, estamos ante un caldo de cultivo propenso al crecimiento de las opciones políticas más destructivas y menos democráticas, tendencia que no sólo aumenta en España sino que va a más en todo el planeta siguiendo la estrategia diseñada desde Estados Unidos por grupos como Qanon y otros próximos al trumpismo. Mensajes cortos, bulos, infundios, apelación a la patria amenazada, desprecio por lo público, sublimación de las tradiciones más folclóricas, incluso las más casposas y peripatéticas, exaltación del héroe, del hombre de verdad -que también puede ser una mujer-, y del prójimo como peligroso enemigo a batir, son las consignas que se están imponiendo en España y en un mundo que pone en duda los valores democráticos básicos y ensalza los del triunfador económico por el medio que sea, sin detenerse a considerar cuestiones baladís como la honradez, la ética, la desigualdad, la corrupción, los derechos humanos o la bondad, todo ello parte del repertorio “progre” y “buenista”.

Mensajes cortos, bulos, infundios, apelación a la patria amenazada, desprecio por lo público, sublimación de las tradiciones más folclóricas, incluso las más casposas y peripatéticas

En la Comunidad Valenciana y en el Reino de Madrid, los gobiernos de la derecha llevaron a la quiebra y a la desaparición a tres de las entidades financieras más fuertes de España, a saber, Caja Madrid, Bancaja y la Caja de Ahorros del Mediterráneo, a la que habría que añadir Caja Murcia en la comunidad del mismo nombre. Su política crediticia ligada al fomento de la especulación urbanística y a la voluntad de los dirigentes populares propiciaron que ambas comunidades se quedasen sin unas instituciones que habían servido para el desarrollo de las mismas. Habría bastado con eso para que el voto a las opciones políticas que dirigieron aquel desastre hubiese desaparecido o, por lo menos, menguado con generosidad. Si a eso añadimos que todos los presidentes de esas dos comunidades han sido acusados, imputados o procesados por corrupción, no habría mucho más que hablar.

No es así, sino todo lo contrario, la mala educación, las maneras chuscas, el tono desafiante y chulesco, el chanchullo y la arrogancia grosera parece que conectan mucho más con una parte amplia del electorado que ve en esas cualidades algo de su ser, del ser de su nación pisoteada por quienes no son así, elementos extraños al cuerpo nacional que intentan desbravarnos.

La mala educación, las maneras chuscas, el tono desafiante y chulesco, el chanchullo y la arrogancia grosera parece que conectan mucho más con una parte amplia del electorado

Desde hace unos años el Ayuntamiento y la Diputación de Alicante vienen sacando unos bonos para apoyar al comercio. Este año la cantidad ofertada es de unos veinte millones de euros. Se pueden comprar bonos hasta seiscientos euros, de los que las administraciones públicas pondrían trescientos y el ciudadano otro tanto. No hay ningún tipo de discriminación por ingresos ni por situación familiar, de modo que aquella persona que gane, es un decir, un millón de euros al año puede acceder a esa ganga que le permite comprar un jamón ibérico de buena calidad a mitad de precio. Es un insulto, sin más, pero que goza del apoyo de muchas personas, incluso de muchas que ni siquiera tienen posibilidad de acceder a ellos. La Comunidad de Madrid ofrece becas a personas que ganan más de cien mil euros y que está claro no las necesitan para nada. Es igual, a la mayoría del cuerpo electoral se la trae al pairo, sin pararse a pensar que si el número de becas es limitado y se le conceden también a los ricos que no las necesitan, evidentemente habrá menos dinero para quienes si las precisan. Es la política trumpista, un trumpismo basado sobre todo en la exhibición de la grosería, la descalificación y el infundio como principales instrumentos para conquistar el poder, mezclado con cierta dosis de calvinismo cínico y de darwinismo social que justifica que aquellos que más tienen son muy superiores a los que menos tienen, mensaje que ha sido perfectamente asimilado por miles de ciudadanos excluidos o que rozan la exclusión bombardeados durante décadas con mensajes que le hacen aceptar la corrupción como algo normal, la mala educación como un distintivo racial y la sumisión como parte del orden natural que no debe alterarse. Es el resultado de predicar masivamente el apoliticismo desde la política, de un sistema en el que cada vez es más difícil distinguir la verdad de la mentira y de la carencia de ideales comunitarios, de país.

¡Vivan las caenas!