sábado. 27.04.2024
ACNUR Indonesia
Foto: ACNUR Indonesia

Cómo era de esperar, ha aparecido una nueva variante denominada Ómicron y con ella ha llegado de nuevo el escándalo, en esta ocasión aún mayor que con su predecesora la variante Delta que tan solo demostró una mayor capacidad infecciosa, cuando sin embargo, a diferencia de entonces, nuestra tasa de vacunación es del noventa por ciento de la población adulta y por tanto al límite de alcanzar el control funcional de la pandemia reduciendo a la décima parte la mortalidad sufrida en noviembre del año pasado y a un tercio la incidencia de entonces. A raíz de la aparición de la nueva variante ésta se ha secuenciado y comunicado en un tiempo récord por parte de las autoridades sanitarias sudafricanas. En este caso, nada menos que con más de treinta mutaciones y la mitad de ellas en la espícula, con lo que también se nos ha hecho creer anticipadamente que la cantidad determinaba la calidad y por eso suponía una mayor transmisión y virulencia de la nueva variante. Sin embargo, la lógica consideración del mayor interés, de la preocupación y la vigilancia sobre esta variante, no tiene nada que ver con la reacción desmesurada, de verdadera infodemia de pánico, provocada por los medios de comunicación y por el desplome inicial de las bolsas de valores.

Poco ha importado que todavía no haya pasado el tiempo ni existan datos epidemiologicos mínimamente representativos sobre la variante que avalen tanta alarma, aunque tampoco el menosprecio porque los contados infectados conocidos hasta ahora en ambos continentes manifiesten solo síntomas leves o sean asintomáticos. Una vez más los países ricos hemos reaccionado con histeria y sobre todo con la obsesión del denominado escape vacunal, que para algunos funciona como estímulo a la vacunación y para otros como coartada para continuar con la escalada de la administración de nuevas dosis de vacunas en los países desarrollados. Así, inmediatamente de conocida la nueva variante, las compañías farmacéuticas productoras de las vacunas frente a la covid19 se han apresurado a anunciar la rápida adaptación de sus vacunas, si ello fuese necesario.

Por otra parte, la respuesta de los gobiernos de los países más desarrollados ha sido continuar, como si nada hubiera pasado, con el acaparamiento vacunal, obcecados en reforzar las dosis ya administradas a la mayoría de su población, priorizando la generalización de las terceras dosis y también la vacunación infantil en detrimento de la prioridad de generalizar una primera dosis cuanto antes a nivel global.

Los jóvenes africanos triplican el riesgo de morir frente a los jóvenes europeos

Todo ello, a pesar de que ha sido precisamente la escasa vacunación de buena parte de los países empobrecidos, y en particular en el continente africano, provocada por el acaparamiento de más del ochenta por ciento de las dosis por parte de los países ricos para la minoría de apenas dieciséis por ciento la población, la que ha provocado el incremento en la circulación del virus, donde apenas se supera el diez por ciento de inmunizados, junto a la alta prevalencia del SIDA en el continente africano y con ello del número de inmunodeprimidos. Ambos factores de intensidad y tiempo han podido servir de caldo de cultivo para las nuevas variantes como ómicron. De todas formas, los jóvenes africanos triplican el riesgo de morir de los jóvenes europeos. Un egoísmo que se revela sobre todo inhumano, pero también muy poco inteligente.

Por otra parte, parece que no ha servido de nada que con la denominación, según el alfabeto griego, de las nuevas variantes como ómicron no aparezca citada la republica Surafricana, que hasta hace bien poco parecía el país de origen, ya que el mercantilismo, el nacionalismo, junto al prejuicio y la desconfianza, continúan siendo algunas de las peores lacras de esta pandemia, lo han señalado con el dedo como oscuro objeto de las medidas de aislamiento y restricción de la movilidad.

En consecuencia, la respuesta casi inmediata de los países desarrollados con altos niveles de vacunación ha sido la suspensión de los vuelos y el cierre de fronteras, sin tener aún ningún dato que demuestre su mayor peligrosidad. Aunque sí sepamos que como en las variantes anteriores hace tiempo que la nueva variante ya estaba dentro de Europa, e incluso el Instituto holandés para la Salud y el Entorno (RIVM)  haya confirmado que fue precisamente aquí en Europa donde aparecieron los primeros casos seis días antes que en África. Seguimos pues, a estas alturas de pandemia, tan temerosos como ensimismados.

El mensaje implícito que late tras la adopción de tan drásticas medidas es que la detección, la agilidad y la responsabilidad de Sudáfrica en dar la información sobre la nueva variante no se premia, sino que muy al contrario se le castiga, y que se aplica además con una medida de escasa o nula utilidad, que por si fuera poco complica el necesario intercambio de información entre los investigadores. Otro efecto adverso del boomerang de la prepotencia y la desconfianza.

Se da la circunstancia además que hace más de un año Suráfrica junto con La India y otro buen número de países propusieron a la OMC la suspensión de las patentes de las vacunas frente a la covid19, para así permitir una distribución mayor y más equitativa de las vacunas en el mundo empobrecido. Sin embargo en sucesivas reuniones de la OMC, dicha propuesta se ha visto rechazada entre otras por la propia UE y en consecuencia relegada hasta la fecha, sin que la previsión de unos beneficios astronómicos de en torno sesenta mil millones de euros hayan acallado la voz de la codicia.

Tampoco lo comprometido en el programa covax de reparto de vacunas con los países empobrecidos se ha cumplido siquiera en un treinta por ciento, y con ello el objetivo de vacunar a un cuarenta por ciento de los habitantes de estos países al final de este año, parece hoy por hoy inalcanzable y no siquiera para mediados de 2021 como previeron recientemente el grupo de países del G7, así como tampoco se podrá alcanzar el control funcional de la enfermedad a nivel global antes de culminar el próximo año 2022, si antes no se adoptan medidas contundentes como la suspensión y democratización de las patentes y su producción, exploración y distribución.

En definitiva, desde el principio de la pandemia nos ha lastrado el exceso de confianza en nuestro desarrollo económico, en la técnica y en el alto nivel y la cobertura de nuestra sanidad. Como consecuencia de ello la pandemia, primero nos sorprendió, más tarde nos desbordó y ahora pone en cuestión nuestra humanidad. Porque el guión del parte de guerra de esta pandemia sobre que la pandemia no entiende de clases o la de que saldremos juntos y más fuertes, no solo no es cierto, sino que ha minimizado las desigualdades y los determinantes sociales dentro de nuestro país y de Europa, y por otra parte ha pervertido nuestras prioridades de salud global frente a la pandemia, como es la primera dosis para todos, empezando por los más frágiles y vulnerables.

Otra paradoja es que mientras reaccionamos con miedo ante la nueva variante, hemos suprimido el fondo covid y las CCAA se han apresurado a rescindir los contratos de refuerzo sanitario frente a la pandemia, pero el centro del debate es el pasaporte vacunal. Seguimos con el egoísmo, el nacionalismo vacunal y la autocomplacencia.

La peor variante es el egoísmo