sábado. 27.04.2024
Juan Espadas

Se atribuye al ínclito Pío Cabanillas Gallas, en un tiempo tremebundo para la UCD, la genial frase de “A veces la política se complica tanto que yo ya no sé si soy de los nuestros”.  Durante largo rato histórico de aplastantes mayorías parlamentarias socialistas la campaña electoral era simple y emotiva en la que la gente de las bases les decía a sus vecinos: ‘el domingo todo el mundo a votar a los nuestros. Y aquella consigna era sumamente legible por las mayorías sociales. El Partido Socialista andaluz era una edificación con una argamasa ideológica, ética y psicológica que se compadecía de forma sumaria con la mayoría sociológica de un pueblo meridional castigado históricamente por la pobreza, el caciquismo, la desigualdad maculada de falta absoluta de ética, los déficits democráticos y la barbarie elevada a género político-jurídico.

El declive del PSOE-A, el dejar de ser “los nuestros” para un segmento mayoritario de la ciudadanía del sur, junto a una disparatada división de la izquierda, en una pugna bufa contra sí misma, han conseguido que los aherrojadores históricos del pueblo andaluz vuelvan a gobernar el terruño meridional democráticamente. Ello representa que la política andaluza naufrague en el relato falsario de la posverdad derechista. Hay, como consecuencia, una grave responsabilidad en la izquierda, comenzando por el sanchismo andaluz, por esa realidad política tan precaria para las mayorías sociales del sur.

Era razonable que el estropicio susanista se hubiera superado regenerando el partido

El estropicio susanista era razonable que se hubiera superado regenerando el partido, sobre todo en Andalucía, abundando en el desmantelamiento de todo aquello que había bunkerizado Díaz para perpetuar su poder. Empero, el clientelismo, el neocaciquismo, el peronismo paleto, no solo han quedado intactos en su agrimensura más autoritaria de control orgánico sino que es un ecosistema donde el sanchismo y el susanismo se retroalimentan compartiendo la escudilla orgánica e institucional en un remake de la ley de hierro de las oligarquías. La abolición de la causa ideológica, la débil metafísica de la transversalidad, la frivolidad como esencia del acto político, la carencia de proyectos de transformación social y emancipadores, han convertido al PSOE-A en un espacio instrumental de un poder, poco o mucho, cuya gestión consiste en alimentar nominalismos y sus enramadas clientelares.

No hay mayor debilidad en una organización política de izquierdas que la ambigüedad ideológica, la ruptura neoliberal con la historia en virtud de una gestión contradictoria con la cosmovisión progresista de la sociedad. Juan Espadas siempre ha sido un técnico sin ser un técnico, colocado en muchos sitios simplemente para que no lo ocupara otro. Quizá sanchistas y susanistas son parte del mismo trabazón sistémico y por tanto en Andalucía, después de la derrota del susanismo, no ha habido ningún cambio significativo sino un nuevo reparto del poder con diferentes equilibrios pero igual paisanaje.  ‘Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para liberarse de su escoria aristocrática’, escribía Michels. Si retrocedemos diez años atrás veremos a los mismos personajes en diferentes avatares, pero dentro de la dinámica del poder orgánico o institucional; da lo mismo que sean vencedores o vencidos, la ley de hierro de las oligarquías coadyuva a que ganadores y perdedores no lo sean en ambas circunstancias del todo.

En estos contextos, la inadecuación del candidato Espadas, la ambigüedad programática, la precariedad estratégica, ha llevado a derrotas impensables hace unos años como es el caso de Sevilla o Dos Hermanas, el feudo del ilustre sanchista Toscano, y que, como consecuencia, demandan una profunda regeneración en el socialismo andaluz, que no ha de consistir, para que sea real y eficiente, en cubrir espacios de poder por susanistas o sanchistas, sino de abrir el partido al talento de la militancia e independientes que crean en un proyecto socialista transformador socialmente, al margen del clientelismo y la marrullería sin metafísica.

El final de los nuestros