viernes. 26.04.2024
Inmaculada Nieto candidata de Por Andalucía

Laocoonte advirtió a los troyanos sobre el famoso caballo de madera. ‘Desconfío de los griegos incluso cuando traen regalos’, les dijo. Y no se equivocó. La guerra no es lugar para dádivas, ni en política el ostracismo ideológico o la promiscuidad ética tienen alternativas honorables. Las pasadas elecciones presidenciales en Francia han sido un ejemplo fehaciente (hacedor de fe) de esa calígine de principios  que una socialdemocracia pragmática, desideologizada y pretendidamente transversal ha visto cómo la nación se le volvía ilegible demoscópicamente en un intento de acotar espacios que han resultado ser auténticas fantasmagorías por cuento la legibilidad no implica tan solo una relación entre una infinidad de narraciones en conflicto y una realidad extradircursiva, relación en la que se acaba imponiendo la narración que mejor “se adapte” a la realidad, sino que la relación es circular y autorreferencial: la narración predetermina nuestra percepción de la ‘realidad.’

Sin embargo, la sustantividad ya no se construye desde la ideología. Asistimos a la negación de lo político desde la posmoderna pospolítica, que no ya solo reprime lo político, intentando contenerlo, sino que con mayor eficacia lo excluye. En la pospolítica el conflicto entre las visiones ideológicas queda sustituido por la colaboración entre tecnócratas ilustrados, (economistas, expertos en opinión pública…). Es la formulación de un contexto donde solo la izquierda apostata ideológicamente ya que el conservadurismo económico, sociológico e incluso ético se reformula desde una realidad científica y no ideológica. Asumir el ostracismo ideológico conlleva, por lo tanto, tener que actuar en una realidad ajena sino, además, en una sustantividad que niega todo acto político de las fuerzas heterodoxas con respecto a la hegemonía cultural imperante.

Es la contradicción  de la socialdemocracia y el new labour su radical abandono de “las viejas divisiones ideológicas”, a menudo expresado con una conocida paráfrasis: ‘Poco importa si el gato es blanco o rojo, con tal de que cace ratones.’ Y todo ello  con la obsesiva pertinencia de prescindir de los prejuicios y aplicar las buenas ideas, vengan de donde vengan. Pero, ¿cuáles son esas buenas ideas? La respuesta es simple: las que funcionan.

Sin embargo, el auténtico acto político no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto de las relaciones existentes, sino precisamente aquello que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. Decir que las buenas ideas son las que funcionan significa aceptar de antemano la constelación (capitalismo neoliberal) que establece qué puede funcionar (por ejemplo, gastar dinero en educación o sanidad ‘no funciona’ porque entorpecen las condiciones del beneficio capitalista).

Todo esto puede resumirse recurriendo a la famosa definición de la política como el ‘arte de lo posible’: la verdadera política es justamente lo contrario: es el arte de lo imposible, cambia los parámetros de lo que se considera ‘posible’ en la constelación existente.

El itinerario para llegar a comprender como el PSF de obtener amplias mayorías y el gobierno de la República ha pasado a cosechar un raquítico uno por ciento de los votos en las últimas elecciones presidenciales solo hay que visualizar que bajo el mandato de Hollande; Macron, Mélenchon y Valls eran dirigentes socialistas que llegaron a formar parte de los gobiernos del partido del puño y la rosa.

Ha sido una dispersión primero ideológica y después física que ha dejado al votante socialista sin argumentos ni racionales ni sentimentales para votar al PSF. El resultado electoral de sesgo tan catastrófico es lo que  ha llevado al acercamiento de los socialistas al melenchonismo que ha mantenido la ideología de izquierda y el mejor resultado de las fuerzas de progreso al punto de estar a muy corta distancia del sorpasso a la señora Le Pen.

El propósito es recomponerse como una izquierda de ruptura para la reconstrucción y refundación de un proyecto por una República social, ecológica, democrática y laica.

La historia moderna y democrática de Andalucía la fundó el PSOE un 28 de febrero, mientras la derecha abogaba, como siempre, por constreñir su universalidad y los derechos de su ciudadanía. ‘Andaluz, este no es tu referéndum’, era el eslogan de la indignidad y el latrocinio histórico de una derecha para la cual el sur solo era un territorio para la explotación.

Se comentaba, y era cierto, que el Partido Socialista era el que más se parecía a los andaluces por la capilaridad ideológica y pocos tenían la suficiente imaginación como para ver a la derecha al frente de la Junta.  Sin embargo, como afirmó John W. Cooke, el mal de nuestra gente es que no se hace política de ideas y conducta, sino política de personas.  

El sentido común del sistema está vertebrado estructuralmente tan escorado a la derecha que los partidos de izquierda se han convertido en gestores funcionariales que se consideran de Estado y cuya ideología es escamoteada por vagos esguinces intelectuales de transversalidad o pragmatismo posmodernos –los grandes relatos han muerto- con el único consuelo para las clases populares de que los gobiernos de la derecha son mucho más dañinos social y políticamente.

En Francia la izquierda lo ha entendido: es el momento de la ideología. En Andalucía será necesario comprobar qué grado de sedimentación ha dejado el susanismo sin Susana.

La izquierda y las elecciones andaluzas: Macron, Melenchón o Le Pen