lunes. 29.04.2024
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La posmodernidad ha conquistado las meninges de amplios sectores de la ciudadanía con metafísicas elementales, simplificadoras muy goebbelianas en sus hechuras estructurales de eslogan zote e impostura, que han quebrado elementos ideológicos sustantivos en la lucha intelectual por la emancipación de la sociología más desfavorecida de la comunidad. La derogación como antiguallas de elementos tan esclarecedores en la manumisión de los sectores populares como la conciencia de clase o el sujeto histórico, para la acción política de los partidos progresistas, todo ello transmutado por la barahúnda esquizoide de las acciones transversales en una vida pública fundamentada en el gran engaño de que los intereses del dos por ciento de la población se erijan como los generales de la sociedad, ha dejado a las mayorías sociales expuestas a tener que vivir en la constante paradoja de actuar social y políticamente en contra de sí mismas.

La metafísica posmoderna con el final de las grandes narraciones, es decir, las ideologías emancipadoras y la desaparición de la historia –no es posible cambiar la historia si como tal no existe- ha supuesto un capitalismo cada vez más incompatible con la democracia, suplantada por patriotismos neofascistas excluyentes y beligerantes con la otredad. Ciudadanos a los que la dinámica del capitalismo posmoderno les arroja a la marginalidad, sin tener conciencia del origen de sus quebrantos sociales y económicos por ser propicios al consumo de mentiras, teorías conspirativas y resentimiento, posverdades que cunden cuando el horizonte es oscuro y nadie ofrece un modelo ideológico emancipador. La necesidad de cambio tiene como respuesta un dramático inmovilismo. No hay alternativa.

“Todos somos clase media” fue la fantasmagoría sociológica que inventó el franquismo

“Todos somos clase media”, esa fantasmagoría sociológica que inventó el franquismo y sobre la cual fiaba el sistema su continuidad, es cierto que no se puede dudar de su éxito, puesto que hasta el día de hoy la seguimos padeciendo junto a la secuela de las excrecencias del caudillaje nunca derogadas. Bill Bembach, un gurú de Madison Avenue, dijo: “Todos nosotros, los que utilizamos los medios de comunicación de masas, somos los que damos forma a la sociedad, podemos vulgarizar esta sociedad o brutalizarla”. La ecología política y social sedimentada por el régimen del 78 ha favorecido la confusión, la alienación, la vulgarización y la brutalización de una sociedad desigual en que las políticas sociales, el progreso económico, el bienestar de la mayoría no sirven de nada ante las imposturas de la derecha más retrógrada ampliada por los mass media de los grupos de comunicación afines al posfranquismo.

Derogar el sanchismo, como predica Feijóo, supone derogar las políticas que favorecen a la mayoría ciudadana en esa prestidigitación que convierte a los miembros de las clases populares en antagonistas de sí mismos. Todo los que beneficia a la mayoría perjudica a España, Sánchez o España, En este contexto, siempre se apela al sentido patriótico para trazar círculos caucasianos donde quedan fuera los inadaptados a los prejuicios ideológicos del conservadurismo. Es la espuria división de las dos Españas de fatigante largo trecho en el país: integrados y excluidos, a un lado y al otro de una nación concebida como propiedad de los intereses de las minorías influyentes. En el fondo, es la consecuencia de identificar España y la tradición española con los harapos de la decadente vida pública española caída en la miseria y en la hediondez y que, sin embargo, ha pretendido y pretende pasar por la genuina representación del alma española.

La Transición y el denominado consenso no sirvió para conciliar esa España dual propiciada por la derecha retardataria, sino para la transfiguración de lo que debía ser la representación de los excluidos y maltratados por el caudillaje; no se trataba en el fondo de que el régimen asumiera la voz de los que eran considerados la antiespaña, sino que los anatematizados como antipatriotas asumieran como propio todo el imaginario, la simbología, el sesgo psicológico de un sistema que destilaba la negación de ellos mismos como una gran fantasmagoría orteguiana. Porque como proclamaba Azaña, todo lo que nos une como españoles pasa por reconocer que cosas que han pasado por antiespañolas han sido, y son, en realidad españolísimas. Sin embargo, el régimen político vigente se fundamenta en esa asfixiante unanimidad que lo hace incompatible con el pluralismo cultural y político dentro de la unidad de soberanía del Estado.

El 23-J la derecha radical, la única existente en España, le pedirá a un gran número de ciudadanos que voten en contra de ellos mismos y muchos, sin conciencia de su propia realidad social, lo harán.

Partido Popular, Vox y el fantasma de Joseph Goebbels