lunes. 29.04.2024
Giovanni Infantino (FIFA), Letizia Ortiz y Luis Rubiales

El otro día me vine demasiado arriba marcándome una pseudo-crónica futbolística, hasta el punto que (sic a mí mismo, lo prefiero a meter un “de” ahí porque lo diga la RAE) todavía hoy no me encuentro en grado de enunciar aquello tan constitucional de “no volverá a ocurrir”. En realidad, veo muy poco fútbol desde que mi venerado tío Pedro lo dejara hace unos cuantos años harto de que sus equipos (no dudaba en lucir chaquetas a conveniencia) perdieran contra el único mío. Con todo, trato de absorber lo que puedo del extraordinario blog sobre análisis táctico de Juan Ramón Lara, quién aporta un complemento de encomiable profundidad al puñado de nociones precarias que me van quedando, a saber:

  • Quien arbitra el encuentro suele ayudar al Real Madrid (al menos al de hombres);
  • al recién retirado Joaquín nadie le ha dicho todavía que le ríen las gracias porque es multimillonario;
  • quien juega de guardameta puede tocar y retener la pelota con las manos dentro del área, siendo como el resto fuera de ella.

Y precisamente del dudoso arte de “tocar y retener” hablaremos hoy, más concretamente de la gestión política que se ha hecho tanto de la agresión de Luís Rubiales a una jugadora de la selección española absoluta de fútbol, como del comportamiento del susodicho durante la final del mundial. 

En una agresión sexual que es flagrante, el debate en torno al consentimiento juega en contra de la víctima al convertirse en un salvoconducto posible para el agresor

El primer punto a tener en cuenta es que la agresión logra eclipsar la victoria más importante del fútbol español al menos en la última década, si bien no lo hace de manera inmediata. Este último es también un aspecto importante, dado que pone de manifiesto que el escándalo sufre un proceso de cocinado mediático. Desde un principio hay que tener claro que en una agresión sexual que es flagrante, el debate en torno al consentimiento juega en contra de la víctima al convertirse en un salvoconducto posible para el agresor. Cuando hace unos días vimos a un delincuente tocar a una reportera en directo, desde el primer momento nadie cuestionó la definición de la situación como agresión, y, sobre todo, nadie, aunque la mujer no se hubiera defendido, se hubiera preguntado por un posible consentimiento por parte de la víctima. Porque, además, el consentimiento es particularmente viciable en una situación de trabajo (no olvidemos que la víctima se encontraba trabajando, representando a España, además): azafatas o camareras están acostumbradas a tener que sonreír a los tipos que las acosan a base de piropos, conversaciones banales o gracietas, durante el ejercicio de su trabajo; de ahí también el interés reglamentarista por definir la prostitución como un trabajo, el cual llevaría supuestamente implícito el consentimiento, por mucho que hombres que se dicen de izquierdas como Íñigo Errejón ventilen el asunto con un condescendiente envoltorio eufemístico, “me da mucho miedo cuando entramos en debates que hablan sobre los sujetos sin preguntar a los sujetos”, disparate que me negaré a analizar. Aquí defendemos sin ambages que una ley de libertad sexual no puede pivotar en torno al consentimiento, siendo el caso que ocupa primeras planas desde hace casi un mes un buen ejemplo de por qué. 

Como decía, la agresión de Rubiales no tiene un efecto inmediato. De hecho, las comentaristas de TVE retransmiten la escena entre panegíricos a las laudables disrupciones protocolarias de Letizia Ortiz y sólo mencionan al flamante expresidente de la Federación ya al final, limitándose a evocar como abrazo el magreo que éste propina a la capitana y última jugadora. 

Será, sin embargo, el medio machista Marca el que nos ofrecerá una visión panorámica de esas primeras horas en que se cuece el escándalo: casi en tiempo real, en su línea histórica de forzar paralelismos entre éxitos deportivos relevantes y el Real Madrid de hombres, publica la noticia y el vídeo con el jocoso titular “Rubiales repitió el beso de Casillas a Carbonero […]”, dando a entender quizá la existencia de una relación sentimental entre jugadora y dirigente que hubiera sin duda cambiado el devenir de los acontecimientos; en torno a las 18:39, esto es aproximadamente cinco horas después del partido, añade una nueva noticia en la que se tilda de “anécdota” el beso de Rubiales, citando a continuación la opinión al respecto tal y como la expresaba la jugadora, “eh, pero no me ha gustado”; pocos minutos después modifica la noticia original, añadiéndole también el término “anécdota”, “La anécdota de la celebración: Rubiales repite el beso de Iker a Sara […]”; a las 20:05, ya reconoce que “el beso de Rubiales […] desata la polémica”, al tiempo que elimina la valoración de “anécdota” de la entrada en la que se informaba de la expresión de la jugadora. 

Entretanto, la actuación de Rubiales pasa temporalmente a un segundo plano tras la comunicación por parte de la propia Federación del triste fallecimiento en las horas previas al encuentro del padre de la goleadora de final y semifinal, en unas horas malditas sobre todo para la ciudad de Sevilla en las que el luto se extiende hasta el barrio de San Diego, el cual quedará hueco en ausencia de ese rojo perseverante llamado Miguel Alonso. Como es sabido, la jugadora disputó el partido sin tener conocimiento de la noticia del fallecimiento de su padre, por lo que gran parte de la atención mediática se concentró en si participaría, como así fue, en la celebración en Madrid que tendría lugar el día siguiente.  

El éxito deportivo de Vilda es incuestionable. Y hay que decirlo claro: condenar a Jorge Vilda por hombre nos hace peores feministas

Pero antes siquiera de la celebración se desencadena el despropósito: aparecen nuevos vídeos del entonces todavía presidente de la Federación celebrando el gol en el palco de autoridades moviendo las caderas rítmicamente mientras sostiene con ambas manos sus genitales; Rubiales tiene tiempo de insultar en un programa de radio a quienes le han criticado por el beso, así como de desdecirse en un extraño vídeo en el que parece “exculpar” a la jugadora agredida, presentándola prácticamente como “colaboradora necesaria”; incluso Europa Press nos abochorna grabando y difundiendo un vídeo de la madre de la víctima en el portal de su casa en el que se niega hablar, expresando clara y nítidamente su deseo de no ser grabada, declaración que sí logra recoger la televisión pública, degradándose por cierto con ello. Acto seguido se precipitarán desordenadamente comunicados, declaraciones, anuncios, ceses y dimisiones, lo que dará lugar a una esperpéntica lucha de cada cual por capitalizar el escándalo o sobrevivir a él. 

Es de rigor recordar que, en septiembre de 2022, esto es al inicio de la preparación para la cita mundialista que tendría lugar menos de un año después, la Federación filtra un supuesto mensaje enviado individualmente por quince jugadoras (al mundial debían ir convocadas veintitrés) por el que renuncian a la selección si no se destituye al seleccionador, Jorge Vilda; en él, presuntamente, alegan falta de sintonía con el cuerpo técnico y poco rigor en los entrenamientos, deslizándose además problemas de “trato personal”, que desde luego pueden sonar a insinuaciones delicadas. Ante ello, el seleccionador comparece en rueda de prensa “dispuesto a contestar cualquier pregunta” y desafiando a cualquier jugadora a la que haya entrenado a lo largo de su carrera a denunciar todo trato que no haya sido exquisito. Las jugadoras, por su parte, a través de sus tres capitanas, comparecen también para aclarar que no han pedido el cese del seleccionador, denunciar la aparición de filtraciones falsas y rumores, reconocer un malestar general tras la Eurocopa 2022 (cayeron en cuartos de final) al creer que son capaces de aspirar a conseguir títulos importantes, y confirmar la promesa recibida de cambios que ayuden a reconducir la situación. Posteriormente, a través de un comunicado, confirman la mayoría de estos puntos y reprochan a la Federación haber tergiversado lo que era un mensaje privado, subrayando que no han renunciado a la selección. Lo cierto es que las reivindicaciones quedan sin aclarar más allá de estas generalidades y, con razón o sin ella, la preparación del mundial se inicia sin estas jugadoras (luego se repescará a tres). Es innegable que esta situación desestabiliza a un equipo por conformar en más del 50% de sus efectivos, lo que sólo puede servir para poner aún más en valor el triunfo final en el mundial. En este sentido, el éxito deportivo de Vilda (focalizo en él porque es el centro de las quejas) es incuestionable, y su destitución tras el mundial no da validez a dichas reivindicaciones, si es que existieron. Y hay que decirlo claro: condenar a Jorge Vilda por hombre nos hace peores feministas. 

La agresión sexual en la final del mundial no puede ser sino la lamentable consecuencia de un fracaso político: ¿cómo podía un tipo así llegar y mantenerse al frente de la Federación?

Por lo demás, quienes tienen responsabilidad política en todo esto no parecieron dudar en lanzarse al oportunismo, haciendo valer todo el ancho del dedo índice para solapar lo que sólo puede ser un rotundo fracaso y maquillar de paso incoherencias propias. Resulta descorazonador tener que explicar que un dirigente no tiene ese comportamiento en público (5,5 millones de personas sólo desde España) si éste no se encuentra normalizado (basta escuchar la entrevista que da a TalkTV): para ello, es necesaria una estructura sólida que actúe como garante de impunidad, estructura que no se cimenta en dos meriendas (cabe recordar que Rubiales accede a la presidencia en 2018, apenas un mes antes de la moción de censura a Rajoy), y que, además, evidencia por sí sola el carácter patriarcal de la institución, como demuestra el reforzamiento del liderazgo (¿recuerdan los aplausos masivos tras los “no voy a dimitir” de la asamblea?) a costa de un comportamiento censurable en cualquier otro ámbito que toma como objeto a una mujer. 

Como cualquier institución digna del Antiguo Régimen, la Federación atenta contra la democracia al articularse en torno a fidelidad y lealtad, gozando de una extraordinaria salud patriarcal, lo que bajo la presidencia de Rubiales quedó absolutamente remachado con escándalos como el de la fiesta en Salobreña de hace 10 meses: ésta, según el que fuera Jefe de Gabinete de la Federación (y tío paterno de Rubiales), se traviste inicialmente de reunión de trabajo aunque no se invite a las mujeres responsables de área, compareciendo en cambio “ocho o diez mujeres de 18 años” (me pregunto cómo se distingue a simple vista a una mujer de 18 años de una niña de 17), las cuales, siempre en palabras del tío, “eran lo que hoy en día se llama ‘chicas de imagen’ ”. Ahí al parecer no éramos tan feministas, como no lo éramos tampoco cuando decidió llevarse una competición nacional, la Supercopa de hombres (por cierto, en la Supercopa de mujeres de este mismo año son las propias futbolistas vencedoras las que se ponen a sí mismas las medallas), a Arabia Saudí, como es sabido un auténtico paraíso para las mujeres, especialmente para aquéllas que quieren ser futbolistas. Con estos precedentes, la agresión sexual en la final del mundial no puede ser sino la lamentable consecuencia de un fracaso político: ¿cómo podía un tipo así llegar y mantenerse al frente de la Federación?    

Poner el acento en la conducta individual, como hace el presidente Sánchez desde el principio, sólo vale para dejar intacta esa estructura de poder (tal y como denuncian las jugadoras en el comunicado de ayer mismo, 15 de septiembre). En este extraño país en el que un partido socialista es sostén radical de una institución monárquica de involuntaria vocación republicana, hay que andarse con cuidado al soltar que “no se puede aspirar a representar a España con actitudes que abochornan”, pues te pueden recordar que las siglas RFEF responden a Real Federación Española de Fútbol, donde “real” no significa precisamente “de verdad”. Concretamente a mí se me viene en mente uno, que vaya si aspira a representar a España, quien también se toca (simbólicamente, válgame el cielo) los genitales cuando se le pregunta si piensa dar explicaciones por deplorables comportamientos amparados por una obscena inmunidad, los cuales, a mí y tengo la impresión de que a más gente, también me abochornan. Cuando el ahínco con el que se señala a uno es directamente proporcional al blanqueamiento que se practica sobre el otro, tenemos un evidente problema de coherencia. Sacarlo a relucir no parece lo más inteligente.

De Yolanda Díaz se espera que conteste con rotundidad el ridículo mito liberal de que los futbolistas ganan lo que generan

Por su parte, Yolanda Díaz ha exigido la dimisión de Rubiales, subrayando, sin duda acertadamente, “la lección de feminismo” aportada por las jugadoras. El problema es que también ha subrayado, ya en calidad de ministra de Trabajo y Economía Social y hasta tres veces en la comparecencia tras la consulta en el marco de la investidura, la discriminación retributiva que sufren las futbolistas frente a sus compañeros de profesión hombres, lo que, viniendo de una comunista, suena a inquietantemente ambiguo. Porque estamos ante un tipo de discriminación retributiva que es particular, habida cuenta que hablamos de uno de los poquísimos casos en los que se tiene que tratar de aproximar el salario de los hombres al de las mujeres, y no al revés. El feminismo es piedra angular de la democracia, mientras que los indecentes salarios de los futbolistas atentan contra la misma, en tanto en cuanto suponen una concentración insostenible del poder: Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, Santi Mina, Sergi Enrich, Antonio Luna…, la lista es larga, son compañeros de profesión, pero también tienen en común la comisión de delitos que atentan contra mujeres, y que sólo se explican desde un sentimiento de impunidad que puede parecer popularmente refrendado, pues muchos siguen siendo objeto de veneración en los terrenos de juego. De Yolanda Díaz se espera que conteste con rotundidad el ridículo mito liberal de que los futbolistas ganan lo que generan, y que señale al fútbol como gigantesca actividad especulativa incompatible tanto con la democracia como con los valores del deporte. Que deje claro que se trata de pinchar esa burbuja y no de crear otra, valiéndose para ello de estas mujeres sobresalientes. En realidad no le faltan modelos, ahí tiene por ejemplo a Virginia Torrecilla, quien no puede decirlo más claro: “No, no queremos ser iguales que ellos, no nos comparéis con ellos porque no queremos eso. Lo único que queremos son derechos mínimos, los que tiene cualquier trabajador".

Finalmente, se agradece la contundencia de Belarra y Montero, aunque quizá se haya revestido de cierto triunfalismo tras la dimisión de Rubiales. Lo que ya es más complicado es articular esa contundencia por un beso con la protección de los puteros, que no son otra cosa que adalides de la violencia sexual contra las mujeres.

Por concluir, aunque la gestión política del escándalo no ha estado en mi opinión a la altura, sí podemos extraer algunas enseñanzas: ni se trata de que la víctima de violencia sexual tenga también que parecerlo, ni el feminismo puede ni debe vivir del golpe de efecto. Estas mujeres, con su ejemplo de resistencia y superación frente a una férrea estructura patriarcal y simplemente jugando al fútbol, se han revelado por sí mismas como sujeto del feminismo. 


Ramón González-Piñal Pacheco |  Sciences Po – Universidad de Estrasburgo

De ascuas y sardinas (y no sólo la de Rubiales)