lunes. 29.04.2024

No hace ni 20 días, igual lo recuerdan, la selección española de fútbol de mujeres se hacía con su primer mundial en categoría absoluta luego de derrotar a Inglaterra, lo que fue posible gracias al gol de la defensa lateral Olga Carmona en el minuto 29 de la primera parte, único de la contienda, y tras lograr aguantar los envites de la temible vigente campeona de Europa nada menos que hasta el minuto 105, esto es por encima de los 13 minutos de descuento dictados inicialmente por la árbitra estadounidense Tori Penso, quien con el tiempo más que cumplido autorizó, inexplicablemente, un córner en contra de España.

Uno de los numerosos privilegios de ser hombre es tener siempre algo que decir, encontrar un auditorio para ello y poder soltarlo con total solemnidad sin atender a réplicas de nadie, especialmente si éstas hubieran de provenir de mujeres. Este privilegio se hace más patente si la opinión versa sobre un “tema de mujeres” que ha captado la atención del pontífice en cuestión (tampoco es fácil que esto último suceda), pero llega a su culmen si se trata de mujeres inmiscuidas en una actividad que es considerada propia de hombres, como es el caso del fútbol: ahí el macho se siente interpelado y se revuelve no sólo ilustrando, también autorizando, certificando, homologando, pasando la mano por el lomo, abusando del condescendiente sí-pero, poniendo una mano en la cintura, llegado el caso validando contraprestaciones susceptibles de saldar la deuda por parte de la o las beneficiarias. 

Uno de los numerosos privilegios de ser hombre es tener siempre algo que decir, encontrar un auditorio para ello y poder soltarlo con total solemnidad

Privilegios estos, por cierto, contra los que no se puede legislar (¡qué mal entienden esto los partidos de izquierda!), dado que forman parte del entramado normativo, que no jurídico, que hombres y mujeres sostenemos y del que nos servimos, con la suerte muy mal repartida, para vivir en sociedad: los afirma el graciosillo que piropea a la mujer por la calle, dejándole claro que ocupa el espacio público de prestado y que lo mínimo que puede exigirle es que escoja la vestimenta para él, de forma que resalte los atributos objeto de su no muy sano deseo; aunque también pueden instrumentalizarlo puntualmente las mujeres, dándoles la vuelta para tratar de salir de un apuro (yo, que echo un rato en diferenciar un coche de un tractor, me he visto en más de una ocasión con un capó abierto buscando, a petición de una usuaria, la junta de la culata). 

El hecho de que no se puedan legislar de forma eficaz estos privilegios sólo significa que trascienden la igualdad jurídica. Y que trasciendan la igualdad jurídica sólo significa que el feminismo no puede conformarse con acceder a esta última (de hecho nuestra sociedad es jurídicamente bastante igualitaria). Porque cuando tratamos de situar este tipo de privilegios en un marco jurídico, automáticamente éstos quedan disueltos en la libertad individual: en efecto, legalmente, una mujer puede piropear a un hombre por la calle. El caso es que no lo hace, y, de querer hacerlo, rápidamente se daría cuenta de que carece de legitimidad para ello, lo que además no puede demostrar: por tanto, llevarlo finalmente a cabo supone, como mínimo, desafiar ese entramado normativo invisible y afrontar inciertas consecuencias. Desde luego, nadie es tan libre de hacer algo cuando se expone a consecuencias inciertas. Por eso, en determinadas manos, el comodín de la libertad individual se convierte en una trampa de la cual es difícil zafarse. No, las mujeres no se prostituyen o ponen sus vientres en alquiler fruto de una decisión libre. Nadie elige libremente dejarse explotar o vejar

Que trasciendan la igualdad jurídica sólo significa que el feminismo no puede conformarse con acceder a esta última

Congratulado, pues, de este privilegio de disponer siempre de la palabra y poder soltar un discurso en cualquier momento, me dispuse a disfrutar del partido con la mente puesta en no perder la gran oportunidad de cerrar la boca tras el pitido final. Sólo los patéticos acontecimientos desencadenados tras el partido, los cuales han logrado solapar mediáticamente la victoria, me han llevado a replantearme el silencio para tratar de poner en valor lo que pudimos aprender de estas 23 jugadoras y de su desafío a no pocos códigos. 

Como decía, me senté a ver el partido, hacía tiempo que no veía uno. En un principio, me centré en intentar responder a los interrogantes de mi niña, en edad preescolar y de rizos rebeldes, que se preguntaba cómo las jugadoras se las arreglaban para recogerse el pelo de forma que éste aguantara tanta carrera y encontronazo sin acabar cayendo sobre los ojos; por su parte, mi niño mayor, en edad preadolescente (si es que eso significa algo) y sin el menor interés por el fútbol, echaba de menos (para bien, eso espero al menos) los tatuajes en los brazos, las piernas y los cuellos de la mayoría de las futbolistas. Eso sí, mi mayor cercanía a otros deportes, aunque como practicante infame, me dio para admirar algunos universales de los juegos de equipo en los que se da el cuerpo a cuerpo, como la capacidad de crear espacios de Salma Paralluelo. Me maravilló también, como siempre me ha pasado desde que veía partidos de baloncesto de equipos españoles en Yugoslavia o Grecia que se decidían por tiros libres, el protocolo para mantener la calma, al menos para aparentarla, de Jenni Hermoso, en los momentos previos a un lanzamiento como el del penalti, en condiciones tan extremas: final de un mundial, bajo el rugir de 76.000 almas en un estadio olímpico de los de verdad, frente a la dramatúrgica guardameta inglesa, incomodada por las marrullerías de la número 2 rival, Lucy Bronze

Sin embargo, fue una jugada postrera que casi nadie recordará la que se convirtió en improvisada inspiración para el análisis: una carrera hasta la línea de fondo que se marcó en el minuto 92 la defensa lateral Ona Batlle y que culminó con un disparo certero que logró repeler la portera inglesa a córner. Cabe destacar que un campo de fútbol tiene en torno a 100 metros de largo, que Batlle venía de jugar todo el partido, y que juega en una de las posiciones, la de defensa lateral, que exige cubrir mayor recorrido (no he encontrado estadísticas al respecto -en fútbol de hombres suelen ofrecerlas- pero el dato podría estar en una decena de kilómetros por partido). La jugada, y todo lo que viene después, desafía la leyenda urbana de que las mujeres aguantan mucho menos que los hombres, que su físico es menos robusto, o que se esfuerzan menos. Y digo "todo lo que viene después" porque el partido se prolongaría todavía 13 minutos, y yo no vi a ninguna jugadora quejarse de un calambre, algo que es muy habitual a esas alturas de encuentro en fútbol de hombres. Por otro lado, tampoco las vi perdiendo tiempo.

La jugada de Ona Batlle desafía la leyenda urbana de que las mujeres aguantan mucho menos que los hombres

Lo cierto es que la ortopédica reflexión de Borrell (“Nuestras mujeres están aprendiendo a jugar al fútbol tan bien como los hombres”) lo puso a huevo, recordándonos que el patriarcado está también ahí para asentar mitos, en nuestra conectada sociedad actual incluso sostenidos por bulos, para así consolidar algunos desajustes “necesarios”. Estos mitos y bulos recaen sobre sus objetos constituyendo una pesada carga ideológica. Este partido que tanta gente vio nos da pie a desmentir algunos de los más importantes en torno a las diferencias entre hombres y mujeres: 

- No existe tanta diferencia de fuerza o flexibilidad entre sexos, sino más bien sufrimos una socialización orientada a ampliarla y sobrevalorarla que encuentra canales para su puesta en práctica (salas de musculación para ellos, gimnasia rítmica para ellas) que un capitalismo avanzado traduce muy eficazmente en servicios: una sociedad más consumista que otra tenderá a acentuar más esas diferencias, al tiempo que, quienes más consumen, más logran distinguirse a costa de acentuar esas diferencias; 

- No existe tanta diferencia física, sobre todo de altura, sino que hombres y mujeres somos entrenados primeramente en la heterosexualidad obligatoria, aprendiendo luego a sentir atracción (así, como suena), respectivamente, por mujeres más bajas y hombres más altos, lo que se acaba consolidando en representaciones ideologizadas de las parejas, que son las que nos crean la falsa certeza de que los hombres son mucho más grandes que las mujeres (busquen imágenes de jugadores de baloncesto con sus parejas y compárenlas con las parejas de mujeres altas heterosexuales que conozcan: no daba la impresión de que a Tony Parker le causaran problemas los 155 cm. de estatura de Eva Longoria, en cambio una mujer de 180 lo tendrá más difícil para fijarse en un hombre de 165); 

- Las niñas no son más maduras que los niños, sino que sobre los hombres recae la responsabilidad económica de la unidad familiar para que sobre las mujeres pueda recaer la doméstica, para lo cual aquéllos tienen que acceder antes que éstas a un espacio público en el que batirse por trabajo, dinero o prestigio, espacio público al que llegan curtidos por la práctica de actividades como el fútbol, por las que asimilan también su derecho a acaparar los espacios (los campos de deporte concebidos para niños en las escuelas ocupan infinitamente más espacio que aquellos dedicados a las niñas, si los hubiera, por mucho que las mujeres gocen jurídicamente de la libertad de jugar al fútbol); 

- Por terminar con un bulo que nos traiga de vuelta al tema que nos ocupa, porque la lista sería interminable, el Athletic de mujeres de categoría absoluta no perdió 6 a 0 contra el cadete de hombres (aunque, de haber sido cierto, nada hubiera cambiado: tanto a quién emite el bulo como a quién lo consume les da igual que sea desvelado, el único objeto es entorpecer el acceso al debate público, por eso la mejor forma de neutralizar el desmentido de un bulo es inventarse otro). 

Los mitos, como en otro sentido las tradiciones, blindan la desigualdad: jamás verán a alguien denunciar la desigualdad a la luz de un mito

Todo esto puede parecer anecdótico pero tiene mucho de ideológico: 

- Por un lado, el pensamiento mítico es propio de sociedades incapaces siquiera de conceptualizar el principio de igualdad: no se puede, pues, pensar la igualdad a través de él. Por eso, los mitos, como en otro sentido las tradiciones, blindan la desigualdad: jamás verán a alguien denunciar la desigualdad a la luz de un mito, de igual modo que nadie apelará a la tradición para señalar una injusticia, mientras la operación contraria sí es habitual. En definitiva, el mito o la tradición buscan devolvernos a lógicas obsoletas que no dan lugar a insertar la igualdad; 

- Por su parte, el bulo es, por naturaleza, antidemocrático, dado que es ideado para impedir el debate público sobre una cuestión relevante: implica, por tanto, la voluntad de sabotear ese debate para dejar las cosas como están. Por ello, como mínimo en ese sentido, Vox, como principal fabricante de bulos, es un partido antidemocrático: técnicamente no niegan la desigualdad (aunque puedan decir lo contrario), lo que niegan es la pertinencia de llevarla al debate. Mientras que los embustes del liberal Feijóo lo sitúan en esa órbita. Desde esta óptica, yo puedo, por ejemplo, decir que el PP es el partido más corrupto de Europa, y sería un enunciado del todo democrático: no sólo porque la corrupción sea mensurable de diversas formas que son válidas, sino porque ese enunciado es perfectamente refutable (por ejemplo, midiendo la corrupción de acuerdo a otro procedimiento). Sin embargo, los bulos que fabrica y difunde el tal Alvise Pérez no pueden ser contraargumentados, sólo negados. Por eso, personajes de esa calaña deben ser considerados, llanamente, terroristas de la democracia. 

No queríamos concluir esta involuntaria crónica del partido, con el que la selección española se proclamó campeona del mundo, sin subrayar la nada original insistencia del realizador (doy por sentado que se trataba de un hombre) por mostrar primeros planos de la llamativa Rachel Daly cuando ya se encontraba en el banquillo, tras ser sustituida en el descanso. Tengo la impresión de que con Alisson Becker, que no sé quién es pero está primero en la lista de futbolistas guapos de Okdiario, y además se me da un aire a Espinosa de los Monteros, no se hubiera procedido de la misma forma. Tampoco sabría decir si por una cosa o por la otra. 


Ramón González-Piñal Pacheco | Sciences Po – Universidad de Estrasburgo

Lo que nos enseñaron de democracia las campeonas del mundo