jueves. 02.05.2024
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Santiago Abascal, en la manifestación frente a la sede del PSOE en Madrid.

Imagínense que el gobierno de Pedro Sánchez fuera tan bolivariano como dice la derecha.

Imagínense que la Fiscalía hubiera acusado a Santiago Abascal de promover, e incitar, los tumultos de estos días ante la sede del PSOE y el Congreso de los Diputados. Ya saben, el “marchemos todos y yo el primero a Ferraz”. 

Imagínense que Abascal, sin esperar a que el Tribunal Supremo dijera nada, se hubiera trasladado a Hungría, por ejemplo, en el maletero de un coche, que, en su caso, sería un Hummer con colores de camuflaje.

Imagínense que, además de los treinta y nueve heridos que hubo, una ambulancia no hubiera podido pasar por la calle Ferraz y, eso, hubiera provocado la muerte de un enfermo del corazón por no llegar a tiempo a una clínica.

Imagínense, aunque parezca muy difícil hacerlo, que el juez García Castellón, imputara a Abascal por su presunta relación con esa muerte.

Imagínense, pues, que Abascal se convirtiera en prófugo de la justicia española y huésped ilustre de su amigo el señor Orbán.

Imagínense que, en una investidura del señor Feijóo, le hicieran falta los votos de VOX, para conseguir los cuales, Abascal le pidiera una amnistía adecuada a su situación.

Imagínense que no hubiera ninguna otra forma de acabar con el sanchismo, es decir, el bolivarianismo imperante.

Pues tendríamos, en ese caso, a una parte de España pidiendo amnistía y, a otra, manifestándose en contra. Como ahora, pero al revés. Ya me entienden.

Y, es que, el ser social determina la conciencia, el fin justifica los medios, hay que hacer de la necesidad virtud, gato negro, gato blanco lo importante es que cace ratones, la Moncloa bien vale una amnistía o cualquier otra frase hecha que justifique el que, cuando la necesidad aprieta, sálvese el que pueda. Y, además, todo por la patria.

Y, es que, eso de la amnistía depende. Por supuesto, de que cumpla los requisitos legales de cada momento, cosa imprescindible en un estado de derecho, de esos donde el cumplimiento de las normas está encomendado a los tribunales en las salas de justicia y no a los tertulianos en los platós de televisión, a los políticos en los atriles de las salas de prensa ni, muchísimo menos, a las hordas en la calle.

Una amnistía depende del Gobierno y del Parlamento, y cuando ambos están legítimamente elegidos la amnistía es legítima y legal, hasta que se demuestre lo contrario

Pero, también, y con esa condición anterior, una amnistía depende del Gobierno y, en última instancia, del Parlamento y, cuando ambos están legítimamente elegidos, Constitución mediante, la amnistía es legítima, y legal, hasta que se demuestre lo contrario. Por eso, si se aprueba una ley de amnistía para cualquiera, se llamen Puigdemont o Abascal, se publicará inmediatamente en el BOE y será aplicable desde eso que se llama el minuto cero. Y, a los contrarios a la misma, sean quienes sean, solo les quedará el recurso de la crítica en los medios, el reproche en la barra del bar o en la cena de cuñados, o el rigor de los antidisturbios en la calle.

Hasta el Tribunal Supremo, en 1993, se mostró favorable a indultar a Antonio Tejero, el autor de aquel famoso “Todos al suelo” dirigido a los diputados en sede parlamentaria. Y, eso, a pesar de que no había mostrado arrepentimiento ninguno. Quizás consideraron que se había hecho merecedor de ese perdón cuando mandó parar la ensalada de tiros que ya se había organizado con una frase parecida a “A ver si me vais a dar a mí”.

Pues, si tan alto tribunal es capaz de pensar así para un golpista de los de verdad, ¿cómo no vamos a ser indulgentes con golpistas asimilados? Al fin y al cabo, solo se indulta a delincuentes y solo se amnistían delitos.

Ahora que, efectivamente, depende de a quién y qué delitos. Por eso, ambas figuras, indultos y amnistías, son decisiones políticas. Pedro Sánchez está dispuesto a amnistiar a Puigdemont y Núñez Feijóo, no lo duden, estaría dispuesto a hacerlo con Abascal, si le hiciera falta. Y, si no, que se lo pregunten a Fernández Mañueco, a Mazón, a López Miras o a Guardiola (la extremeña, no el del City).

Como diría León Felipe, que no nos cuenten rollos.

Amnistía para Abascal