lunes. 29.04.2024

España es un país donde la amnistía ha sido frecuentemente utilizada en nuestra historia para saldar temporalmente sus tragedias internas plenas de contiendas civiles sangrientas. Lo fue para la “pacificación” tras las guerras favor de la restauración isabelina contra el carlismo, después de una guerra civil que duró siete años (1833-1840) y cuyas consecuencias al igual que la del siglo XX (1936-1939) aún nos arrastran. 

Tal vez con una diferencia sustancial, que se reflejan en la carta de Marqués de Miraflores* de 28 de abril de 1839 dirigida al entonces Conde de Luchana, que no era otro que el General Espartero (jefe de las tropas leales a regente de la reina Isabel II), en la que le propone, “para reconstruir la sociedad en base a la legislación vigente”, una acción que “debe ser superior a las pasiones”, centrada en un “Plan de Pacificación” porque el “cansancio público y los deseos de paz, reclaman un sistema de unión y reconstrucción”. Tal vez por eso y desde entonces la Amnistía es una calle de Madrid cercana y paralela a la Plaza de Isabel II y transversal a la calle de la Unión. No puede ser casualidad y es toda una metáfora para la actualidad política española.

Porque aquel plan proponía nada menos -con los muertos aún calientes en las trincheras de aquella contienda- dos medidas singulares (entre varias), pidiendo “a los hombres honrados y buenos ciudadanos de todas las carreras y de todas las opiniones para que se entiendan y se acerquen sacrificando todas las pasiones e intereses personales ante las aras de la patria”. 

España es un país donde la amnistía ha sido frecuentemente utilizada en nuestra historia para saldar temporalmente sus tragedias internas

Esas dos medidas singulares eran, por un lado, una Amnistía General por delitos políticos de 1834 a 1839 y, por otro, el mantenimiento de rango, empleo y sueldo a los sublevados carlistas incorporándolos a un solo ejército nacional. De haberse saldado nuestra última guerra civil con tales presupuestos algunos que otros males posteriores, que llegan hasta hoy, se nos hubiesen ahorrado, de haberse atendido el postrer llamamiento de Don Manuel Azaña “Paz, Piedad y Perdón” que fue brutalmente rechazado, sumiendo al país, tras la guerra, en un baño de sangre. 

Después de dos siglos, la amnistía, es de nuevo el tema actual en la agenda política, ya que desde hace meses (tras el batacazo electoral de la derecha, apenas mal disimulado entre la frustración y la rabia) es lo que agita un debate enconado de estos momentos: La promulgación de una amnistía como medida de gracia con el objetivo declarado de superar las consecuencias de la acciones ilegales y anticonstitucionales promovidas por el gobierno de la Generalitat, con su presidente de entonces a la cabeza. 

La Amnistía, un día sí y un día también, se ha convertido en el único argumento que legitimaba a la derecha para obtener el gobierno del país, en la esperanza de unas elecciones anticipadas

Todos sabemos que provocó una respuesta del estado, gobernado por el PP (apoyada también por el PSOE), mediante la aplicación del art 155 de la Constitución y la posterior actuación judicial penal para la condena de tales delitos. Empecemos pues por la realidad de las cosas para evitar todo eufemismo. Porque la superación de un problema comienza por un relato veraz de los hechos y no por los artificios jurídico-políticos pactados para las resoluciones de los conflictos generados por los primeros. Leído el texto de la Ley de Amnistía que se propone es lo que me parece.

Claro que nadie duda de que los resultados del 23-J son el origen posterior de todas las actuaciones de los partidos que concurrieron a las urnas. Una campaña electoral donde este tema estuvo implícito, e incluso explicito, por la derecha en las opciones que sometieron a los electores. Desde entonces, la Amnistía, un día sí y un día también, se ha convertido en el único argumento que legitimaba a la derecha para obtener el gobierno del país, en la esperanza de unas elecciones anticipadas que ha propugnado cada minuto. Convirtiendo con ello un complejo problema en slogan partidario. Y así les ha ido.

¿Pero solo la derecha entonó el cantico político-gregoriano contra la amnistía como mediada que repugnaba a la Constitución y a la convivencia de todos los españoles? No sería justo eso. No pocas voces, incluso tan respetadas y respetables como algunos dirigentes históricos del partido socialista, clamaron contra una medida que se hallaba ya encima de la mesa y en todos los mentideros. Y más allá de “boutades”, de alguno que otro exlíder y excargo institucional de izquierda, hubo y hay preocupación sobre aspectos de esa acción política que pueden considerarse más que razonables y que sin duda se pueden compartir. 

Pero en el ámbito de las decisiones (políticas y de las otras) no se opta entre lo bueno y lo malo, que ya en sí mismo no es una decisión por su fácil resolución. Sino entre opciones complejas que llevan aparejados pros y contras. Gobernar no es otra cosa que tomar partido por una de ellas con el consiguiente riesgo de error. Que la democracia enmienda siempre en las urnas cada cuatro años. Tiempo al que no parecen dispuestos a aceptar algunos de los que de forma insistente en nuestra historia la han vulnerado, también con la violencia verbal al que acostumbran.

A mí me repugnó infinitamente y muchísimo más la amnistía, al inicio de aquel periodo, que se otorgó a los genocidas de nuestra dictadura

De manera que ante una decisión compleja los socialistas se enfrentan a no pocas disyuntivas en su consulta interna del 4 de noviembre. Entre la realidad de lo que sucedió y la opción para superarla. Me repugna la amnistía a unos delincuentes como el que más, y me parece un precio difícil de aceptar a los que pusieron en jaque nuestra estabilidad democrática, la convivencia civil, dividiendo a la sociedad catalana y española, y provocando la irrupción de la ultraderecha en nuestras instituciones. Establecido esto, el problema son las alternativas a esta situación deplorable y no su constatación.

Porque, aunque no quiera oírse -ni siquiera por algunos “padres de la patria” de la restauración democrática en la transición con bastante mala memoria-, a mí me repugnó infinitamente y muchísimo más la amnistía, al inicio de aquel periodo, que se otorgó a los genocidas de nuestra dictadura. A los asesinos fascistas de García Lorca y de decenas de miles de españoles aún en cunetas. A los golpistas contra la Constitución Democrática, contando para ello con la ayuda de potencias fascistas extranjeras y con mercenarios magrebíes. A los expoliadores de bienes y patrimonios. A los que sumieron al pueblo de hambre y miseria hasta recuperar el PIB (ese tan amado) de 1936 en 1961. A los torturadores de la brigada político-social con Gelabert, Billy el Niño y Conesa a la cabeza. Claro, ninguno de ellos era delincuente, ni asesino, ni terrorista de estado, ni golpista, ni expoliador, ni estraperlista, ni sádico torturador. Era, por supuesto, un “placer” pactar con parte de ellos la amnistía del 78. Qué ironía de la historia. Lo cierto es que fue un sapo enorme que se tragaron los demócratas y yo con ellos.

Porque sí sé quiénes somos y los valores que defendimos y compartimos con muchas gentes de izquierda en España. Aquellos que haciendo de tripas corazón apostamos por la reconciliación nacional. Por pasar una página cruel de nuestra historia. Por acabar con la mentira equidistante de que había "dos bandos", en el lenguaje de la rebelión militar y de la dictadura. "Bando rojo" y "Bando nacional". Vaya hombre. Desde el principio la nación y la bandera como trofeo de guerra en propiedad. Claro, quedaba mucho peor plantear la disyuntiva real entre la democracia constitucional de una república y el bando rebelde golpista que la masacró. Que ese sí que llevaba armas a tutiplén y financiación ilegal extranjera. Pues todo eso lo tragamos, no sin dificultad, los demócratas por recuperar no solo la democracia sino también la convivencia nacional. Y yo soy uno de muchos que se sienten honrados por ello.

La Amnistía y la Unión: Que esplendido nombre para dos calles madrileñas tan convergentes que se unen en un vértice democrático, pero real

Porque se sabe perfectamente quiénes son los nuestros y sus valores. Son los que pusieron generosamente sus años de exilio y prisión por la libertad de todos. También, al final, los que dieron su vida en la calle de Atocha, en Gran Vía y en otras calles madrileñas y españolas, como Arturo Ruiz, o Marilúz Nájera, durante la transición (esa tan pacífica), por una España mejor. Todo ese sacrificio fue por disfrutar de una nueva vida democrática. Eran gentes que gritaban en calles. Libertad. Amnistía y Estatutos de Autonomía. Eran comunistas de todas las tendencias. Eran socialistas de todas las sensibilidades. Eran demócratas, republicanos y progresistas de todas las opciones. Todos frente a la España negra del "bando nacional". La Amnistía y la Unión: Que esplendido nombre para dos calles madrileñas tan convergentes que se unen en un vértice democrático, pero real.

Porque todos ellos son los que aceptaron el perdón a la bestia salvaje de la dictadura. Por la superación de un conflicto, pero también porque no teníamos la fuerza suficiente para producir la ruptura de aquel régimen imponiendo un cambio más profundo y sin duda necesario. Y por ello, también, aceptaron la reforma política del -entonces denostado a derecha e izquierda- presidente Suarez. Con bandera y sucesión monárquica de la jefatura del estado. Para garantizar además la paz y la concordia nacional, el reencuentro y la reconciliación que propugno la izquierda desde 1959. Como lo hizo el marqués de Miraflores 120 años antes.

Sí. Todos nosotros y toda la izquierda solvente lo hizo. Hay quien entonces nos llamó también traidores y monárquicos. Que cosas. Y ahora algunos nos dicen que una medida de gracia para pactar una solución a un tema territorial recurrente durante dos siglos es el acabose de la traición a España y a la Constitución democrática que protege a todos los españoles sus derechos. Podrían empezar por respetar sus diferentes opiniones y opciones políticas en lugar de imponer su particular idea de España o de la democracia.

No sé si la amnistía que se propone ahora es o no esa solución definitiva a un problema tan secular. Hasta ahí llego y comprendo las incertidumbres que genera. También hasta ahí las asumo. Y el que no tenga dudas que dé un paso al frente. Yo no. Pero si todo lo que nos tiene que ofrecer la derecha de este país. Una derecha que jamás ha pedido perdón, por sus felonías y traiciones históricamente demostradas, es el argumentario que les leemos cada día, en sus variadas versiones y medios, habrá quien lo compre... Lo siento, pero yo no.

Tal vez, porque se lo que implica y se quiénes son los nuestros. (quiero suponer que todos los demócratas de izquierda que se enfrentan a este dilema), que al menos algunos resolvemos votando a favor de la formación de un gobierno progresista; consciente de que lleva en la mochila esta medida y tragando otro sapo por lo que supongo un beneficio mayor. Porque la amnistía es también una calle de Madrid para llegar al exterior de su antigua, y hoy imaginaria, muralla de nuestras tragedias patrias. Tal vez sea una opción para derribarla. Quiero creerlo.


  • El Marqués de Miraflores y Conde de Villapaterna fue un político liberal exiliado durante el absolutismo de Fernando VII y después nombrado ministro plenipotenciario y ministro de Estado tras la restauración de Isabel II. Los textos están extraídos de sus memorias publicadas en 1843 en dos tomos de cuya única impresión dispongo (Imprenta Viuda de Calero, Madrid)

La Amnistía es una calle de Madrid