martes. 19.03.2024
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Manifestación del PP contra los indultos del procés en la madrileña Plaza de Colón. En primer plano, el alcalde, José Luis Martínez Almeida, Pablo Casado e Isabel Díaz-Ayuso.

Según el personaje Roger Verbal, interpretado por Kevin Spacey, en la película icónica de Bryan Singer “Sospechosos habituales”, el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existía. El mejor truco de la derecha española ha sido convencer a la sociedad de que Franco fue un dictador benévolo, que salvó a España del yugo marxista y trajo a los españoles paz y prosperidad. A su muerte, cuarenta años después, todos los torturadores y criminales que le habían apoyado y mantenido en el poder se han convertido, milagrosamente, en demócratas, neoliberales y defensores de la libertad.

Construir una democracia sobre la base de unas instituciones que fueron el apoyo y sustento de una dictadura criminal no deja de ser una paradoja, un absurdo y una especie de oxímoron. Cuando alguien defiende sus intereses y privilegios espurios no puede ir a cara descubierta y tiene que buscarse un disfraz que oculte la verdad. La derecha española raramente aparece con su verdadero rostro.

Como ocurre en la película de Stanley Kubrick “¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú” el Doctor Strangelove (Peter Sellers) ha pasado de ser un científico nazi a convertirse en un ferviente demócrata liberal estadounidense. Eso sí, de vez en cuando y con movimientos espasmódicos se le levanta el brazo con el saludo fascista. Igual les pasa a la Presidenta de la Comunidad Isabel Díaz Ayuso, y al Alcalde de Madrid José Luís Martínez-Almeida, que esporádicamente tienen sus querencias fascistas y se sienten orgullosos de esa ideología. No lo pueden evitar, son rehenes de su ideología franquista que indisimuladamente practican a diario.

No es nada extraño que los franquistas o fascistas a la española sigan predominando mayoritariamente en las Instituciones del Estado y en una gran parte de la sociedad, al fin y al cabo han sido cuarenta años de dictadura y no ha habido un reconocimiento explícito y rotundo de los crímenes del franquismo. El fascismo y el nazismo, son en muchos aspectos heterogéneos y adquieren diversos comportamientos, que no siempre son del todo coincidentes. Por ejemplo Ernest Röhm, lugarteniente de Hitler, era homosexual y dirigió los grupos de asalto de las SA, organización paramilitar nazi, y fue asesinado por sus propios correligionarios nazis. Josef Hans Lazar era un judío pro nazi que controló parte de la propaganda del Tercer Reich en España. En 1970 compartí algunos días de cárcel con un militante del Frente Sindical Revolucionario –FSR- que era un grupo falangista seguidor de Manuel Hedilla Larrrey, considerado sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la Falange y que tuvo sus más y sus menos con el Dictador.

El fascismo es en su aspecto más primario “la ley del embudo”, lo ancho para ellos y lo estrecho para los demás, es sentirse superior por pertenecer a un grupo concreto, es la falta de empatía con los demás. Su impunidad es otra de sus señas de identidad. Jurídicamente es condenable la apología del terrorismo pero no lo es la apología del franquismo aunque éste haya causado más muertos y dolor.

Desde la progresía reinsertada en derecha equidistante o viceversa, que suelen coincidir en muchas de sus manifestaciones, se quiere reducir de una forma intencionada que fascista solamente es aquel que desde por la mañana hasta por la noche lleva camisa azul, cinturón flechado, porta una bandera con el aguilucho y está cantando continuamente el Cara el Sol con el brazo levantado. Toda esa parafernalia no es la que define al fascista. No todos son antipáticos y desagradables, los hay apacibles en el trato. La mayoría se definen en la actualidad como neoliberales y todos ellos tienen como fin mantener sus “históricos” privilegios en la sociedad.

El Presidente de la Fundación Francisco Franco lo tiene claro, cuando en un debate en la televisión manifestó que la diferencia entre Hitler y Franco es que este último había ganado la guerra. En el haber del Dictador hay que valorar que durante cuarenta años se dedicó a exterminar a la disidencia en el interior de España, y que además contó con la complicidad y el silencio de la mayoría de los “gobiernos occidentales”. Franco podría hacer suya la frase que se le atribuye al General Narváez cuando, antes de morir en cristiana confesión, el cura le preguntó si perdonaba a sus enemigos y con el desparpajo de todo un general le contestó “que no los tenía porque a todos los había fusilado”.     

benito batresTodavía recuerdo aquel pequeño despacho de la Dirección General de Seguridad, en el que hoy sienta sus posaderas la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso. Frente a mí se sentaba, mientras fumaba, el Comisario Roberto Conesa.  A mis veinte años y a pesar de mi bagaje de detenciones (en total siete con aquella a la que me remito), era demasiado joven para aquel viejo y astuto policía con un largo historial de torturas y delaciones. “Has hecho mal en intentar escapar, cuando quiera te puedo detener en el trabajo o en tu casa, pero estos jóvenes - por el inspector en prácticas de mi misma edad que le acompañaba-  enseguida tiran de pistola y disparan. Yo no me voy a manchar las manos de sangre contigo, pero éstos, ya se sabe”. El comisario Conesa continuó con su disertación: “Soy un funcionario público, serviré igual a un gobierno democrático que a uno socialista”. Tenía razón y como diría más tarde Felipe González “qué más da gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones”. Los ratones éramos la gente de izquierdas que luchábamos por un país más justo y democrático. Le firmé mi declaración de militancia en el PCE, a cambio soltó a mi hermano al cual habían detenido en nuestra casa. Las torturas no le habían servido para nada pero el chantaje sí. A mi hermano le soltaron. (En la imagen, recorte de periódico de la época con el caso relatado por el Benito Batres. Pinchar la imagen para ampliar)  

Ante el silencio y el negacionismo sobre los crímenes de la dictadura habría que preguntarse el porqué del olvido como segundo castigo que han sufrido los perseguidos, torturados y encarcelados por la dictadura de Franco.  

Seguramente ese olvido y el negacionismo tienen que ver con el complejo de culpabilidad de una sociedad que no supo responder con la fuerza necesaria para traer la democracia, atemorizada, eso sí, por la persecución y el intento de exterminio de la disidencia durante esos cuarenta años. Era difícil sustraerse a esa maquinaria de terror, perfectamente engrasada y que con todos sus medios de comunicación convertían a las víctimas en culpables.

La transición es el resultado de los poderes hegemónicos dominantes a la muerte del dictador, una transición hacia la democracia que no se ha dado en su plenitud, ni es homologable con cualquier otro país de nuestro entorno. Todas las instituciones del Estado, la judicatura, la policía, la Guardia Civil, el Ejército, la Iglesia Católica y también los poderes económicos que se mantuvieron fieles a la dictadura son los mismos sobre las que se sostiene esta disminuida democracia. El resultado ya lo conocemos, la misma corrupción y el mismo discurso repetitivo y superfluo que mantuvieron los franquistas durante la Dictadura. El dictador nunca estuvo sólo, siempre estuvieron detrás los Estados Unidos y los gobiernos occidentales, presentes también en la transición.

Poco se ha hablado de los centenares de muertos civiles que se produjeron en los primeros años de la transición, producto de los cuerpos de Seguridad del Estado y de los grupos parapoliciales, la inmensa mayoría de ellos no investigados, ocultados e ignorados con la complacencia y complicidad de los medios de comunicación, la policía y la judicatura; una transición impuesta en el país bajo el ruido de sables y pistolas, con la permanente amenaza de un golpe de estado sangriento auspiciado por un ejército del que con sus antecedentes históricos no se podía ni se puede dudar.  

franco hitlerUn enfrentamiento, con miles de muertos civiles, no hubiese llevado a otra democracia más avanzada. Sería un nuevo error que ya se cometió cuando tras finalizar la Segunda Guerra Mundial se pensó que los gobiernos occidentales ayudarían a España por el apoyo de Franco a Hitler y nos devolvería la democracia usurpada por el golpe de estado. Si alguien piensa que en 1976 los gobiernos occidentales hubiesen intervenido para ayudar a los demócratas españoles habría que recordarles lo que pasa en la actualidad con Palestina o con el Sahara y el Frente Polisario y que estos gobiernos han sido cómplices necesarios e imprescindibles de la Dictadura de Franco y la transición.

Lo sorprendente es que algunos de los luchadores antifranquistas y otros muchos advenedizos han hecho elogios fervientemente innecesarios al proceso de transición que se ha seguido en España.

Este año se cumple el centenario de la fundación del Partido Comunista de España que es la historia de decenas de miles de militantes olvidados por esta limitada democracia. Recordar su lucha y su sufrimiento es imprescindible. Esos militantes anónimos, sin olvidar a otros muchos militantes de otras fuerzas políticas de la izquierda, son los que dan valor a la lucha por la democracia. Sin duda se cometieron errores, desarticulando las organizaciones obreras y pensando que la solución estaba en afianzar los procesos electorales. Pero esa es otra parte de la historia.


José Benito Batres, autor de este artículo fue detenido la primera vez con quince años, procesado cinco veces por el Tribunal de Orden Público con dos condenas de cárcel, una de ellas por pertenecer al PCE. Como represalia también fueron detenidos su padre y su hermano. Cumplió un total de más de cuatro años de cárcel y salió de la cárcel con un indulto a la muerte del dictador.  

El mejor truco de la derecha española