sábado. 27.04.2024

Lo que sigue es una reflexión sobre algunas cuestiones que se enseñan en las facultades de economía y en las escuelas de negocios, pero que son enseñanzas delirantes, fuera absolutamente de la realidad, pero muy convenientes para las ideologías de derechas que tienen en los delirios de sus defensores dos paradigmas: cuanto menos de lo público mejor y que los problemas económicos que los resuelva el mercado o que se queden sin resolver, haya crisis o ciclos, haya desigualdad intolerable o no, haya demanda insuficiente o no. Eso sí, luego en las crisis son los empresarios los que traicionan esos paradigmas yendo en peregrinación a los centros de poder pidiendo, rogando ayudas, subvenciones, bonificaciones, deducciones, etc. Y la cosa se complica porque a estos conceptos y falsas leyes sobre el comportamiento económico se añaden el uso inadecuado de las matemáticas. Ambas cosas están relacionadas, se auto-alimentan en sus errores y a eso vamos. Lo que sigue es parte de un libro próximo a publicar, pero me ha parecido conveniente que pueda ser conocido por quien haya hecho de la curiosidad un modus vivendi. Empezamos.

Aunque resulte sorprendente aún suscita debate el uso o no de las matemáticas en la economía, y lo suele ser porque no se entiende aún bien qué son las “matemáticas” y, a veces incluso, qué es la economía. En primer lugar, decir que aquí hablamos de análisis económico y no simplemente de economía; no estamos en la descripción de la economía –lo cual es fundamental para saber economía– sino en las explicaciones de la economía, es decir, en el análisis. Y lo llamo así y no teoría porque esto inconscientemente apela a la cuestión de la diferenciación entre teoría y realidad, y eso no está en cuestión porque se parte de que lo que es verdad en teoría, pero falso en la práctica, es falso también en la teoría. Digamos que la estructura económica nos relata las partes, sectores, de la economía y el análisis cómo y por qué se mueven esos elementos, aunque esos elementos se categoricen de otra manera. Y la primera cuestión que suscita tal hecho es la diferencia de complejidad entre una y otro, entre las casi infinitas variantes de la estructura y las limitadas explicaciones del por qué de las mismas. Algo parecido ocurre entre las leyes de Newton sobre los astros y planetas: las primera son tres o cuatro –se discute aún si la relación entre fuerza y masa es una ley o una definición– y la variabilidad de composición de los cuerpos celestes es casi infinita.

Dos paradigmas en las ideologías de derechas: cuanto menos de lo público mejor y que los problemas económicos los resuelva el mercado o que se queden sin resolver

Esto en cuanto al problema económico, pero en cuanto la cuestión del uso de las matemáticas la cosa es más compleja porque a veces se toma el todo por la parte o al revés. En primer lugar, aclarar, aunque parezca obvio, que una cosa son las matemáticas y otra cosa la aritmética, el cálculo diferencial o el álgebra matricial, por poner tres ejemplos. Las matemáticas engloban a estas tres últimas y a otras muchas. ¿Pero qué son las matemáticas? Mi respuesta tras meditarlo mucho diría que son fundamentalmente dos cosas: un conjunto de relaciones lógicas entre entes abstractos pero que hay que definir y un lenguaje. Tal es así esto último que si un día tenemos que comunicarnos con alienígenas sólo lo podremos hacer al principio con matemáticas, con números expresados en sistema binario convertidos en pulsos o no eléctricos. Lógica y lenguaje tienen su propia problemática, que afecta tanto a la didáctica y, sobre todo, al distinto papel que juegan en su uso. Resulta exasperante que no se estudie matemáticas, al menos su lenguaje, como forma de comunicación, al igual que se estudian las lenguas. Por ejemplo, no es necesario –aunque sí conveniente– para saber qué nos dicen Maxwell, Schrödinger o Einstein en sus ecuaciones sobre el electromagnetismo, sobre la mecánica cuántica (versión ondulatoria) o en la ecuación general de la gravedad saber cómo llegaron a éllas, basta con explicar lo que significan cada uno de las grafías que allí se exponen, junto con conceptos como son la diferencia entre variables y constantes, qué condiciona el signo de igualdad en las funciones o las ecuaciones, qué son los grados de libertad, qué es una derivada, qué es una integral o qué son matrices, etc., se pueden entender ¡el lenguaje matemático!, y con ello lo que dicen, lo que nos dicen, al igual que si sabemos latín podemos leer a Virgilio en su idioma o Shakespeare si sabemos inglés isabelino. La diferencia es que las lenguas pueden traducirse, aunque sea imposible salvar lo de traduttore, traditore, pero el lenguaje matemático, incluso en su grafía, tiende a la universalidad. El análisis económico parte de la realidad mediante macromagnitudes o generalizaciones que se convierten en conceptos y estos, merced a intentos de acercamiento a la comprensión del espacio económico a lo largo de la historia, se han creado explicaciones que mueven estos conceptos para el cómo y por qué las cosas son así o que puedan facilitar cambiar las cosas, es decir, el paso de la mera descripción a la explicación, del análisis a la política económica; de las macromagnitudes al modelo IS-LM, del recuento de los medios de producción o a la teoría del capital neoclásica o la teoría de las asignaciones de recursos, de las estadísticas del comercio internacional a la teoría ricardiana de los costes comparativos, del recuento de ciertos datos a la teoría del excedente esrafiano, de la diferencia entre el conjunto de las rentas y los salarios a la teoría de la explotación de Marx, de las estadísticas históricas de largo plazo a la teoría de los ciclos en Kalecki, Schumpeter o a la teoría del equilibrio general de los fisiócratas, Walras o Arrow, o de la subida de los precios en la península ibérica a la teoría monetarista de la inflación, cuyo origen está en la Escuela de Salamanca, etc., por poner algunos ejemplos a vuela pluma. Y aquí el uso de las matemáticas es imprescindible porque, de lo contrario y aunque nos mantuviéramos en el mero análisis, los yerros de razonamiento podrían ser brutales, cosa que hace el neoliberalismo creyendo que primero se ahorra y luego se invierte -¡a que parece de sentido común!-, creyendo que bajando los impuestos se dinamiza la economía porque hay más dinero para el gasto, como si el gasto público o la inversión pública no formaran parte de la demanda, o que no puede haber paro si hay absoluta flexibilidad de precios y salarios, es decir, de salarios, o que el multiplicador no existe porque lo que se hace desde lo público se compensa con el no hacerse desde lo privado, como si en el tejer y destejer de la Penélope de la Odisea se aunaran lo público y lo privado.

Resulta exasperante que no se estudie matemáticas, al menos su lenguaje, como forma de comunicación, al igual que se estudian las lenguas

Pero en el caso de Sraffa diremos algo más porque esto afecta a la panoplia de los análisis económicos, algunos de ellos incompatibles entre sí (por ejemplo, el marginalismo y la alternativa de raíz esrafiana que aquí defendemos), o, por ejemplo, la ley de Say y el modelo keynesiano. Sraffa introduce una novedad notable en el uso de las matemáticas que no es fruto de elección de un subconjunto de las mismas, no es fruto de un capricho sino de una necesidad. Y ese salto que da Sraffa es el salto del determinismo del equilibrio general (Walras) o parcial (Marshall) al reino de los grados de libertad. Pondré un ejemplo sencillo para que se entienda, pero afecta a todo el edificio, a los edificios… intelectuales construidos. De acuerdo con el marginalismo las empresas determinan los precios –y aquí siempre de los marginalistas o neoclásicos no sabemos si hablan de lo real o de lo deseado, si estamos en la economía positiva o en la normativa– de acuerdo con el coste marginal de cada producto. Dado el coste total, si el empresario fuera capaz de determinar y construir una curva de costes –que sería necesariamente hipotética– de tal manera que supiera a cada nivel de producción de cada bien o servicio su coste total pudiera determinar cuánto debe producir, porque éste vendría dado por aquel que surge de la igualación de la demanda (el ingreso marginal) con su coste marginal. Y si estuviéramos en competencia perfecta, es decir, con precios dados, sólo tendría que igualar el precio a su coste marginal para saber su nivel de producción óptimo, es decir, aquel que maximiza sus ganancias. En Sraffa todo es muy distinto. Sraffa nos dice que los precios se forman añadiendo un margen de ganancia sobre los costes. No nos dicen los precios cuánto hemos de producir o vender o prestar un servicio, nada de esto porque sólo sabemos los costes en el mejor de los casos de lo que producimos, no de lo que podríamos producir. Eso sí, los precios no pueden ser caprichosos. Por ejemplo, vayamos a un restaurante y preguntemos al chef cuánto vale el menú y supongamos que nos dice que vale 12 euros. Y supongamos que tuviéramos el atrevimiento de preguntarle que por qué ese precio. Yo les digo la respuesta con dos preguntas a su vez. La primera es si le insinuamos por qué no baja el precio porque sabemos que, a menos precio más (cantidad) demandada y así presumimos de creer saber de análisis económico. Supongamos que le decimos que por qué no los pone a 8 euros. Ya les digo yo que la respuesta del chef será: porque con ese precio pierdo dinero porque no cubro los costes por más clientes que vengan a degustar las sabrosas viandas que preparo; más aún, en esas condiciones cuantos más menús vendidos más pérdidas. Entonces nos ponemos en plan cuñado y le decimos que por qué no los sube para obtener más margen de ganancia por cada menú y la respuesta del chef –que estará ya en plan anticuñado– será que tenemos razón en lo de la ganancia por cada menú, pero que con ello también tendría pérdidas porque el número de menús vendidos sería insuficiente para compensar los costes fijos del restaurante más los propios (variables) de cada menú. Es posible que empleara otro lenguaje porque el chef no ha estudiado análisis económico ni maldita falta que le hace porque él es cocinero y lo que tiene que saber es cocinar. ¿No es esto de sentido común? Pues bien, todo el marginalismo está construido contra este sentido común aunque parezca increíble. Y es verdad que a veces el sentido común engaña, pero suele hacerlo más en la física o en la astrofísica. El análisis de Sraffa parte de este sentido común y nos da grados de libertad, no determina los precios que influirán en el reparto del excedente pero sí nos marca unos límites al reparto entre rentas que es el propio excedente, y de esos límites nos cercioramos gracias al uso de las matemáticas una vez establecidos conceptos y leyes de comportamiento; nos dice también con qué criterios pueden elegir las empresas sus técnicas de producción sin errores lógicos gracias al uso de las matemáticas (por ejemplo, con programación lineal). Hablando de la distribución, Sraffa apenas nos habla de cómo distribuir el excedente pero sí -y con ayuda de las matemáticas- de cuánto se llevan unas rentas si se fijan otras; nos dicen posibles modelos matemáticos por donde puede ir la inflación si las ganancias se acercan al excedente, etc. En Sraffa nada queda determinado pero sí acotado, cosa que ocurre en la vida misma o, como dice Calderón filosóficamente, los hados solo el albedrío inclinan, no fuerzan el albedrío; nuestra libertad de elegir está en nuestro margen de maniobra, que es más limitado cuanto menos recursos tengamos.

Si a los errores conceptuales y falsas leyes de comportamiento de la economía se suma el uso inadecuado de las matemáticas, tenemos la microeconomía

Pero profundicemos algo más en lo dicho y en el ejemplo del menú, que lo es de algo más general y que atañe no solo al uso de las matemáticas en economía sino a los propios conceptos y leyes económicas que Sraffa nos abre con su obra. Porque, ¿cuál es uno de los problemas del análisis económico neoclásico o marginalista, ese que se explica en las universidades? Pues el problema es que está basado en construcciones teoréticas determinísticas que nos dicen cómo se fijan los precios –no sólo cómo se deben fijar– y también cómo se pagan los salarios y no sólo cómo debieran pagarse. Es decir, para los marginalistas las variables precios, salarios y ganancias quedan determinados bajos los supuestos optimizadores de oferentes, demandantes y trabajadores, sin margen de maniobra, como si cada consumidor o empresario tuviera un conocimiento omnímodo de las alternativas posibles y eligiera la óptima desde el punto de vista de sus intereses. ¿Será la alternativa a este determinismo lo aleatorio? No lo parece y lo hemos visto en el ejemplo del chef porque, a la hora de fijar los precios del menú, tiene que aquilatar el agobiado cocinero o el jefe del restaurante entre dos extremos hasta dar con uno que satisfaga al negocio, aunque no sea el óptimo que nos calcularía Walras que era ingeniero. Más aún, la evolución de las macromagnitudes a lo largo del tiempo, incluso en los ciclos y en las crisis, parecen dotadas de cierta estabilidad que casa mal con comportamientos aleatorios, que no se dan al menos en el consumo aunque sean más inciertos en las inversiones (los animals spirit de Keynes). Dicho de otra forma, no existen matemáticas que por sí solas estén en medio de los fenómenos determinísticos o aleatorios, razón por la cual el campo abierto por Sraffa con sus grados de libertad, con sus márgenes de maniobra, son una nueva forma del uso de las matemáticas a la libertad condicionada de los comportamientos económicos. El marginalismo es un uso abusivo de las matemáticas, no porque se empleen sino porque se emplean inadecuadamente, erradamente, error que se suma a los errores conceptuales de esta corriente de pensamiento económico que nos dice que para poder tomar una decisión en el consumo debemos saber cuál es la utilidad marginal de la última unidad consumida; que para decidir el nivel de producción debemos compaginar los precios dados por la competencia con el coste marginal de cada una de las hipotéticas unidades a producir, o lo más delirante, que los salarios –todos los salarios– deben pagarse de acuerdo con el valor de la productividad marginal del trabajo, es decir, de acuerdo con lo aportado por el último trabajador incorporado a la empresa, conocimiento que es un imposible incluso para el dios de los creyentes. Si a los errores conceptuales y falsas leyes de comportamiento de la economía se suma el uso inadecuado de las matemáticas, tenemos la microeconomía: una delirante invención, una psicopatía tal que, a su lado, los monstruos del sueño de la razón de Goya son mera descripción de la realidad. Pero este delirio es lo que se explica y son ya muchos premios Nobeles que han sido premiados presos de estos delirios, muchos ejecutivos que han pasado por las facultades de la economía y se han creído semejantes patrañas y luego toman decisiones con esas taras mentales, y muchos políticos que tienen alguna noticia de estas cosas y toman decisiones nefastas sobre impuestos, salarios y precios bajo estos paradigmas, aunque en el caso de los políticos de derechas dejan al mercado que haga lo que sea porque les han enseñado a los ministros del ramo económico en las facultades privadas, escuelas de negocios y en algunas públicas, que eso es lo mejor, que lo público es el problema y el mercado la solución. Sraffa nos ofrece una escapatoria a estos delirios y la duda es por cuanto tiempo la estaremos desaprovechando. 

Sraffa contra los psicópatas del mercado