viernes. 26.04.2024
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“El hombre público ha dejado de ser un ente social / y ha devenido un ser ligado únicamente a su intimidad; / como mucho, un espectador de la intimidad de otros” (Richard Sennett)


Hace días aparecía en el diario El País un interesante artículo titulado ¿Cuáles son los límites de nuestro universo? Encabezaba el artículo esta afirmación, cargada de un realismo pesimista: “Es posible que el universo sea infinito, pero existen bordes que nunca podremos cruzar y lugares que nunca podremos alcanzar, aunque logremos movernos a la velocidad de la luz”.

Desde la admiración y una total ignorancia a la vez, lo que pude entender de su lectura es que el universo que sí podemos ver, el universo conocido, es una esfera cuyo radio marca la distancia entre las regiones que emitieron la radiación que hoy observamos y nuestro planeta. Si el universo fuera estático, esta frontera, lo que llamamos horizonte de partículas, estaría a 13.800 millones de años luz. Fuera del que es nuestro vecino cósmico, el sistema solar, existen millones de mundos esperando a ser descubiertos y explorados, algunos de ellos tan fascinantes que, hasta ser descubiertos, era difícil imaginar que pudieran existir.

Pero lo admirable es que el universo se está expandiendo, algo que también nos han mostrado los telescopios Hubble y Spitzer; Spitzer tras más de 16 años estudiando el universo con luz infrarroja y revelando nuevas maravillas en nuestro sistema solar y nuestra galaxia, su misión ha llegado a su fin; Hubble y Spitzer han sido sustituidos por el telescopio espacial “James Webb” (JWST), un observatorio espacialdesarrollado a través de la colaboración de 14 países, entre ellos, España.

Hace apenas unos días veíamos, en imágenes obtenidas por el “James Webb”, galaxias cuya luz pudo haber sido emitida hace 13.500 millones de años. El telescopio James Webb, según los técnicos, ofrece una resolución y sensibilidad sin precedentes. Entre sus principales objetivos están observar algunos de los eventos y objetos más distantes del universo, como la formación de las primeras galaxias y el estudio de la formación de estrellas y planetas y obtener imágenes directas de “exoplanetas y novas”. Las imágenes ofrecidas son espectaculares. El problema del James Webb es que ha recibido varios impactos de pequeños meteoritos; el último ha causado daños significativos.

Según la NASA, el ritmo de impactos de partículas espaciales supera las simulaciones y el telescopio espacial parece correr más peligro de lo que habían previsto. Aunque se esperaba que el telescopio tuviera una vida de 20 años, dada la magnitud del sexto micro meteorito que ha impactado, la NASA duda hasta qué punto esa fecha de caducidad se cumplirá y, aún más importante, cómo afectarán estos impactos a la calidad de la imagen ya que los rigores del espacio parecen ser peores de lo que se esperaba. 

Las imágenes enviadas son, de alguna manera, imágenes de galaxias fantasma, que ahora mismo están en una región del universo con la que nunca podremos interactuar. De ser así, es decir, si existen galaxias “fantasma”, que se encuentran en una región del universo con la que nunca podremos interactuar la pregunta es meridiana: ¿podemos decir que forman parte de nuestro universo? Se impone, pues, definir cuál es el límite del universo con el que podemos interaccionar.

Fuera del que es nuestro vecino cósmico, el sistema solar, existen millones de mundos esperando a ser descubiertos y explorados

Empleando una analogía excesiva, no tanto como modo de argumentación, sino como semejanza de los términos con los que voy a construir estas reflexiones en el marco de la lógica de la filosofía de la ciencia, si hoy la ciencia no tiene claros cuáles son los límites del universo más allá de los cuales no podemos interaccionar, es claro que también existen límites y muy marcados en nuestro universo político que impiden a los políticos llegar a acuerdos, a interaccionar; a semejanza del “universo expansivo” que los telescopios Hubble, Spitzer y James Webb nos han ido mostrando, es importante que los políticos y demás instituciones analicen y reflexionen sobre cuáles son los distanciamientos y límites que han ido creando desde hace años en esa política expansiva de desacuerdos y confrontaciones, sin una apuesta decidida por el diálogo y la común búsqueda de propuestas que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos. 

Si las imágenes ofrecidas por el telescopio James Webb son espectaculares, no menos espectaculares, pero en sentido inverso, son las imágenes que a diario nos ofrecen nuestros políticos, jueces y medios de comunicación, instalados en ese “laberinto español” escrito por Gerald Brenan, en el que sostiene y demuestra que “España es un país difícil de gobernar”; y, con la analogía del universo expansivo, con los actuales partidos políticos, está resultando imposible poder llegar a acuerdos.

Aconsejaba Séneca que hay que procurar olvidar lo que traído a la memoria nos entristece; sin contrariar al filósofo cordobés, no es acertado olvidar que, en situaciones peores, hemos sido capaces de salir de una dictadura en la que aún conservaban mucho poder todos los que habían mantenido al dictador; fuimos capaces de alcanzar una transición histórica a la democracia nada fácil, pilotada en parte por unas élites políticas herederas del dictador; con enormes dificultades y relatos no coincidentes, se puede afirmar que el motor de la transición a la democracia fue el consenso y el diálogo de los dirigentes políticos de entonces a los que hay que sumar la voluntad y lucha decididas del movimiento obrero y de la movilización ciudadana que tuvo que batallar todas y cada una de sus libertades, por conseguir esa democracia durante tanto tiempo deseada. 

En estos momentos de colapso y crisis, necesitamos solidaridad social, pero la respuesta que da la oposición es el modelo que lidera ese personaje patético, pura bufonada: la presidenta de la Comunidad de Madrid

Qué buen consejo el de Alexis de Tocqueville, escritor, político y estadista francés, al afirmar que “si el estado social separa a los hombres es preciso que el estado político los aproxime. El estado social da el gusto por el bienestar, es preciso que el estado político les vuelva a elevar dándoles grandes ideas y grandes emociones”. Y lo ejemplificaba con esta reflexión que refleja, a escala personal, lo descrito sobre los límites del universo: cada persona, retirada dentro de sí misma, se comporta como si fuese un extraño al destino de todos los demás. Sus hijos y sus buenos amigos constituyen para él en exclusiva la totalidad de la especie humana. En cuanto a sus relaciones con sus conciudadanos, puede mezclarse entre ellos, pero no los ve; los toca, pero no los siente; él existe solamente en sí mismo y para él solo. Y aunque en estos términos quede en su mente algún sentido de familia, lo que ya no persiste es el sentido de sociedad. De cumplirse lo que dice Tocqueville, la sociedad solidaria, la política del pacto, la relación y convivencia ciudadanas, dejan de existir y el resultado es el colapso de la sociedad al ampliarse las grietas del sistema. En estos momentos de colapso y crisis, necesitamos solidaridad social, pero la respuesta que da la oposición de forma permanente es el modelo que abandera y lidera ese personaje patético, pura bufonada: la presidenta de la Comunidad de Madrid. 

Si acudimos al Diccionario de la RAE, en la primera acepción del término colapso se lee lo siguiente: “destrucción, ruina de una institución, sistema, estructura, etc.” Además de difusa la definición de la R.A.E. se asocia a connotaciones negativas, a las que se podría complementar con “caída”, “declive”, “crisis”. Y ciertamente, las sociedades pueden colapsar y, de hecho, colapsan. Hoy mismo, horas después de informar que agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) había registrado la residencia de Trump en Mar-a-Lago, en Florida, no pocos analistas, ante el temor de que este indecente y enloquecido personaje pudiese intentar de nuevo ocupar la presidencia en la Casa Blanca, escribían: “De conseguir que Trump pueda llegar de nuevo a la Casa Blanca, seremos una nación en declive, una nación que fracasa”

No sería una novedad; la historia tiene constatado que grandes imperios han fracasado, han colapsado, ha desaparecido. ¿Cómo?: un rápido proceso político de declive, crisis o caída puede manifestarse en cualquier sociedad compleja cuando se dan una serie de determinadas circunstancias o condiciones, y como consecuencia de las mismas, se toman decisiones que producen una sustancial degradación de sus estructuras sociopolíticas que conducen al fracaso. Así lo sostiene el historiador y antropólogo, Joseph Tainter que dirige el Departamento de Medio Ambiente y Sociedad de la Universidad de Utah. Su obra más conocida es “El colapso de las sociedades complejas”. Para Tainter, desde su aparición en el planeta, el ser humano ha desarrollado su existencia siguiendo dos modelos de civilización claramente diferentes: uno, caracterizado por una sociedad más igualitaria, pacífica y sin estructuras jerárquicas desarrolladas que tuvo una relación más respetuosa con su entorno; y otro, cuyas señas de identidad son una mayor complejidad social, mucho más violenta y jerarquizada cuya interacción con el medioambiente dista de ser armónica. Este último modelo en nuestra globalizada sociedad, de acuerdo con Tainter, es el que ha acabado dando lugar a la sociedad capitalista actual. En su opinión, las sociedades del pasado que lograron perdurar lo hicieron gracias a que supieron enfrentarse con éxito a sus problemas económicos, logrando ser sostenibles. En la sostenibilidad de una determinada sociedad compleja juega un papel importante el devenir de la incidencia de los factores naturales (lo estamos padeciendo actualmente) pero el papel más importante depende de cómo toman determinadas decisiones y cómo las gestionan los integrantes de sus élites políticas, sus gobernantes, que, con su inmadurez y escaso sentido de Estado, son los que producen los desequilibrios que padecemos. 

Cabe pensar que las sociedades humanas solo se han adaptado a su medioambiente cuando se han visto privadas de otras alternativas, lo cual les obliga a emprender ciertas modificaciones estructurales para dar respuesta a sus problemas. De acuerdo con un modelo de predicción matemática difundido por la NASA se han podido determinar cinco factores cuya incidencia es determinante para provocar el colapso de una civilizaciónel clima, la población, los recursos hídricos, la agricultura y la energía. Cuando esos cinco elementos confluyen simultáneamente, se produce el “colapso perfecto”, que desencadenará una sobreexplotación de los recursos disponibles a consecuencia de la degradación de las estructuras económicas y una mayor jerarquización social que se traducirá en un incremento de las desigualdades entre la población de esa sociedad. El resultado resulta casi profético: ¿No es esta, acaso, la situación en la que ahora nos encontramos? 

Se han podido determinar cinco factores cuya incidencia es determinante para provocar el colapso de una civilización: el clima, la población, los recursos hídricos, la agricultura y la energía

En España, los orígenes de esa dicotomía los encontramos con diáfana claridad en este período de borrosas fronteras y diversas intensidades que representa la oposición del Partido Popular a todo lo que haga, diga y legisle el presidente Sánchez, sin tener en cuenta la global recesión iniciada con la COVID, seguida por la guerra de Ucrania y sus ramificaciones y, ahora, con la crisis energética y la pertinaz sequía. La geopolítica ha cruzado fronteras rojas en las que Europa se está cansando de contar las diferencias sufridas y mantenidas por ciertos países de la Unión que hace crecer en la ciudadanía el desmoronamiento y el desánimo. En España, los límites de nuestro universo político imitan los límites del universo; si con éstos, como veíamos al inicio de estas reflexiones, es imposible interaccionar, con los límites políticos que impone de continuo el partido popular es imposible interactuar, llegar a alcanzar acuerdos. Existe la sensación de que caminamos sin saber a dónde vamos y conducidos por unos políticos que carecen de esa necesaria e inteligente visión de la realidad que gestionan. No encontramos respuestas a los problemas en el marco de las numerosas incertidumbres y dudas que nos rodean, y cuando las dan, o llegan tarde o no las saben explicar. ¿Tan difícil resulta ser sensato y demostrarlo? 

Desde la sociología, resulta difícil encontrar ciudadanos celosos de su ámbito íntimo y de su esfera privada pero que, simultáneamente, por responsabilidad, se comprometan activamente con lo público y participen en su ámbito para evitar el colapso de nuestra sociedad, dentro siempre del marco que la ley impone. Qué magníficamente describe este pesimismo político y social el sociólogo Richard Sennett, pensador socialista que pertenece y ejerce la tradición radical del pensamiento social en su país, EE.UU. Su obra fundamental data de 1974, traducida y publicada en castellano con un título acorde con nuestra tradición, “El declive del hombre público”; a pesar de sus casi cinco decenios desde la fecha de su primera publicación, el ensayo de Sennett no sólo no ha perdido vigencia, sino que ha cobrado hoy mayor pertinencia. 

El valor de su obra consiste en una profunda reflexión sobre la evolución y la degradación del ciudadano en el seno de las democracias liberales de base capitalista en su dimensión de miembro de una comunidad política. El autor no se circunscribe sólo al ciudadano “político” o profesional de la política, sino que incluye un diagnóstico sobre la evolución de esa conquista de la responsabilidad y la libertad que representó la expansión del individualismo cívico en los primeros decenios del mundo liberal. Aborda la crisis del hombre público, a partir de la falta de equilibrio que existe hoy entre la vida pública y la vida privada. Nos muestra cómo escasea en nuestras vidas la ayuda que significa el intercambio solidario con nuestros conciudadanos; cómo el extraño, el extranjero, el diferente, se convierte en un ser amenazador; cómo el silencio, el miedo y la observación son ahora los únicos modos de experimentar la vida pública; y cómo la vida privada se distorsiona a medida que enfocamos toda nuestra atención sobre nosotros mismos, en una búsqueda constante de la propia personalidad. Siguiendo con la analogía inicial, consideramos a “los otros”, como meteoritos que pueden llegar a dañar nuestra intimidad.

A raíz de esta búsqueda, nuestra personalidad no se desarrolla con plenitud, perdemos el espíritu de la amistad y el sentido de la discreción personal que nos permitirían unas relaciones reales y cómodas con el resto de la sociedad. Estamos fomentando el aislamiento en medio de la visibilidad pública. Se podría sintetizar el libro de Sennett con la siguiente tesis que defiende y define el libro: “El hombre público ha dejado de ser un ente social y ha devenido un ser ligado únicamente a su intimidad; como mucho, un espectador de la intimidad de otrosy que conduce a una paradoja que él describe así: Las personas son más sociales cuanto más barreras tangibles tienen entre ellas, del mismo modo que necesitan lugares públicos específicos cuyo único propósito es el de reunirse. En otras palabras: los seres humanos necesitan mantener cierta distancia con respecto a la observación íntima de los demás a fin de sentirse sociables. Si aumenta el contacto íntimo disminuye la sociabilidad”.

Resulta difícil encontrar ciudadanos celosos de su ámbito íntimo y de su esfera privada pero que, simultáneamente, por responsabilidad, se comprometan activamente con lo público

Vivimos sometidos a una serie de preocupaciones (la pandemia, la guerra, la inflación, la crisis climática…) que complican el cambio hacia una nueva normalidad, inmersos en la agonía de lo público, porque los límites del universo de los políticos se distancian cada vez más entre sí. Estamos en plena transición sin saber a dónde vamos; vienen tiempos convulsos y, como siempre, de no modificar las estrategias, fiel a su inercia, la historia regresa a su principal error: la desigualdad; habrá ganadores y perdedores, pero siempre los mismos.

Por lo tanto, a modo de corolario, sería imprescindible acortar los límites que separan a los partidos políticos y a quienes, desde otras instituciones, comparten las ideologías de los unos y los otros, mediante puentes de unión y no con laberintos sin salida. Así lo sostienen en estos momentos las normas y consejos de la Unión Europea: deben constituir una prioridad poner nuestras pautas de producción, distribución y consumo en la senda de la sostenibilidad, la lucha contra el cambio climático y el fortalecimiento de nuestras acciones para proteger nuestros océanos, ecosistemas y biodiversidad, un cambio comportamental, con consumidores bien informados, protegidos y empoderados, implicados en la participación social y política, con unas políticas de anticipación para una transición justa y sostenible, con una conducta responsable de las empresas, mediante unos impuestos justos sobre los recursos que favorezcan la educación, la sanidad y la dependencia, con una apuesta decidida por la inteligencia artificial, las nuevas tecnologías, la investigación y la innovación, la economía circular hipocarbónica, la movilidad de emisiones cero o de bajas emisiones. 

En definitiva, intensificar una política basada en valores para promover la lucha contra la pobreza, la exclusión social, las desigualdades y las disparidades de género y así garantizar la prosperidad y el bienestar para todos, asegurando la estabilidad política y social, manteniendo el apoyo al proyecto europeo y el desarrollo sostenible en una sociedad resiliente.

Los límites de nuestro universo político