jueves. 28.03.2024
Giorgia Meloni de Hermanos de Italia y Santiago Abascal de Vox

La historia enseña que el precio a pagar por devaluar la democracia resulta demasiado caro. Nos lo están haciendo notar ciertos partidos que ocupan, o aspiran a ocupar el poder, no pensando tanto en los intereses de la gente, cuanto en ellos mismos. Un ejemplo es escuchar a la señora Macarena Olona, una política que jamás ha gestionado nada, metamórfica y narcisista, que se presenta por VOX a la presidencia de la Junta de Andalucía y que ya se ve de vicepresidenta por vestirse de faralaes y claveles en el moño, sin apenas conocer cuáles y cuántas son las provincias que componen la Comunidad andaluza. Otro ejemplo más distante de nuestra realidad española es la desnortada política de Donal Trump, otro patológico narcisista, que, de conseguir de nuevo gobernar en EE.UU., sería una hecatombe antidemocrática a nivel mundial.

De ahí que, si los políticos elegidos no fueran eficaces en intentar y conseguir fortalecer la democracia, a quienes componemos la sociedad civil, quienes no estamos dispuestos a bailar a su son ni ser sus seguidistas doblados, en una crítica objetiva, nos compete defenderla y mejorarla; es más, estamos obligados a hacerlo.

La aparición de distintos ejemplos de populismo en diferentes partes del mundo ha hecho salir a la luz una pregunta que nadie se planteaba unos años atrás y que hoy nos planteamos muchos,pues no son pocos los signos que reflejan la insatisfacción política de los ciudadanos: ¿están nuestras democracias en peligro?

El ser humano se aferra de forma natural al mundo conocido, a lo previsible. A medida que nos convertimos en adultos, solemos hacer las mismas cosas y esperamos resultados que nos son familiares. Esto nos produce una sensación de control que aporta calma, aunque ya haga tiempo que estemos aburridos con nuestra vida.

Desconocer lo que sucederá equivale a salir de nuestro hogar para adentrarnos en un mundo incierto sin saber qué nos deparará.En vez de sucumbir al miedo, si aceptamos que la vida es cambio, habremos aprendido a navegar por ese río de nuevas posibilidades que nos puede deparar el futuro.

El fascismo constituye un paso atrás en los procesos democráticos; supone un retroceso grave en la humanización de nuestra sociedad pues representa el poder de la fuerza sobre la razón. Si no les paramos, con esta desmemoria de futuro, tal vez ya sea tarde

Entender la complejidad de la política y, a la par, saber elegir bien a los políticos que deben gestionarla, es parte esencial de un programa formativo ciudadano dispuesto a recuperar el valor de la democracia, pues las democracias sobreviven si sabemos defenderlas.En los tiempos actuales, las democracias no desparecen por aparatosos golpes de Estado, sino por el paulatino deterioro de las instituciones y porque pierden fuerza las reglas de conducta no escritas que la comunidad y la ciudadanía aceptaba y respetaba.

Hoy, la crítica a la política tradicional es conversación frecuente y común en nuestros días; así lo dicen las encuestas. Tenemos como tradición inveterada muy nuestra, con la correspondiente condena, de que la causa y motivo de todos los males públicos la tienen los políticos y sus respectivos partidos.La vida es una permanente exposición a lo inesperado.

La mayor parte de los ciudadanos, no todos, están convencidos de que hay otra manera de hacer las cosas, aunque pocos tengan la clarividencia para conocer la fórmula y saber cómo llegar a esa condición de perfección o, al menos, qué cambios son posibles y necesarios.Donde unos ven un problema paralizante, otros encuentran una oportunidad para evolucionar.Nos despertamos cada mañana contemplando cómo gran parte de las cosas que suceden y parecen importantes, aparecen sin que las hallamos buscado.

No tenemos la capacidad de vaticinar los hechos que han sucedido y, mucho menos, cambiar el curso de la historia.Vivimos en el mar de la incertidumbre.Byung-Chul Ha, el pensador y escritor nacido en Corea del Sur en 1959 y afincado en Alemania, en su breve ensayo titulado “La sociedad del cansancio”, plantea que el problema que nos agota y deprime es que hemos pasado de luchar contra los otros, para luchar contra nosotros mismos y nuestros límites, empujándonos al cansancio del agotamiento, la frustración, la falta de interés y, posiblemente, a la depresión.

Es palpable el descenso del interés ciudadano por la política, el decrecimiento del apoyo a la democracia, la consecuente caída de la confianza en sus instituciones y en los políticos que las gestionan; de ahí que, en las últimas décadas hayan surgido diversos investigadores que, movidos por una creciente y lógica preocupación, han iniciado a indagar sobre el “por qué” de la crisis de las instituciones democráticas y el futuro de la propia democracia; los estudios realizados documentan una disminución de la salud de la democracia, al explorar lo que opinan los ciudadanos en cada país acerca de sus distintos sistemas políticos.

Con este sombrío panorama mundial, salvaguardar las democracias es un imperativo que, como decía más arriba, nos compete a quienes somos conscientes de que el precio a pagar por devaluar la democracia resulta no sólo demasiado caro sino un paso seguro a que gobiernen quienes añoran las dictaduras.

Hace unos años pensábamos que sólo se podía perder la democracia mediante la violencia de un golpe de Estado,mayoritariamente por golpes militares; hoy, en cambio, como analizan los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de Harvard, en su obra “Cómo mueren las democracias”, obra en la que han invertido dos décadas en el estudio de la caída de varias democracias en Europa y Latinoamérica, identifican otras formas de ir desmantelando democracias que, siendo igualmente destructivas, son menos visibles, pero más utilizadas en la actualidad,como el lento y progresivo debilitamiento de sus instituciones esenciales, la pérdida de confianza en su sistema judicial y en los partidos políticos, la frívola inmadurez de sus líderes electos que hacen uso del poder para subvertir los mecanismos democráticos a través de los cuales fueron elegidos,la perversión de los medios de comunicación y la erosión de las normas políticas tradicionales, entre otras.

Basándose en años de investigación, Levitsky y Ziblatt revelan un profundo conocimiento de cómo y por qué mueren las instituciones democráticas; es un análisis alarmante y también un laboratorio y guía para reparar cualquier democracia amenazada por el populismo; en su análisis revelan cómo en casos que corresponden a contextos, fechas y países diferentes, la historia revela que se repiten idénticos patrones a través de los cuales, políticos autócratas y autoritarios acceden al poder y, mediante pactos y alianzas electorales, se legitiman para alimentar una lenta destrucción de los valores democráticos y, finalmente, la propia democracia.

Con el fin de evitar la llegada de tales autócratas autoritarios al poder, en su profundo análisis,Levitsky y Ziblatt ofrecen herramientas para identificar por un lado y frenar por otro a estos personajes autoritarios. En estos momentos en que, posiblemente mañana, día 19-escribo estas reflexiones hoy sábado 18, día anterior a las elecciones andaluzas-, conozcamos la posibilidad o no de que personajes autócratas y autoritarios, populistas de extrema derecha, puedan entrar en el gobierno andaluz. De ser así,nuestra democracia está en riesgo.

En el marco de esta real posibilidad, los autores de “Cómo mueren las democracias” subrayan en su libro la importancia de tener clara la idea de que, por una parte, el destino de las democracias está en las manos de sus ciudadanos, y, por otra, reafirman el valioso papel que tienen los partidos políticos en su calidad de guardianes de la democracia de que, para salvar la democracia, deben evitar el ascenso de candidatos autócratas y autoritarios, renunciando, incluso, al éxito del propio partido político, algo a lo que no todos están dispuestos. 

Hay cosas que no tienen una explicación claramente racional, así que, en lugar de tratar de controlarlo todo, es mejor estar dispuestos a analizar y esperar lo inesperado;y en lugar de sucumbir al miedo, debemos aceptar que la vida es cambio y una sorpresa constante, pero siempre en línea de progreso y no de involución,retrocediendo; es importante saber que navegar en las aguas de las nuevas posibilidades, sólo son democráticas si nos conducen al futuro, a la conquista de libertades y valores y no al pasado, es decir, a su pérdida.

Y, con la inteligencia despierta de que la democracia puede involucionar, debemos saber respondernos a la siguiente pregunta: ¿En qué momento una democracia deja de serlo? Muchos tenemos clara la respuesta: cuando se van suprimiendo libertades y derechos adquiridos.Quienes hicimos inevitable y necesaria en el postfranquismo la asunción de una democracia inspirada en modelos europeos, nos espanta ver el aumento de VOX y otros partidos parecidos en Europa, partido, legal sí, pero que su programa repugna y al que jamás votaremos quienes hemos puesto nuestra opción política al servicio de los valores de la convivencia en la vida pública, inyectando dosis de esperanza en el trayecto colectivo hacia un futuro mejor, sin ignorar la incertidumbre y la preocupación por los nubarrones que se ciernen sobre nuestra sociedad en la actualidad. Con inquietud cívica, pero sin concesiones a la demagogia ni al pesimismo.

Eubúlides de Mileto

Una de las paradojas más conocidas que nos ha dejado la filosofía clásica es la de “sorites”(término griego“soros”que significa“montón”). Se cree que su autor fue Eubúlides de Mileto, filósofo griego entre los siglos V y IV a.C. Discípulo del fundador de la escuela de Megara, Euclides, del que Eubúlides fue su sucesor en la dirección de la misma.

Famoso por sus sofismas y paradojas, mediante los cuales persigue la reducción al absurdo de los argumentos de sus adversarios. La paradoja del “sorites”, es la siguiente:¿En qué momento un montón de arena, si le vamos quitando granito a granito deja de ser un montón? Esta paradoja pone en juego todo lo que normalmente decimos basándonos en el sentido común y en la presunción de la universalidad de un conocimiento determinado. En síntesis: se propone dilucidar cuánta cantidad de arena se consideraría un montón. Obviamente un grano de arena no parece un montón, tampoco dos, o tres. Si a cualquiera de estas cantidades le añadimos un grano más (n+1), seguiremos sin tenerlo. Si pensamos, en cambio, en miles de granos, seguramente sí consideraremos que es un montón. Por otro lado, si a este montón de arena le vamos quitando grano a grano (n-1) tampoco podríamos decir que estamos dejando de tener un montón de arena.La paradoja se encuentra en la dificultad para hallar en qué punto podemos considerar que estamos ante el concepto “montón” de algo o cuándo deja de serlo: si tenemos en cuenta todas las consideraciones anteriores un mismo conjunto de granos de arena podría llegar a clasificarse como montón o no. ¿Cuál es la medida adecuada? ¿Cuál es el número determinante que inauguraría la existencia o no de un montón de arena?

Desde esta paradoja tiene ya más sentido la pregunta que hacíamos más arriba: ¿En qué momento una democracia deja de serlo?

Y la respuesta comienza a ser evidente. Si permitimos que, en los gobiernos democráticos, aquellos que votamos para consolidar los valores y los derechos de los ciudadanos, entren políticos y partidos como VOX, como ha sucedido en Murcia y en Castilla-León, como ya condicionan las políticas en Madrid y lo pueden hacer en Andalucía, sufriremos la erosión de la libertad e iremos viendo que al suprimir un día sí y otro también derechos ciudadanos democráticamente conseguidos, desde “la paradoja sorites”se irá cumpliendo  el título del libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt: “Cómo muere nuestra democracia”.¿Hasta cuándo aguantaremos el camino autoritario y fascista emprendido por VOX?

El fascismo constituye un paso atrás en los procesos democráticos; supone un retroceso grave en la humanización de nuestra sociedad pues representa el poder de la fuerza sobre la razón. Si no les paramos, con esta desmemoria de futuro, tal vez ya sea tarde.

Jesús Parra Montero | Catedrático de filosofía

¡Alerta!, ¿en qué momento una democracia deja de serlo?