martes. 19.03.2024

“Ningún ciudadano debería votar a un político ni a un partido que no le conste
fehacientemente que es honesto, leal, sincero y coherente”.
“La dignidad no consiste en tener honores, sino en merecerlos”. 

(Aristóteles)


Uno de los mayores favores que se le puede hacer a un autor consiste en poder disentir de sus tesis y argumentos, señalando sus puntos débiles, incluidos sus errores, y así ayudarle a repensar sus ideas y reflexiones con mayor claridad y rigor. De ahí que no resulte acertado el título escogido para este artículo, cuyo fin es razonar desde la lógica reflexiva, al encerrarlo en un oxímoron que niega lo que afirma. Consciente de esta contradicción, intentaré, como en el mito de Teseo, encontrar el hilo de Ariadna y buscar la salida a este laberinto, con el deseo de que estas reflexiones sean un alegato en favor de la honestidad y el respeto a todo aquel que lo lea. Opinar no sólo es legítimo, es también un derecho. Todos podemos opinar, pero no todas las opiniones son igualmente aceptables. La opinión es libre, estemos o no de acuerdo con el opinante, pero la información que encierra la opinión, puede ser verdadera o falsa; la experiencia nos dice que hay opiniones que no se expresan desde la honesta sinceridad sino desde el oculto interés o el oportunismo.

Cuando se ha concurrido a unas elecciones y se ha conseguido representación parlamentaria, con independencia de sus opciones políticas, quienes se dicen representar a la ciudadanía desde su legitimidad, tienen un deber ético y político de hacer política en el sentido más digno de la palabra. Uno de los valores indiscutibles que se reconocen y que son el principal patrimonio de las instituciones, de los medios de comunicación y, sobre todo, de los políticos y la política, es su credibilidad. Por experiencia sabemos que la política gana credibilidad si satisface las expectativas de la ciudadanía; lo contrario sería un fracaso de la política y de aquellos que la gestionan, pues, cuando la política no ilumina al no ser transparente, lo que consigue es cegar la verdad. Si alguna idea tenemos clara, y así lo recogen algunas encuestas, es que actualmente está en crisis la credibilidad política. Pocas veces la coincidencia de las opiniones ciudadanas ofrece una fotografía tan precisa de la inseguridad del momento que nos está tocando vivir. En tiempos decadentes e inestables como los actuales, el desafío fundamental que hay que enfrentar por responsabilidad consiste en recuperar la confianza y el valor del sistema de convivencia constitucional que nos hemos dado para que la política vuelva a funcionar de una manera auténticamente democrática.

Ante estas hilvanadas premisas, hay una pregunta que surge de inmediato: si los políticos son los representantes elegidos por el pueblo, ¿cómo es que el pueblo no se siente representado por ellos? Vemos que se insultan y se dan la espalda quienes debieran dialogar y darse la mano para hacer política, no en beneficio propio ni de partido, sino para solucionar los problemas que tienen los ciudadanos, a los que casi se les obliga a elegir trinchera, con ideas y argumentos del pasado. Las equivocaciones, mentiras, errores y desaciertos de lo que hayan hecho o estén haciendo, tanto las altas instituciones del Estado, como el gobierno o la oposición, no pueden tener como pago el silencio de los ciudadanos. ¡Cuánta información se pierde cuando se pretende borrar u olvidar la memoria de aquellos por los que fue posible alumbrar la transición de la dictadura a la democracia! Uno de los peligros actuales, y no menor, es minusvalorar el riesgo de involución democrática que representa la ultraderecha y su capacidad para laminar las instituciones desde dentro. El fascismo resulta muy cómodo porque no exige razonar sino obediencia y fanatismo. La responsabilidad que se impone es clara: si la política mal gestionada ha creado problemas, es también la política la que tiene la obligación de encontrar las soluciones.

Hay que exigir el dar a nuestra democracia el sentido de cambio y progreso que prometieron aquellos políticos que se presentaron a las elecciones

Nuestra vivencia de lo temporal comporta tres niveles: el cronológico, marcado por el reloj y el calendario; el biológico, condicionado en parte por la propia genética; y el psicológico, es decir, cómo percibimos ese devenir temporal. Es verdad que cada uno vive en su propio tiempo y en sus propias circunstancias; y desde el enfoque psicológico de nuestro tiempo vital, podemos lamentar no vivir en tiempos mejores, pero lo que no podemos hacer es huir del tiempo presente. Los cambios acelerados que se están produciendo en el mundo, y de forma particular en Europa, están demandando nuevas respuestas, nuevas estructuras, nuevas alternativas económicas, políticas, educativas y sociales; ante ellas, no podemos permanecer indiferentes pues la indiferencia siempre ha contribuido a que “la experiencia del mal” triunfe. Una de estas nuevas estructuras debe consistir en ensanchar los espacios de entendimiento y acuerdos entre los partidos políticos y, a la vez, inyectar en la ciudadanía dosis de entusiasmo y esperanza. Por respeto y fidelidad a los electores, todas las formaciones políticas que se han presentado a unas elecciones, están obligadas a dicho entendimiento y acuerdo. Cuando los partidos, de uno u otro signo, fraguan o deshacen acuerdos, es preciso hacer patente cuál es la situación y las necesidades que afectan los ciudadanos y exigirles urgentemente los pactos necesarios para gobernar. Las ideologías son una línea muy fina de la acción política que fácilmente de traspasa cuando falta la ética. No cumplir con ese deber democrático al que se han comprometido, sería una decepción, cuando no un fraude, para todos los ciudadanos que les han votado. Es preciso que el poder vuelva a las calles; que sea la gente, con su voto quien detente el poder, como dice el artículo 1,2 de la Constitución del 78: “La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, y no que esté en manos de los llamados “poderes fácticos”, a los que nadie ha votado pero cuyo “estatus económico” les hace intocables anulando o condicionando con frecuencia el voto ciudadano. Sólo así volverá la confianza a los ciudadanos cuando perciban de verdad que se toman medidas tendentes a “poner fin a la impunidad de los corruptos”.

No se puede abandonar la lucha del compromiso antes de iniciarla, pues sólo fracasa quien no lo intenta; la responsabilidad y el oficio de todos los nacidos es “vivir”, aunque con una observación que no podemos obviar, como escribió Cesare Pavese, poeta italiano cuyo intento vital fue tratar de vencer su soledad interior, que él veía como una condena y que, finalmente, le condujo al suicidio: “Vivir es un oficio y nadie nos lo ha enseñado”. Quien tiene convicciones debe vivir con ellas; si se traicionan, ¡qué nos queda sino recostarse en el escepticismo y el pesimismo!; esta actitud solo beneficia a los que viven “para sí” y no “para los demás”. Hay que exigir el dar a nuestra democracia el sentido de cambio y progreso que prometieron aquellos políticos que se presentaron a las elecciones. No podemos aceptar promesas que no se conviertan en realidades ni propuestas que no sean para prevenir y proteger a los ciudadanos que les han votado de las sacudidas de las crecientes desigualdades. Si no saben acompañar a los más vulnerables, si no asumen que los problemas de los ciudadanos son también “sus problemas”, habría que exigirles que se vayan; es necesario activar la empatía, escuchar y ponerse en la piel del otro en lugar de utilizar solo la sonrisa, la simpatía, la cercanía en tiempo electoral y las falsas promesas. Que tengan como consigna que no hay “un nosotros” sin “los otros”; que los valores democráticos no entran en los pactos, no son negociables, tampoco lo es retroceder al pasado con la pérdida de derechos y de libertades, como pretende el señor García-Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León. 

Desde las elecciones andaluzas del pasado 19 de junio, tal vez, mucho antes, existe la impresión de que vivimos en un mundo alterado que da vueltas sin esa rotación necesaria que marca, en permanente rutina, el paso de unas estaciones a otras. En este desconcertante vaivén hacerse una justa composición de la realidad política en las presentes circunstancias no resulta fácil: hay muchos vectores que se entrecruzan y que a la vez ensombrecen el horizonte. En este recorrido de incertidumbre vamos descubriendo que somos muchos los que no tenemos focalizada la diana de nuestra opinión. Si fijamos nuestra atención en el tiempo de la política, lo que fascina y a la vez perturba de la historia, es ver la rapidez con la que se puede cambiar de opinión, de retroceder, de ir de más a menos, es decir, contemplar la decadencia de un sistema político. Lo hemos visto en ese fugaz paso de Ciudadanos por la política, fueron “mucho” pero en la actualidad “no son nada”; igualmente lo hemos visto en ese veloz ostracismo al que el Partido Popular ha condenado a Pablo Casado; del entusiasta y reiterado aplauso con el que los diputados populares le dedicaban en cualquiera de sus intervenciones parlamentarias, han pasado a su defenestración y olvido. Hoy el aplauso se lo dan a cuanto diga o haga Núñez Feijoo, que, por ahora, poco ha dicho y hecho y, ese ese poco, los desaciertos han sido notables. El Partido popular de tanto pensar en un futuro en la Moncloa, se han olvidado de construir un presente que ayude a solucionar los problemas de la gente. No les incomoda repetir, sin expresarla explícitamente, esa vergonzante frase de Montoro: “Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros”.

Es tanta la avalancha de información manipulada que nos llega que cuando estamos intentando sacudirnos la anterior, nos llega otra aún más sibilina

No comparto ese mantra de que “el pueblo cuando vota nunca se equivoca”. La democracia siempre ha sido un régimen de opinión pública, pero en ese juego de debates ideológicos hay que establecer reglas limpias y delimitar los campos. Es una constante que, en tiempos electorales, los ciudadanos estamos sometidos a una lluvia intermitente de intoxicación mediática. Nos sentimos indefensos ante una manipulación orquestada con todos los medios que las nuevas tecnologías ponen al alcance de quienes intentan manipular; y dada la escasa y en muchas ocasiones falsa información con la que muchos ciudadanos depositan su voto en las urnas, tiene uno la impresión de que la manipulación funciona.

Bien afirmaba Noam Chomsky que la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizados de las masas es un elemento de importancia en la sociedad democrática. Quienes manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige el destino de un país. Quienes gobiernan o controlan los medios de comunicación y las redes sociales, intentan moldear nuestras mentes, definir nuestros gustos o implantarnos sus ideas, además de utilizar las emociones más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional y en el sentido crítico de los individuos e inducir determinados comportamientos o conductas. De este modo, el ruido de tanta manipulación impide al ciudadano reflexionar en el silencio, mirar dentro de sí mismo, calibrar, sopesar y votar con conocimiento.

Es tanta la avalancha de información manipulada que nos llega que cuando estamos intentando sacudirnos la anterior, nos llega otra aún más sibilina. A esto hay que añadir que, en la actualidad, una frase ocurrente, una frívola opinión o un “twit” de 140 caracteres escrito por un fanático irresponsable tienen más valor para la ciudadanía que una información seria y contrastada. Desde la trascendencia dogmática con la que no pocos medios de comunicación y sus mediáticos y expertos todólogos ordenan y controlan la información, ¿qué lecciones se pueden sacar de estas elecciones? El resumen es claro: se inicia una nueva era política en Andalucía: un Partido Popular con mayoría absoluta consolidado y victorioso, en estado de euforia; su candidato, Juanma Moreno Bonilla, tranquilo, pero que no es una lumbrera, les ha proporcionado una inmensa satisfacción con su mayoría de 58 diputados; Vox, con un ligero aumento, pero desposeído de la añorada capacidad de influir en la acción de Gobierno y sin la señora Olona que se veía ya atrincherada en la vicepresidencia; Ciudadanos desaparecido como se esperaba; y una izquierda dividida, que ha puesto en evidencia una escasa capacidad actual para aglutinar a sus votantes; y, sobre todo, un Partido socialista decepcionado, desconcertado y en estado de shock emocional y un sentimiento de fracaso al no cumplirse las expectativas esperadas; han padecido un autoengaño al perder la noción de la realidad y confundir sus fantasías con sus deseos, a lo que hay que añadir el lastre y desgaste de tener en el Gobierno de Sánchez, la permanente oposición de “Belarras y cía.” La pasión y la euforia del éxito, por una parte, como la decepción del fracaso, por la otra, no pueden, mejor, no deben cegar la razón ni la visión política.

Por otra parte, desde la honesta verdad, no es aceptable que la prensa y demás medios de comunicación inicien ya con sondeos y encuestas futuros electorales que, con intención o no, van configurando la opinión ciudadana. En nuestra cultura greco-latina, ha existido gran interés histórico por conocer el futuro a través de las “pitonisas” y “augures”. Hoy, con otras tecnologías y métodos de investigación de mercados, también abundan “las pitonisas y los augures”. Desde el marco de la reflexión filosófica, siempre será más acertado analizar y criticar la falsedad de ciertas informaciones electorales antes que dejar que proliferen las falsas verdades. En España, la transparencia de la mayoría de los sondeos electorales brilla por su ausencia, dado que las fichas técnicas sobre cuántos y cómo se han realizado, suelen ser omitidas de forma total o parcial. El modo en el que son presentados los datos por los medios altera la percepción de los electores respecto a la situación política actual. Ayer mismo, lunes 4 de julio, el diario El País sacaba el último sondeo para unas hipotéticas elecciones generales, que considero torpemente innecesario. Después del impacto político que han producido los resultados de Andalucía y que una mayoría absoluta no lo es todo, hay que dejar que transcurra un tiempo mínimo de serena y sensata reflexión y que las instituciones funcionen en esta nueva situación: no es honesto sacar conclusiones precipitadas proyectando y dimensionando la victoria sin haber gestionado aún ninguno de los compromisos contraídos en el programa electoral; esa es la razón del título de estas reflexiones: “se hace política sin hacer política, pero se premia ya una futurible y discutible gestión”.

Cuántos periodistas, tertulianos y medios afines al PP, pasados apenas unos minutos de los resultados del 19J, calentaban el ambiente político, considerando el éxito electoral del PP en Andalucía, como un “cambio de ciclo”, extrapolable no sólo a las demás Comunidades Autónomas, sino a unas futuras elecciones generales, situando al presidente popular Núñez Feijoo, en pista segura, camino de la Moncloa. Estamos ante un ciclo político donde el marketing corre el riesgo de vaciar de contenido la política. Triunfar en las redes sociales, ser tendencia en Twitter, Instagram, Facebook o WhatsApp, tiene más importancia y rendimiento político que trabajar por la ciudadanía en el Parlamento. Es hacer realidad este oxímoron: “hacer política sin hacer política, es decir, nada”. Ya lo dice el proverbio, no sé si árabe, chino o japones: “Si te sientas junto al río el tiempo suficiente, verás flotar el cuerpo de tu enemigo”.

No es posible conocer la realidad si no es desde la propia verdad. Sin entrar en hipótesis profundas, la comprensión inicial de la realidad objetiva se ha desplazado hacia la comprensión de una realidad interpretada y construida subjetivamente y falsa a través de los medios y las redes sociales, desplazando o poniendo en cuestión la validez de los hechos objetivos, que quedan sujetos a múltiples interpretaciones, sabiendo que la gente acepta la verdad que le es más favorable. Ante estas reflexiones, me surge una pregunta que no es banal y que necesita clarificar la respuesta: ¿qué conoce; qué le une; qué relación tiene el ciudadano, cuando va a votar, con la política y el programa del partido al que definitivamente vota? Al analizar las encuestas, los sabios intérpretes nos dan apodícticas respuestas. Yo, en cambio, que he votado siempre desde el inicio de la transición, lo he hecho con frecuencia desde la incertidumbre y la duda.

Conocemos el mito de Prometeo, el titán que amó a la humanidad. Muchas son las lecturas que se han hecho de su historia. Una, trágica, adjudicada a Esquilo: “Prometeo encadenado”. Fue el primer Robin Hood, robando a los dioses el fuego sagrado. Frente a la tiranía de los dioses, decide socializar, democratizar las herramientas para sacar a “los mortales” de su condición de inferioridad; ¿cómo?, develando y socializando los secretos del conocimiento. Este hecho, enfureció a Zeus, quien ordenó que Prometeo fuera encadenado en un peñasco inhóspito donde voraces águilas devoraran su hígado, regenerado por las noches, volviendo las águilas a someterle a ese tormento eterno. Los dioses le castigaron por hacer que esos seres efímeros(los hombres) dejaran de pensar en la muerte antes de tiempo, albergando en ellos esperanza. Les había regalado el fuego: origen del conocimiento. En la interpretación de este mito, Kafka nos advierte que esta generosidad de Prometeo con el correr de los siglos pasó al olvido. Los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron, él mismo se olvidó de sí, la herida se cerró de tedio y solo permaneció el inexplicable peñasco. Y esos seres efímeros -los hombres-, engreídos por el conocimiento, entraron también en el olvido y ya jamás le recordaron.

Concluyendo: Mucho me temo que hoy, a los ciudadanos, cuando van a votar, les ocurra lo que a esos seres efímeros -los hombres-, engreídos por el conocimiento, entren también en el olvido y no recuerden qué políticos y que partidos son los que luchan y se comprometen por hacerles una vida mejor y, en el olvido, introduzcan la papeleta de quienes no sólo les quitan derechos y libertades, sino que les quieran retrotraer a los negros tiempos de un pasado que muchos no olvidamos porque lo hemos sufrido. Como decía Agustín de Hipona: “Si no hay el camino, ¿dónde está la meta?” 

Cómo se hace política sin hacer política