lunes. 06.05.2024
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Magnasanti, la urbe digital creada por Vincent Ocasla.

Magnasanti es la reducción al absurdo digital de un sistema incapaz de acabar con la pobreza, el paro o la exclusión social

Un estudiante de arquitectura, Vincent Ocasla, logró que su diseño de ciudad en el videojuego SimCity 3000 alcanzara una población estable de seis millones de habitantes. Magnasanti, que así se llama esta urbe digital, batió en 2010 todos los registros anteriores y tiene el honor de figurar desde hace un año como una pieza de arte más en los archivos online del MOMA de Nueva York. Pero no ha sido seleccionada por su diseño o valores arquitectónicos, si no como parte de una recopilación de manifestaciones de la violencia en el mundo contemporáneo.

La ciudad virtual optimiza el espacio urbano disponible, extrema la funcionalidad de los edificios, goza de eficientes medios de transporte y ha creado un equilibrio económico y un orden social capaces de retroalimentar este sistema cerrado y sin cambios en simulaciones de hasta 50.000 años. Un paraíso para aquellos que sueñan con hojas de Excel donde los grandes números (PIB, inversión, crecimiento, bolsas, deuda) siempre cuadran.

En el juego, son esas variables de pura gestión las que otorgan ventaja, por lo que nada importa que los ciudadanos virtuales apenas paseen más allá de la manzana en la que residen, sufran altísimos niveles de desempleo y contaminación ambiental o no dispongan de servicios sociales y sanitarios básicos. De hecho, no sobrepasan como media los 50 años de edad, una mortalidad que regula y estabiliza la población de forma automática.

Ocasla afirmaba, en declaraciones a la revista Vice, que su diseño pretendía ejemplificar como la limitación de las aspiraciones humanas al objetivo único de maximizar beneficios es capaz de elaborar una ficción estable y sostenible durante milenios (aunque sean simulados). Lo peor, cuenta, es que los ciudadanos de esta prisión perfecta ni se rebelan ni protestan, tan sólo sobreviven bajo vigilancia policial y en total sumisión.

Su distopía, ficción de una sociedad indeseable y moralmente alienante que triunfa en tiempos de crisis, actualiza las obras de Orwell, Bradbury o Huxley en el pasado siglo y las de otros ilustres antecesores, como Jonathan Swift. El autor de “Los viajes de Gulliver” empleaba la sátira en “Una Modesta Proposición” sugiriendo que los más pudientes se comieran a los niños “sobrantes” de la clases más desfavorecidas para resolver así el problema de la pobreza.

Sagas cinematográficas como Los Juegos del Hambre o Divergente se suman en este inicio de siglo a los relatos donde ciudadanos inermes sufren el dictado de constructores de mundos perfectos en lo superficial, pero absolutamente insensibles y deshumanizados. En ellos, quienes controlan el funcionamiento y los mecanismos del poder advierten de que su solución es la única posible y amenazan con un futuro de desorden y caos si se cuestionan esas verdades pretendidamente absolutas.

Magnasanti es la reducción al absurdo digital de un sistema incapaz de acabar con la pobreza, el paro o la exclusión social, y mucho menos de ofrecer a sus gobernados una vida plena, pero que se enorgullece de batir récords de estabilidad y de poder presentar cada año perfectas estadísticas macroeconómicas en PowerPoint para satisfacción de troikas y mercados.

Los juegos del hambre