Eso fue para nosotros Allende y su gente, nuestra Sierra Maestra convertida en inmensa urna electoral. Hay que recordar que éramos muy jóvenes, extremadamente jóvenes. Y que vivíamos en una dictadura mortecina, que olía a decadencia, a difunto, a mal sueño, pero una dictadura que conservaba toda su capacidad de seguir matando hasta el final y hasta más allá de la muerte, la suya de dictador, las que aún nos arrebataría en lugares como Atocha.
Habíamos visto hasta aquellos días cómo el imperialismo soviético acababa con experiencias democratizadoras como la que intentaron los checos de Alexander Dubcek, con su socialismo de rostro humano, como una docena de años antes había aplastado los mismos intentos en Budapest.
Aquellos soviéticos no eran los únicos, ni los más abundantes, por cierto, en lo que a represión se refiere. Conocíamos la larga, e interminable, lista de países latinoamericanos, desde Chile a Nicaragua, desde Argentina a El Salvador, pasando por Paraguay, Perú, Bolivia, Brasil, Guatemala, Uruguay, Ecuador, Colombia, Venezuela, Honduras y otros tantos países, hasta las caribeñas República Dominicana, o Cuba, en manos de dictadores militares promovidos y apoyados por los Estados Unidos.
Eso fue para nosotros Allende y su gente, nuestra Sierra Maestra convertida en inmensa urna electoral
Aquello hizo que en esos días devoráramos no sólo el Diario de Bolivia del Che, sino estudios como los de Alain Touraine, o libros como Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, que nos hicieron simpatizar con aquellas gentes y nos condujeron luego al magisterio de la mano de educadores como Paulo Freire. La teología de la liberación era nuestra particular herramienta para descifrar la Biblia en aquellos tiempos tan complejos.
En los mismos días escuchábamos que los estudiantes abandonaban las clases y ocupaban las calles de Berlín, o de París, en contra de guerras como la de Vietnam, en contra del reclutamiento militar, pero también contra los valores de la sociedad de consumo. Contra el capitalismo rampante. Contra las dictaduras opresoras del Tercer Mundo.
Nombres de jóvenes alemanes como Rudi Dutchke, o Daniel Cohn-Bendit sonaban en nuestras conversaciones tanto como el del Che Guevara, recientemente asesinado en la escuelita de La Higuera. Nos debatíamos entre las simpatías hacia las revoluciones guerrilleras y aquellas otras que nos empujaban a formar masivamente a la gente, a forjar los rebeldes necesarios para abordar transformaciones y revoluciones pacíficas.
Pronto esas simpatías se decantaron hacia la segunda vía. Pronto llegamos a la conclusión de que ni las Brigadas Rojas en Italia, ni la Baader-Meihof en Alemania, ni el IRA en Irlanda, o las ETA, FRAP, GRAPO, en España, podían producir otra cosa que mucha muerte y mucho dolor.
Además, en aquellos días, las ideas impulsadas por el Partido Comunista Italiano de Enrico Berliguer, conducirían al Eurocomunismo en el que participaron los comunistas franceses y españoles.
Allí, asesinado, Victor Jara. Quisieron callar el recuerdo de Amanda
Y en estas apareció en nuestra escena Salvador Allende. Y no era Salvador Allende, eran todo un grupo de gentes que buscaba el socialismo en libertad y que de la mano de cantantes como Victor Jara entonaban himnos a Cuba, en los que reconocían que,
Como yo no toco el son
pero toco la guitarra,
que está justo en la batalla
de nuestra revolución,
será lo mismo que el son
qui hizo bailar a los gringos,
pero no somos guajiros,
nuestra sierra es la elección.
Aquellos cantantes seguidores de Violeta Parra que representaban la Nueva Canción Chilena. Escuchamos a Quilapayún, Inti Ilimani, la Cantata de Santa María de Iquique. Los obreros chilenos eran los nuestros, los mineros chilenos eran nuestros mineros asturianos.
No volverán aquellos tiempos, no volverán. Volvió la democracia, pero en una sociedad fracturada, dividida. Chile sigue pagando el precio de aquel golpe
Y de pronto se desencadenó el pánico, el golpe, el bombardeo del palacio presidencial de La Moneda, el asesinato, o suicidio de Allende, tras aquel mensaje en el que prometía que mucho más temprano que tarde se abriría las grandes alamedas por las que pasen millones de personas dispuestas a construir una sociedad mejor.
El Estadio de Santiago convertido en campo de concentración desde el que salían miles de personas para desaparecer. Allí, asesinado, Victor Jara. Quisieron callar el recuerdo de Amanda. Y casi veinte años de dictadura, de botas militares, de represión, de experimentos del ultraliberalismo para acabar con las pensiones, con la seguridad social, con los servicios públicos.
No volverán aquellos tiempos, no volverán. Volvió la democracia, pero en una sociedad fracturada, dividida. Chile sigue pagando el precio de aquel golpe propiciado por los Estados Unidos. Chile decidirá su futuro, o se lo decidirán, ni más ni menos que aquí mismo.
Pero ahora la memoria, el recuerdo, el dolor de aquellos días, de miles de chilenos, de Victos, del Compañero Presidente, que un día defendieron un futuro mejor y unas grandes alamedas en el horizonte. Memoria que hoy se convierte en presente y en voluntad de vivir.