sábado. 04.05.2024
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Marcha a favor de Allende.

Javier M. González | @jgonzalezok |
Gabriela Máximo | @gab2301


Con cuatro horas de ataques terrestres y aéreos, el golpe militar de 11 de septiembre de 1973 acabó con el más ambicioso plan de cambio en la historia de Chile. Durante los 1001 días anteriores al golpe, el presidente Salvador Allende, al frente de la coalición Unidad Popular, intentó un hecho inédito en el mundo: implantar el socialismo de forma pacífica y dentro de las reglas institucionales, lo que se conoció como la vía chilena al socialismo. El objetivo del gobierno electo en 1970 era acabar con el sistema capitalista, substituyéndolo por una economía planificada, en gran parte estatizada, creando una nueva estructura basada en la justicia social. Una revolución sin armas y por el voto, a diferencia de todas las otras próximas, como Cuba, o lejanas, como Europa y Asia.

El proyecto chileno enfrentó enormes dificultades desde el inicio y nunca pudo superar los obstáculos impuestos por la oposición, por grupos empresariales, por la mayoría de los militares esencialmente antimarxistas y por la pesada interferencia de los Estados Unidos, que no admitían una nueva Cuba en el continente. Tampoco pudo solucionar las incontables divisiones internas de la propia Unidad Popular.

El socialismo a la chilena fue definido por Allende como la revolución con sabor a empanada y vino tinto

Ya en los primeros meses de gobierno, Allende intentó poner en práctica el programa socializante: estatizó la gran minería del cobre, extendió la reforma agraria que había iniciado el anterior gobierno de Eduardo Frei, estatizó parte del sistema financiero, así como grandes empresas y monopolios de distribución y la mayoría de las grandes industrias del país. Reemplazó los mecanismos del mercado por el control de precios. En el área de la salud se mejoró el equipamiento de los hospitales y se estableció, por ejemplo, un programa de distribución de medio litro de leche diaria a cada niño. Este socialismo a la chilena, definido por Allende como la revolución con sabor a empanada y vino tinto, debería convivir con las reglas democráticas básicas, como el voto popular, la existencia de partidos de oposición y prensa libre, algo impensable en el escenario marxista de entonces.

“Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista (…) No existen experiencias anteriores que podamos usar como modelo; tenemos que desarrollar la teoría y la práctica de nuevas formas de organización social, política y económica, tanto para la ruptura con el subdesarrollo como para la creación socialista”, resumió Allende.

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Salvador Allende y su gabinete ministerial en 1970.

El contexto mundial era de plena Guerra Fría. En América Latina se vivía un momento de gran efervescencia revolucionaria, bajo el auspicio e inspiración de Cuba. En Argentina entraba en su fase final la penúltima dictadura, estaba por volver al poder el general Perón y grupos guerrilleros como Montoneros (peronistas) y Ejército Revolucionario del Pueblo (trotskistas) estaban en pleno auge. En Uruguay no estaban derrotados aún los tupamaros. En Bolivia llegaba al poder el general izquierdista Juan José Torres y hacía poco tiempo que el Che Guevara había muerto en las selvas de Ñancahuzú, en el sudeste del país. Y en Perú también había otro general de izquierda, Juan Velasco Alvarado. En Brasil, los militares habían tomado el poder en 1964 y estaba en su punto culminante la violenta represión a grupos guerrilleros. Paraguay vivía bajo la mano pesada del gobierno militar de Alfredo Stroessner desde 1954.

Allende llegó al poder apoyado en una coalición que incluía el Partido Socialista, el Partido Comunista, el Partido Radical, el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria, que se había escindido de la Democracia Cristiana en 1969) y un grupo de independientes reunidos en el Acción Popular Independiente (API). Más tarde se incorporaría la Izquierda Cristiana (IC), otra escisión por la izquierda de la democracia cristiana. También tenía el apoyo externo y crítico del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), guevarista y partidario de la insurrección popular.

El PS y el PC eran los grupos mayoritarios. El socialismo ha sido una fuerza política importante en Chile en el siglo XX. Incluso llegó a proclamarse una “República Socialista de Chile” en 1932, que solo se sostuvo 132 días, entre el 4 de junio y el 13 de septiembre. El PC, desde que fuera fundado en 1922 por Luis Emilio Recabarren, también tuvo importante protagonismo en la historia del país, aun con períodos en los que fue ilegalizado.

El proyecto socialista de la UP enfrentó gigantescos desafíos comenzando por un apoyo insuficiente de los chilenos para tan ambicioso plan

Pero el proyecto socialista de la UP enfrentó gigantescos desafíos, comenzando por un apoyo insuficiente de los chilenos para tan ambicioso plan. En las elecciones de 1970, Allende obtuvo el 36,6 de los votos -solo 40.000 votos de diferencia con su principal rival, el expresidente derechista Arturo Alessandri. De acuerdo con las reglas vigentes, si ninguno de los candidatos obtenía la mayoría absoluta, la decisión quedaba en manos del Congreso, a elegir entre los dos más votados. La UP salió victoriosa gracias al apoyo de la Democracia Cristiana (PDC), que condicionó sus votos a un acuerdo político que consistía en una reforma constitucional y un Estatuto de Garantías Democráticas. Parte del PDC y del PS se oponían a cualquier acuerdo, por motivos naturalmente opuestos.

Allende asumió el gobierno sin mayoría parlamentaria, y los democristianos, aunque habían sido decisivos para que los socialistas llegaran al poder, pronto pasaron a ejercer una dura oposición.

SABOTAGE DE LA CIA

En 1999, la publicación de documentos de la CIA comprobó la intensa actividad ilegal de los servicios secretos de los EE.UU. para desestabilizar al gobierno de Allende. La primera acción encubierta americana fue el asesinato del entonces jefe del Ejercito, el general René Schneider, con el fracasado objetivo de instaurar el caos e impedir la toma de posesión de Allende. Después financió grupos terroristas de extrema derecha como Patria y Libertad y dio apoyo directo al golpe militar de 1973 y a la dictadura que lo siguió.

En el campo económico, entre 1970 y 1973, el gobierno de Richard Nixon ordenó a la suspensión de préstamos a  Chile y buscó sabotear la economía chilena al derribar artificialmente el precio del cobre –principal producto de exportación  del país– en el mercado mundial. Y patrocinó grandes paros de camioneros e industrias que hundieron al país en el caos.

El laberinto político en el que Allende precisó moverse tenía como fuerte agravante la falta de apoyo de sectores de la propria UP. En enero de 1970, cuando el Comité Ejecutivo del Partido Socialista votó la candidatura presidencial, Allende obtuvo 13 votos, pero hubo 14 abstenciones. Su posición dentro del PS era minoritaria y él tuvo que aceptar que las decisiones serían adoptadas por unanimidad de los partidos que integraban la UP, lo que obviamente de convirtió en un obstáculo para tomar cualquier medida. Con un agravante, el secretario general del PS, Carlos Altamirano, se comportaba más como un adversario que como parte del gobierno. Los socialistas se opusieron, por ejemplo, a toda tentativa de diálogo con la democracia cristiana, defendida por Allende como forma de viabilizar políticamente su debilitado mandato.

Allende tuvo que hacer equilibrios entre los que querían la ruptura y los que exigían prudencia, como el Partido Comunista y el sector moderado del MAPU

Tres años antes de la elección, el PS había aprobado en su congreso un documento que decía lo contrario de lo que defendía Allende: “La violencia revolucionaria es inevitable y legítima (…). Solo destruyendo el aparato burocrático y militar del partido burgués puede consolidarse la Revolución socialista”. En su segundo año de gobierno, el presidente enfrentó esta posición ante el Pleno Nacional del PS: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la Revolución chilena tiene por delante”.

Allende tuvo que hacer equilibrios entre los que querían la ruptura y los que exigían prudencia, como el Partido Comunista y el sector moderado del MAPU. “Avanzar sin transar (negociar)”, decían los radicales; “negociar para avanzar”, sostenía el PC.

PRIMERAS MEDIDAS DE GOBIERNO

A comienzos de 1971 el gobierno envió al Congreso el proyecto de enmienda constitucional que permitía la nacionalización del cobre, una de sus principales promesas de campaña. Fue aprobado por unanimidad. Fueron nacionalizadas las tres grandes minas del país - Chuquicamata, El Salvador y El Teniente - y tres más pequeñas. Para el cálculo de las indemnizaciones, el gobierno incluyó el concepto “ganancias excesivas”, que estimaba que las empresas habían logrado beneficios muy superiores a los que las compañías obtenían en otras partes del mundo. Por lo tanto, las tres grandes no recibieron nada y las otras, un monto pequeño.  

El programa de la UP contemplaba la nacionalización o la estatización de 91 empresas monopólicas y estratégicas. Pero para esto el gobierno encontró una tenaz oposición, contrariamente a lo que había sucedido con el cobre. Como no tenía mayoría en el Congreso, acudió a lo que se conoció como “resquicios legales” - un decreto de la fugaz república socialista de 1932, que nunca había sido derogado, permitía al Estado requisar empresas alegando motivos de eficiencia económica o situaciones de emergencia.

Paralelamente, hubo un movimiento de tomas de todo tipo de empresas por parte de los trabajadores, pidiendo su expropiación, elevando todavía más la tensión.

El programa de la UP contemplaba la nacionalización o la estatización de 91 empresas monopólicas y estratégicas

Los resultados económicos en el primer año de gobierno de Allende fueron positivos: la participación de los trabajadores en el ingreso nacional pasó del 52,8 % en 1970, al 61,7 % en 1971. La economía creció un 8,9 %, la inflación cayó al 28,2 % y el desempleo descendió hasta un histórico 3,8 %. Aumentaron los salarios, la producción industrial y el empleo y, por tanto, el consumo. El gasto público aumentó de forma significativa, provocando una sensación de bienestar en la población.

Pero esta bonanza no se mantuvo por mucho tiempo. En 1971, con una inflación que aumentaba, hubo falta de recursos para cubrir los gastos sociales. El déficit fiscal fue del 14 % en 1972 y del 10 % en 1973. Las restricciones financieras impuestas por EE.UU. y la caída del precio internacional del cobre agravaron fuertemente la crisis. Se desató un brutal desabastecimiento de alimentos y productos básicos, oleadas de huelgas y fuerte tensión política.

La política fiscal expansionista fue financiada por emisión monetaria y aumento del déficit público, lo que causó una inflación reprimida altamente explosiva. El incremento del consumo provocó un aumento brutal de importaciones, afectando gravemente el nivel de reservas del país. Se llegó a 1973 con una inflación del 606,1 %, sin reservas y sin acceso a créditos internacionales. Se fue instalando una imagen del gobierno de la Unidad Popular asociada al caos, la inflación, el mercado negro y el desabastecimiento, alentada por la oposición de derechas.

En diciembre de 1971, la oposición organizó la “Marcha de las Cacerolas Vacías”, en protesta por la escasez de alimentos, siendo el primer gran acto contra el gobierno de Allende. El gobierno reaccionó decretando el Estado de Emergencia.

En aquel momento, el presidente de Cuba, Fidel Castro, hacía una larga visita a Chile (ver recuadro). Para el cubano, que ya había hecho críticas a la “vía chilena al socialismo”, la reacción de Allende fue blanda. El sugirió mano dura al presidente. En su opinión, la posibilidad de que hubiera muertos o heridos no debería ser un freno a la represión, “ya que la confrontación es el verdadero camino para la Revolución”. Por medio de un emisario, Allende le respondió: “Diga a Fidel, con suavidad, que aquí en Chile quien resuelve estas cosas soy yo, de acuerdo con mi leal saber y entender”.

Pero el momento más crítico todavía no había llegado. El día 9 de octubre de 1972, el país amaneció parado por una huelga de camioneros. El paró duró 28 días, hasta el 5 de noviembre. Actuó como detonador el rumor de que el gobierno iba a crear una empresa estatal de transporte en la región de Aysén. Enseguida el movimiento se expandió por todo Chile, impulsado por gremios patronales, como la Confederación Nacional de Dueños de Camiones, presidida por León Vilarín, que integraba el grupo ultraderechista Patria y Libertad.

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Allende firma el decreto de la reforma constitucional para la nacionalización del cobre. (Wikipedia)

A los camineros se juntaron otros gremios industriales y de servicios -dueños de taxis, comercio etc.– con el apoyo de los partidos de oposición. A estas alturas, el Partido Demócrata Cristiano se había unido al derechista Partido Nacional en su apoyo al paro general. En pocos días el país estaba virtualmente paralizado, con casi total de abastecimiento de productos básicos. En 1974, el diario The New York Times informaría, basado en fuentes no reveladas, que la CIA destinó más de 8 millones de dólares para huelgas y otras actividades opositoras en Chile entre 1972 y 1973. 

Alfredo Sepúlveda, autor de La Unidad Popular, los mil días de Salvador Allende y la vía chilena al socialismo, sostiene que la Unidad Popular no calculó la importancia de tener a su lado a la clase media: “La UP no vio que las tomas ilegales le arrebataban a una buena parte de la clase media, que tendrían que haber sido su apoyo. La cuarta parte de las propiedades que terminan expropiadas no tenían el tamaño mínimo que fijaba la Reforma Agraria. O sea, estamos hablando de pequeños agricultores que vivían esto como un robo (…) La carestía tampoco la dimensionaron, tal vez porque esas filas para comprar alimentos básicos eran comunes en la pobreza chilena, pero no eran comunes para la clase media. Yo creo que, en el fondo, no le tomaron el peso a la clase media porque la consideraban mucho más chica de lo que era en realidad”.

DESGASTE Y FINAL

El 1973, año del golpe, comienza con elecciones parlamentarias donde la UP logró el 43 % de los votos; la CODE (Confederación de la Democracia), que integraron el PDC, el Partido Nacional y otros grupos de la derecha, consiguió el 56 %. Buenos resultados para la oposición, pero, insuficientes para alcanzar los 2/3 necesarios para impulsar una acusación constitucional contra Allende, consolidándose así la opción golpista.

Los acontecimientos de ese 1973 se suceden a ritmo vertiginoso. En abril se produce la huelga en la mina de El Teniente, que duró 70 días y que se convirtió en el mayor conflicto laboral de la UP. El 29 de junio fracasa un primer intento de golpe militar conocido como El Tanquetazo. El 11 de julio, Patricio Aylwin pronuncia un discurso que titula “Aun es tiempo”, en el que afirma que “la mayoría de los chilenos ha perdido la fe en la solución democrática para la crisis que vive Chile”. El 17 de agosto se produce la última entrevista entre Aylwin y Allende, en la casa del cardenal Silva Enríquez, en la que el democristiano le exige al presidente que elija: “Usted no puede estar al mismo tiempo con Altamirano (el radicalizado secretario general del PS) y con la Marina, no puede estar bien con el MIR y pretender estarlo con nosotros”.

La víspera del golpe el presidente anuncia a sus ministros y a los jefes militares su decisión de convocar un plebiscito para resolver la crisis

El 21 de agosto, 10 días antes del golpe, esposas de generales se manifiestan frente a la casa del comandante en jefe del Ejército, general Carlos Prats, que presenta su renuncia dos días después. Prats recomienda a Augusto Pinochet como su sucesor, por considerarlo un general constitucionalista.

Y el 22 de agosto, la Cámara de Diputados adopta una resolución que acusa al gobierno de no cumplir con las leyes y violar la Constitución. Sostiene que el gobierno “pretende ganar el poder total, con el propósito de someter a las personas a un estricto control económico y político del Estado, para alcanzar un sistema totalitarista que se oponía al sistema representativo y democrático establecido por la Constitución”. Y termina haciendo un llamamiento a que el gobierno restablezca el estado de derecho. Para muchos, esta declaración fue un llamamiento explícito al golpe de Estado.

Ante este estado de cosas, el 9 de septiembre, el secretario general del PS, Carlos Altamirano, llama al enfrentamiento, a oponerse por todos los medios posibles a la ofensiva golpista, descartando cualquier posibilidad de diálogo. Su discurso incendiario fue recibido por los militares como una provocación, cuando Allende intentaba bajar la temperatura de la crisis.

La víspera del golpe el presidente anuncia a sus ministros y a los jefes militares su decisión de convocar un plebiscito para resolver la crisis. Demasiado tarde, el golpe ya estaba en marcha.

LA DEDICATORIA DEL CHE

Allende acostumbraba a mostrar con orgullo la dedicatoria que le hizo el Che Guevara en su libro La guerra de guerrillas, que el revolucionario cubano-argentino le regaló en La Habana, poco después del triunfo de la revolución: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo. Afectuosamente, Che”. El guerrillero no tuvo tiempo de asistir a la llegada de los socialistas al poder en Chile, pues fue asesinado en Bolivia tres años antes, en 1967. Pero su dedicatoria continuaría resonando por décadas en los análisis que intentaron entender la experiencia de la Unidad Popular en Chile.

El intelectual marxista norteamericano Paul Sweezy, cofundador de Monthly Review, escribió días después del golpe de 1973: “La tragedia chilena confirma (…) que no hay vía pacífica al socialismo”. Su artículo, titulado “Chile: la cuestión del poder”, lo encabezaba con esta cita de Saint Just, que en 1794 escribió: “El que lleva a cabo una revolución solo a medias, está cavando su propia tumba.” Sweezy, por su parte, añadía: “Aquellos que están comprometidos con la no violencia harían bien en admitir que no son revolucionarios y deberían limitar sus actividades a la búsqueda de reformas que están seguras dentro del marco del sistema capitalista”.

La experiencia de la UP duró apenas 2 años, 10 meses y 1 semana, consiguiendo llevar adelante solo una parte de su programa

Muchos años después del golpe de 1973, el socialista Carlos Altamirano reflexionó sobre la viabilidad de construir el socialismo manteniendo plenamente la democracia representativa. En el libro Altamirano, de Patricia Politzer, afirmó: “Hoy pienso que Allende estaba equivocado cuando decía que él y el Che buscaban el mismo fin, pero con medios distintos. En aquella época me fascinaba esa frase, pero hoy creo que adolecía de un error esencial: medios distintos llevan a fines diferentes.”

La experiencia de la UP duró apenas 2 años, 10 meses y 1 semana, consiguiendo llevar adelante solo una parte de su programa. No logró superar las profundas diferencias internas y perdió el apoyo de las clases medias. José Antonio Viera-Gallo, integrante del ala moderada del MAPU ya había observado después del paro de camioneros del 72: “No se puede hacer una Revolución (…) en contra de una inmensa cantidad de chilenos, engañados si se quiere, pero que se oponen al proceso”. Añadió “La Revolución es una obra de masas, si las masas no están en la Revolución, no hay revolución”, conforme es mencionado en el libro Salvador Allende. La izquierda chilena y la Unidad Popular, de Daniel Mansuy. Hasta el italiano Enrico Berlinguer, fundador del eurocomunismo, dijo en su libro Lecciones sobre Chile que “grandes reformas requieren grandes acuerdos”, lo que no consiguió la Unidad Popular.


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Javier M. González | Corresponsal de RNE en América Latina y en Alemania. Cubrió información de Chile desde la transición hasta la muerte de Pinochet.


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Gabriela Máximo | Periodista brasileña de política Internacional. Cubrió diversos acontecimientos en América Latina y África para Jornal do Brasil y O Globo.


Los 1001 días de la Unidad Popular