domingo. 28.04.2024
António Guterres, secretario general de la ONU
António Guterres, secretario general de la ONU

El mundo está gangrenado por las divisiones entre poderes económicos y militares, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste”
“No queda otra alternativa que la reforma de las instituciones internacionales. Será difícil, porque es una cuestión de poder”
“Hay que renovar las actuales instituciones internacionales”
“Son necesarias nuevas instituciones internacionales basadas en mayor equidad y más solidaridad y universalidad”
“Las instituciones internacionales actuales, la propia ONU, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional nacieron en 1945 y responden a una época que ya no existe, en la que gran parte de los países actuales vivían bajo el yugo colonial”
“El mundo ha cambiado, nuestras instituciones internacionales, no”
“No están contribuyendo a solucionar el problema de las crecientes desigualdades”
“La desigualdad es el alimento de los descontentos. Si no se les satisface, estamos fomentando el conflicto”. 


Cualquiera diría que son declaraciones de un dirigente, o de un rebelde, del tercer mundo, del mundo no desarrollado o sólo en vías de desarrollo; o de un dirigente de país “revisionista”, Rusia, China o Irán. 

Pero no. Son del secretario general de la ONU, António Guterres, expresadas en público desde las correspondientes tribunas, a lo largo del pasado mes de septiembre de 2023 en tres importantes foros internacionales: la Cumbre del G20 en India (9-10 de septiembre), la Cumbre del G77+China en Cuba (15-16 de septiembre) y la apertura del 78 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (Nueva York, 19 de septiembre). En las tres mandó mensajes parecidos a la comunidad internacional, de entre los cuales están entresacadas las anteriores frases. Las que me han parecido más significativas. 

El mensaje es claro. No solamente el mundo (las estructuras y dinámicas de las relaciones internacionales) ha cambiado desde 1945, sino que estamos en un nuevo momento de cambio significativo.

No solamente el mundo ha cambiado desde 1945, sino que estamos en un nuevo momento de cambio significativo

Efectivamente, entre 1944 y 1955 y como consecuencia de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, las estructuras y dinámicas internacionales se modifican económica-comercialmente con los llamados Acuerdos de Bretton Woods de 1944, que crean el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, cotidianamente conocido como el Banco Mundial (BM), y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Políticamente con la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945. Y geopolíticamente con la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1945, y su respuesta geopolítica el Pacto de Varsovia en 1955. Se había creado el llamado mundo de la Guerra Fría o de los dos bloques, mientras, exceptuando los países de la América Latina y algún que otro caso aislado, el resto del mundo lo constituía el mundo colonizado, política-jurídicamente colonizado.  

De estas estructuras, dos ya han desaparecido. En primer lugar, el mundo colonizado, dando lugar a multitud de nuevos países (conforman, incluso, hoy día, la mayoría de los miembros de la ONU), pero, esto es importante, no del todo descolonizados, sino sólo descolonizados político-jurídicamente, porque en un buen número siguieron (y siguen) neocolonizados económica-comercialmente, razón por la cual “el relato oficial occidental” ha pasado de designarlos “tercer mundo” a designarlos como “el sur global”, dos denominaciones igual de ambiguas.

La otra estructura (y dinámica) internacional ya desaparecida es la propia Guerra Fría y su materialización en los bloques “del este y del oeste”, como consecuencia del derrumbamiento de la Unión Soviética (diciembre de 1991) y la desaparición del “bloque comunista” y su Pacto de Varsovia (julio de 1991). A cambio, y desde no hace demasiados años (“Giro al Pacifico” del presidente Obama, 2009-2010), hoy día, podemos disfrutar de la competencia por la hegemonía comercial y, cada vez más, geopolítica, entre los Estados Unidos (y su adláteres la Unión Europea, el G7 y la OTAN+) y China, cada vez más, también, apoyada por los países de esos nuevos entes de cooperación difusa y geometría variable que se van conociendo como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o los BRICS+.

A estos dos importantes cambios en la estructura de las relaciones internacionales consecuencia del reajuste de poder al final de la Segunda Guerra Mundial, hay que añadir el significativo cambio producido en sus dinámicas (finanzas internacionales) en 1971, cuando Estados Unidos (Administración Nixon), alegando un excesivo déficit comercial internacional, abandona el soporte a su moneda (el dólar) del patrón oro en las transacciones internacionales, al que estaba sujeto según los Acuerdos de Bretton Woods (1944), convirtiendo, así, de hecho, a la Reserva Federal estadounidense en el árbitro incontestable del comercio internacional (dolarización de la economía mundial) de importancia capital para el funcionamiento del FMI y del BM. Jugada que se completará pocos años más tarde (finales de la década de los setenta) con la ascensión al poder de la señora Thatcher (Reino Unido) y del señor Reagan (Estados Unidos), dos aplicados alumnos de la Escuela de Chicago, conceptualizadora del sistema económico neoliberal, basado, dicho en pocas palabras, en el eslogan tomado a modo de axioma “al crecimiento a través de la deuda”. Deuda que, por definición, conlleva una carga de intereses que la convierten en el gasto más improductivo que pueda darse en una economía.

Un Consejo de Seguridad que al tener (legalmente) todo el poder anula el verdadero sentido de la Asamblea General

Este es el mundo, estas son, en realidad, las estructuras y dinámicas de las relaciones internacionales (“las actuales instituciones internacionales: la propia ONU, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional”), que el secretario General de la ONU, haciéndose eco de muchas voces y desde su privilegiada posición para interpretar adecuadamente los problemas del mundo, nos invita a “renovar” porque “responden a una época que ya no existe”: “El mundo ha cambiado, nuestras instituciones internacionales, no”.

Lo pide para la propia organización que dirige, la ONU. Pero pide su “renovación”, no su desaparición. No parece haber crítica ni controversia respecto a la mayoría de sus Programas, Fondos y Órganos Especializados (ACNUR, PNUD, FAO, etc.), aunque sí sobre algunos de ellos, el FMI y el BM (quizás con el añadido de su complemento la Organización Mundial del Comercio, OMC). Porque el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional son, en el fondo, dos bancos, cuya base de funcionamiento es el crédito (al 0’5% en ambos casos, aunque en diferentes formatos), que genera deuda y, por tanto, dependencia, especialmente cuando para conceder estos créditos se ponen condiciones: las célebres exigencias de “ajustes económicos y financieros” que adaptarán las estructuras y legislaciones económico-comerciales nacionales al modelo neoliberal imperante en el rico y desarrollado Occidente.

Pero, nos dice el secretario general de la ONU:“No están contribuyendo a solucionar el problema de las crecientes desigualdades”, “La desigualdad es el alimento de los descontentos. Si no se les satisface, estamos fomentando el conflicto”. Y está ocurriendo. Cada vez más países del “sur global” se alinean con los “revisionistas”, de lo que las célebres “rutas de la seda” (terrestre y marítima) chinas son un buen ejemplo. Probable razón por la cual, el G7 acaba de proponer (cumbre del G20 en la India el pasado septiembre) la Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global (AIIG), que a modo de “ruta de la seda” neoliberal enlace “el sur de Asia con el golfo Pérsico y con Europa a través de infraestructuras”.

Pero, quizás, la gran reforma que el señor Guterres está proponiendo es la del Consejo de Seguridad. Constituido por quince países, de los cuales cinco (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) son permanentes y con derecho a veto, los cinco potencias nucleares y de primera fila económica, el Consejo de Seguridad es una auténtica oligarquía en un mundo al que se le llena la boca de la palabra y del concepto de democracia (sea neoliberal, formal, popular, avanzada, islámica o autocrática). Un Consejo de Seguridad que al tener (legalmente) todo el poder anula el verdadero sentido de la Asamblea General, donde están representados todos los países en pie de igualdad (“La desigualdad es el alimento de los descontentos. Si no se les satisface, estamos fomentando el conflicto”, nos dice el secretario general).

El bloque occidental pudo imponer en el mundo sus criterios geopolíticos (intervenciones armadas y operaciones de estabilización) y neoliberales (época dorada del BM y del FMI)

Un Consejo de Seguridad bastante inoperante durante la era de la Guerra Fría, debido a la capacidad de veto de sus tres países occidentales o de sus dos orientales. Con mucha y variada actividad durante el periodo de Post-Guerra Fría, en el que el bloque occidental pudo imponer en el mundo sus criterios geopolíticos (intervenciones armadas y operaciones de estabilización o de imposición de la paz) y neoliberales (época dorada del BM y del FMI) y vuelta a la inoperancia (más o menos completa, según los momentos) en la última década y media o dos décadas de resurrección de las potencias “revisionistas”, China y Rusia, fundamentalmente, y de insumisión del “sur global”.

Se ha propuesto en algunos ámbitos, como solución a esta descarada oligarquía, aumentar el número de miembros del Consejo, el número de miembros permanentes e, incluso, el atrevimiento de aumentar el número de miembros con derecho a veto, pero lo más probable es que cualquiera de estas soluciones intermedias no sólo no resuelva los problemas, sino que incluso los agrave. Si hay más peces en la pecera, mayor será la lucha por el alimento y el espacio. 

El problema del Consejo de Seguridad es tan delicado que la única solución sensata (aunque altamente improbable) sería suprimirlo y dotar a la Asamblea General de procedimientos adecuados para enfrentar los muchos problemas de un mundo, que como dice el actual secretario general de las Naciones Unidas: “está gangrenado por las divisiones entre poderes económicos y militares, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste”.

Suerte señor Guterres. Especialmente ahora que Israel lo ha puesto en su punto de mira, pero esto ya sería objeto de otro análisis. 

Nuevo concierto mundial