El 26 de julio, las Fuerzas Armadas nigerinas dieron un golpe de Estado que suspendió al Gobierno constitucional del presidente Bazum. Un golpe de Estado que rápidamente perdió su carácter de conflicto interno nigerino para derivar en un conflicto internacional e interafricano. Aunque los golpistas (Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria, CNSP) alegaron en los primeros momentos “la degradación continua de la situación de seguridad y la mala gestión económica y social” como la razón de su actuación, pronto se vio, en función del desarrollo de los acontecimientos, que la verdadera pugna estaba más en la política exterior de alianzas y dependencias del Gobierno derrocado que en la mala situación de la seguridad interna (que en gran medida depende de ellos mismos, las Fuerzas Armadas y de Seguridad) o en la deteriorada situación económica y social del país.
Níger, como su vecino Malí y en gran medida todos sus vecinos sahelianos, lleva, desde la década de los noventa del siglo pasado, inserta en una serie de rebeliones internas, que empezaron siendo étnico-autonomistas (los tuaregs y tubues de la región sahariana de Agadez al norte del país) y han acabado convertidas en étnico-religiosas debido a su práctica abducción por la ideología yihadista a partir de los últimos años de la primera década del siglo xxi (2007-2009) [1]. Unas rebeliones que se insertan, así, en el gran conflicto internacional contra el yihadismo militante.
En Níger, la verdadera pugna estaba más en la política exterior de alianzas que en la mala situación de la seguridad interna o en la deteriorada situación económica y social
Esta presencia yihadista, junto a ser puntos de partida y paso de las corrientes migratorias hacia Europa, son los principales factores que indujeron a incrementar la presencia militar francesa en el Sahel y complementarla con operaciones militares de apoyo estadounidenses, europeas, de la ONU y de la organización regional africana CEDEAO (Comunidad Económica de Estados del África Occidental). Operaciones militares de muy distinto tipo, que no sólo no parece que hayan resuelto el problema, sino, al contrario, que lo han agravado.
Porque estas operaciones militares foráneas, con el tiempo, no han ido sino incrementando y visibilizando la no-independencia de los países sahelianos. Ahora también pretendidamente dependientes en el ámbito de la seguridad nacional, además de en el ámbito económico, tradicionalmente -desde sus teóricas independencias políticas en los años sesenta del pasado siglo xx- atados y subordinados económica-comercialmente a Francia, que controla su moneda, el franco CFA, ligado al franco, ahora al euro, gestionada y sostenida por el Banco de Francia, en el que las antiguas colonias francesas tienen que depositar el 65% de sus reservas en divisas, que Francia puede utilizar para sufragar deudas contraídas con la antigua metrópoli. Y no sólo atados y subordinados a Francia, sino en general al llamado mundo occidental (OTAN+ o G7) y cada vez más también a China y en el aspecto de la seguridad a Rusia (Wagner).
¿Se acabarán incorporando los países africanos al proyecto de desdolarización de los BRICS+?
Como consecuencia, parece que la conciencia “liberadora” de tutelas (dependencias) externas está abriéndose paso en las ciudadanías sahelianas. Aunque sea de forma selectiva, ya que de momento parece estar volviéndose solo contra las tutelas “ya conocidas”, las procedentes del antiguo mundo colonial (occidentales), apoyándose en lo que podrían ser las tutelas del futuro (Rusia o China). Y que se está materializando, como no podía ser de otra manera, en los sectores más cultivados de la sociedad, que en los países africanos incluyen a los militares, especialmente los que llegan a las altas magistraturas de las fuerzas armadas y de seguridad, que normalmente tienen un alto grado de formación en países desarrollados y unas visiones cosmopolitas más realistas.
Parece que la conciencia “liberadora” de tutelas externas está abriéndose paso en las ciudadanías sahelianas
Esto podría explicar, aunque sólo sea en parte, los golpes de Estado militares en Malí (2021), Burkina Faso (doble en 2022) y Níger (2023) y el régimen militarizado de Chad (2021), de orientación antifrancesa y antioccidental y prorrusa. (¿Se podría incluir en este análisis el reciente golpe de Estado militar del 30 de agosto en el no saheliano Gabón?).
Pero si la presencia militar foránea no parece haber resuelto el problema de las rebeliones étnicas y religiosas, sino por el contrario haber inducido el nuevo problema de seguridad de los golpes de Estado militares contra las débiles democracias formales sahelianas, su reacción a ellos no está pudiendo ser más desafortunada. Frente a la caída de Níger, que se creía el país saheliano más prooccidental y con menos riesgo de desestabilización (según los parámetros occidentales de surtidor de materias primas, desde el uranio hasta el maíz o el mijo), se ha inducido a la organización regional CEDEAO, a la que pertenecen los tres países militarizados, Malí, Burkina Faso y Níger, a intentar revertir la situación mediante una operación militar, en la que los africanos pondrían las tropas y, por tanto, los posibles muertos y la Unión Europea la financiación.
Una operación militar que no podrá decirse, si llegara a producirse, que es “de la CEDEAO”, sino sólo de “algunos países de la CEDEAO” bajo la cobertura formal de los órganos dirigentes de esta organización regional africana, ya que solamente cuatro de ellos han prestado su conformidad a participar en la operación: Nigeria (con su Senado oponiéndose firmemente a ello), Senegal, Costa de Marfil y Benín, mientras otros dos Malí y Burkina Faso, en estos momento suspendidos de militancia en la CEDEAO precisamente por estar gobernadas por juntas militares, no solamente se oponen a ella, sino que han declarado formalmente que, de producirse, intervendrán con sus tropas en la defensa de Níger. Es decir, una guerra interafricana. Y con dos países de la zona, no pertenecientes a la CEDEAO pero altamente implicados de diferentes formas y por diferentes motivos en las rebeliones étnicas y religiosas sahelianas, Argelia y Chad, oponiéndose también a cualquier tipo de intervención militar, sea de la CEDEAO o europea (con el consiguiente apoyo OTAN/estadounidense).
Con esta probable retirada militar francesa de Níger, ya serían cuatro los países de los que han tenido que retirarse las tropas francesas
Una intervención militar de difícil encaje en el Derecho Internacional, ya que ésta exigiría, no sólo la autorización/organización de la Comisión de la propia CEDEAO, que ya se ha producido, sino asimismo del visto bueno de la Unión Africana a través de sus principales órganos, su Comisión y su Asamblea, en la que previsiblemente se opondrían un buen número de países. Visto bueno de la Comisión de la Unión Africana que necesitaría, de igual forma, una Resolución autorizadora del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el que, como es bien sabido, Rusia y China tienen derecho de veto como miembros permanentes de él. ¿O se va a desplegar esta operación militar de la CEDEAO sin cumplir estos requisitos, saltándose a la torera los sacrosantos principios en Ucrania de la inviolabilidad de las fronteras y de la soberanía nacional?
Pero, aunque todas estas circunstancias parecen pronosticar poca probabilidad a la operación militar oeste-africana (o de la CEDEAO minus), su posibilidad se quiere seguir manteniendo en candelero como medida de presión sobre las juntas militares, especialmente sobre la nigerina. Como mostró la inicial resistencia francesa a los requerimientos del Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria, CNSP, nigerino de que su embajador y sus tropas (1.500 soldados en una base militar situada en la propia capital Niamey) abandonaran el país, hoy día ya debilitada: las tropas francesas ya han iniciado los preparativos logísticos necesarios para proceder a la retirada. O la inclusión como tema a tratar en la reciente reunión de alto nivel de ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Unión Europea, bajo presidencia española, celebrada en Toledo los pasados 30 y 31 de agosto, a la que fue invitado el ministro de Asuntos Exteriores nigerino derrocado, Hasumi Masaudú.
Con esta probable retirada militar francesa de Níger, ya serían cuatro los países de los que han tenido que retirarse las tropas francesas: República Centroafricana, Burkina Faso, Malí y ahora Níger. Malí incluso ha exigido también la retirada de la misión onusiana MINUSMA (Misión de las Naciones Unidas para la Estabilidad de Malí), ya iniciada en el norte del país (región de Azawad). Por su parte, el CNSP nigerino ya ha iniciado conversaciones con la CEDEAO para el levantamiento de las sanciones impuestas y el presidente nigeriano Tinubu, actual presidente rotatorio de la CEDEAO, ya ha declarado que “la CEDEAO podría ceder y aceptar una transición de nueve meses”.
[1] El Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, franquicia saheliana de al-Qaeda, el Emirato Islámico del Gran Sahara, franquicia saheliana del Califato Islámico o el Emirato Islámico en la Provincia del África Occidental, franquicia saheliana del nigeriano Boko Haram