jueves. 28.03.2024
OTAN_MALI
Grupo de trabajo de Takuba. Base de Menaka, Malí. (Foto: OTAN)

En un artículo anterior en este mismo medio explicaba (espero que, al menos, con cierto acierto) cómo la rebelión secesionista  targui (singular de tuareg) y de otras etnias con las que los tuareg comparten la amplia región maliense-nigerina de Azawad (asimismo parte de otros países vecinos como Libia o Argelia) se vio, a partir de los años 2011/2012, contaminada por el yihadismo procedente, primero de Argelia, y, a través de él, del internacionalista transnacional.

Y cómo ello provocó la intervención militar francesa, apoyada logística y tecnológicamente por Estados Unidos, de la operación militar Serval (enero de 2013) con el doble objetivo de restaurar la integridad territorial de Malí, amenazada por la sublevación del Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA), que se había hecho con el control de todo el territorio de Azawad y avanzaba hacia el sur a la conquista del resto del país, y de neutralizar la presencia yihadista en el área de los aliados del MNLA: Ansar al-Din (partidarios de la fe), Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) de origen argelino y el  Movimiento por la Unicidad y la Yihad en el África Occidental (MUYAO), rama desgajada de AQMI a mediados de 2011 

Incorporando, así, a Malí, al Sahel y a África en la Guerra contra el Terrorismo declarada por Estados Unidos en septiembre de 2001.  

El primer objetivo, restaurar la integridad territorial de Malí, no es que cuente con el aprobación de las dos organizaciones multinacionales africanas a las que pertenece Malí, la continental Unión Africana (UA) y la regional Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), es que la ven indispensable, dada su incapacidad de ser ellas quienes la desplieguen con la suficiente entidad como para ser eficaz y eficiente y con la adecuada rapidez como para que pueda cumplir sus objetivos antes de que la situación se vuelva irreversible. 

Indispensable, en nombre del sacrosanto principio de la UA de la inviolabilidad de las fronteras establecidas por la colonización, para evitar la disgregación del continente en pequeños e inviables Estados de identidad y entidad étnica y las guerras fratricidas que ello conllevaría. Durante unos meses (enero-abril 2013), la Misión Internacional Africana de Apoyo a Malí (MIAM) de la CEDEAO apoyará y colaborará con la operación francesa Serval, hasta ser sustituida (abril 2013) por la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA), aún en curso.

Aunque la operación Serval era inicialmente solo francesa, dada su experiencia en intervenciones militares en sus antiguas colonias africanas (35 intervenciones de diferente entidad y duración en diecinueve país africanos entre 1969 y 2013), Francia intentará desde el primer momento europeizarla y otanizarla, como consecuencia del importante viraje al que la indujeron las críticas recibidas por su actuación en la guerra civil y consiguiente genocidio en Ruanda en 1994 (operación Turquois). Una europización y otanización bien recibida y facilitada por su socios y aliados, dado el carácter yihadista, no solo nacionalista azawadí, de la rebelión a la que hacer frente.

En febrero de 2013, despliega en Malí la Misión de Adiestramiento de la Unión Europea (EUTM), con el objetivo de “mejorar las capacidades militares de las Fuerzas Armadas malienses”, complementada, en abril de 2014, por la Misión de Capacitación Policial de la Unión Europea (EUCAP), primero en Malí, EUCAP Malí, y después en Níger, EUCAP Níger.  

Posteriormente, la operación Serval será sustituida por la Barkhane (agosto de 2014), a la que se incorporan fuerzas y medios de países africanos del área y a la que se le agregará (julio de 2020) la fuerza europea de operaciones especiales Takuba. 

Es decir, una estrategia muy parecida a la seguida en Afganistán, con Barkhane/Takuba para la “erradicación del terrorismo”, como la Libertad Duradera de Estados Unidos en Afganistán, y MINUSMA y EUTM/EUCAPs, como la ISAF de la OTAN en Afganistán, para la “estabilización”, es decir, para mantener un país política y culturalmente hecho a la medida de los intereses ideológicos y, sobre todo, económicos occidentales (neocolonialismo, complejo Fukuyama). Los tuareg, como los kurdos, los saharauis y otros casos similares, verán desde este momento, como los intereses de actores externos invalidan su derecho a la autodeterminación.

Todas estas intervenciones extranjeras (yihadistas y occidentales) crearán una cierta alarma en la población musulmana de los países afectados (94% en Malí y 98% en Níger), que se irá contagiando progresivamente a otros países del Sahel (60% en Burkina Faso, 58% en Chad, 100% en Mauritania) y del golfo de Guinea (96% en Senegal, 96% en Gambia, 90% en Guinea, 79% en Sierra Leona, 45% en Guinea Bissau, 43% en Costa de Marfil, 28% en Benín), que se ven atrapadas entre el rechazo a un nuevo neocolonialismo militarizado occidental y el rechazo a un islam rigorista ajeno a sus prácticas tradicionales, alimentando el enfrentamiento étnico entre musulmanes (fulanis/peuls, hausas, etc.), animistas (bambaras/mandingas, dogones, etc.) y cristianos occidentalizados (residentes mayoritariamente en ciudades) y el enfrentamiento tradicional entre agricultores, ganaderos, pastores y cazadores. Mientras, los estamentos europeizados dirigentes de los países de la CEDEAO, que controlan los aparatos políticos, gubernamentales y económicos de sus respectivos países, ven como inaceptable cualquier ruptura del statu quo.   

Toda una serie de procesos que están llevando a un progresivo reforzamiento y expansión, territorial y numérica, de las organizaciones y grupos yihadistas, cada vez más locales y menos internacionalistas, aunque se adhieran, a modo de franquicias, a las míticas organizaciones originarias, al-Qaeda y el Califato Islámico (Daesh). Sus combatientes son en su mayoría locales, que ponen la rebeldía de los marginados y oprimidos al servicio del componente religioso yihadista, que, en cierta medida, les diferencia de las élites europeizadas y de los extranjeros que las apoyan y protegen. Frente a los cuales o junto a ellos, en definitiva, como consecuencia de ellos, están asimismo proliferando diversos grupos armados de base étnica y milicias de autodefensa.

Realidad ante la que las élites militares locales empiezan a rebelarse debido a lo que consideran ineficaz apoyo militar occidental, como mostrarían la sucesión de golpes de Estado militares, que cuentan en general con un amplio apoyo popular, a los que hemos asistido estos últimos años: en Malí (agosto de 2020 y abril de 2021), Níger (marzo de 2021, fracasado), Chad (abril de 2021), Guinea (septiembre de 2021) y Burkina Faso (enero de 2022 y septiembre de 2022). 

Como resume un documento del Centro Franco Paix de la Universidad de Quebec:

«El creciente sentimiento antifrancés que se extiende por toda la región está provocado por el estancamiento económico, el caos político generalizado y los sucesivos fracasos de las operaciones militares internacionales en la región». Y ratifica la antigua (1997-2000) ministra de Cultura de Malí Aminatá Traoré, en entrevista a la prensa: «Es injusto imponerle esta guerra a un país, como Malí, que ya tiene muchos problemas… Es necesario que Europa, Occidente, repiense su enfoque …. ¿Es necesario que suframos la ocupación de nuestro país en nombre de la guerra al terrorismo?».

Ante esta no descartable hipótesis de extensión de la desafección de todo el área saheliano-guineana, buscando su propio camino al desarrollo, a la autonomía política y a la recuperación de los beneficios de sus riquezas agrícolas, secuestradas por el Mercado de Futuros de Chicago, y mineras, en manos de compañías occidentales, Francia y otros países europeos han empezado a retirarse, al menos de Malí, epicentro y origen del “gran conflicto del Sahel”.

Los Gobiernos locales confían cada vez más en la ayuda rusa, oficial y oficiosa (grupo Wagner) y la OTAN empieza a hablar de la “amenaza del sur”, no se sabe si pensando en intervenir más o en intervenir menos, mientras China hace tiempo que entró en la zona como gran competidor financiero, comercial y proveedor de infraestructuras. Ni la dependencia securitaria de Rusia, ni menos la económica de China, son buenas para alcanzar los fines pretendidos (sería solo “cambiar de señorito”), pero, de momento, el enemigo inmediato es el neocolonialismo occidental de control económico e imposición cultural e ideológica. Una segunda faceta, la de la imposición cultural e ideológica, que no parece estar en las agendas ni de Rusia ni de China.

Es decir que, tras Afganistán, la Guerra contra el Terrorismo parece estar empezando a fracasar también en Malí, con alta probabilidad de que se extienda a todo el Sahel y a otras áreas africanas (Mozambique ya tiene el problema y en Somalia y Nigeria ya es endémico).  

Todo lo cual parece autorizar a preguntarse, ¿le crea la Guerra contra el Terrorismo, de invención estadounidense, consistente en intentar imponer con medios militares la ideológica concepción occidental de “estabilidad”, más seguridad a España y a Europa o menos?

Y a volver a hacerse la pregunta: ¿estamos nosotros allí porque ellos atentan aquí o ellos atentan aquí porque nosotros estamos allí? Pregunta retórica donde las haya de improbable respuesta convincente, pero cuya validez no está en su posible respuesta, sino en los razonamientos que puede provocar el intentar contestarla.

El fracaso en Malí. Las razones ideológicas