viernes. 26.04.2024
gorba

Sin Michael Gorbachov la historia del Siglo XX hubiera sido muy distinta. A él se le debe la caída del Muro de Berlín y todo cuanto conllevaba dinamitar las inercias de los dos bloques ideológicos que protagonizaron la Guerra Fría. Semejante hazaña sólo podía hacerse desde dentro del sistema. Había que subir muchos peldaños hasta ocupar la secretaria general del PCUS, el todopoderoso Partido Comunista de la Unión Soviética. Sus predecesores habían llegado a ese cargo con una edad muy avanzada, pero no era su caso. Al tratarse de una designación vitalicia, podría haber seguido en ese puesto hasta nuestros días. Pero decidió anteponer las convicciones a sus intereses personales. Entendía que la Unión Soviética necesitaba modernizarse y eso requería introducir unas reformas muy sustantivas. Ese proceso de reestructuración alentó una trasparencia inédita en el mundo soviético. 

Todos nos familiarizamos con los términos de Glásnost y Perestroika, es decir, Transparencia y Política reformista. Su aperturismo propició que la Unión Soviética se disolviera, tras tenerle a él como efímero primer y último presidente. Por descontado el proceso fue harto complejo y no faltaron las dificultades de quienes no compartían ese talante reformista. Sus camaradas intentaron apartarle del poder para evitar que cayera el régimen soviético. Luego se vio suplantado por quien parecía haberlo apoyado durante la crisis golpista y fue relevado al frente de la nueva Federación Rusa por Boris Yeltsin, quien a su vez cedería el testigo a un desconocido Putinpara compensar favores personales hechos desde la oficina de inteligencia.

Lo curioso es que a Gorbachov nunca le quisieron las urnas. En todas las ocasiones obtuvo resultados más que discretos por decirlo con suavidad. El artífice de la democracia rusa no consiguió un respaldo popular que le permitiera jugar papel alguno en esta nueva era política. Se privatizaron las empresas estatales y sus activos quedaron en mano de nuevos oligarcas que amasaron patrimonios impensables. Cabe suponer que al emprender sus reformas nunca imaginó ese desenlace. Su estilo de vida siempre fue sobrio y desde luego no amasó ninguna fortuna personal, como hicieron después los nuevos mandatarios y sus entornos. Nunca dejó de interesarse por la política, pese a que las circunstancias le jubilaran de la primera línea en plena madurez.

A Gorbachov nunca le quisieron las urnas. El artífice de la democracia rusa no consiguió un respaldo popular que le permitiera jugar papel alguno en esta nueva era política

Le otorgaron el Premio Nobel de La Paz y su figura gozaba de un magnífico reconocimiento el exterior, aunque no fuese así entre sus compatriotas. Estos le reprochaban haber acabado con su identidad y las reglas de juego que habían conocido desde niños como sus padres. La presunta bonanza económica que fabricó de repente algunos multimillonarios no era compartida por una inmensa mayoría y se instauró cierta nostalgia por tiempos mejores. Les habían birlado la meta del paraíso comunista y mucha gente vivía incluso peor que antaño. 

Vladimir Putin era un joven espía soviético en Berlín Este cuando se abrieron las barreras fronterizas y no se le autorizó a hacer fuego contra los alemanes que pretendían abandonar masivamente la DDR. Se sintió traicionado y jamás olvidó ese incidente. Un rosario de casualidades le permitieron acceder al poder e ir haciéndose con un colosal patrimonio privado. Es el perfecto antagonista de Gorbachov. Nunca le ha hecho ascos a enriquecerse para olvidar las penurias pasadas en su infancia y se va perpetuando en un cargo que debiera ser transitorio gracias a todas las estratagemas imaginables.

Mientras que las democracias liberales rinden un sentido homenaje a Gorbachov, en su patria Putin le reprocha no haber conseguido acordar restricciones para impedir que la OTAN se acercase a sus fronteras

Mientras que las democracias liberales rinden un sentido homenaje a Gorbachov, en su patria Putin le reprocha no haber conseguido acordar restricciones para impedir que la OTAN se acercase a sus fronteras y en definitiva le responsabiliza de haber tendido que invadir Ucrania. Para un personaje como Putin la figura de alguien como Gorbachov le resulta muy incómodaPrefiere que su pueblo rinda culto a Stalin y le identifiquen a él como el nuevo padrecito que salvara la patria del enemigo invasor. Putin ha logrado revertir cosas tales como la transparencia y no le tiembla la mano para ejercer un férreo control obre los medios de comunicación. Si algún periodista se desmanda podría estar firmando con ello su sentencia de muerte.

Ha convertido las elecciones en unas tómbolas donde los votantes reciben premios y podría haber intervenido en elecciones ajenas, como se sospecha que pudo hacer en las de Trump. No teme a una opinión pública que no puede informarse debidamente y es reprimida con violencia cuando intenta manifestar la más mínima discrepancia. Le gustaría desestabilizar a la Unión Europea y hace cuanto puede para lograrlo, contando con el apoyo tácito de una China que sabe pescar en río revuelto. Los efectos de la pandemia y la recesión económica pueden ser sus mejores aliados. La inflación hace caer gobiernos y buscar mesías políticos que podrían serle muy favorables.

De haber tenido Gorbachov el talante de Putin, hoy estaríamos despidiendo a un Gorbachov que habría seguido en su puesto de modo vitalicio y el curso de la historia habría tomado muy otros derroteros. Gorbachov fue uno de los dirigentes más poderosos del mundo y renunció a serlo en aras de poner en práctica sus ideales. Algunos despiden hoy a uno de los héroes políticos del Siglo XX y otros deciden despedir a un traidor de una causa que no tenía ningún recorrido. Las reformas tienen su precio y Gorbachov estuvo bien dispuesto a pagarlo en términos personales cargando con un sambenito que no le correspondía. 

La doble despedida de Gorbachov: héroe y traidor