jueves. 18.04.2024
gorbachov
Imagen RTVE.

Recluido en una dacha a las afueras de Moscú, casi sólo, con la única compañía de un reducido grupo de asistentes y colaboradores, Mijail Gorbachov ya sólo espera la muerte. Encerrado en sus recuerdos y en la añoranza de su amada esposa Raisa, el hombre al que tocó presidir el hundimiento de la Unión Soviética se complace en recitar poemas y y en recrear la ilusión de haber traído la libertad a su patria.

Ese es el clima que respira un documental emitido por TVE en su espacio Documentos TV (1). Se titula Gorbachov. Heaven (Gorbachov. Paraíso) y ha sido producido por firmas de varios países, bajo la dirección del director ruso Vitaly Mansky. En contraste con un trabajo anterior del cineasta alemán Werner Herzog, éste otro se trata de un retrato intimista, personal, no de un trabajo político, aunque la política impregna toda una atmosfera de nostalgia y olvido. En un estado de deterioro físico evidente, con acusados problemas de movilidad, el último presidente soviético se refugia en una suave socarronería y exhibe una discreta golosinería de anciano.

El film fue rodado hace dos años, precisamente por estas fechas. En una secuencia, Gorbachov escucha distraído el almibarado mensaje institucional de año nuevo de Vladimir Putin. Como tantas veces ha hecho desde su retirada forzosa, hace 30 años, no abjura de su ideología ni de su liderazgo. Tampoco renuncia a su vanidad. “Nuestra patria libre, pero... ¿quién nos trajo la libertad?”, se pregunta en tono retórico, mientras se oye de fondo el himno ruso (misma melodía, distinta letra del soviético). Se le pregunta cuantos máximos dirigentes de la URSS fueron socialistas y responde: “Yo”. “¿Y los demás?”, insiste el narrador. Y el viejo Mijail Sergueievich sonríe y calla.

Gorbachov parece vivir a gusto con el relato occidental de haber sido el hombre que trajo la libertad a su país 

Gorbachov parece vivir a gusto con el relato occidental de haber sido el hombre que trajo la libertad a su país y facilitar que los satélites europeos de la URSS la recuperaran. En realidad, Gorbachov fue siempre por detrás de los acontecimientos. Nunca por delante. Desde luego, no intentó impedirlos. En octubre de 1989, durante los fastos del 40º aniversario de la RDA, aconsejó a sus camaradas comunistas alemanes que no se encastillaran en su rigidez porque “serían castigados por la historia”. Pero en acto central del festejo, una marcha nocturna de antorchas, Gorbachov celebró la vigencia del socialismo soviético.

Alexander Platz

La manifestación de Alexanderplatz (Wikipedia)

Cuando el líder de la URSS dejó atrás Berlín oriental, un centenar de ciudadanos reclamó libertad en la Alexander Platz. Me enviaron de RNE a cubrir el evento y fui testigo de ello. Es bien sabido lo que ocurrió después. Y antes, a lo largo de un verano de viajes turísticos convertidos en huidas precipitadas. Al final, el muro cayó por un malentendido burocrático. Nadie tenía el ánimo de disparar. Hasta los muy esclerotizados líderes del SDA sabían que todo estaba perdido. Solo confiaban en salvar la cara. O al menos el pescuezo.

Gorbachov sabía que tratar de alterar el rumbo de los acontecimientos hubiera supuesto un inútil derramamiento de sangre. O, desde un punto de vista fríamente pragmático, ¿para qué arriesgarse con una apuesta que, de salir mal, pondría más evidencia el agotamiento del sistema? La libertad fue un bonito envoltorio para camuflar un gigantesco fracaso.

En Rusia, los pilares del proyecto del 7º Secretario General del PCUS, la perestroika (reestructuración o renovación) y la glasnost (transparencia) se resquebrajaban. La mayoría de la población adoptaba una actitud de indiferencia y/o de desconfianza. Una fiebre conspirativa se extendía por todo el vasto territorio satelital. Gorbachov daba discursos sobre libertad y socialismo, con un optimismo típico de los Planes quinquenales: vacío e irreal.

Como documenta Kristina Spohr en su libro “Después del muro” (2) , Gorbachov intentó que las potencias occidentales (Estados Unidos y Alemania, sobre todo) pagaran con dólares y marcos su esfuerzo liberador. Nunca lo consiguió. Más que avenirse a concesiones, se limitó a hacer virtud de la necesidad. Bush y Kohl, más allá de un afecto personal, quizás sincero, quizás impostado, lo trataron con condescendencia. Le dieron promesas y lo compensaron con halagos. Al pueblo ruso esas lisonjas le traían al fresco. En diciembre de 1990, durante un reportaje especial para TVE, pude palpar la irritación de la gente de la calle. Podían hablar, eso sí, y lo hacían para despreciar a su líder y, sin perder la oportunidad, también a los anteriores. Por esos días, Gorbachov entregó la cabeza de su ministro de exteriores, el liberal Shevarnadze, al sector más conservador del Politburó. Un intento fallido más de retrasar el derrumbamiento.

La soledad personal de este Gorbachov nonagenario es un trasunto de su soledad política de 30 años atrás, apenas ocultada tras un engañoso reconocimiento internacional y el hueco poderío de una superpotencia militar económica y moralmente arruinada.  Gorbachov es la figura más trágica en el panteón de los hombres célebres de la patria soviética.

En un momento de la filmación, como ausente, Gorbachov recita con suave nostalgia el comienzo de un fragmento literario paisajístico. En los segundos finales de la película, se repite ese mismo pasaje, pero ahora completo y en off. Es un poema que ensalza la belleza natural de Rusia. No habla de personas, no aparece el pueblo. Sólo una magnifica soledad invernal que dejará paso a una nueva primavera. Pero no a una imposible juventud, perdida para siempre. Una soledad que ya presiente el olvido. Como el propio Gorbachov dice, al final de la película, mientras acude al cementerio para visitar a Raisa: “aquí está mi tumba, reservada para mí”.

(1) Se puede ver en la página web rtve.es a la carta
(2) “Después del muro”. KRISTINA SPOHR. Tecnos, 2021.

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