lunes. 29.04.2024
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Arturo Prins | @prinsarturo

En la oscura y desolada sala de espera de "Solo queda caer", el dramaturgo Raúl Cortés desentraña con afilada crítica las entrañas de nuestro sistema cultural, revelando un panorama tanto grotesco como siniestro en el Teatro de la Abadía. La obra, en su esencia, se eleva como un escarnio contemporáneo a la ineficacia de los sistemas culturales del poder, abordando la ineptitud burocrática y el desprecio por el arte.

La pieza comienza con un tropiezo notable, un tedioso inicio de 30 minutos donde el espectador se ve sometido a un humor anclado en el siglo XIX, un sainete desgastado por repeticiones en los diálogos, como si todos fuéramos sordos, como si todo fuese que, a fuerza de repetirnos las cosas, las bromas nos encajarán mejor, y, por el contrario, no hacen más que ahondar en la monotonía. La mordacidad de Cortés podría haber alcanzado mayores alturas de contemporaneidad de haberse sumergido en los humores del siglo XXI; liberándose de las cadenas del astracán, un tipo de teatro -muy español- que no tenía otro objeto que conseguir la carcajada permanente de los espectadores mediante los más inverosímiles argumentos de la tradición, pero, ese humor y carcajada desatada, no se da en esta obra.

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El núcleo de la trama emerge con fuerza cuando la obra se adentra en una profunda crítica a los entresijos de un hipotético ministerio de la In-cultura, retratando con maestría los absurdos de un sistema mantenidos por burócratas estupidizados o mandamases sacralizados. La sátira se convierte en un espejo de la realidad, donde la desconexión entre los artistas contemporáneos y los funcionarios públicos es total y se convierte en el epicentro de la denuncia.

El desfile de personajes grotescos, desde la torera secretaria hasta la bailaora de flamenco con linterna en la cabeza, y un hombre vestido de capirote de una cofradía de semana santa, revela la distorsión de las ambiciones artísticas en el laberinto burocrático, y que la triplicidad: Iglesia, Toros y Flamenco son la pandereta cultural con la que este país exporta su imagen. Sin embargo, el choque entre los protagonistas, ya sea una pareja, hermanos o amigos odiosos, genera más rechazo que comicidad, opacando la intención crítica de la obra en esos momentos. Un par de desgraciados que vuelcan sobre el público su desprecio, y terminan aburriendo por sus desmedidos recelos.

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La fuerza de "Solo queda caer", reside en su revelación de cómo los artistas contemporáneos son triturados y ninguneados por funcionarios incapaces de entender la esencia de la cultura. La descripción del organismo de poder es certera y reconocible, arrancando risas amargas de aquellos familiarizados con los desafíos de la creación artística en el contexto español.

A pesar de esto, la obra no logra sostener su ímpetu crítico debido a diálogos cansinos y reiterativos. Los personajes, aunque bien interpretados por Cristina Mateos, Pablo Rodríguez y Sara Velasco, no logran escapar completamente de la trampa de diálogos simplones y carentes de gracia, excepto en el momento ministerial, que funcionan todos en una sincronía y ritmo ideales.

El director Raúl Cortés, también responsable del texto, presenta una comedia canalla y bufonesca que, a pesar de sus limitaciones, logra arrojar luz sobre la realidad política, social y artística contemporánea. El uso del humor, que oscila entre la mordacidad y el surrealismo, permite al espectador reflexionar sobre la absurdidad de un poder alienado y todo poderoso, el que rige la incultura de España, es decir la falta de mimo y apoyo atento a las producciones independientes del teatro, el cine, la literatura, y las artes plásticas.

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En palabras del propio Cortés, "Sólo queda caer" recupera la esencia de las antiguas "cantigas de escarnio" y del astracán, géneros olvidados, para ofrecer un retrato satírico de la sociedad actual. En este grotesco país, donde la espera es grotesca, la obra invita a reflexionar sobre la eterna pausa en la que parece estar sumido todo.

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En conclusión, "Solo queda caer" de Raúl Cortés, es una pieza teatral que, a pesar de sus tropeles iniciales y diálogos insulsos, logra iluminar las sombras de la burocracia cultural española. La crítica a la ineptitud de los sistemas de poder y el desprecio por la cultura resuena con fuerza, pero la obra podría beneficiarse de una revisión profunda para liberarse de la casposidad de ciertos diálogos y encontrar la agilidad necesaria para mantener la atención del público.

El mejor momento de la obra es cuando los representantes de Iglesia, baile flamenco y toreo, demuestran sus ineptitudes para gestionar la trituradora ministerial. La obra coge un ritmo estupendo cuando todo el aparato burocrático tritura y deshace cualquier conato de arte a través de desprecios y humillaciones hacia los artistas.

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'Solo queda caer': el aburrido Ministerio de la In-cultura