sábado. 27.04.2024
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Foto de Polina Zimmerman | Pexels

La poesía escrita por mujeres ha recibido, en España y en los últimos años, un fuerte impulso, incluso en el plano del reconocimiento crítico y académico, pasando a formar parte, hoy, de la cotidianidad del mundo literario. Si hubiera que situar en el tiempo el comienzo de ese proceso, no dudaría en hacerlo en el inicio de la transición política, sobre todo en la segunda mitad de la década de los ochenta. No son pocas las publicaciones que han dedicado amplios espacios a algunas de las antologías que, formadas en exclusiva por mujeres, han ejercido una importante influencia en nuestro ecosistema literario. También hemos asistido a la dedicación de monografías, por parte de revistas y otras publicaciones, sobre esa imparable oleada. Y, sin duda, a su creciente protagonismo en las redes sociales y en el mundo digital. Por supuesto, no ha sido menor la aparición de artículos de diversa índole abordando el fenómeno. De entre ellos, llama la atención el trabajo más reciente, del pasado sábado, 6 de enero, que aparece en el suplemento Babelia, del diario El País, con la firma de Jesús Ruiz Mantilla y el título “Poetas para un nuevo 27”. No solo es llamativo por el contenido sino por el medio periodístico en que se publica. Se trata de un largo texto, que tiene los rasgos, más que de un artículo especializado, de un reportaje o una crónica, en el que el autor aborda la poesía escrita en español “en femenino plural” concentrando la atención en las dos generaciones últimas (“radicalmente eclécticas”), ilustrándolo con las opiniones de un grupo de poetas en plena madurez creativa.

Del amplísimo espectro de poetas de calidad con que contamos, Ruiz Mantilla destaca a nueve autoras, de estilos y propuestas distintas y nacidas entre 1965 y 1989, es decir, de un arco de edades que va desde los 34 años de María Gómez Lara, hasta los 58 de Ada Salas. En medio, Ana Merino, Lara Moreno, Berta García Faet, Julieta Valero, Elena Medel, Ángela Segovia y Raquel Lanseros. Nada que objetar a la selección: es una apuesta subjetiva, sin duda. Pero sustentada en poetas con una trayectoria brillante jalonada, en algunos casos por importantes premios. Es obvio (no podría ser de otra manera) que muchas poetas quedan al margen, tal y como el propio Ruiz Mantilla reconoce agregando una nómina complementaria de autoras a mi juicio tan indiscutibles como las mencionadas.  

No entraré en la selección. Sí lo haré, sin embargo, en el contenido del reportaje y, sobre todo, en el enfoque, algo que tiene un relieve especial a publicarse en un medio de referencia cultural y literaria como Babelia, por trasladar al lector una visión extremadamente parcial sobre el “estado de las poesías” con nombre de mujer en las últimas décadas.

Allá van mis apreciaciones:

En primer lugar, me parece hiperbólica la comparación con el 27 (creo que tiene más de "proclama comercial" que de otra cosa) porque si bien es constatable que vivimos una etapa brillante en la producción poética, no lo es menos que ese auge de la poesía escrita por mujeres y la creciente beligerancia en defensa de un espacio propio, singular (la "habitación propia" de Virginia Woolf) tiene cuanto menos tres décadas de vigencia. Las poetas nacidas entre 1950 y bien avanzada la década de los 80, han venido marcando el paso con firmeza y alcanzando una relevancia sin precedentes en nuestro panorama literario, sobre el que han proyectado una mirada ecléctica, plural, diversa. Pero ese proceso no puede ser entendido, a riesgo de caer en un cierto adanismo, sin aludir a precedentes inexcusables que se obvian. 

De su lectura se deduce que entre las "sin sombrero" del 27 (Concha Méndez, Champourcin, Josefina de la Torre) hasta las poetas que se destacan en la crónica, ha habido un vacío de casi noventa años en la poesía española. La referencia, de pasada, a Piedad Bonet, o Cristina Peri Rosi, Soledad Álvarez o Gioconda Belli como antecedentes latinoamericanos de este impulso deja de lado a dos o tres generaciones de poetas españolas que sufrieron el machismo estructural y cultural de la dictadura y que han ido estableciendo toda una cultura poética feminista, igualitaria y panhispánica en el último medio siglo y de la que son hijas las nueve poetas seleccionadas.

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Toda la generación del 50, algunas de sus autoras todavía vivas como Julia Uceda y María Victoria Atencia, (curiosamente, Ruiz Mantilla al ejemplarizar el papel de esa promoción, alude al único hombre vivo, Antonio Gamoneda, y a la uruguaya Ida Vitale), y queda oculta, como si no hubiera existido, una nómina indiscutible: Ángela Figuera, Carmen Conde, Angelina Gatell, Gloria Fuertes, Aurora de Albornoz, Luz María Jiménez Faro, María Beneyto, Francisca Aguirre, Pilar Paz Pasamar, además de las supervivientes arriba mencionadas, conformaron la primera gran oleada de poetas mujeres que defendieron un trato de igualdad para su obra y para su vida literaria y poética ya en las décadas de los cincuenta y sesenta. No es casual que en los últimos años se haya reivindicado su papel con numerosas reediciones de sus libros más destacados y con antologías epocales de un enorme valor testimonial y lírico como Versos con faldas (Aguacanto,1983, y Torremozas, 2019), de Adelaida Las Santas, y editada por Fran Garcerá y Marta Porpetta en su nueva versión, o Mujer que soy (Bartleby), de Angelina Gatell.

Ese impulso, en gran parte silenciado durante muchos años, tendría una gradual reparación a lo largo de la transición política gracias a la labor de las nuevas generaciones de mujeres que contribuyeron a consolidar y ampliar ese espacio: hablo de Clara Janés o de Ana María Moix, de Amparo Amorós, Julia Castillo, Pureza Canelo, o Carmen Pallarés. También de otras poetas de relieve algo posteriores que serían destacadas en una antología histórica, esencial, como Las Diosas blancas (Hiperion, 1985), de Ramón Buenaventura, y, años más tarde, en 1993, por Noni Benegas en Ellas tienen la palabra (Hiperion). En el campo del eclecticismo, de la convivencia de estéticas y el panhispanismo (Pizarnik fue una referencia para muchas) eran ya realidades consolidadas, al comienzo del nuevo siglo (hace más de veinte años) poetas como Olvido García Valdés, Amalia Iglesias, Isla Correyero, Isabel Pérez Montalbán, Rosa Lentini, María Ángeles Maeso, Chantal Maillard, Ángeles Mora, Blanca Andreu, Esperanza Ortega, Esperanza López Parada, Rosana Acquaroni, Guadalupe Grande, Isabel Bono…  El salto que da Ruiz Mantilla desde las poetas ocultas del 27 a las que protagonizan el reportaje, deja en la oscuridad, además, una ingente suma de proyectos y realidades poéticas vinculadas a la poesía “en femenino plural” como, entre otras muchas, el proyecto Genialogías y la trayectoria de una editorial, dedicada exclusivamente a publicar literatura de mujeres (poesía ante todo) como Torremozas, fundada en 1982 y con cuarenta años de saludable existencia.

El tiempo transcurrido del siglo XXI es una fase de desarrollo y crecimiento de esa leva femenina de nuestro mapa poético. Varios premios nacionales y de la crítica, antologías como [Tras]lúcidas (Bartleby, 2016), de Marta López Vilar, o Sombras di-versas (Vaso Roto, 2017), de Amalia Iglesias, entre otras, confirman que el excepcional momento de la poesía escrita por mujeres viene de lejos. Incluso de muy lejos.

Por último, en el artículo se apunta, ya en su tramo final, una contradicción de base con el protagonismo que se pretende dar a las poetas en otras zonas del texto. En su afán de mostrar la vitalidad de nuestra poesía en los años más recientes, alude a las estéticas de la experiencia (Benítez Reyes, García Montero, Prado), a dos autores muy singulares como Colinas o Mestre, y saca a colación la propuesta plural recogida por Luis Antonio de Villena en la antología La lógica de Orfeo (Visor, 2003), un recuento de 18 poetas con solo dos nombres de mujer, Elena Medel y Ana Merino. En todo caso, la relación de poetas —quince en total— con que Ruiz Mantilla cierra el reportaje para ilustrar la riqueza de nuestra lírica en el presente, no incluye a ninguna poeta. Llama la atención esa ausencia por tratarse de una etapa (la que abarca Villena) en la que las antologadas por Ramón Buenaventura y Noni Benegas eran una realidad consolidada y activa, y la mayoría de ellas ocupaban, en buena medida, el primer plano de una actualidad que se prolongaría hasta hoy. Cierto que las nueve poetas que protagonizan el artículo se reclaman de una “radicalidad ecléctica”. Pero hay que decir que esa opción no es ni aislada ni novedosa: se agrega a la preexistente. A la que venía manifestándose desde los años ochenta, a la que creció en paralelo al avance de la transición política hasta su eclosión y madurez en el cambio de siglo y cuya vigencia se mantiene. Probablemente hasta la conmemoración, dentro de tres años, del centenario de la Generación del 27. Y más allá: no olvidemos que asoman en el horizonte magníficas, originales e innovadoras poetas nacidas ya en los años noventa. Pero esa ya es otra historia.

¿Hacia una nueva generación del 27 en femenino plural?