domingo. 28.04.2024
El tempo de Apolo, en Delfos
El tempo de Apolo, en Delfos

Cuando quise arrancarme la máscara, la tenía pegada a la cara (Fernando Pessoa)


El ruido de tertulianos campanudos, opinadores concienzudos y analistas profesionales -que saben de todo y por todos- impide la manifestación del oráculo. La contaminación atmosférica está empatada con la contaminación acústica de las valoraciones mediáticas. Ruido, ruido, ruido, que al final ensordece el grito legítimo de las víctimas en lugar de amplificarlo. Los libros de historia están llenos de ruido y de vencedores.

Resumiendo mucho, nuestra contemporaneidad es el relato intrigante que va de la universalidad ilustrada a la visceralidad y el resentimiento aldeanos de nuestros días, en medio, mucha sangre e injusticias, o para ser más precisos, muchas injusticias empapadas de sangre, y la teoría del caos preparada, como siempre, para aparecer y aletear como una inocente mariposa.

La contaminación atmosférica está empatada con la contaminación acústica de las valoraciones mediática

A la pitonisa la empodera Apolo, el más bello. La violaron años atrás, el patriarcado, no es sólo voz de largo eco. Pero la voz de la pitonisa todavía no ha podido ser invadida por los códigos masculinos y entra en trance cada día: las edades pasadas se reflejan en las presentes con otras sombras. La hipocresía está adherida a la línea del tiempo. Dolores antiquísimos con nombres vanguardistas. El sufrimiento no ha parado de rodar. Las víctimas se quedan con el miedo y los verdugos apelan a su victimismo. El mundo es para los que nacieron para conquistarlo y no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.

Al cielo con toda su carga simbólica se le está poniendo una cara irreconocible de desierto de Atacama. Demasiado terreno y patético. Parece la soledad de un viejo escondida por la sociedad aniñada de la fruición. Y el infierno se ha puesto de un pijo insoportable, con llamaradas de marca y lamentos poco creíbles. Los demonios, hastiados y amanerados, están aburridísimos de pasárselo tan bien y faltos de ofrendas naturales. Puro artificio. Otro espectáculo burgués sin trascendencia. Todo es un espectáculo burgués entre el negocio y el hedonismo. Por eso nada perdura. Ese imaginario e ideario nos ha conquistado, vivir para los placeres materiales y vender eso como felicidad universal (poder adquisitivo). Se pueden ideologizar las mentes hasta la paranoia, pero el mundo real se divide en dos: los que tienen y los que no tienen (incluso nada). Las nuevas políticas son tan viejas como las políticas patricias y las prebendas de la clase política, esa casta arrogante que se iba a combatir desde la izquierda de la izquierda con rastas, orgullo anticapitalista y empoderamiento femenino.

Ruido, ruido, ruido, que al final ensordece el grito legítimo de las víctimas en lugar de amplificarlo. Los libros de historia están llenos de ruido y de vencedores

Casi nadie quiere evaporarse. La muerte es un acontecimiento que les pasa a los otros. Los neoliberales nos enseñan a existir y entonar himnos de victoria y también nos enseñan a no morir: 'No renuncies a tus sueños'. 'Todas las metas son posibles'. La muerte es un suceso que no te va ocurrir a ti aunque suceda todos los días a la vuelta de la esquina. Entre las gentes (inducidas) tienen más calado los eslóganes liberales que la imagen del vientre hinchado, anónimo y desahuciado de un crio africano: '¿Hay vida antes de la muerte?'.

La ciencia, primero con la longevidad provocada, nonagenario pero joven y jovial, y luego con la inmortalidad, traerá una nueva aristocracia y la lucha de clases regresará, no será por la subsistencia, sino por la sobrenaturalidad. Los nuevos elegidos -de sangre azul imperecedera- volverán a demostrar que el único supremacismo es el dinerario. No serán humanos, ni se sentirán ya sujetos a reglas jurídicas, sociales y económicas.

El cambio climático será para los pobres más pobres, porque se lo merecen por trabajo y esfuerzo. Se ganarán el cielo ardiendo como una zarza Antiguo Testamento que no es tal, sino la revelación de Dios y su mensaje. Morir con Dios es más épico que la salvación total, que será para los ricos más ricos, que renunciarán (a regañadientes) a lo supremo para entregarse a la onerosa supremacía del dinero que tiene sus propios rituales y sacrificios. Cuánta abnegación.

Las élites se reforzarán. Y el cuchillo de la tecnología cortará las cuerdas vocales del mundo. No murmurarán las olas. Nadie auscultará el latido sediento de la Tierra y la Luna

Los varones podrán ser mujeres y las mujeres podrán ser varones. Los andróginos aspirarán por convicción a ser anfibios y los no binarios adquirirán el derecho de ser agua o arena de la playa. Los reptiles y las mascotas se ganarán el derecho de ser Eva y las bestias el derecho de ser Adán y de hablar en nombre de él. Las máquinas desearán amar y poseer como un humano. Y los humanos se acogerán al derecho de ser androides bellísimos. Los esquizofrénicos postularán la legitimidad de sus cerebros y abominarán de la medicación. Habrá que legislar vertiginosamente cada día, al mismo ritmo que se construye el planeta como un gran decorado para turistas y lo llenan de rutas, hoteles y alojamientos. Borrarán los barrios y los vecindarios -hay un potencial económico incalculable- y los habitantes de los sitios, aun desplazados, tendrán la percepción fidedigna (inoculada) de que la vida en lo cotidiano sigue su curso natural. No será crimen. Será progreso y redención y enriquecimiento torticero para unas cuantas oligarquías. Las clases medias urbanas e ilustradas se volverán tribales e insolidarias como un nacionalismo -el terruño por sofisticación mitológica deberá ser más que un espacio afectivo- y el campo estará abandonado y vaciado porque la naturaleza humana se habrá quedado huérfana y vacía.

El tiempo sentado en una estufa. Hielo lloroso, petróleo gran señor y margaritas silvestres que darán dentelladas. Aires airados, vientos sin garganta y el futuro cargado a la espalda exigirá caminar solo. La ignorancia supina institucionalizada se establecerá en las escuelas públicas con la naturalidad de que la incultura es igualdad. Las élites se reforzarán. Y el cuchillo de la tecnología cortará las cuerdas vocales del mundo. No murmurarán las olas. Nadie auscultará el latido sediento de la Tierra y la Luna, esa alcahueta de los amores prohibidos, esa entraña desterrada del planeta, los nuevos imperios la destruirán como metáfora y la colonizarán como territorio explotable.

¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? La insatisfacción es el eslabón perdido que completa nuestro genoma. “Ser” se antojará cada vez más complejo y alienante, y estar a la izquierda o a la derecha se transformará en otra actividad apremiante y estresante. Será una decisión individual, diaria y continua que nada tendrá que ver con las siglas y las formaciones políticas. Los apocalípticos se convertirán y los integrados se llenarán de dudas. Será el comienzo de la Edad de la Inteligencia (no artificial).

El eterno oráculo de Delfos