lunes. 29.04.2024

Keita

El abanico de opciones en el panorama de las series es mucho más amplio, hay una demanda muy potente especialmente de aquellas que se ajusten a unos modelos de devoración breve, directa y de golpe. Esas imposiciones del público impiden, en la mayoría de las situaciones, elevar la calidad del producto.

En el caso de las producciones de Los Javis no hay nada que temer, cultivan la estética tanto como el fondo, tienen mucho que decir sin dejar de lado la síntesis y narran grandes historias como cuentos infantiles que se leen en una noche. 

De este modo, vamos a analizar y a repasar los rasgos y elementos más destacables de los primeros cuatro episodios de su nuevo trabajo que salió a la luz el pasado 11 de octubre. 

Los Javis cultivan la estética tanto como el fondo, narran grandes historias como cuentos infantiles que se leen en una noche

La mesías, más allá de polémicas e inspiraciones en las profundidades de YouTube, cuenta la historia de Monsterrat Baró, su familia numerosa y sus conversaciones con Dios en tres tiempos diferenciados. El carácter sectario tiene lugar a partir del grupo musical un tanto intrigante conformado por sus hijas, virales en las redes, que pretenden esparcir la palabra de su madre. Se nos plantea así una especie de Canino de Lanthimos a la catalana, donde hijos abandonados al salvajismo y sin escolarizar forman parte de una folie à famille de las visiones de la progenitora. 

La historia se estructura en 7 episodios semanales, a excepción de los dos primeros (emitidos el mismo día 11), y, como hemos mencionado, se divide en tres tiempos que se alternan y que nos permiten acceder de forma arbitraria a los acontecimientos, lo que posibilita conectarlos y desconectarlos a gusto del escritor y facilita la creación del suspense y la sorpresa. A nivel narrativo han seguido la línea de Veneno, pues funciona y permite, sobre todo, plantear distintos procedimientos formales que determinen visualmente cada atmósfera y faciliten la perfección estética.

Aunque es cierto que se escapa de los característicos guiones de Los Javis y sus influencias del new queer cinema, encontramos una simbiosis magistral de intertextos e influencias. Es la elevación de su universo a un plano mucho más conectado a lo sacro y lo divino, sin apartar la mirada traumática que tan bien construyen.

La pantalla se empapa de un cosmos infantil escondido en guaridas festivas bajo las ruinas y la paja

A lo The Florida Project, la pantalla se empapa de un cosmos infantil escondido en guaridas festivas bajo las ruinas y la paja, compuesta en algún punto entre la sensibilidad de Carla Simón y la mesura de Erice. 

Nos volvemos a encontrar, siguiendo el influjo de Dolan, una banda sonora popular y bien ajustada a las necesidades de la imagen. La música, en la obra de Los Javis, tiene una función principalmente catártica y la encontramos en los momentos de éxtasis dramático, pero, en el caso de La mesíasla propia música implica catársis a nivel conceptual y, como no, salvación. Tan solo con la fusión electrónica de “Pom-Pom, Toc-Toc” y las voces infantiles vagamente montadas se merece un reconocimiento, y aún más grande si se tiene en cuenta la imagen que lo acompaña, una bajada artificial a los infiernos más lisérgicos, una rave digital plagada de vírgenes y santos enmascarados en bakalas y no binarios hasta arriba de alucinógenos.

Con respecto a las interpretaciones, la mayoría son buenas por ahora, un Albert Pla enigmático y una Lola Dueñas completamente tiránica y desbordada (en un buen sentido). Macarena García aprobada, un Roger Casamajor casi desconocido pero bastante acertado y una Ana Rujas que bueno, tampoco es que haya salido de su zona de confort, pero se agradece su bifurcación interpretativa entre lo meloso y lo sucio.

Aunque si algo hay que destacar es el trabajo tan impactante de todas las niñas que aparecen en la serie y la violencia tan dosificada y la fluidez corporal de Biel Rossell, un auténtico diamante.

La potencia de Monserrat (Ana Rujas y Lola Dueñas, por ahora) ordena no solo el relato, sino toda la energía de la obra y es el punto de fuga de todo el silencio y la compostura del espacio, un espacio tremendamente bello y cuidado que no se deja atrás ningún detalle temporal. Los fetiches temporales de los Javis no permiten (y nunca lo han hecho) anacronismos estéticos y, en este caso, la ropa y la decoración es más brutal y trabajada. 

Si algo hay que destacar es el trabajo tan impactante de todas las niñas que aparecen en la serie

Estos detalles visuales (que vemos también en unas ilustraciones magníficas entre frames) también se trasladan al orden del relato, muy fluido y armónico, mucho más orientado a lo más tradicionalmente causal y no tanto a esquemas rígidos y sin sentido. 

Esta vez no me enfada algo que antes me atormentaba en los pasados trabajos de los directores, ya no hay una jerarquía de carisma, profundidad y originalidad en aquellos personajes que sólo aparecen escasos segundos en la pantalla, quizás también porque el elenco es considerablemente amplio. 

Pero si algo no he terminado de pillar, aunque aún esté a tiempo, ha sido la necesidad de materializar el trauma en la figura del alienígena. Quizás no me encajen intertextos tan literales como es el guiño a Mysterious Skin de Scott Heim y la posterior adaptación de Araki. Tampoco me he sentido cómodo en algunas elecciones discursivas, especialmente en aquella en la que Montse decide volver a la casa de su nuevo marido tras huir bajo la lluvia. Debe tenerse cuidado en la planitud de algunas transiciones, sobre todo en aquellas que conciernen a personajes tan potentes e impulsivos cuyos rasgos rebeldes se han subrayado (a veces demasiado) anteriormente. 

Solo nos queda esperar al resto de episodios con una inquietud inmedicable para atender al encuentro de los dos mundos (y los dos tiempos que se repelen) y seguir a la espera de esas seguramente apabullantes apariciones de Carmen Machi y Amaia que aún seguimos deseando desde la primera emisión.

La mesías: esto es lo que ocurre cuando eliges bien tus influencias