miércoles. 08.05.2024

El nombre de Hatti proviene de las crónicas asirias, que lo identificaban como Khati o el país de Hatti. Por otra parte, los egipcios les denominaban Heta, que es la transcripción más común del jeroglífico Ht. La escritura egipcia carecía de vocales.

Por otra parte, los hatti eran un pueblo no indoeuropeo, que vivía en la misma región que los hititas, antes del primer imperio hitita, y cuya conquista por parte de los segundos provocó que los asirios y demás Estados vecinos siguieran usando el nombre de hatti para denominar a los nuevos ocupantes, pasando a significar la tierra de la ciudad de Hattusa. La lengua hática de los hatti siguió siendo usada ocasionalmente y para ciertos propósitos dentro de las inscripciones en hitita. 

  1. EL PERIODO MEDIO
  2. EL REINO NUEVO
  3. HATTUSA CAPITAL DEL IMPERIO HITITA
  4. LA SOCIEDAD HITITA
  5. LA CULTURA HITITA
  6. RELIGIÓN Y MUERTE

Hititas es el término general que se emplea en español. Las referencias en la Biblia sobre los hititas las encontramos en el Génesis 15:19-21 y 23:3, Números 13:29, Josué 3:10 y Libro II de los Reyes 7:6.

Imperio hitita, c. 1300 a.C.
Imperio hitita, c. 1300 a.C.

El mundo hitita está asentado en la península de Anatolia. Alrededor del siglo XVIII a. C., fundaron un reino con capital en Hattusa, que se convirtió en una de las grandes potencias del Oriente Medio en competencia con Mitani, Egipto, Asiria y Babilonia. 

Su máxima expansión ocurrió en el siglo XIII a. C, ocupando prácticamente toda Anatolia y partes importantes de Mesopotamia, Chipre y Siria. Los hititas desaparecieron bruscamente de la historia con la aparición de los pueblos del mar, aproximadamente en el año 1200 a. C.

El corazón del Imperio hitita estaba situado en el recodo del río Irmak, donde se hallaba la capital Hattusa. Este núcleo limitaba al norte con las tribus kaskas [1], al sur con Kizzuwadna, al este con Mitani y al oeste con Arzawa.

Mapa del reino Hitita
Mapa del reino Hitita

En el momento de máxima expansión hitita, Kizzuwadna, Arzawa y una parte importante del territorio gasga fueron incorporados al Imperio, que incluía, además, una buena parte de Chipre y diversos territorios en Siria, donde el Reino hitita limitaba al este con Asiria y al sur con Egipto.

Algunas de las principales ciudades hititas han sido localizadas, entre ellas Nesa y la capital Hattusa. Aún quedan ciudades por hallar, como, por ejemplo, Kussara. Nerik o Tarhutassa. En Siria estaban especialmente las ciudades conquistadas al antiguo Reino de Iamhan de Alepo, Karkemish y Qadesh. 

La historia hitita se ha divido en tres partes: 

  • El Reino Antiguo, donde edificaron un poderoso reino. 
  • El Reino Medio, una etapa bastante oscura y con cierta decadencia. 
  • El Reino Nuevo, donde alcanzan la categoría de imperio y su máxima expansión. 

Los inicios del reino de Hattusa

El Reino Antiguo duró del año 1680 al año 1430 a. C. Pasó de ser un pequeño principado a potencia con intereses en Asia Menor y Siria. En el último siglo de este periodo cedió, sin embargo, poder y protagonismo a Mitani.

La mayor parte de lo que se sabe de los reyes hititas se debe a uno de ellos, Telepinu, que escribió 150 años después del inicio de este periodo un edicto encaminado a justificar la necesidad de sus reformas. 

Hay una introducción histórica sobre el origen del poder hitita en este documento, en la que se menciona a tres monarcas: Labarna, Hattusili I y Mursili I. 

Se desprende de este documento, que el verdadero fundador del imperio hitita fue Labarna, que agrupó a las diferentes ciudades-estado y los pequeños reinos bajo una autoridad central y ensanchó las fronteras del recién creado reino hacia el oeste y hacia los mares Negro y Mediterráneo. 

Es posible que consolidara la institución de la monarquía al dictar disposiciones que garantizaran la sucesión. El nombre de Labarna se usó con posterioridad como sinónimo de rey, lo que ha llevado a algunos historiadores a dudar de su existencia.

Su hijo Hattusili I pudo apoyarse en la base política que Labarna le legó, para lanzar numerosas campañas militares, principalmente contra el reino de Alepo y contra los hurritas. 

Estableció en Hattusa la capital de los hititas, que se iba a mantener en esa ciudad hasta el final del imperio, excepto durante un breve periodo del Reino Nuevo. Hattusili, en un testamento que se ha conservado, repudió a su hijo, y nombra sucesor a Mursili I, su nieto, a quien también nombra hijo adoptivo.

Mursili I estrechó los lazos que unían a las ciudades-estado e incorporó estos al reino hitita, de tal modo que puede ser considerado como el principal artífice de lo que sería el imperio arcaico o reino antiguo. 

Expandió aún más las fronteras. A modo de venganza, conquistó Alepo en cuya empresa había fracasado Hattusili, y derrotó a los hurritas [2].

Estas victorias convirtieron al reino hitita en una de las potencias de Oriente Medio, hasta el punto de que, una vez conquistada Alepo, en el año 1595 a. C., Mursili encabezó una expedición contra la ciudad de Babilonia, que tomó y saqueó. 

Esa empresa fue más sorprendente que efectiva, pues la distancia impedía cualquier intento de control efectivo. Tras su marcha, el control de Babilonia pasó a manos de los casitas [3], posibles aliados de los hititas, lo que provocó la caída de los amorreos [4]. 

Poco después de su regreso, muere asesinado a manos de su cuñado, en el año 1590 a. C., Hantili I, fue el primero de una serie de reyes de los que poco se sabe: Hantili I, Zidanta I, Ammuna y Huzziya I. 

Durante esta época el país de los hititas, debido al poder y prestigio consolidados por Mursili, se mantuvo sin grandes modificaciones ni peligros, excepto en Siria, donde el creciente poderío de Mitani amenazaba las posiciones hititas. 

Durante esta época aparece documentada la existencia de los kaskas, que eran un conjunto de tribus bárbaras situadas al norte de Hattusa, que se convirtieron durante toda la historia hitita en una permanente amenaza para la capital, que los hititas nunca fueron capaces de destruir totalmente.

Estos contratiempos obtuvieron respuesta con la llegada al poder de Telipinu entre los años 1525 y 1500 a. C., que destaca, entre otras cosas, por la documentación del sistema hereditario, con el que se proponía acabar con la anarquía de sus inmediatos antecesores. 

Según el Edicto de Telepinu, la sucesión quedaba asegurada por el ascenso automático al trono del heredero varón escogido por el rey. La garantía del cumplimiento la tenía el panku, o Consejo de Nobles. 

Junto a este edicto, Telepinu hizo la primera gran codificación de las leyes hititas, que destacaban por la benignidad de los castigos y las numerosas innovaciones jurídicas.

Uno de los elementos más importantes de la monarquía hitita era el ya mencionado pankus [5], al cual Telepinu aseguró el derecho a la jurisdicción incluso ante el propio rey, ya que podía condenar a muerte a cualquier rey si se demostraba que éste planeaba el asesinato de algún familiar. 

A diferencia del resto de dinastías de la zona, los reyes hititas no se atribuían una estirpe divina, de modo que el pankus también tenía una función legitimadora de la monarquía.

Gran parte de la población hitita de la época estaba compuesta por personas libres que trabajaban alrededor de aldeas administradas por un consejo de ancianos, que tenía fundamentalmente una función de carácter jurídico. Estas instituciones, a cambio de gozar de cierta autonomía, estaban obligadas a contribuir con mano de obra al rey.

La estructura económica giraba en torno a los templos y palacios, que actuaban como centros coordinadores de la actividad comercial y artesanal. Los artesanos trabajaban a cambio de ser alimentados, motivo por el cual, el palacio debía disponer de excedente agrícola, necesario para el funcionamiento de la economía hitita, hasta el punto de que a veces se recurría a colonos militares para garantizarlo.

EL PERIODO MEDIO

Durante los años que siguen al reinado de Telepinu, se produce una disminución del poderío hitita. El gobierno estuvo en manos de reyes, que no pudieron evitar el ascenso y consolidación del poder de Mitani, que llegó a constituir una seria amenaza para el imperio hitita, arrebatándole diversos territorios en Siria.

Junto a esta relativa decadencia, se constata una escasez de documentación que impide conocer casi nada acerca de los reyes de la época, aunque parece posible constatar que hubo una continua lucha por el trono y numerosos desórdenes dinásticos.

EL REINO NUEVO

El Reino Nuevo es el periodo, que va entre los años 1430 a 1200 a. C., en el cual el imperio hitita alcanzó su máxima extensión y poderío, que mantuvo hasta la irrupción de los pueblos del mar, momento en el cual desapareció de la historia.

Durante esta época, empezó a desarrollarse en Irán y Asia Central la equitación. Unida al carro ligero de guerra, éste revolucionó el campo de batalla al proporcionar una nueva movilidad a todos los ejércitos. 

El carro de combate se convirtió en el arma principal de los hititas durante el Imperio Nuevo, como ocurrió en el resto de reinos de Oriente Próximo. 

Los carros hititas, de dos ruedas que tenía seis radios, estaban tirados por dos caballos, y eran manejados por lo que hoy conocemos como auriga. Sus ocupantes disparaban flechas antes de la carga, durante la cual usaban lanzas. En las ruinas de Hattusa se han encontrado unas tablillas que contienen el manual de hipología [6] más antiguo de entre todos los conservados. 

El texto está firmado por kikkuli, del país de Mitani, por lo que se considera que algún rey hitita habría tomado el servicio de un hurrita, para que le enseñara la técnica de la equitación.

Las referencias en la Biblia sobre los hititas las encontramos en el Génesis 15:19-21 y 23:3, Números 13:29, Josué 3:10 y Libro II de los Reyes 7:6.

Tras el asesinato de Muwatalli I, su sucesor Tudhaliya I asienta las bases del nuevo imperio. Tras sofocar una serie de rebeliones y frenar la amenaza kaska, comenzó a recuperar terreno frente a Mitani, alcanzando Alepo. 

Arnuwanda I intentó proseguir la guerra con Mitani, pero tuvo que enfrentarse a una invasión kaska, que sólo pudo ser derrotada en tiempos de Tudhaliya III, quien, a su vez, logró someter gran parte de Anatolia Occidental al dominio hitita.

Esta expansión permitió, durante el reinado Suppiluliuma I, una campaña militar decisiva contra Mitani, en la que se saqueó su capital. Después de algunos años de guerra, los hititas fueron capaces de apoderarse de gran parte de Mitani y convertir el resto en un estado vasallo. 

La debilidad de Egipto, Babilonia y una Asiria, que comenzaba su renacimiento facilitó a Suppiluliuma convertirse en la mayor potencia de la época, llegando a intentar una alianza matrimonial con Egipto, que fracasó al ser asesinado su hijo.

A la muerte de Suppiluliuma, en el año 1322 a. C., le sucedió Arnuwanda II, pero este murió a causa de una epidemia un año más tarde, ocupando el trono su hermano mayor, Mursili II. Cuando accedió al trono, se vio obligado a mantener por las armas el legado de su padre. 

En una campaña de dos años destruyó el poderío de los estados de Arzawa [7], entre ellos Ahhiyawa, que algunos historiadores identifican con los Aqueos y Micenas, y luego se volvió contra los kaskas, a los que causó daños importantes, alejándolos de Hattusa por un tiempo.

Tras la muerte de Mursili II heredó el trono su hijo Muwatalli II, que vio cómo las tensiones acumuladas con Egipto por sus antecesores implicarían con casi toda seguridad una guerra. 

Como preparación ante las hostilidades, Muwatalli II trasladó la capital a Tarhuntassa y dejó a su hermano Hattusili III a cargo del norte del reino. Con la subida al trono egipcio del ambicioso faraón, Ramsés II, la guerra se hizo inevitable y se produjo la batalla de Qadesh, de resultado incierto, pero que frenó los intentos de expansión egipcia.

Urhi-Tesub, hijo y sucesor de Muwatalli II, llevó la capital de nuevo a Hattusa, se encontró con que Asiria había aprovechado la lucha entre Egipto y el imperio hitita para ocupar lo que quedaba de Mitani. 

Para frenar esa amenaza, los hititas intentaron reinstaurar a su vasallo en el trono de Mitani, pero fracasaron. A partir de este momento, Asiria se convertiría en una amenaza constante para el reino hitita.

Hattusili III que era un hábil militar que destacó por sus grandes éxitos contra los kaskas, logró el trono de su sobrino Urhi-Tesub, probablemente debido al desprestigio de éste, pero su usurpación creó una serie de problemas dinásticos que debilitaron todavía más al reino hitita, especialmente cuando Urhi-Tesub buscó refugio en la corte de Ramsés II, faraón, con el que posteriormente Hattusili firmaría un tratado de paz. 

Estas debilidades, junto a la fortaleza de Asiria, dieron lugar a una expansión de esta última, que culminó, en tiempos de Tudhaliya IV, hijo de Hattusili, en la derrota de la batalla de Nihriya. Los asirios se apoderaron de ricas regiones mineras cerca del imperio hitita, y de Babilonia. 

Desaparición del imperio hitita

Tudhaliya IV fue capaz de recuperarse de la derrota frente a los asirios al reforzar el reino en Asia Menor y en Chipre, alcanzando probablemente la máxima expansión hitita. 

El trono pasó a sus hijos, primero Arnuwanda III y luego Suppiluliuma II, que tuvieron un comienzo de reinado no muy distinto al resto de los reyes hititas, con revueltas en Arzawa, Siria, Chipre, etc.

Estas revueltas fueron sofocadas, y nada hacía presagiar un reinado muy distinto a Suppiluliuma II. Sin embargo, la aparición por sorpresa de los pueblos del mar aproximadamente en el año 1200 a. C., causó grandes desórdenes en todo el mar Mediterráneo oriental. 

Estos desórdenes, a los que se unieron las tradicionales invasiones kaskas, no pudieron ser combatidos eficazmente, y como consecuencia de ello, el reino hitita desapareció de la Historia.

Relieve hitita de los músicos
Relieve hitita de los músicos

Algunas ramas colaterales de la familia real siguieron conservando reinos de cultura hitita, destacando el de Karkemish en Siria, que no fue conquistado por los asirios hasta el siglo VIII a. C.

HATTUSA CAPITAL DEL IMPERIO HITITA

La capital del Imperio hitita era Hattusa. Sus ruinas ocupan actualmente una extensión de 162 ha. en un terreno escarpado y con muchas laderas. La distancia de lado a lado de la ciudad era de 2,4 kilómetros Su situación se debe a la abundancia de agua proveniente de las montañas cercanas, y los hititas excavaron cisternas en la roca sólida para poder almacenar esa agua.

No se trazaron sus calles siguiendo un patrón ortogonal, sino que utilizaron toda la tierra sobre la que se pudieram construir. Para conseguir más terreno llano lo hicieron a través de terrazas. Las casas de Hattusa estaban construidas de ladrillo y piedra, con techos planos de maleza y barro soportados por vigas de madera.

El interior de las casas estaba poco iluminado, pues había pocas ventanas. Las casas más grandes, construidas para las familias de la nobleza, eran castillos en miniatura, colgados de salientes rocosos y fortificados con robustos muros. Existían muchos talleres de artesanos, tabernas, casas de comida y graneros en las viviendas de la ciudad.

La mayoría de la gente trabajaba la tierra, pero en Hattusa la mayoría se ganaba la vida realización trabajos especializados. Había mercaderes, soldados, vigilantes, posaderos, médicos, sastres y zapateros, junto a artesanos como alfareros, canteros y orfebres.

Localización de los principales lugares de la Anatolia hitita
Localización de los principales lugares de la Anatolia hitita

Las calles de Hattusa estaban llenas de personas, sacerdotes, guerreros y esclavos que se ocupaban de todas las tareas. Granjeros, panaderos y pescadores se juntaban con los ciudadanos mientras vendían sus productos.

Los enemigos que se acercaban a Hattusa, se impresionaban ante las defensas de la ciudad, pues ésta se encontraba rodeada por seis km de altos terraplenes de tierra sobre los que había fuertes muros de piedra.

Algunas rocas empleadas en la muralla eran tan grandes, que muchos visitantes pensaban que la ciudad había sido hecha por gigantes. Se construyó a lo largo de la muralla un largo túnel, que permitía a los defensores realizar contraataques.

Las puertas de entrada en la ciudad estaban protegidas por torres y almenas. Las que mejor se conservan son las puertas meridionales, cerca de la cima de la ciudad.

Cada puerta estaba decorada con esculturas sobre piedras gigantes. La Puerta de las Esfinges estaba decorada con esfinges gemelas, mientras que la Puerta del León tenía dos leones rugientes, que dan la impresión de estar a punto de atacar.

La Puerta del Rey contaba con la estatua más delicada, que era la figura de un joven guerrero que sustenta un hacha, con vestido puntiagudo y una túnica corta. Esta estatua se encuentra en el Museo de Ankara, mientras que en Hattusa solo se conserva una copia.

Había un grupo de templos y castillos en el interior de las puertas meridionales, así como viviendas muy humildes. Debajo había una fortaleza que se llamaba la Cindadela, que incluía el palacio del rey con sus pasillos con columnas y se levantaba en un saliente rocoso. Más abajo se encontraba el Gran Templo, que era la sede de las grandes ceremonias hititas.

La guerra y el ejército para los hititas

La guerra estuvo muy presente en toda la historia hitita, hasta el punto de que es difícil encontrar una ideología de paz en los textos. El enfrentamiento bélico se vio como la recreación de un juicio divino, denominado ordalía, en el que el futuro triunfador tenía los poderes divinos de su lado. 

Se describe un ritual en un texto que debía cumplir el soberano antes de una campaña para comenzarla con buenos augurios. Por otra parte, el rey hitita nunca se presenta como el instigador del conflicto, sino siempre como el atacado, que tenía que reaccionar para restaurar el orden.

Arquero en la batalla de Kadesh
Arquero en la batalla de Kadesh

Cuando resultaba ganador del conflicto, el rey hitita establecía relaciones formales con el vencido mediante la celebración de un tratado escrito, en vez de confiar en el terror, lo que se suponía que garantizaría la estabilidad en la región. 

Esto no impedía que la guerra continuara con destrucciones, pillajes y otras expoliaciones, así como la deportación de prisioneros de guerra y por tanto fuera una manera de acaparar riquezas.

El ejército hitita estaba bajo el mando supremo del rey, el cual estaba en el centro de una red de asesores, que le informaban de todos los frentes militares activos y potenciales del imperio. Esta información estaba basada en las guarniciones fronterizas y las prácticas de espionaje. 

El rey podía ponerse al frente de sus tropas o bien delegar en un general, sobre todo cuando había varios conflictos simultáneos. Esto era un privilegio de los príncipes, de los altos dignatarios como el gran mayordomo y, cada vez más con el tiempo, de los virreyes, especialmente el de Karkemish. 

El rango inferior estaba compuesto por los jefes de los diferentes cuerpos de tropas carros, caballería e infantería. Otros oficiales importantes eran los jefes de torre de guardia y los supervisores de los heraldos militares, que se ocupaban de las guarniciones, principalmente las fronterizas, y podían comandar los cuerpos del ejército. La jerarquía militar descendía desde aquí a los oficiales, que dirigían las unidades más pequeñas.

Carro de guerra hitita
Carro de guerra hitita

El corazón del ejército se componía de tropas permanentes estacionadas en las guarniciones. Estaban mantenidas por los suministros recogidos de los almacenes estatales y de las concesiones de tierras de servicio.

El ejército tenía una gran reputación por ser una formidable fuerza de combate. Durante las campañas podía tener hasta 30.000 soldados. Los nobles y oficiales dirigían unidades menores entre 10.000 a 1.000 soldados. 

Las divisiones de carros se encontraban entre las más efectivas unidades de combate del Oriente Medio Antiguo. En otros ejércitos, como el egipcio, los carros llevaban dos hombres, un conductor y un guerreo armado con un arco y jabalinas para el combate a media distancia.

Los carros hititas llevaban tres hombres un conductor, un portador de escudo y un soldado armado con una lanza para el combate a corta distancia. Cargado con sus tres ocupantes, el carro hitita era menos maniobrable, pero el tercer hombre lo volvía más peligroso en la batalla.

El ejército tenía divisiones de infantería, armadas con arcos, hachas, lanzas o espadas de tajo en forma de hoz. Los casco y escudos ayudaban a proteger a los hombres de los ataques enemigos.

Estatua de león siria
Estatua de león siria

Según las necesidades de determinados conflictos, se hacían levas forzosas de tropas entre la población y los reyes vasallos tenían que proporcionar combatientes. 

Están las instrucciones a los oficiales, anotadas para asegurarse la fiabilidad de los que dirigen las tropas, había un ritual del juramento militar que debían prestar los soldados y oficiales cuando entraban en servicio, mediante el que juraban fidelidad al rey y en el que se describía con detalle un ritual análogo de maldiciones, a las que se exponían en caso de deserción o traición a la patria, actos que estaban castigados con la pena de muerte.

La mayoría de las tropas del ejército hitita eran de infantería y estaban equipadas con espadas cortas, lanzas y arcos, así como con escudos. Contrariamente a la creencia popular, el metal de las armas hititas era el bronce y no el hierro. 

La infantería acompañaba a las tropas de élite, los carros de combate, conocidos por las representaciones que hicieron los egipcios de la batalla de Qadesh, en las que se muestra su capacidad de emprender una ofensiva rápida. La caballería estaba poco desarrollada y servía quizá principalmente para misiones de vigilancia y correos rápidos. 

Según los textos egipcios, que describen la batalla de Qadesh, las tropas hititas movilizadas en aquel momento se encontraban en el apogeo del imperio, y se elevaban a 47. 000 soldados y 7. 000 caballos, contando las tropas de los vasallos. Sin embargo, la fiabilidad de estas cifras ha sido cuestionada. 

Durante la última fase del reino, también podían movilizar fuerzas navales, en concreto para la invasión de Alasiya, gracias a los barcos de sus estados vasallos costeros como el reino de Ugarit.

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LA SOCIEDAD HITITA

La mayor parte de la gente en el imperio hitita trabajaba en el campo. Era una zona con un clima muy duro y el cultivo principal era el trigo y la cebada, pero también se cultivaban cebollas, guisantes, olivas, uvas y manzanas. Tenían reses, cerdos, ovejas y cabras con los que conseguían carne, productos lácteos y lana para hacer vestidos.

El principal alimento era el pan, la carne y los estofados de verdura. Además de los granjeros, existían trabajadores con oficios especiales, como los carpinteros y albañiles, artesanos metalúrgicos y alfareros que fabrican jarras de cuello estrecho y copas anchas y bajar, o vasos con forma de pájaros y otros animales.

El mundo hitita es conocido por su trabajo con el metal. Aprendieron a trabajar el bronce y el arte de la fundición, la técnica que les permitía obtener hierro de la mena de este metal, calentándose a altas temperaturas. Los hititas guardaron celosamente este precioso secreto, pues era la base de comercio.

La mena de hierro era extraída de minas locales, donde se le daba forma de lingote. Estos eran posteriormente trasladados a las ciudades para ser refinados y transformados en fuertes y duraderas herramientas y armas. 

Los hititas eran también hábiles canteros y escultores. Sus gigantes esculturas de dioses, hombres y animales son los restos más impresionantes que nos han quedado de su civilización.

La mayor parte de las esculturas hititas eran relieves destinados a ser vistos sólo de frente. Algunas pequeñas figuras de bronce, e incluso grandes estatuas de piedra, fueron esculpidas en bulto redondo.

La lana se hilaba y los vestidos se hacían en casa. Los hombres llevaban diariamente una túnica hasta la rodilla, de manga larga, sujeta en los hombros con alfileres de bronce. Para el exterior, las mujeres se ponían sobre los hombros capas largas para cubrir los ligeros vestidos que llevaban dentro de las casas. Tanto hombres como mujeres empleaban joyas.

Durante las fiestas, los hombres llevaban túnicas a media pierna llamadas camisas de hurritas, adornadas con bordados o decoración de bronce. Los reyes podían llevar lo altos y cónicos sombreros reservados generalmente para los dioses hititas.

LA CULTURA HITITA

Es muy probable que a partir de grafismos, los hititas hubieran llegado a desarrollar su propia escritura basada principalmente en pictogramas, pero aunque se encuentran pictogramas en la zona hitita, aún no es viable relacionarlos directamente con la cultura hitita ni tampoco es posible de momento calificarlos como una escritura sistematizada.

Los hititas adoptaron la escritura cuneiforme usada a partir de los sumerios. Esta escritura les sirvió para su comercio internacional, aunque podía estar dialectizada acorde al idioma hitita, si bien al usarla en gran medida de un modo próximo al de los ideogramas resultaba inteligible para pueblos vecinos alófonos.

El arte hitita que ha llegado a nuestros días ha sido calificado desde el tiempo de los griegos clásicos como un arte ciclópeo, debido a la magnitud de sus sillerías y a las dimensiones y relativa tosquedad de sus bajorrelieves y algunas pocas esculturas en bulto. 

Estas pocas esculturas en bulto redondo parecen haber recibido alguna influencia egipcia, mientras que los bajorrelieves evidencian influencias mesopotámicas, aunque con un típico estilo hitita caracterizado por la ausencia de delicadezas formales.

El arte hitita más típico se observa en los pocos elementos metálicos, especialmente de hierro, que han llegado hasta nuestros días. Se nota un arte rudo y basto, aunque muy sugestivo por cierta estilización y abstracción de índole religiosa, en la cual abundan símbolos bastante crípticos.

La lengua hitita

Es la más importante de la extinguida rama anatolia de las lenguas indoeuropeas, siendo los otros miembros el luvita especialmente el luvita jeroglífico, el palaico, el lidio y el licio. 

Uno de los grandes logros de la arqueología y la lingüística es el haber descifrado esta lengua extinta, que se considera la más antigua de entre todas las lenguas indoeuropeas documentadas. Precisamente resulta interesante por los elementos de los que carece y que se hallan presentes en lenguas documentadas posteriormente.

Una de sus características principales es el gran número de palabras no indoeuropeas que contiene, debido a la influencia de culturas de Oriente Próximo, como la Hurrita o la cultura del pueblo de Hatti, siendo especialmente acusada esta influencia en los vocablos de origen religioso. 

Consta de la mayoría de los casos habituales en una lengua indoeuropea, dos géneros gramaticales común y neutro y dos números singular y plural, así como diversas formas verbales.

Aunque parece que los hititas contaban con un sistema de pictogramas, pronto comenzaron a usar también el sistema cuneiforme. 

RELIGIÓN Y MUERTE

La religión hitita llegó a ser conocida como la religión de los mil dioses. Contaba con numerosas divinidades propias y otras importadas de otras culturas muy especialmente, de la cultura hurrita, entre las cuales se destacaba Tesub, el dios del trueno y la lluvia, cuyo emblema era un hacha de bronce de doble filo y Arinn, la diosa del sol. 

Otros dioses importantes eran Aserdus, que era la diosa de la fertilidad, Naranna, diosa del placer y la natalidad y su marido Elkunirsa que era el creador del universo y Sausga que era el equivalente hitita de ishtar. 

El rey era tratado como un humano escogido por los dioses y se encargaba de los más importantes rituales religiosos, además de salvaguardar las tradiciones. Si algo no iba bien en el país, se le podía culpar a él si había cometido el más mínimo error durante uno de esos rituales, e incluso los propios reyes participaban de esta creencia. 

Mursili II atribuyó una gran peste, que asoló el reino hitita a los asesinatos que llevaron a su padre al trono, y realizó numerosos actos y mortificaciones para pedir perdón ante los dioses.

De numerosas tablillas hititas, conocemos unos rituales de tipo mágico, que tienen por objetivo manipular la realidad para convocar e influir en las fuerzas invisibles.

Estos procesos se utilizaban en una gran variedad de casos: 

  • Durante los ritos de paso como el nacimiento, mayoría de edad, muerte.
  • Durante el establecimiento de vínculos garantizados por las fuerzas divinas como el compromiso con el ejército, acuerdos diplomáticos. 
  • Para curar o expiar los diversos males, a los que se atribuía un origen sobrenatural como enfermedades o epidemias, que tienen por origen una falta cometida, hechizos debidos a la malicia de un brujo o, más a menudo, de una bruja, pero también peleas de pareja, impotencia sexual, una derrota militar, etcétera.

Estos rituales movilizaban a muchos especialistas. En primer lugar a las mujeres viejas, que parecen haber sido las expertas en rituales por excelencia, pero también a los especialistas en adivinación, que completaban sus prácticas habituales mediante rituales mágicos, y a los médicos exorcistas. 

Las prácticas médicas hititas combinaban remedios, que a ojos modernos revelarían medicina científica con otros que eran de orden mágico. Esta diferencia no era apreciada por la gente de los tiempos antiguos.

Los rituales mágicos de los hititas podían seguir varias reglas:

  • La analogía simpatía que consistía en la utilización de objetos con los que se realizaban actividades, que simbolizaban el efecto de lo que querían conseguir, al tiempo que se recitaban encantamientos que garantizasen su eficacia. 

Durante el ritual de entrada en servicio de los soldados, se aplastaba la cera para simbolizar, lo que les sucedería en caso de deserción. Durante el ritual contra la impotencia sexual, el hombre entregaba en el ritual un huso y una rueca, que representaban la feminidad, asimilados a la impotencia, y le daban un arco y unas flechas que simbolizaban la virilidad reencontrada.

  • El contacto aseguraba la transferencia de un mal de una persona u objeto a otro objeto o partes de un animal sacrificado. Esto se hacía con solo tocar o agitar el objeto, que se suponía captaba el mal alrededor de la persona tratada. También, haciendo pasar a este último entre las partes de objetos y animales que constituían una suerte de portal simbólico, que permitiera disipar el mal cuando era atravesado.
  • La sustitución era un proceso que permitía reemplazar la persona receptora del mal por un objeto, un animal o incluso otra persona en el caso de los reyes. El sustituto era después destruido, sacrificado o exiliado llevando consigo el mal.

La voluntad de los dioses era accesible a los hombres mediante la adivinación. Esto permitió a los hititas conocer el origen de una enfermedad o una epidemia, de una derrota militar o de cualquier mal. Las informaciones recopiladas así debían permitir luego ejecutar los rituales adecuados. 

La adivinación también podía servir para juzgar la oportunidad de una acción que quisieran realizar, como iniciar una batalla, construir un edificio, etc., en previsión de si tenían el consentimiento divino, de si se realizaría en un momento propicio o perjudicial y, sobre todo, para saber que iba a suceder en el futuro.

Existieron varios tipos de prácticas adivinatorias. La adivinación mediante los sueños la oniromancia, que parece haber sido la más habitual, podía ser de dos tipos:

  • El dios se dirigía él mismo al durmiente.
  •  Se provocaba el sueño o incubación. 

La astrología está atestiguada en textos encontrados en Hattusa. 

Los otros procedimientos de adivinación oracular más habituales eran la lectura de las entrañas de ovejas, la observación del vuelo de ciertas aves, los movimientos de una serpiente de agua en un barreño y un proceso enigmático consistente en echar a suertes objetos, que simbolizaban algo supuestamente para revelar el futuro.

La adivinación podía ser producida en los hombres con los rituales precisos, o bien emanar directamente de los dioses de forma espontánea y ser impuesta a los hombres que debían después interpretar el mensaje y era necesario apelar a especialistas en adivinación en todos los casos. 

En las ruinas de Hattusa se han desenterrado varios relatos mitológicos. El estado fragmentario de la mayoría de ellos impide conocer su desenlace o incluso su desarrollo principal. 

Algunas piezas se encuentran entre las más notables de la mitología del Antiguo Oriente Próximo. La mayoría de estos mitos no tienen un origen hitita, muchos parecen tener un fondo hattiano y otros tienen un origen hurrita.

Con frecuencia solo se conocen por historias fragmentarias o por los rituales en los que se reproduce el desarrollo del mito, que permiten el regreso del dios y, por lo tanto, asegurar la prosperidad del país. 

Estos mitos están claramente relacionados con el ciclo agrícola y el retorno de la primavera. Simbolizan el regreso del orden frente a la desorganización, el cual puede garantizarse mediante la aplicación de los mitos vinculados a él.

Otro mito anatolio importante es el de Illuyanka. Se conoce por dos versiones y relata el combate del dios de la tormenta contra la gigantesca serpiente Illuyanka. La victoria del gran dios se produce a pesar de los reveses iniciales y con la ayuda de otros dioses. 

Este mito se inscribe en el tema de los mitos que tienen a una deidad soberana enfrentándose a un monstruo que simboliza el caos. Al igual que este último, se recitó y tal vez se representó durante una de las grandes celebraciones de primavera.

El último gran mito, conocido por unas tablillas de Hattusa, es el ciclo de Kumarbi, mito de origen hurrita dividido en cinco canciones desigualmente conocidas. Tiene por tema la declaración del dios Tesub, el dios hurrita de la tormenta, ante varios adversarios, en primer lugar Kumarbi que le suplanta en la primera historia: la canción de Kumarbi. 

La rivalidad entre los dos termina en la canción de Ullikumi en la que Tesub debe derrotar a un gigante engendrado por su enemigo mortal. Este ciclo mítico tiene un alcance más general que los precedentes, porque comienza con una narración del origen de los dioses y explica la creación de su jerarquía, en particular, la primacía del dios de la tormenta. 

Es también el que presenta mayores paralelismos con la mitología griega, ya que la narración de los conflictos generacionales de los dioses es muy cercana a la de la Teogonía de Hesiodo.

De los mitos propiamente hititas que nos han llegado, tenemos a los humanos como personajes principales, pero implicando también a los dioses. El mito de Appu cuenta la historia de una pareja rica sin hijos, que implora al dios Sol para que vaya en su ayuda. 

Siguiendo las concepciones que aparecen en varios textos encontrados en lo que fue el país de Hatti, los hititas dividieron el universo en el Cielo y un conjunto formado por la Tierra y el infierno, al que llegaban los difuntos después de la muerte. 

Era accesible desde la superficie de la tierra a través de las cavidades naturales que conducen hacia las profundidades, pozos, pantanos, cascadas, grutas y otros agujeros como las dos cámaras de Nişantepe en Hattusa. 

Estos lugares podían servir como espacios para los rituales relacionados con las deidades infernales. Como su nombre indica, la tierra sombría se veía como un mundo poco atractivo en el que los muertos llevaban una existencia lúgubre.

Los textos hititas parecen fuertemente influidos por las creencias mesopotámicas en el más allá, por lo que resulta difícil determinar en qué medida reflejan las creencias populares locales. 

Al igual que los habitantes del país de los dos ríos, los hititas pusieron el inframundo bajo la protección de la diosa Sol de la Tierra, la diosa Sol de Arinna, que recoge aspectos de la antigua diosa hatti Wurusemu. 

El mundo infernal anatolio estaba poblado de otros dioses, sirvientes de esta reina del infierno, en particular por unas diosas que hilaban la vida de los hombres igual que las moiras de la mitología griega o las parcas de la romana.

Las prácticas funerarias conocidas son principalmente aquellas que conciernen a los reyes y a los miembros de la familia real, que se beneficiaron de funerales fastuosos y del ancestral culto a los muertos. 

No se ha descubierto ninguna tumba real. Los soberanos y sus familias eran incinerados y sus restos eran sin duda depositados en su lugar de culto funerario llamado hekur. 

Se ofrecían sacrificios regulares a los reyes y miembros de la familia real difuntos y sus templos funerarios eran ricas instituciones dotadas de tierras y personal, como en los grandes templos 

Esta práctica de culto a los antepasados probablemente existía también entre el pueblo, con el objetivo de asegurarse de que los muertos no volvieran para atormentar a los vivos bajo la forma de fantasmas. Si era necesario, podían ser expulsados mediante exorcismos.

Los cementerios anatolios del segundo milenio antes de Cristo datan principalmente en la primera mitad de este periodo, correspondiente a la época de las colonias asirias de mercaderes y al antiguo reino hitita. Pocos cementerios del periodo del Imperio hitita se han sacado a la luz.

El más importante es el de Osmankayasi situado cerca de Hattusa. Estos cementerios documentan las prácticas funerarias de las clases media y baja de la sociedad hitita. La inhumación e incineración coexisten, pero la segunda tiende a aumentar en el transcurso del periodo. 

Los enterramientos podían hacerse en tumbas de cista, sin duda para los más ricos, en simples fosas o en grandes jarras llamadas con la palabra griega pithos para los menos ricos. 

La mayoría de las tumbas conocidas están situadas en las necrópolis, pero algunas de ellas se encuentran en el interior de los muros de las ciudades, debajo de la residencia de la familia del difunto, como también es común en Siria y Mesopotamia.


Bibliografia

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[1] Los kaskas fueron un pueblo preindoeuropeo que habitó la zona septentrional de Anatolia, cerca del mar Negro, durante el segundo milenio antes de Cristo. Son conocidos principalmente por sus continuas invasiones del Estado hitita. Los kaskas vivían de la ganadería y de una rudimentaria agricultura, y eran hablantes de una lengua no indoeuropea, posiblemente relacionada con el idioma hatti. Su organización política no está muy clara, pero parece que era de tipo tribal, y que solo formaban alianzas temporales para atacar a sus vecinos, lo que, por otro lado, sucedía con frecuencia.
[2] Los hurritas fueron un pueblo que habitó en la antigüedad una región centrada en el valle del río Khabur situados al norte de Mesopotamia y sus alrededores, lo que comprende los actuales sudeste de Turquía, norte de Siria e Iraq y noroeste de Irán. Entre los numerosos Estados que fundaron, destaca el de Mitani, que fue una de las grandes potencias de su época. Su distribución era similar a la de los kurdos en la actualidad.
[3] Los casitas fueron un pueblo de origen incierto que llegó a constituir la dinastía reinante en Babilonia, desde aproximadamente 1531 a. C. según la cronología media hasta el año 1155 a. C., en que fueron derrocados por los elamitas. Su conquista de la vieja Babilonia de Hammurabi y el territorio mesopotámico con sus diferentes ciudades-estado dio lugar a lo que se podría llamar el Estado territorial de Babilonia en la mitad sur de Mesopotamia, cuya rivalidad con el Estado de la mitad norte, Asiria, configurará el futuro de la región.
[4] Fueron un pueblo de origen semita constituido por tribus nómadas muy belicosas que ocuparon SiriaCanaán y la región al oeste del río Éufrates, desde la segunda mitad del tercer milenio antes de nuestra era. En el curso de sus correrías llegaron a conquistar en dos ocasiones la ciudad de Babilonia. Se cree que el rey Hammurabi era descendiente de amorreos.
[5] Pankus era un tribunal de la nobleza hitita establecido por el rey Telepinus para regular todos los asuntos de sucesión, y al que incluso el propio rey estaba sujeto. La familia hitita reúne en el palacio a personas cercanas al rey, con funciones administrativas y militares. Junto con los guerreros bajo su mando, este pueblo forma la asamblea pankus , donde está representada la comunidad hitita
[6] La hipología o ciencia hípica, es la ciencia que se ocupa y estudia al caballo doméstico, su estructura, fisiologíafilogeniareproducción y cría, incluyendo la historia de la cultura relacionada con el caballo.
[7] Arzawa era un reino y una región de Anatolia occidental del II milenio a. C. Es un término hitita para referirse a una región no muy bien definida de Anatolia occidental, y, a veces, por extensión, se usa también para referirse a la alianza de los reinos de la región, el mayor de los cuales se suele llamar Arzawa Menor. De la cultura de Arzawa poco se sabe, excepto que la lengua de la corte era el luvita, emparentado con el hitita.

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