lunes. 29.04.2024

Pero no todos, dijo un abuelo que estaba sentado en un tronco de pino, acomodado como silla, en un rincón de la sala. Los familiares y, sobre todo las familiares, iban y venían tratando de ayudarle a la viuda del soldado muerto en esa inútil carnicería fratricida, de lado y lado, donde había que defender las ruinas de un pueblo porque así estaba cuando él llegó al frente, con poco entrenamiento y sin que hubiera registrado antes servicio militar. Que todo era por el orgullo patrio, le dijeron. En el primer patrullaje, doblando la segunda esquina, la bala de un francotirador, puesta en plena frente, lo mandó a la lista de los héroes, en este caso a la del más allá, pues no fue una simple herida sino que pedazos de su cerebro quedaron incrustados en una pared, con proyectil y todo… 

Le ayudaban en la cocina a preparar la comida que se acostumbraba dar a los, y las dolientes y asistentes al sepelio que, en este caso, esperaban afuera en el pequeño antejardín, y algunos, en la angosta calle. Allí conversaban sobre el insuceso y, en general, sobre la locura de la guerra.

Había que defender las ruinas de un pueblo porque así estaba cuando él llegó al frente

En un momento de descanso, mientras hervían los comestibles, una joven señora de unos treinta años, la misma edad de la viuda, le dijo a ella:

Cuéntenos, comadre (era la madrina de bautismo de Ánna, de 12 años, la hija mayor del difunto y vivía en otro pueblo) cómo fue eso que, de un momento a otro, mi compadre Valentyn se fue a la guerra, sin decirle a nadie una palabra. Se trastornó, de pronto, dijo la viuda. Mire, comadre: cuando comenzaron a hablar de la famosa invasión, él se puso muy inquieto. Se olvidó del trabajo, no hablaba, y casi no dormía. Ni siquiera hablaba con su ahijada que era la consentida. Decía que era la luz de sus ojos, cosa que ponía celosa a Bozhena, nuestra pequeña. Pero lo que lo arrastró a la muerte, fue cuando oyó decir al presidente, en televisión, que la patria estaba en peligro, que los facinerosos del otro lado querían despojarnos de ella. Y agregó con un tono trágico, con los ojos llorosos y la voz quebrada, arte en el cual es especialista, que no podíamos perderla y que como buenos hijos teníamos que ir a luchar ya, y si había que hacerlo, a morir por ella.

Lo que lo arrastró a la muerte, fue cuando oyó decir al presidente, en televisión, que la patria estaba en peligro

Como usted sabe, su compadre era muy sensible y arrebatado. Sencillamente, dijo ¡me voy! Y no hubo poder humano capaz de detenerlo. No escuchó ruegos de nadie, ni míos, ni de sus hijas. Sin importarle el problema que tenía en la pierna y que, a veces, le dificultaba el caminar. ¡Nada! Cogió el morral, metió en él unas pocas cosas de aseo y se fue a enlistarse, sin despedirse siquiera. Sólo repetía: por la patria… por la patria.

Como ve, comadre, al paso que vamos, de pronto nos quedamos sin patria y, en todo caso, las niñas se quedaron ya sin padre, y yo sin marido. Y comenzó a sollozar.

Se paró y se fue a la cocina a echar un vistazo a las ollas, mientras repetía: por la patria, por la patria, pero con un tono que sonaba a despectivo…

Media hora después, todos y todas, comían en silencio. Menos la viuda y sus niñas que no quisieron probar bocado. Fue cuando la niña menor, Bozhena, de ocho años, que todo el tiempo había estado callada, de repente se puso de pie; en voz alta y con los ojos llenos de lágrimas, dijo:

Mamá, ¿por qué el presidente no muere por la patria?

Por la patria, todo