lunes. 29.04.2024
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Ádrian Sanz González | @AdriSanz16666

Aires de grandeza intentan insuflar vida y prosperidad al nuevo telefilm dirigido por el veterano Barry Levinson, quien, rodeado de un buen reparto y equipo, busca fustigar y emocionar al espectador desde una visión tríptica de la vida de Harry Haft.

Ambientada entre los años 40 y 60, narra parte de la vida de Hertzko Haft (Harry Haft). Un hombre normal y corriente, que ansioso por sobrevivir y reencontrarse con el amor de su vida, tuvo, a las órdenes de los nazis, que ponerse los guantes de boxeo y acabar luchando contra sus propios compañeros para seguir un día más en pie en los campos de concentración.

Levinson está de vuelta a duras penas. Después de unos años en los que el director parecía haber desaparecido entre producciones y largometrajes mediocres y lejos de lo que una vez fue, ha regresado por la puerta pequeña dirigiendo, en este caso, un telefilm. Un pequeño gran largometraje, que, gracias a un brillante equipo de profesionales, sale ileso y lejos del costumbrismo. Entre ellos destacar a Hans Zimmer –uno de los compositores más importantes del panorama actual en Hollywood–, George Steel –el director de fotografía de una las series más revolucionarias de los últimos años “Peaky Blinders”– y la pareja de actores Ben Foster y Vicky Krieps.

Una agrupación de talento que consigue que se fragüe una nueva sólida e interesante visión sobre los campos de concentración. Porque si algo tiene The Survivor, es poner entre la espada y la pared la ética y la moral de las decisiones de nuestro protagonista. En una época y contexto reconocida por la barbarie que sucedió, la cinta es capaz de poner el foco sobre del valor de la vida y la muerte, dándole una visión diferente a través de la figura de Harry Haft. Un boxeador que no solo plantó cara al imperio nazi, sino que también se tuvo que enfrentar a sus valores.

En cuanto a la forma, destaca que tanto la decisión artística como la narrativa buscan converger. Es decir, la película presenta tres líneas temporales: los campos de concentración, el tormento sobre lo sucedido en Auschwitz y la vida en calma. Tres bifurcaciones que se van entrelazando entre ellas y que, en parte, se diferenciadas por el blanco y negro en un caso, el uso estético de la luz en otro caso y una ligera naturalidad de la imagen en un último caso. Un trabajo de estructura narrativa y estético que crea la falsa ilusión al espectador de que todo lo que está viendo, durante momentos, pertenece a una producción imponente de Hollywood.

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Un pequeño trabajo estético y narrativo que, aunque consigue embellecer los traspiés, la falta de ritmo y la extensión abusiva del metraje, no evita que la película siga cojeando en ciertos tramos. En general, se queda lejos, muy lejos de otras grandes películas que también tienen el boxeo como catalizador. Unas películas que, de manera brillante, han sabido darle vida al ring, ya sea con los diferentes enfoques de dirección, como llevo a cabo Martin Scorsese en Raging Bull (1980) en las diferentes peleas de Jake LaMotta, o con la cámara lenta y rápida que Guy Ritchie manejaba al más estilo callejero en Snatch (2000).

Eso sí, si hay alguien que esquiva los golpes para no caer a la lona son Ben Foster y Vicky Krieps. Una pareja en la ficción, que lejos de Rocky Balboa y Adrian Pennino, enamoran por su brutalidad y calidad actoral. Si hubiese que agradecer a alguien de la credibilidad de las imágenes, sería a ambos actores.

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