jueves. 18.04.2024

@jgonzalezok | El aluvión de denuncias por presunta corrupción que desde hace unas semanas protagoniza la actualidad argentina, con graves acusaciones contra el ex presidente Kirchner y empresarios amigos –y al parecer, socios-, parece inclinar la balanza aún más en la columna del debe al hacer un balance de esta década. Y puede ser un freno al intento del kirchnerismo de inaugurar una nueva era fundacional, a través de la construcción del mito y el culto a la personalidad del ex presidente fallecido. El escándalo, además, no es el primero de fuerte impacto: las Madres de la Plaza de Mayo y el vicepresidente, Amado Boudou, se han visto envueltos en otros casos de corrupción que aún se investigan

Cristina Fernández había prometido al asumir su primer gobierno, en 2007, que el suyo sería un gobierno con mayor calidad institucional. Pero seguramente quien más ha sufrido el embate del gobierno han sido las instituciones, desde el momento en que el gobierno pretende que no puede haber control sobre un gobierno que gana las elecciones.

“Vamos por todo”, “Cristina Eterna”, han sido en los últimos años algunos de los lemas que han movilizado a la militancia kirchnerista, que se sigue planteando encontrar la forma de que Cristina Fernández siga más allá del 2015, cuando termina su segundo y último mandato. Pero los obstáculos son varios: la Constitución, la Justicia y los medios. Obstáculos a vencer, reforzando el mensaje y polarizando posiciones.

Siguiendo al teórico Ernesto Laclau, que reivindica el populismo, para avanzar en el proyecto hay que transformar a los adversarios en enemigos. Y hay que acabar con la farsa del periodismo independiente. Martín García, periodista que dirigió la agencia estatal Télam, fue claro: los periodistas profesionales, son como las prostitutas; los militantes, son los únicos que defienden el modelo nacional y popular. 

Este es el motor de una de las batallas fundamentales de los últimos años: la guerra contra el Grupo Clarín, opositor al gobierno. Durante su presidencia, Néstor Kirchner no solo no tenía ningún problema con Clarín, el más poderoso grupo mediático de la Argentina. Le reservaba las primicias y comía habitualmente con Héctor Magnetto, cabeza de un emporio que tiene el diario más leído, canales de televisión, radios y empresas de cable, entre otras empresas. Es más, poco antes de abandonar la presidencia, Kirchner aprobó la fusión de dos empresas de cable a su favor y prorrogó las licencias audiovisuales por diez años. Pero cuando se produjo el enfrentamiento entre el gobierno y el sector del campo, al que se pretendía imponer impuestos extraordinarios, los caminos se separaron.

Ahí Clarín pasó a ser en el relato oficial un grupo hegemónico, una corporación, un monopolio que había colaborado con la dictadura. Fue acusado de crímenes de lesa humanidad por la forma en que adquirió la fábrica de Papel Prensa. Y Ernestina Herrera de Noble, viuda del fundador del diario, fue acusada de hacerse apropiado de dos hijos de desaparecidos. Ninguna de estas dos acusaciones fue probada ante la justicia. Y la de colaboración con la dictadura podría aplicarse a otros medios, incluyendo La Opinión, de Jacobo Timerman, y La Tarde, de su hijo y actual canciller, Héctor Timerman.

De ahí nace la idea de una nueva Ley de Medios. Con el noble objetivo de democratizar y combatir los monopolios, sustituyendo una ley de la dictadura, se ha visto paralizada ante la justicia, que estudia la constitucionalidad de algunos artículos. Es evidente que Clarín puede encuadrarse en algunas prácticas monopólicas, pero su pecado ha sido mantener posiciones críticas y discordantes con el gobierno.

El objetivo de los Kirchner pasó a ser el desmantelamiento del Grupo y su descapitalización por todos los medios posibles. “Clarín Miente” se convirtió pronto en un latiguillo en todos los actos oficiales. Al tiempo que se hicieron todo tipo de maniobras, incluyendo el bloqueo con camiones a la planta de impresión y distribución, el envío de un batallón de inspectores fiscales o la amenaza a los anunciantes para que no contraten publicidad. En línea con esto, la publicidad oficial se reservó solo para medios amigos, algunos de ellos de ínfimas tiradas.

Ahora hasta se ha llegado a programar partidos de fútbol en horario nocturno para contrarrestar las informaciones que cada noche de domingo destapa el programa Periodismo Para Todos, de canal 13 (Grupo Clarín). Boca Juniors o River Plate jugarán a la misma hora uno de los partidos que televisa el canal oficial, con el objetivo de quitarle audiencia. El fútbol, por cierto, también se estatizó, para quitarle el negocio a Clarín y para usarlo como propaganda política en los intermedios de los encuentros.

Los argumentos a favor o en contra de la Ley de Medios se han desvirtuado, además, por la propia política comunicacional del gobierno. Pretende democratizar la palabra, pero ningún medio estatal practica el pluralismo, son militantemente oficialistas. A los medios considerados enemigos, además, se les niega entrevistas, acceso a las fuentes y hasta se les prohíbe la entrada a algunos actos de gobierno. Al tiempo que se avanza sobre los medios opositores, se ha construido un aparato paraestatal de medios comprados por empresarios amigos del poder, que pierden dinero por la baja audiencia o difusión, pero que mantienen otros negocios con el Estado para compensar.

La batalla por el control mediático y los desaires que obtuvo de la Justicia, llevó al gobierno a otra guerra por el control del único poder del Estado que no le responde. Ahí es cuando se lanza la campaña por la “democratización de la Justicia”, cambiando las reglas para controlar a los jueces, su designación y destitución. 

Nadie esperaba esta deriva del gobierno allá en 2003. Pero cabe recordar el paso de Néstor Kirchner por la provincia de Santa Cruz, aquél lejano territorio patagónico escasamente poblado pero muy rico en petróleo, donde fue gobernador por dos períodos y antes alcalde de la capital. Allí se gestaron los peores antecedentes de las medidas más contestadas del matrimonio presidencial. Como en muchas provincias del interior, acabaron con los medios críticos, ya que son sometidos por la publicidad oficial, único modo de supervivencia. Kirchner ejerció también un férreo control de la Justicia, incluyendo el despido del fiscal general incómodo, incumpliendo hasta hoy una orden de la Corte Suprema para restituirlo en el cargo. Y cambió la Constitución provincial para permitir reelecciones indefinidas.

Esta práctica de polarización también se ha visto en las relaciones exteriores. Argentina ha llevado a cabo una política de paulatino aislamiento. Estrechó lazos con los países bolivarianos de la región y países como Angola o Irán, al tiempo que aumentó su retórica contra Europa –a la que acusa de no haber sabido gestionar la crisis global, ofreciendo a cambio el ejemplo argentino- y Estados Unidos, siempre un blanco fácil de los gobiernos populistas. El país mantiene vacantes las sedes de varios países importantes con los que mantiene algún tipo de discrepancia. Más de diez embajadas ante la UE están sin titular, entre ellas la de la propia sede de la Unión, Alemania, Austria y Francia. Pero ha nombrado representantes diplomáticos en países como Angola, Azerbaiyán y Etiopía

Las relaciones con los EE.UU. están bajo mínimos. Obama se reunió recientemente con los presidentes de México y Centroamérica en una gira por la región, el vicepresidente Biden viajará en breve a Colombia y Brasil y próximamente serán recibidos en la Casa Blanca los presidentes de Chile, Sebastián Piñera, Perú, Ollanta Humala, Uruguay, José Mujica, y Brasil, Dilma Roussef.  

Los desencuentros de Argentina con EE.UU. han sido varios. El gobierno norteamericano excluyó a Argentina del Sistema General de Preferencias (arancelarias) y ha votado en contra de créditos en el Banco Interamericano de Desarrollo. El ministro de Exteriores, Héctor Timerman, protagonizó un insólito incidente al abrir con sus propias manos, alicates en mano, un maletín diplomático en el aeropuerto de Ezeiza, de una misión militar que llegaba al país invitada a dar un curso de entrenamiento a policías argentinos.

El año pasado, más de 40 países presentaron quejas ante la OMC por las trabas a las importaciones. Los problemas se han multiplicado incluso con países de la región, como Uruguay, Brasil, Chile o México. Y en momentos en que necesita como nunca inversiones extranjeras –las busca sobre todo para el sector petrolero-, se cierra puertas de manera incomprensible. De los 30 principales países emisores de inversión extranjera directa en el mundo, la Argentina tiene conflictos con 22, según un informe de la consultora Desarrollo de Negocios Internacionales. Argentina, que en su momento era uno de los principales destinatarios de inversiones extranjeras en el continente, pasó en el 2011 al puesto número 6.

El balance, naturalmente, no es completo. No es la década ganada que pregona el gobierno ni la década perdida que sostienen los más críticos. Pero lo que sí parece claro es que el ciclo se agota, que dentro del kirchnerismo no hay alternativa a la vista y que la herencia que deje puede ser pesada. El próximo gobierno, dentro de dos años, tendrá que hacer frente a un país con una infraestructura que sigue destruida, con deudas que en algún momento tendrá que pagar (Aerolíneas, YPF, Club de París, etc) y con una población polarizada como no lo había estado en décadas. 

Los 10 años de Kirchnerismo, un balance controvertido (II)