martes. 19.03.2024
yolanda diaz
Yolanda Díaz en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros.

Ha bastado que la vicepresidenta Yolanda Díaz, designada por Pablo Iglesias como candidata de Unidas Podemos, expresase su disposición a encabezarla, siempre y cuando lo fuera en el marco de un proyecto más amplio que el actual, superador de los partidos que lo conforman así como de sus egos, para que inmediatamente se haya vuelto a pronunciar el término sorpasso tanto en boca del anterior como de la actual secretaria general de Podemos dentro de un acto de partido.

El argumento es conocido y reafirma una concepción dentro del actual gobierno progresista, más como gobierno compartido que como gobierno de coalición y a la vez una posición en su seno que se atribuye a sí mismo el papel de vigilante y de garante de los cambios necesarios, frente a la inercia, las veleidades y los compromisos del partido socialista con el estatus quo, además del papel de muñidores de la mayoría de investidura con el resto de los partidos de la izquierda nacionalista parlamentaria.

Una concepción que hasta ahora ha interesado más a los partidos de la coalición en la que el PSOE sigue con su inercia en el monopolio del gobierno y Unidas Podemos con una actitud distante, a medio camino entre el gobierno de sus carteras y la de oposición parlamentaria.

Por eso el logro del liderazgo electoral de la izquierda de Unidas Podemos que se propone mediante el llamado sorpasso sería el requisito indispensable para cambiar la dinámica del gobierno y con ella lograr la satisfacción de todas las demandas sociales sin las concesiones ni las renuncias actuales.

Poco importa que el término sorpasso, más allá de su significado concreto, haya tenido un contexto determinado y un resultado, cuánto menos controvertido sino negativo, tanto en la historia de Izquierda Unida como en la más reciente de Unidas Podemos y del conjunto de la izquierda española. En general, el sorpasso ha estado asociado a las crisis del PSOE como partido mayoritario de la izquierda y a las correspondientes expectativas a su izquierda de un fuerte crecimiento del partido hasta entonces minoritario. Así ocurrió a principios de los años noventa y más recientemente en las elecciones generales de junio de 2016. En ninguno de los dos casos se produjo el anunciado sorpasso y aunque con un buen resultado, se frustraron las ambiciosas expectativas y se gestionaron como insatisfactorios o como fracasos. En la que afecta en concreto a Unidas Podemos no solo no se sumaron los votos de la coalición con  Izquierda Unida, sino que se perdió en torno a un millón de votos y a duras penas se mantuvo el resultado electoral y los escaños, muy lejos de la disputa de la mayoría y mucho más aún del ansiado sorpasso. De nuevo se frustró el señuelo del sorpasso como elemento movilizador y la demostración fue que en las siguientes elecciones se sustituyó sin más explicaciones por el objetivo de la entrada en el gobierno de coalición de las izquierdas, todo para eludir una valoración interna crítica sobre unos resultados menguantes.

Hoy, la recuperación de la estrategia del sorpasso se hace desde dentro del gobierno, a mitad de legislatura y sin ningún dato demoscópico que lo avale. Muy por el contrario, las previsiones apuntan, en el mejor de los casos, al mantenimiento de los actuales resultados electorales. Ese debería ser el objetivo, como también el mantenimiento de los del PSOE y los del resto de la izquierda, para con ello consolidar el gobierno de coalición durante cuatro años más.

El mensaje, por tanto, es sobre todo interno y, más que nada, supone que la condición que se le impone a la candidata es de nuevo la reafirmación de la estrategia del populismo izquierdista frente a una hipotética vuelta a la izquierda transformadora de la que proviene, y por otra parte que el objetivo electoral que se le propone es además tan inalcanzable que deja a la candidata literalmente en un presente y con futuro más que precarios, por si no lo fueran ya su el intento de su designación mediante cooptación y sus escasos apoyos orgánicos dentro de Unidas Podemos.

Todo ello para hablar en su momento, si acaso, del programa y sobre todo de la candidatura, en la que como consecuencia el mensaje implícito es que tendrá que haber una mayoría de componentes de inequívoca y más que acreditada fidelidad a los principios populistas de Podemos.

Lo que está en discusión no sólo es un cambio en el liderazgo electoral de la formación populista, sino la necesidad de un cambio conceptual que conlleva necesariamente la reconfiguración de todo el proyecto político y electoral a la izquierda de la socialdemocracia. La constatación de las insuficiencias y el agotamiento del populismo izquierdista desarrollado durante el ciclo político 2014-2020 hace de la aceptación de la pluralidad de la sociedad democrática un elemento indispensable para lograr las reformas fuertes que necesita nuestra sociedad. Para lograr avances es más importante la mentalidad de pacto y gobierno que las prisas por ser primera fuerza de la izquierda, algo que nunca garantiza el éxito en la tarea de transformar. La presidencia del gobierno no otorga un poder taumatúrgico a quienes la consiguen, ni siquiera en los sistemas presidencialistas. La idea del simple  sorpasso electoral es vicaria de una visión polarizada de la política y por eso se ha visto siempre frustrada.

La izquierda transformadora será mayoritaria cuando logre un ensanchamiento del espacio sociológico sobre el que asentar su proyecto de cambio. Para esto, en primer lugar hay que huir del frentismo ideológico y tener una vocación centrípeta y estabilizadora del sistema democrático, algo difícil de asumir para Unidas Podemos y que Yolanda Díaz parece intuir como desvela su praxis de gobierno fundamentada en el acuerdo. En segundo lugar, desde la incorporación al proyecto de cambio de sectores de la sociedad que no se identifican con la izquierda pero que demandan mayor justicia social y regeneración democrática algo que se consigue mediante reformas desde el gobierno que cambien las condiciones de vida cotidiana de las personas. Estas dos cuestiones necesitan de una mutación en el papel de los partidos políticos. Su función y naturaleza ya no serían los mismos, algo que va siendo necesario en instrumentos que necesitan adecuarse a la sociedad a la que sirven y que el Populismo asentando sobre una estructura rígida no puede asumir. Por eso el "frente amplio" del que habla Podemos es un sumatorio de organizaciones sometidas a la "nave nodriza" y no una ampliación de la base sociológica que requiere "mistura" y pluralidad y es de tiempo lento como casi todo en democracia.

Es cierto que aún sólo tenemos indicios de lo que Yolanda Díaz pretende y si se logrará, pero su discurso y práctica apuntan en esta dirección. Por eso los líderes de Podemos se han apresurado a defender su propia visión ideológica y marcar el perímetro de actuación de la que sólo es considerada como un buen cartel electoral "que se debe al partido". De ahí el intento de incorporar a los independentismos al corazón del proyecto político enunciado por Díaz o la insistencia en que este tenga un perfil más estridente en el plano discursivo, medidas de anclaje en un populismo cuyas expectativas de voto son cada vez menores.

Por eso el sorpasso preconizado por Podemos siempre será un mito envenenado para quienes lideren las listas y para quienes sinceramente crean en él. 

El sorpasso como mito populista