sábado. 27.04.2024
pepu hernandez plazamayor
Pepu Hernández en una imagen de archivo.

Se han escrito tantos manuales para triunfar en política como de la forma de fracasar en ese negocio. La diferencia es que unos se escriben antes y otros después de la derrota. Pero, es posible que unos y otros sean escritos por los mismos autores.

En democracia, los distintos capítulos del manual de cómo triunfar suelen tratar de definir el grupo objetivo de personas al que dirigirse, de describir un mensaje claro que dirigir a ese grupo, de hacerlo mediante técnicas de transmisión adecuadas, de los medios necesarios para hacerlo y de la financiación de todo ello.

Especial atención merecen las características que tienen que tener los candidatos, especialmente el más relevante de todos ellos, recordando aquello de que, cuando dos van en un caballo, necesariamente uno tiene que ir delante y otro detrás. Por eso, el que va delante tiene que cumplir condiciones especiales que no es necesario que cumplan los demás.

En esos manuales no suele haber ningún capítulo sobre el azar ya que no queda bien eso de escribir en un texto serio cosas como "rece lo que sepa" o "cruce los dedos", pero ya se sabe que es fundamental tener suerte, aunque hay quien dice que la suerte se la consigue uno mismo (suele ser gente a la que nunca le ha tocado la lotería). Aquí vendría bien recordar lo que dicen que decía Napoleón sobre que quería a sus generales con suerte, pero no lo voy a hacer.

Algo imprescindible en esos prontuarios es tener un prólogo donde se señale como necesario que se cuenta con un grupo político organizado y con algo que decir a la sociedad. Se trata de hacer lo que se conoce, en marketing, como "diferenciar el producto para segmentar el mercado", es decir ofrecer algo que haya alguien que lo quiera adquirir.

Naturalmente, lo más necesario para lo anterior es que exista "mercado" para el producto o, como suele decirse, que haya agua en la piscina antes de tirarse a ella.

Pues bien, con tan sencillas instrucciones y un buen jefe de campaña los partidos se aprestan a la batalla, electoral. Y, luego, pasa lo que pasa. Es decir que, después de la noche electoral, en la que es raro encontrar a alguien que haya perdido, llega el crujir de dientes en alguna sede.

Y se empiezan a escribir manuales explicando la derrota. Aquí hay ya diversidad de estilos y, sobre todo, de explicaciones. Cuando la teoría viene de la acera de enfrente, las causas de la derrota son congénitas al partido perdedor ya que su ideología, sus mensajes, sus intenciones o todo ello junto, eran perniciosas para la sociedad y, ésta, ha respondido con inteligencia.

Pero, en las filas propias, obviamente no cabe aceptar ese mensaje so pena de tener que cambiar el ideario, el mensaje y, o, la organización, lo que significa el riesgo de que el tsunami llegue hasta la cúpula. Por ello se buscan las causas en algo más perecedero: los responsables de la campaña y, sobre todo, el candidato. No “los candidatos”, si no “el candidato”.

Culpar al jefe de campaña es algo que sirve solo para consumo interno ya que poner la cabeza de un desconocido en la picota de la plaza mayor no tiene ningún interés público.

Lo importante es culpar al candidato, sobre todo si no es un líder del partido y puede, porque debe, ser sustituido para las siguientes elecciones. Si se trata de un líder se puede tener un poco de paciencia con él y admitirle una y, hasta dos derrotas, ya que ha habido casos en los que se ha cumplido eso de que a la tercera va la vencida.

Pero si se trata de alguien que no es líder y, ni siquiera es miembro del partido, si ha llegado “de fuera”, y no solo del partido si no de la política, si, además, fue acogido en algunos ambientes como un cuerpo extraño y si, encima, ha empeorado los resultados del partido en unas elecciones anteriores, el caso es claro.

Porque, entonces, ¡Ay de los vencidos! O, para que se me entienda mejor, ¡Vae victis!

Pepu Hernández