lunes. 29.04.2024
moscas

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Las moscas son compañeras de vida habituales de todos nosotros. Estamos rodeados de estos insectos de una manera natural y aunque aparentemente inofensivos, salvo alguna especie mordedora (la llamada mosca negra), solo los consideramos repugnantes.

Han sido inspiración de obras literarias muy destacables, como la pieza teatral que lleva su nombre, escrita por Jean Paul Sartre. Quien, en el marco de un tema basado en las tragedias griegas, pone en boca de Júpiter: “No son más que moscas de carne, un poco gruesas”.

También en el cine han dado la idea para la inolvidable película “El hombre-mosca”, en la que el genial Harold Lloyd se cuelga de las manillas del reloj en un edificio de doce plantas.

Siempre están presentes, aunque no las veamos. Lo mismo esas moscas humanas que acuden, en la fábula de Samaniego, “a un panal de rica miel” o dicho de otra forma a los aledaños del poder o al poder mismo. Las hay de todos los tamaños, se acercan a todos los partidos políticos. Especialmente a los que pueden gobernar y por tanto ofrecer un panal más grande y jugoso, pero igualmente hemos conocido las que se conforman con las migajas de la oposición que apenas les ofrecen expectativas.

Las ha habido muy encumbradas. En la práctica moscones ávidos de provechosos manjares económicos, como los exministros y expresidentes de comunidades autónomas juzgados y condenados por delitos de corrupción. Igual que alcaldes y concejales, acusados en múltiples procesos, algunos aún pendientes de juicio. Famosos fueron los casos protagonizados por aquel director general de los guardias que acabó siendo compañero de celda de los ladrones tras una huida y detención rocambolescas, el de la Amnistía Fiscal o el del Tres per Cent. Y los que aún colean en tramas tan conocidas: Gürtell, Lezo, Perla Negra (cuyo juicio en Castilla y León se inicia en estos días).

Pensábamos que, como decía el mismo personaje de la obra de Sartre, bastaba con un gesto, la intención o unas palabras cabalísticas para alejarlas definitivamente. Pero ya vemos que no. Que el olor de la codicia es demasiado fuerte para ellas y si no se colocan barreras morales, políticas y legales proporcionadas a su ambición, acaban por penetrar en todos los rincones del Estado democrático.

Las organizaciones políticas piensan frecuentemente que son capaces de controlarlas, porque a veces les sirven para sus fines, para molestar a los adversarios o para promover apoyos. Son leales en apariencia, simulan desinterés por meter sus bocas chupadoras en la miel, parecen saber que, si lo hacen, tarde o temprano acabarán con sus patas presas. Pero puede más su ansia que la más elemental prudencia.

En fin, son inevitables, revolotean alrededor de los dirigentes y ofertan sus servicios de conseguidoras. La seguridad que conlleva el poder, hace que haya representantes públicos que no se percaten de las verdaderas intenciones de quienes se les acercan para compartirlo en beneficio propio. Incluso quien ampara charcas nauseabundas que son ámbitos ideales para su desarrollo y luego pretende llamarse a andana.

Por eso, ante la detección de un nuevo enjambre, presuntamente dirigido por un moscón del tipo señalado por el Júpiter de Sartre, aquel que por comodidad o desidia haya permitido que anide en su cuerpo, debería decir como otro personaje de la misma obra: “¡Apesto! ¡Apesto!”… “¡Mirad: las moscas se vienen conmigo como cuervos!”  Y, en consecuencia, irse a desinsectar rápidamente a su casa, evitando que estos desagradables buscavidas acaben declamando aquello que escribía el uruguayo Horacio Quiroga: "Y vuelo, y me poso con mis compañeras sobre el tronco caído".

Las moscas