domingo. 28.04.2024
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La presidenta del Congreso, Francina Armengol, en la sesión constitutiva de la Cámara Baja. (Foto: Congreso)

La elección de la mesa del Congreso de los Diputados trae algunas resultas políticas de calado.

Primera. La candidata a Presidenta presentada por el PSOE ha obtenido 178 votos, mientras que la candidata del PP ha tenido 139 votos. Esos números anulan la campaña de que “el PP ha ganado las elecciones” y, en consecuencia, debe gobernar Feijóo o, si no, se producirá una “anomalía democrática”. Armengol y no Gamarra es quien ha salido elegida Presidenta de la Cámara y nadie ha insinuado siquiera que estamos ante una “anomalía democrática”. Antes al contrario, parece, a todas luces, una elección en plena normalidad democrática. El discurso o relato de las derechas queda desautorizado.

Segunda. La derrota de la candidata del PP ha sido muy notable ya que tan solo ha sumado los votos de UPN y de CC. De la sesión parlamentaria sale la derecha perdedora y dividida. Además, Vox ve confirmado su retroceso, ya que pierde su representación en la mesa. El PP sigue teniendo pendiente definir qué relación quiere tener con Vox: o se alían o se combaten. En relación con Vox, el PP, una y otra vez, tropieza con el clásico “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio”. Por el contrario, la alianza del PSOE y SUMAR parece sólida y funcional. Tan solo ha habido una débil queja de Podemos por no tener a nadie en la mesa.

Tercera. La elección de una Presidenta socialista era condición necesaria pero no suficiente para lograr la investidura de Sánchez. Los nacionalistas no dan por hecha la investidura y exigen negociar hasta alcanzar un acuerdo de investidura. Normal. Pero se ha dado un paso importante con la elección de la mesa, paso que se debe a un cambio de posición de Junts respecto de lo que fue su práctica la pasada legislatura. Se habla de que Puigdemont tiene en sus manos la legislatura. De ser así, será porque el pueblo soberano, con su voto, le ha otorgado el papel de árbitro. Sin embargo, los grados de libertad de Puigdemont no son muchos. Hacer presidenta a Gamarra, con Vox en la ecuación, era teóricamente posible pero políticamente imposible. Como muy bien ha explicado el PNV, no se puede ni hablar con el PP porque va de la mano con Vox. Así es que Puigdemont solo tenía una opción real: votar a Armengol y vestir el muñeco con concesiones de cara a su parroquia.

Cuarta. ¿Qué concesiones? Ninguna que ponga en peligro la unidad de la patria, claro. Utilizar las lenguas cooficiales en el Congreso y pedir la cooficialidad en la UE sólo tendrá como consecuencia hacer más largos los trámites y, a cambio, se crearán más empleos de traductores. En cuanto a las comisiones de investigación, se puede predecir que quedarán en nada, sobre todo porque Israel no está dispuesto a desvelar sus secretos. Se trata de meros gestos destinados a la propaganda interna de los indepes, sin la menor trascendencia para el devenir de la nación española ni de sus habitantes.

Quinta. Más enjundia tendrá la negociación para la investidura de Sánchez. Pero también aquí, Puigdemont solo tiene dos opciones: o investir a Sánchez o ir a la repetición de elecciones. Doy por hecho que Sánchez podrá conseguir un acuerdo de investidura con los socios de la anterior legislatura (aunque se lo van a poner más difícil) y que, como ha ocurrido ahora, todo quedará pendiente de Puigdemont hasta última hora. De este modo puede realzar su papel arbitral. Si la decisión final fuese la repetición electoral, habrá hecho un gran favor a las derechas españolas que, descartada la investidura de Feijóo, suspiran por una legislatura corta. Y nada más corto que la repetición  electoral. Por eso, me parece que Puigdemont se habría metido un gol en propia meta y de paso a toda la izquierda. La repetición no se puede descartar en absoluto, pero me parece que hay buenos motivos para esperar otra cosa, es decir, la investidura de Sánchez.

Sexta. En realidad, más allá de investir o no a Sánchez, la decisión de Puigdemont es si reconduce al nacionalismo catalán a algo parecido a lo que ha sido la esencia de la política de CiU durante un cuarto de siglo: gobernar en Cataluña y condicionar la política  del gobierno de España. Para poder aterrizar en esa pista hará falta finiquitar el procés, pasando página. En la pasada legislatura se han dado pasos trascendentes en esa dirección. Solo falta rematar con una amnistía o algo similar para “normalizar” la política catalana. En todo caso, conviene percatarse que la principal víctima del procés ha sido CiU que literalmente ha sido dinamitada por los inventores del procés. Junts no es CiU ni lo va a ser. Pero es obvio que, agotado el procés y saldados los daños, Junts debe redefinir su papel, más allá de la fantasmagórica república catalana. En ese sentido, la investidura va a ser una oportunidad de oro para  redefinir ese papel.

Veremos.

Arranca la legislatura con derrota de la derecha