sábado. 27.04.2024

Estados Unidos: la democracia en bancarrota

El sistema electoral estadounidense fue diseñado por los padres de la patria para que fuese dirigida por los miembros de la élite blanca del mundo de la empresa y las finanzas. Obama rompió formalmente la serie histórica, aunque no esencialmente porque la política yanqui siguió siendo diseñada  y desarrollada por descendientes de europeos. Si repasamos los nombres de los últimos presidentes desde Gerald Ford -de quien decía Johnson que era incapaz de mascar chicle y caminar al mismo tiempo-, observaremos que, excepción hecha de Obama, Bush I y Carter, tanto su capacidad intelectual como su habilitad para comprender el dolor ajeno ha ido disminuyendo hasta llegar a un tipo como Donald Trump que presenta ligeras diferencias con Austin Powers, paradigma del buen americano, simple, chabacano, rudimentario, grasioso y muy de derechas. No es adecuado juzgar a nadie por su genotipo o su fenotipo, pero cuando llegan al poder  tipos tan ridículos como Hitler, Mussolini, Franco, Trump, Jonhson o los hermanos Kaczynski algo se ha estropeado en la cadena evolutiva del ser humano.

Recuerdo una escena, creo que de Regreso al Futuro, en la que al volver al tiempo del que partieron uno de los viajeros pregunta a un caminante: ¿Quién es el Presidente? El caminante le responde: Ronald Reagan, y el viajero, riéndose le contesta: ¡Si hombre y el Pato Donald Vicepresidente! En aquella divertida película de la factoría Spielberg dirigida por Robert Zemeckis los protagonistas mostraban su estupor ante la idea de que un mal actor, una mala persona y un hombre carente de cualquier atractivo personal pudiera haberse convertido en jefe de la nación más rica y poderosa del planeta. Después de Reagan llegaron los Bush y las guerras de destrucción masiva por petróleo, Clinton, su saxofón y las guerras para ocultar escándalos conyugales, y por fin, Donald Trump que reúne en su ser lo peor de cada uno de ellos.

Estados Unidos lleva décadas viviendo en la ilegalidad internacional al provocar guerras donde le ha parecido y por todo tipo de motivos, incluso una mamada en el despacho oval

 Si tuviésemos que definir a Trump con una sola palabra bastaría con decir que es un patán. Sin embargo detrás de la llegada de ese señor al poder hay algo más que el gusto ciudadano por la palurdez. Aunque Trump goza de enormes simpatías entre las autodenominadas clases medias yanquis porque lo consideran uno de los suyos, un hombre hecho a sí mismo con la herencia recibida de papá contrario a cualquier intervención del Estado y partidario de reducir los impuestos  a cero, hace muchos años que la mitad de los estadounidenses con derecho al sufragio no votan, dando por sentado que las cosas de Washington no les incumben. La ilusión de cambio que despertó la candidatura de Obama a la Presidencia elevó la participación hasta el 60%, marcando un hito pasajero que no se conocía desde principios de los años sesenta. Si eso ocurre en las elecciones presidenciales, qué decir de las elecciones a Gobernador, Alcalde, Sherif o juez en las que apenas vota entre un 10 y un 20% de los electores, dándose casos en los que se puede llegar a ser Gobernador de un importante Estado con una participación no superior al 15%. No es cosa nueva, pero está claro que la propia idiosincrasia inducida del pueblo americano, la propaganda individualista y el darwinismo social inoculado desde hace décadas en el subconsciente del pueblo yanqui repele cualquier mensaje racional y solidario, cualquier propuesta mínimamente socialdemócrata tipo Bernie Sanders o cualquier política tendente a reducir la inmensa desigualdad económica y social existente, como bien está demostrando la incidencia del coronavirus. 

Si a eso añadimos el proceso de desindustrialización y de pérdida de liderazgo del país en el mundo, la aparición de China como nueva potencia mundial y el peso cada vez más decisivo y masivo que las redes sociales tienen en la opinión y el comportamiento de los ciudadanos que renuncian a serlo, tenemos una ecuación perfecta. Donald Trump no ha leído un libro en su vida, como la inmensa mayoría de los yanquis y de los españoles. Aficionado a jugar a la Play Station cree, y no yerra en su opinión como tampoco lo hacen sus asesores, que la democracia es algo del pasado y que la gente cree mucho más en un mensaje de 140 caracteres en Twitter o una fotografía en Instagram que en en lo que se vaya a resolver en el Capitolio. El twit, el pío-pío nos iguala y al poder compartir nuestra opinión junto a la del Presidente llegamos a las mayores cotas de participación en la nueva democracia sin necesidad de ir a votar ni de asistir a pesadísimos mítines o tediosas conferencias de autobombo. La democracia ya no consiste en votar, manifestarse contra o a favor de tales decisiones, impulsar iniciativas populares, intentar detener las resoluciones arbitrarias del poder político o económico, ahora la democracia -según Trump, sus jefes y buena parte de la ciudadanía- está en las redes sociales, donde de verdad se dice lo que siente el pueblo que no escucha y da pábulo a los rumores, bulos y mentiras más descabelladas. El poder político surgido de las urnas es para ellos una engañifa, algo del pasado que seguirá ahí pero que cada día tendrá que escuchar y dejarse influenciar por los infundios creados por los bots de los verdaderos dueños del mundo que no serán otros muy diferentes a los dueños de las redes sociales. 

Sólo comprendiendo el abismo existente entre la clase política y el pueblo, la importancia del darwinismo social en la sociedad americana, la nueva guerra fría nacida para relevar a Estados Unidos como primera potencia mundial y el predominio cada vez mayor de las redes sociales -que son la verdadera antesala del nuevo fascismo- se puede entender que un hombre como Donald Trump esté en la Casa Blanca, que se atreva a poner en cuestión la fiabilidad de los resultados electorales o sugiera el cambio de la fecha histórica en la que siempre se han celebrado las elecciones presidenciales en ese país. 

Estados Unidos lleva décadas viviendo en la ilegalidad internacional al provocar guerras donde le ha parecido y por todo tipo de motivos, incluso una mamada en el despacho oval. Pero también lleva décadas viviendo en la ilegalidad democrática en el interior al enjaular niños migrantes, al disparar indiscriminadamente a niños pobres, al consentir la tortura generalizada en sus cárceles, al permitir que las grandes empresas marquen la política interior y exterior. Donald Trump es un enemigo acérrimo de la democracia y ha venido para ponerle punto y final, dando paso a la Democracia Virtual o nuevo fascismo.

Estados Unidos: la democracia en bancarrota