martes. 19.03.2024

En campaña. ¿Qué pasa con lo mio?

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Esta campaña, como las celebradas en los últimos tiempos, tiene todos los visos de estar dominada por la acritud y los malos modos, más que por las propuestas

La campaña electoral, que formalmente comienza en unos días, lleva ya mucho tiempo en marcha y apenas nos hemos enterado de lo que quieren hacer con nosotros los distintos partidos de la derecha. Los escasos debates sobre temas que nos importan han sido forzados por la ciudadanía y las respuestas han sido ambiguas, como si no les interesaran nuestras inquietudes. Sirva como ejemplo la despenalización de la eutanasia.

He escuchado un debate electoral sobre economía protagonizado por figuras destacadas de los distintos partidos. Un griterío ensordecedor, una crispación tremenda con una absoluta falta de respeto, el representante del PP sin dejar hablar a los demás, aunque no era el único pero sí el que más sobresalía. No conseguí enterarme de las distintas propuestas, empeñados como estaban de destruir al adversario más que argumentar las ideas propias. La conclusión final fue una sarta de descalificaciones y ninguna explicación clara sobre lo que piensan hacer en un asunto tan vital como son las medidas económicas que aplicarían caso de ganar las elecciones. Es el preludio de lo que nos espera. No sé si son conscientes de que con esa actitud nos faltan al respeto que merecemos como ciudadanos. Los medios también colaboran en este despropósito, la bronca  vende más y es lo que se lleva, porque de eso se trata, de aumentar la audiencia. 

Esta campaña, como las celebradas en los últimos tiempos, tiene todos los visos de estar dominada por la acritud y los malos modos, más que por las propuestas. Es lo que pasa cuando la derecha va por detrás en los sondeos de opinión y cuando no, también. Su estrategia es practicar el juego sucio en el que predominan los insultos y las descalificaciones como ejes de sus intervenciones. Ya hemos tenido una buena dosis de agresividad por boca de sus líderes, con insultos que jamás había oído, pese a mi larga experiencia en el seguimiento de campañas electorales (todas hasta ahora). Eso me hace rememorar la altura política que se exhibía en las confrontaciones de principios de nuestra democracia reciente, en las que predominaba la defensa de las ideas con razonamientos que trataban de convencer a los electores. Hasta la llegada de Aznar no se oyeron las descalificaciones personales utilizadas como argumento político, que son las que están siendo ahora mejoradas con ardor y entusiasmo por su epígono Casado.

El objetivo ahora se fija en conseguir que lo que se diga figure en los titulares de los medios. Los asesores se afanan en proporcionar munición al líder para que gane el próximo titular. Pero eso es más difícil en la medida que se incrementa el volumen del exabrupto lo que hace que se convierta en una carrera enloquecida que cada vez se aleja más de la sensatez.

La defensa de España no llena el frigorífico, la bandera no crea empleo y el himno no mejora las listas de espera en sanidad

Sorprende el crecimiento que la extrema derecha está teniendo sin que se conozcan sus propuestas sobre sobre los asuntos que interesan a la ciudadanía. Da que pensar que hayan vendido tan fácilmente discursos tan simples como patria, bandera, odio al inmigrante y machismo. Sin duda es responsabilidad de la izquierda que no ha sabido, podido o querido explicar y convencer con un discurso basado en los valores democráticos. Ha olvidado que esos valores, la lucha por la libertad, la ampliación de derechos, la igualdad, la solidaridad, la ayuda al más débil, están en permanente peligro, porque en algunos casos van contra el sentimiento natural de la especie humana que tiende al egoísmo y a la violencia. Sorprende que sus nuevos partidarios se sientan atraídos por la unidad de España, la defensa del himno, el ondear de las banderas y no por sus propuestas para mejorar la sanidad y la educación, la creación de empleo estable y digno, la garantía de estabilidad de las pensiones, en definitiva por mejorar la calidad de vida de la gente. La defensa de España no llena el frigorífico, la bandera no crea empleo y el himno no mejora las listas de espera en sanidad. 

El voto, mi voto, es la herramienta que utilizo para elegir a quién proponga aplicar políticas que me garanticen la defensa de la libertad, la ampliación de derechos, la mejora de mis condiciones de vida y, muy importante, que me explique cómo lo va a hacer, con qué recursos y dónde los va a conseguir. Eso es lo que se debe explicar en la campaña y sobre eso organizar los debates. Ya sé que las cosas no van por ahí, pero sería deseable que exigiéramos que  fuese así, aunque sólo sea por respeto a nuestra inteligencia.

No pienso ver ni oír ninguno de los debates que están por venir, mi cuota de escuchar descalificaciones e insultos está completa y la bronca no me interesa. Pero sí iré a votar.

En campaña. ¿Qué pasa con lo mio?