sábado. 27.04.2024

Sí, Aznar está en lo cierto

Dice la rumorología que cuando Pablo Casado fue aupado al liderato del partido popular, Aznar le abordó y entre el consejo, la exigencia y algo de regañina le dijo que mantuviera la atención sobre lo que buscaría un gobierno de progreso: acabar con el régimen del 78. Y que por tanto su misión política no era otra que impedirlo, usando el partido popular a modo de “tizona”, que se olvidase de cálculos electorales y de añagazas institucionales y entrara al trapo, no es momento para tímidos y paniaguados le dijo con esa mirada que no hay quien se la aguante. Abascal que andaba por allí dijo, date, esta es la mía. Por eso uno y otro son como Pili y Mili.

Pero a lo que íbamos, que sí, que en esto Aznar estaba en lo cierto, que un gobierno de progreso de verdad iba a chocar necesariamente contra los elementos fundacionales del 78. Bien lo sabía él, valedor y optimizador de dichos acuerdos.

Pero ¿por qué deducir de la mera existencia de un gobierno de progreso que vaya a producirse un choque al parecer inevitable? ¿Es Aznar un vidente con bola de cristal o programa de TV nocturno? No parece, pero no hay que ser un lince para apostar por ese pronóstico, cualquier gobierno de progreso debería provocar la temida revisión. Porque del 78 hasta la fecha, el modelo de gobernanza ha estado orientado a la tradición, a la conservación, a la defensa de lo que se consideraba el hasta aquí se puede llegar. El sistema de partidos favorecía la estabilidad y hasta la intercambiabilidad, garantes de que nada serio iba a pasar. Pero por  si acaso, el sistema judicial se puebla de figurones incontrovertibles cuya visión de la dinámica de un país es muy parecida a la que recibieron en la catequesis. El entramado institucional, con la jefatura del estado heredada del franquismo y todas sus ramificaciones contaminadas del mismo, actúa como sostén moral de la polarización tradicionalista que va a acompañar a este país en su entrada en el siglo XXI. El tren económico, resultado de cesiones y regalías así como de compras de recursos públicos que habría que revisar, ponen la voz de la solvencia y el grito de horror ante la más mínima exigencia del movimiento obrero y sindical. El ascensor social está detenido en la planta entresuelo hace generaciones.

El 78 pone sordina a las posibilidades de progreso vía acción política, institucional o económica, las palancas que todo país moderno ha venido utilizando para avanzar en su ingreso en el porvenir. El cruce de asignaciones políticas, económicas e institucionales establece el mecanismo extractivo (que diría Acemoglou) con el que las élites que ya se beneficiaron de la sangrienta dictadura, se garantizan unos añitos más de cotarro.

Y un gobierno de progreso no puede permitirse eso. Descartada cualquier acción revanchista, algo que teme Vox porque ellos lo harían, lo cierto es que la primera responsabilidad para un gobierno progre es eso, preparar el país para el futuro, anclarse a la evolución de la historia. Y ésta lo dice alto y claro, exijo y bendigo la igualdad, exijo y premio el conocimiento y el despliegue de la ciencia, exijo pluralidad y transparencia, exijo libertad económica y blindaje antimonopolios, exijo y primo la diversidad cultural y la libertad de creación, exijo y me comprometo con los respetuosos. La historia viene a decir que siempre que levantes la vista allí me verás, por eso, dice, aplaudo a quienes tienen un plan y desarrollan una estrategia que les vincule a lo que está por venir, no a quienes se aferran al triste pasado.

Un gobierno de progreso tiene la misión de corregir las injusticias instaladas en nuestro mundo, pero no hay forma mejor de hacerlo que establecer la vías por las que se transita hacia el futuro. Y eso, lógicamente, choca con la visión retrograda de la derecha y su concepción tradicionalista de lo que es un país, de lo que una comunidad anhela.

La búsqueda de la justicia y de la equidad es más el resultado de abrir el futuro que de restañar el pasado. Y eso lo sabe Aznar y se siente amenazado porque su mundo y el de su amo el magnate Murdoch está conectado con lo más abyecto del pasado, aquello que hizo de la desigualdad, la diferencia (de género, cultural o racial) y la violencia, la razón de su existencia.

Y trata de trasmitir este lúgubre mensaje entre sus seguidores, y para sorpresa de muchos encuentra aceptación. Pero el vitriolo que desprende tiene la propiedad de disolver la materia con la que entra en contacto. Primero fue la derecha compacta, ahora diluye la propia dirección del partido popular. Por mí, que siga la fiesta, es una alfombra “roja” para el progreso.      

Sí, Aznar está en lo cierto