viernes. 26.04.2024

Los tres lenguajes

Una de las muchas maravillas que nos ofrece este mundo hipercomunicado que nos ha tocado vivir, es la tendencia a confundir el lenguaje hablado con el lenguaje escrito.

Una de las muchas maravillas que nos ofrece este mundo hipercomunicado que nos ha tocado vivir, es la tendencia a confundir el lenguaje hablado con el lenguaje escrito.

El otro día me preguntaban si escribo lo que pienso.

La pregunta es muy interesante y da para mucho.

Escribo porque me parece misterioso y me ayuda a descifrar lo que pienso.

El lenguaje escrito en nada tiene que ver con el hablado y mucho menos con el abstracto, anárquico y surrealista, cautivo en la luminosidad impredecible de la mente. Son tres formas distintas de ejecutar la realidad… o la fantasía.

Lenguajes escritos hay muchos: el poético, el periodístico, el comercial, el telegráfico, etc. Y lenguajes hablados otros tantos: el académico, el político, el de la calle, el cheli, el portuario, el carcelario, etc. De la mente no sabría decir cuántos hay. Puede que haya tantos como individuos.

Prefiero escribir porque hablar implica pensar rápido, y pensar rápido machaca el cerebro. Y hay una afirmación que siempre que la uso, escribiendo o hablando, me trae infinidad de problemas, problemas de credibilidad.

Creo que el origen de todos los males radica en la falta del ejercicio de la verdad, en la práctica cotidiana de la verdad; la verdad con minúscula; la otra es otra cosa, y hay muchas.

Pensamos en clave de irrealidad porque no podemos pensar en clave de presente; para el pensamiento, el presente no existe. Y así, cuando pensamos en pasado la memoria distorsiona el recuerdo, y cuando pensamos en futuro estamos imaginando. Nunca pensamos en clave de absoluta realidad.

John Banville dice que «Madame Memoria es una gran y sutil fingidora».

En una de mis novelas inéditas aparece un personaje, el Dr. Pennington, un científico, físico, biólogo y psiquiatra que, tras muchos años de trabajo e investigación, consigue elaborar lo que él llama LA TABLA PERIÓDICA DE CARACTERES Y PERSONALIDADES DE LOS HUMANOS. No es una tabla plana como la Tabla Periódica de los Elementos. Su “Tabla” es un cuerpo volumétrico donde se enlazan figuras poliédricas. Porque el Dr. Pennington sostiene que cada tipo de individuo tiene distintas caras; no solo de cara a los demás tipos, sino consigo mismo, para su verdad íntima.

Lo que en la ficción, y con la ayuda del Dr. Pennington, desarrollo en esa novela, es lo que solemos hacer cuando conocemos a alguien, decir o decirnos: Este es rico, pobre, listo, tonto, generoso, tacaño, feliz, desgraciado, etc., etc.

No podemos evitarlo, nadie escapa, cada cual tiene que estar en una casilla, en un poliedro de la Tabla Periódica de Dr. Pennington. No hay esperanza. No nos dejan cambiar. No nos dejan mejorar. Nadie puede ser “uno mismo”; siempre ha de formar parte de un grupo. Es como una degeneración de aquello, mucho más aberrante e injusto, que aún se sigue practicando en determinados círculos: De tal palo tal astilla, su padre era tal o su padre era cual; incluso: Su abuelo fue lo que fue.

Es mucho más fácil dominar lo que se conoce. Lo desconocido, el individuo independiente en su forma de pensar, de ser y de vivir, es, al igual que la mente: imprevisible.

Los primeros mensajes con los que ejercitamos la imaginación de nuestros hijos son fantasías: Los Reyes Magos, Papa Noel, el Ratón Pérez, etc.

Los niños no tardan en descubrir que los Reyes son los padres y lo de Papa Noel y el Ratón Pérez cuentos de la China. Y muchos, en tacita complicidad con sus progenitores (que no quieren que pase el tiempo), ocultan su hallazgo (para poder seguir pidiendo lo que les dé la gana) haciéndose involuntariamente participes de una curiosa metamorfosis: la bella fantasía convertida en oscura falsedad.

Así, con estas premisas, es muy difícil pensar que haya habido alguien que no haya mentido alguna vez en su vida.

No tengo la menor duda de que los grandes conflictos de la humanidad, a nivel colectivo y a nivel individual, han tenido (y tienen) su origen en los fallos y defectos de la comunicación.

En mi opinión el problema radica en los distintos leguajes de los que disponemos y hacía alusión al principio: el lenguaje hablado, el escrito y el de la mente, que, a su vez, son causa y origen de la afirmación que no he dicho y que tantos problemas de credibilidad me ha causado.

Se supone que cuando se escribe se está diciendo lo que se piensa, lo que se siente y lo que se vive. Hablando, no tanto, hablando vemos la cara de quienes nos hablan y hacemos nuestros juicios partiendo de que la cara es el espejo del alma y, con frecuencia, nos olvidamos del lobo con piel de cordero o del beso de Judas.

La problemática afirmación que no he dicho, es: Cuando coincide al cien por cien lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace, es pura casualidad. La misma casualidad a la que se refiere Borges para definir el azar: «Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la casualidad».

El ejercicio de la escritura lleva paulatinamente a la desnudez; a la desnudez del alma y del cuerpo; a la desnudez de la vida. Es un acto reflexivo que conduce a sacar lo mejor que se lleva dentro. Un acto que requiere un tránsito pausado por el laberinto de la mente, donde se encuentran cardos y ramas rotas, arenas movedizas y noches de frío que sirven para ver la luz de Sol, las montañas azules, la mar brava o en calma, los árboles del bosque, las arenas del desierto, los pájaros del cielo y las flores de mil colores que Dios nos puso en la Tierra.

Los tres lenguajes