viernes. 26.04.2024

El patriotismo verdaderamente auténtico

pobreza

El patriotismo auténtico es que ningún español, ninguna española queden expuestos a la miseria y sus lacras, ni abandonados a su suerte en tiempos de desventura

Hay un patriotismo mucho más sutil, que es inaccesible para algunos, como aquellos de la foto de la Plaza de Colón y sus correspondientes votantes. Este patriotismo no se basa ni en banderas, ni en himnos, ni en la celebración del día de la Raza, de la Hispanidad, de la Virgen del Pilar, de la Fiesta Nacional, todos los 12 de octubre, día en el que asisten muchos enfervorizados a los desfiles de las F.F.A.A. en la Castellana, compaginando los gritos de “Viva España” con los insultos al presidente del Gobierno, si es socialista; ni en alardear en medallas olímpicas nacionalizadas en Andorra, ni en descorchar botellas de champagne con los goles de Iniesta, ni con los ojos llorosos y el corazón encogido en cantar “El novio de la muerte” en los desfiles de la Legión en Semana Santa. Este patriotismo mucho más sutil está en el pueblo. Este patriotismo es innombrable, o tiene muchos nombres: uno por cada persona.

Es que ningún español, ninguna española queden expuestos a la miseria y sus lacras, ni abandonados a su suerte en tiempos de desventura. Es que te hierva la sangre al observar cómo proliferan cada vez más personas pidiendo limosna en cualquier calle, que recuerdan los mendigos arrodillados en las escalinatas de las catedrales medievales; al ver a muchos ser desahuciados de sus viviendas, para beneficio de los bancos; o ser expulsados del centro de la ciudades muchos inquilinos al no poder pagar los alquileres, para beneficio de fondos buitres, y una alcaldesa tenga la desfachatez de decir  “solo se cambia el casero”; al observar que muchos de nuestros jóvenes tengan  que emigrar…

Es que todos/as tengan exactamente los mismos derechos, los mismos deberes y las mismas libertades y oportunidades, pero de verdad, sea cual sea su cuna o su sexo.

Es que cada persona esté protegida en sus necesidades elementales de la cuna a la sepultura, algo que lo impide el neoliberalismo, defendido por aquellos que pueden volver siempre a casa de Papa, cuando hayan fracasado en algún negocio emprendido.

Es que todo el mundo adquiera tanta cultura, tanta educación y tanta formación como sea posible, para vivir mejor, para ser útiles y para ser difíciles de manipular y someter.

Es que la justicia sea igual para todos, y que las cargas y alivios sociales sean escrupulosamente proporcionales a las posibilidades de cada cual.

Es que, en caso de duda, nos pongamos siempre de parte de los débiles, que para neutrales ya están (o deben estar) los jueces.

Es considerar  las lenguas como el catalán, vasco, gallego, aragonés, asturiano-leonés, pallarés, ribagorzano, castúo, tan españolas como el castellano. En la línea del poema de Gabriel Aresti dedicado a Tomás Meabe, el fundador de las Juventudes Socialistas: Cierra los ojos muy suave, Meabe, pestaña contra pestaña, que solo es español quien sabe las cuatro lenguas de España (castellano, euskera, el catalán y gallego). Tome nota, Sr. Rivera.

Es desear vivir con dignidad y, sabiendo que no se puede vivir dignamente en una comunidad corrupta.

Es  trabajar  para servir a la libertad.

Es  ejercer su profesión a conciencia, sin obtener ventajas ilícitas ni aprovecharse de la necesidad o de la debilidad de los demás.

Es conducirse dentro de su vida familiar con el respeto mutuo.

Es cumplir con los deberes cívicos, no defraudando a Hacienda.

Es ser capaz de movilizarse con el fin de impedir que se apruebe una ley injusta o presionar a los gobernantes para que afronten los problemas de interés común.

Es participar en asociaciones diferentes.

Es  seguir los acontecimientos de la política nacional e internacional.

Es  querer comprender y no ser guiados o adoctrinados.

Es desear conocer y discutir nuestra historia.

Es ser sensible ante el hecho de que millares de sus compatriotas todavía estén enterrados en cunetas.

Es defender la Constitución en toda su extensión, no solo el Art. 2, 135 y 155 y olvidarse  de otros como el 31, 35, 41, 47, 50.  O el 128, que tiene 2 apartados: 1. Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general. 2. Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio, y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.

Este  el patriotismo verdaderamente auténtico. El otro es de cartón piedra, una auténtica perversión del auténtico, suficientemente explicado en las líneas anteriores. Esa perversión, no solo se produce hoy, sino también ha sido una constante  en nuestro pasado. Veámoslo.

Viene bien recurrir a Antonio Machado: «La patria (nación), decía Juan de Mairena, es en España un sentimiento sencillamente popular, del cual suelen jactarse los señoritos. En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la menta siquiera». Acierta de pleno el poeta sevillano, gran conocedor de nuestra historia.

Después de 1898 la acción colonial española quedó reducida a África. En la Conferencia de Algeciras se nos concedió un protectorado sobre Marruecos, reducido a unos 45.000 km2, ya que la mayor parte fue para Francia. Nuestra presencia aquí tuvo varios objetivos: estratégico-militares, económicos, compensar las pérdidas del año 1898 y creer que todavía éramos una gran potencia internacional.

La penetración en nuestra zona de influencia fue difícil, sobre todo en la región del Rif, habitada por bereberes, donde estaba el líder Abd-el-Krim. Sufrieron las tropas españolas, especialmente por la incompetencia de los mandos, derrotas durísimas como la del Barranco del Lobo en 1909 o de Annual en 1921. Tras los cañones estaban los intereses económicos. Pablo Díaz Morlán, en su libro Empresarios, militares y políticos destaca que los intereses empresariales empujaron la acción militar y política de España en el Rif. En concreto los de la Compañía Española de Minas del Rif (CEMR), fundada en 1908 para la explotación del hierro.

El Gobierno de España puso el dinero y mucho (5.600 millones de pesetas, entre 1909 y 1931, el pueblo español los muertos (21.000), por supuesto de las clases humildes, ya que los ricos se libraban con una cuota, llenando las tierras del norte de Marruecos de héroes a la fuerza, y solo un puñado de empresarios, entre los que destacaban Romanones, Güell y Zubiría, que jamás pisaron el territorio normarroquí, recogieron los beneficios mil millonarios casi de modo íntegro (2.100 millones de pesetas en seis décadas de existencia).

Termino con las palabras del periodista Manuel Giges Aparicio, de su libro Entre la paz y la guerra de 1912, tras su viaje a Marruecos.

«Porque en el fondo solo hay ambiciones de unos pocos. Queriendo disfrazar los verdaderos móviles de sus acciones, se habla de empeños civilizadores, de derechos históricos, de nacionales destinos, de exigencias patrióticas, de otras ficciones. Y la razón de todo este complicado juego, solo es mercadería: sociedades que quieren multiplicar sus capitales construyendo puertos (Ceuta y Melilla) y ferrocarriles; compañías que aspiran a poner sus minas al amparo de los cañones españoles o franceses; usureros que piden buenas garantías por el dinero que prestan al sultán; parlamentarios remunerados por capitalistas; periodistas untados para que pulsen la cuerda patriótica…».

El patriotismo verdaderamente auténtico