viernes. 26.04.2024

Sentido común versus virtus

Una frase manida que ha arraigado en la ciudadanía y que se ha puesto de moda entre los partidos de la derecha (PP,CIU, UPYD), y que, además, han utilizado con profusión en este debate de investidura, pero que es un habitual recurso dialéctico, es hablar del sentido común. Y aun más: acusar a la izquierda de carecer de sentido útil – proporcional incluso – de la realidad.

Una frase manida que ha arraigado en la ciudadanía y que se ha puesto de moda entre los partidos de la derecha (PP,CIU, UPYD), y que, además, han utilizado con profusión en este debate de investidura, pero que es un habitual recurso dialéctico, es hablar del sentido común. Y aun más: acusar a la izquierda de carecer de sentido útil – proporcional incluso – de la realidad. No se apoyan sus medidas, porque éstos carecen de sentido común. Sin perjuicio de que algunos partidos políticos como Izquierda Unida sean una reliquia del pasado en donde su discurso se alimenta a través del resentimiento hacia los socialistas, o mediante visiones maniqueas y primarias de la realidad, e incluso, algunos partidos de izquierdas se jacten de ser nacionalistas - cuando no hay nada más contradictorio puesto que el nacionalismo como ideología es profundamente reaccionaria-, lo cierto es que esta idea del sentido común se utiliza evidentemente para deslegitimar a los socialistas.

Esta visión es producto de una visión de la vida y de la Historia como algo positivista, según la cual, todo tiene – y debe tener- una evolución lineal y una raíz mítica o momento fundante en el que apoyar nuestra evolución y, por consiguiente, no debemos desviarnos de ese origen, a modo de sustrato fosilizado, solidificado, en la que explicar nuestro transcurrir. En realidad, ni la Historia como disciplina científica, ni la realidad se comporta de este modo. No, señores, su idea del sentido común, no la apoyamos. No apoyamos trabajar por 400 euros. No apoyamos abaratar el despido. No apoyamos la destrucción de los convenios colectivos. No apoyamos deteriorar la educación y la sanidad. No apoyamos la gestión privada de las televisiones públicas. No apoyamos la desigualdad de oportunidades y la eliminación de la equidad en la educación. No apoyamos que no haya una sola medida de inversión pública para revitalizar la economía. No apoyamos que los recortes de derechos se llamen ajustes. No apoyamos la reducción de la prestación por desempleo. No apoyamos la eliminación de la renta de emancipación. No apoyamos que no haya ni una sola medida a la investigación y a la innovación. No apoyamos que se reduzcan los impuestos. No apoyamos nada que esté en contra de los intereses de los más débiles. Pero no lo apoyamos no porque nos lo diga esa interpretación interesada – aunque se presenta como natural o determinada– de la realidad que llaman sentido común, sino por nuestro conocimiento informado de la historia, de la economía o el derecho. Un conocimiento que, por supuesto, tiene una raíz científica. Y nuestro conocimiento nos dice, desde Marx, por ejemplo, que hay una contradicción insalvable entre trabajo y capital. Algunos autores pretendieron integrar la obra de Marx y Engels en un sistema filosófico, el marxismo, articulado en torno a un método filosófico llamado materialismo dialéctico. Los principios del análisis marxista de la realidad también han sido sistematizados en el llamado materialismo histórico y la economía marxista. Del materialismo histórico, que sitúa la explicación material como centro del análisis, se han servido numerosos científicos sociales del siglo XX: historiadores, sociólogos, antropólogos, teóricos del arte, etc. También ha sido muy influyente su teoría de la alienación. Esos son análisis fundamentales para interpretar el comportamiento de las sociedades en el tiempo, esto es, para analizar y explicar su Historia.

Nuestro conocimiento de la economía, desde Keynes, nos dice, por ejemplo, que sin inversión pública no es posible crear un crecimiento económico equilibrado y justo. El sistema capitalista no tiende a un equilibrio de pleno empleo de los factores productivos, sino hacia un equilibrio que solo de forma accidental coincidirá con el pleno empleo. Keynes y sus seguidores de la posguerra destacaron no solo el carácter ascendente de la oferta agregada, en contraposición con la visión clásica, sino además la inestabilidad de la demanda agregada, proveniente de los shocks ocurridos en mercados privados, como consecuencia de los altibajos en la confianza de los inversionistas. La principal conclusión de su análisis es una apuesta por la intervención pública directa en materia de gasto público que permite cubrir la brecha o déficit de la demanda agregada.

También nuestro conocimiento de Piaget o Vigostky, nos permite defender que el conocimiento solo puede ser eficaz si se invierte en capital humano y si la educación está basada en la igualdad de oportunidades. Es más, gracias a los constructivistas, sabemos lo importante que es la etapa de la educación secundaria para la formación integral de la persona y para su madurez intelectual. Por ello, no apoyamos reducirla. Siguiendo sus esquemas sobre el desarrollo de las capacidades que más influyen en el proceso educativo, podríamos sintetizar:

– Atención: hay un proceso de lo que se llama atención sostenida, es decir, calidad de la duración del período de atención. Este proceso es mayor al final de la adolescencia. La concentración de la atención sobre un objeto, también aumenta con la edad. Y es algo fundamental trabajarlo y consolidarlo en la etapa secundaria.

– Razón: Depende de variables como actitudes y propósitos, emotividad y capacidad para controlar las emociones, capacidad de observación, y todo esto se da en función de la edad. Respecto a la atención dispersa, o capacidad de distribuir la atención entre dos o más objetos, también aumenta con la edad, y esto tiene repercusiones en ciertos hobbies u ocupaciones. Como consecuencia pedagógica, puede aumentar la duración de las unidades didácticas y las tareas; puede otorgarse a las mismas una mayor complejidad; es posible la progresiva especialización de materias y una creciente multiplicidad. Imposible de alcanzar si aumentamos un año el bachillerato.

– Memoria: Entre los 11 y 13 años ya la memoria mecánica es sustituida por la memoria discursiva. Esta transformación provoca, de momento, una disminución en el rendimiento escolar, y que el educador debe tener en cuenta. Aparece en los alumnos cierta aversión a aprender de memoria. El bachillerato, es una etapa post-obligatoria en la que el pensamiento formal tiene que estar completamente desarrollado, por eso es necesario no precipitar el periodo de formación-consolidación de esta memoria discursiva.

– Inteligencia: Piaget cree que entre los 15-16 años se produce la etapa de las "operaciones formales". A la llegada a la adolescencia, el pensamiento infantil es cada vez más flexible, desprendiéndose del realismo (consideración sobre objetos o situaciones existentes) y tendencia a la concentración, que, en niveles y circunstancias de inmadurez da lugar a esa típica "viscosidad" de la que ha hablado Indhalder.

Por último, nuestro conocimiento de García Pelayo nos permite tener presente la necesidad histórica que España tiene de considerar la justicia no solo como una exigencia ética, sino también como un requisito funcional para la estabilidad del orden político. El Estado del bienestar, es la principal seña de identidad de la sociedad española. Su punto de partida es, frente al Estado liberal, por oposición, la sociedad; pero no como el fruto del libre acuerdo entre individuos, sino como realidad anterior al sujeto y desde la que se entiende este último. El individuo aislado no tiene ningún sentido, sino que podría decirse que es o existe en tanto que es un miembro de la sociedad; de un Estado, de su participación en él, le devienen sus derechos sociales.

Por lo tanto, lejos del sentido común, de origen inconcreto, de arraigo mítico o historicista, de carácter positivista, natural o funcionalista, los principios políticos de la izquierda son – o debieran ser – reflexivos y fundados en el conocimiento. De este modo, los principios fundados epistemológicamente son una virtud - virtus en latín o areté en griego— en su sentido original: como “…cualidad excelente…”, como “…disposición habitual a obrar bien en sentido moral…”-; porque moldean nuestro espíritu y nos ayudan a percibir nuestras propiedades. La fundamentación epistemológica de los principios, de la ideología, por ejemplo, contribuye a saber razonar sin precipitación y considerando bien los hechos y las circunstancias. En este sentido, los principios fundados como virtus, se basan en que las personas sean capaces de relacionar y jerarquizar hechos, de entender su fisonomía, construir sus etiologías, integrar contextos, etc, aborreciendo la anomia ideológica que, aunque se presenta como determinismo de lo común, es de naturaleza indeterminada y acientífica.

Sentido común versus virtus
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