viernes. 26.04.2024

Recordaremos el fin de semana

De Suárez aprendimos una cosa muy importante: para cambiar un sistema tienes que “traicionarlo”...

Las nueve de la noche de un domingo aparentemente cualquiera, si no fuera porque tengo la extraña sensación de transitar por el pasado. Concretamente el de aquella España que se debatía entre un Régimen que se resistía a morir y otro que apenas se asomaba, temeroso aún, desvalido como un niño recién nacido. Mis recuerdos infantiles llenan mi cabeza de imágenes en blanco y negro, hologramas de tristeza y miedo. Siempre era invierno. Me refiero a los albores de la década de los 70 del pasado siglo. Hoy, 23 de marzo de 2014, la España oficial recorre los platós de Radio y Televisión, y deja artículos firmados en los otrora grandes periódicos glosando el semblante y la figura histórica de Adolfo Suárez. A la par la inmensa mayoría de la población sigue absorta en sus domicilios, bares y webs más o menos alegales el clásico del fútbol español. Y los manifestantes que piden la libertad de los detenidos en las multitudinarias Marchas de la Dignidad corren por la Gran Vía perseguidos por los antidisturbios que disparan pelotas de goma contra ellos. Definitivamente, me he debido de colar en una máquina del tiempo.

Una tarde de domingo de 2014 que se parece a una de principios de los 70. Así están las cosas. La sociedad española afronta una crisis social, económica, política e institucional de caballo y cada uno busca refugio en la ocupación que le ofrece mayor consuelo ante un futuro que como dirían los Rolling Stones está pintado de negro. El establishment aprovechando la muerte de un ex-Presidente para cerrar filas, la mayoría distrayéndose con los goles de un partido fútbol para olvidar que es lunes y hay que volver al trabajo, o a buscarlo, o a sentarse en un banco, y la parte de la sociedad más activa -que debería ser más numerosa- en la calle enfrentándose a un sistema institucional que no provee las condiciones básicas para que todos los seres humanos que habitan este Estado puedan vivir con dignidad.

Una confrontación entre dos mundos cada vez más separados. Una distancia sideral separa ya la España oficial y la España real sin que parezca existir la más mínima posibilidad de convergencia. En las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo centenares de miles de personas, muchos llegados a pie desde todos los puntos cardinales, nos recordaron con una energía inusitada que la lucha y la rebeldía son las únicas medicinas para el mal social que nos aqueja. Mucha gente no está dispuesta a dejarse morir sin hacer nada. Un capital social y político recorrió Madrid el 22 de marzo. Un capital que se siente huérfano en un sistema institucional y de partidos cada vez más bunkerizado. Personas que se merecen mucho más.

Por otro lado, la muerte de Adolfo Suárez anunciada por su hijo, y acontecida con sorprendente exactitud 48 horas más tarde de su anuncio. Una agonía retransmitida. Incomprensible para muchos de nosotros que no podemos concebir que un hijo convoque a la prensa para decir que su padre, desaparecido de la esfera pública desde hace más de una década por su enfermedad, va a morir en las próximas horas o días. He leído y oído declaraciones y discursos en su mayoría alabando la figura de Adolfo Suárez. Muchos de ellos hechos por los mismos que le traicionaron, le zancadillearon y finalmente se lo quitaron de en medio. El primero, el Jefe del Estado. No he podido aguantar tanto cinismo e hipocresía. Los expertos en protocolo llaman a esto sentido del Estado y postura institucional. Así nos va. Cada vez que oigo hablar de sentido del Estado me hecho a temblar.

Creo que nos acordaremos de este fin de semana. Mientras una mayoría de parados, pensionistas, trabajadores y personas que lo están pasando mal se echaba a la calle a decirle al conjunto de gobernantes y dirigentes de este Estado que un país no puede ser decente, por mucho que digan sus cifras macro, si deja que millones de personas vivan en la pobreza completamente abandonadas, la España oficial cogía posiciones a codazos para ver quién hacía la alabanza más exquisita del expresidente Suárez.

Mientras ese capital social y político buscaba la fórmula magistral para transformar su energía en votos y en gobernantes decentes que reinventen esta sociedad, otros buscaban a toda costa que las costuras del sistema actual no estallasen. Un fin de semana donde se han cruzado sin apenas intercambiar gesto o palabra alguno el viejo mundo y el nuevo que se atisba pero que no acaba de asomar. Un fin de semana que nos ha llevado por una montaña rusa de emociones y sensaciones políticas y sociales. Tres días que nos marcarán sin duda a todos los que participamos activamente de sus acontecimientos. Días de rabia y esperanza, de borrascas y resplandores luminosos, de esperanzas e incertidumbres. Pero sobre todo, días de aprendizajes.

De Suárez, con todas sus luces y sombras, aprendimos una cosa muy importante: Para cambiar un sistema tienes que “traicionarlo”, sobre todo si perteneces a él. Si no se hubiera rebelado contra el franquismo que le dio cobijo y le aupó a la Presidencia del Gobierno, la democracia nunca hubiera regresado a nuestro país, aun con todos sus defectos. También aprendimos que la dignidad y la libertad son virtudes que escasean en los dirigentes. La dignidad la demostró el día del Golpe de Tejero permaneciendo sentado en su escaño cuando todos (salvo Gutiérrez Mellado y Carrillo) se tiraron al suelo (piensan y siguen pensando muchos de ellos que su vida valía más que su dignidad como representantes ciudadanos). Y su libertad que nacía del coraje para hacer lo que pensaba que debía hacer, aun enfrentándose al que le designó a dedo porque quería un mero valido, lo que finalmente le llevó a su derribo y posterior ostracismo.

De las Marchas de la Dignidad de ayer 22 de marzo también aprendimos el valor de la dignidad y la libertad. De la solidaridad y del compañerismo. De la esperanza. Dignidad de gente sencilla, a quienes se les han arrebatado muchos sueños, que ven sufrir a los suyos, que no tienen una red como tenía Suárez, que cuando se tiran a la calle saben que se juegan su integridad económica, e incluso la física. Pero sólo así mantienen su dignidad como ciudadanos, y de paso hacen un servicio a toda la sociedad. Sí, ya está bien de sólo homenajear a grandes hombres y mujeres de la Patria y no acordarse nunca de tantos héroes y heroínas anónimas. Para ellos la dignidad está en la lucha por la justicia social, algo que en boca de tanto representante adocenado y burócrata de escaño suena falaz, pero que en sus pancartas y proclamas recupera toda la legitimidad y grandeza al tiempo que nos señala el camino a seguir.

Ayer en medio de la manifestación sentí que aquel era mi lugar. Pero también sentí que tanto esfuerzo puede resultar baldío si no se vertebra y se consigue modificar el sistema, el modelo y el esquema social y político del que emanan todos los males que se denuncian. Una jornada preparada desde hace meses, con mucho sacrificio humano y personal, ninguneada por la inmensa mayoría de los medios de comunicación sólo preocupados por saber qué operación político-económica les va a seguir inyectando dinero, con ausencias muy significativas como las de los dirigentes del PSOE (si bien muchos de sus militantes estaban presentes, abochornados por la posición de sus máximos dirigentes) que se limitaron a mostrar respeto por las Marchas, demostrando una vez más su miopía y su falta de compromiso real con los que peor lo están pasando. Marchas que intentaron ser manipuladas por las enésimas cargas policiales y altercados que suceden justo a la hora en que los informativos de la noche comienzan a conectar en directo. 

Después de este fin de semana del 22 y 23 de marzo de 2014 deberíamos ser más sabios. Deberíamos haber aprendido algunas cosas. La primera, que la Transición fue lo que fue y eso ya no lo podemos cambiar. Pero sí podemos cambiar lo que seremos en los próximos años. Desde luego la sociedad no va a cambiar de la mano de quienes defienden un modelo y un sistema que hace aguas por todos lados. Salvo que haya alguien entre sus filas que esté dispuesto a arriesgar y “traicionar” a los suyos. La segunda, que la ciudadanía cada vez tiene más conciencia de que la rebeldía social es el único camino para conquistar derechos y libertades, y para romper con la involución democrática que nos asola. Pero debe ser consciente que para modificar las cosas hay que articular y estructurar las mareas para alcanzar los objetivos. Finalmente, cada uno de nosotros debemos hacer un ejercicio introspectivo y reflexionar sobre si realmente estamos haciendo todo lo que podemos. Sobre todo aquellos que confunden trabajar por el bien común con trabajar para el interés particular o partidista.Y es que nos solemos fijar en demasía en el acróbata donde están puestos todos los focos, y no en los tramoyistas que manejan los hilos y que tienen en su mano decidir si los líderes acaban estrellándose contra el suelo.

Recordaremos el fin de semana